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viernes, abril 26, 2024

De Álex a Finisterre. El primer y último amor de Frida Kahlo

/Rafael Lema//

En el serial que llevamos siguiendo en este otoño tan extraño sobre las relaciones epistolares entre dos colosos de la cultura hispana, el inventor-editor gallego Alejandro Finisterre y la artista mejicana Frida Kahlo, nos sobran motivos para escribir nuevos artículos al hilo del estudio del material del que disponemos y que ahora sale a la luz tras seis décadas en la sombra. En estas letras, formadas por cartas, notas, y un bello cuaderno ilustrado que no sigue los rigores del diario, al modo de los otros conocidos de la autora, descubrimos una pasión oculta; mucho más que eso, una intensidad lírica y una vena surrealista que más que en ninguna de sus obras se aprecia en estas muestras de la más cerrada intimidad.

El último y más intenso amor de Frida, solo eclipsado por la gran sombra de Diego Rivera, es de Alejandro Finisterre; aunque otros dos españoles dejaron una fuerte impronta afectiva en la genial mujer. Entre las curiosidades de estas cartas a nuestro admirado A. F. nos podemos fijar en que dos de los más intensos amantes de Frida, los que más la marcaron, el primer y el último amor, son llamados por la artista del mismo modo, y los dos habían sido bautizados con el mismo nombre. Alejandro Gómez Arias y Alejandro Campos (Finisterre). Si comparamos las cartas que enviaba al primero y las últimas muestras de su pasión con A.F., al filo de la muerte, hallamos muchas similitudes. Es como si la autora volviese a su adolescencia, recuperando la ilusión por la vida, la intensidad de su primer amor. El último Alex es su primer Alex, con una vida en medio, tanto dolor y gloria.

Frida se enamora de Alejandro Gómez en sus años de estudiante en la Escuela Preparatoria para la Universidad, antes de su fatal accidente de tráfico de 1925, y seguirán como novios varios años más, luchando contra muchos contratiempos (familia, estudios, viajes). La relación dura desde 1922 a 1928. Los dos forman parte del grupo de «los cachuchas», estudiantes comprometidos que seguirán siendo «cuates» toda la vida. El último año, cuando la relación ya está rota, ella conoce a Diego Rivera. No tardan un año en casarse. La correspondencia entre Frida y su primer Alex, como las que compartirá a partir de 1948 con A.F., aparecen salpicadas de lágrimas, de inteligencia, de soledad y disputas entre los saltos de pasión y los bajos de silencios y despedidas. «Alex de mi vida», «Mi adorado Alex», «mi Alex: desde que te ví te amé», son algunos de los encabezamientos de las misivas enviadas por la joven estudiante enamorada (tu chamaca Friducha), que apenas había esbozado su afición a la pintura.

Diego sustituye a Alex y a todos, pese a las continuas infidelidades de ambos. Desde 1938 la carrera artística de Frida emerge al paso contrario de la relación con Diego, que los lleva a la separación en 1939. El 8 de diciembre de 1940 se casan por segunda vez, entre exposiciones, autonomía financiera y sexual. Son los años de más creatividad de Frida, sobre todo la etapa de separación de Diego. Años en los que surgen amantes como el gran fotógrafo Nickolas Muray, que tanto la seguirá apoyando a nivel profesional y económico, pese a su ruptura tras la nueva unión a Diego.

Y en los que conoce a otro amor importante, desde 1938, al exiliado republicano español Ricardo Arias Viñas, ex agente de la Ford en Gerona, para el que le busca trabajo en la misma empresa en la filial mejicana. Una relación que sigue presente en su epistolario en 1942. En 1946 encontramos el vínculo extramatrimonial más apasionado, más fuerte hasta el momento; con otro exiliado español, el pintor José Bartolí. Su amor compulsivo decae ya en 1949, aunque seguirán gozando de trato hasta 1952. En 1946 la fusión espinal la paraliza. A principios de 1950 sigue muy decaída, la internan en el Hospital Inglés de Ciudad de México. Tanto dolor, tantas intervenciones, se suavizan con la anestesia del amor que desborda horas y días, de la renovación de las flores de su inmenso corazón.

Nuestro trabajo de investigación viene demostrando que este no fue el último gran amor de Frida, como hasta ahora se sostenía, sino el de A.F., sustituto de Bartolí en el presente, y de los recuerdos de los demás, como ella acredita en su diario. Alex todo lo llena, le hace olvidar a Diego y a Nicolás (Muray). Alejandro va y viene en su quehacer como empresario, editor. Las estancias en México llenan la vida de la sufrida artista, porque «Nadie estaba en mi cuando llegaste». Los veranos, los sábados con Alex, aparecen en las hojas malvas tintadas con la sangre de sus venas.

«Con todo lo que sufro aun tengo ánimo para reír. En mi risa desgrano la alegría de haberte conocido, de saber que contigo me llega el último suspiro de amor, me río porque en ti y en mí de nueva cuenta el sueño floreció y lo vivimos juntos y es por eso que hoy te quiero más que ayer y ayer te quise más que anteayer. Alex: gracias por mis sueños. Frida Kahlo».

En 1948 conoce en persona a Alejandro Finisterre, con quien tanto ella como Diego habían mantenido correspondencia desde hacía algunos años. Lo conocían como critico literario y exiliado comunista. En otro artículo ya dejé constancia de una entrevista desconocida de A.F. con Frida para la revista Rueca en 1944. En el cuaderno recién descubierto que Frida envía a A.F. en 1954 le llama el «otro Alejandro». En las cartas que venimos desgranando vemos esta vuelta al pasado, a la juventud de la «nueva vida» de su corazón, los encabezamientos tan parecidos a los de sus primeras cartas con Alex Gómez. Con la muerte acechando, ella resiste, toma aire con su último amor. «Me regresa al mundo, a la vida. Construyo una trinchera donde tendremos tiempo a hacernos el amor. Hoy puede venir la muerte si ella lo dispone así, que morir amando es mejor que morir en soledad».

La correspondencia epistolar del último año de su vida recuperan las entrañables y numerosas notas mandadas a su primer amor en los años veinte, hasta que la intensidad disminuye y poco a poco se enfría, alejándose los dos jóvenes; él involucrado en el activismo universitario, ella refugiada en la pintura. Entre 1953 y 1954 Frida encabeza los envíos a A.F, a su «otro Alex»:

«Alex: Mi niño chulo espero que cuando tengas esta humilde cartita te encuentres en magníficas condiciones de vida, por acá sin mosca y sin pata y que se que muy pronto me va a llamar patas de catré. Te sigo enviando algunas cosas mías muy íntimas esperando que pa´cuando yo muera tú las sepas dar el uso que mejor convenga…»

«Amado Alex: Hoy que se que me dejas tengo en mi espalda una carga de siglos sobre las espaldas, una visión melancólica en mis pupilas y un dolor en mi cuerpo acosándome».

«Alejandro Fin de Tierra; mi niño amado, me preguntas si te quiero y yo te digo que eres de mis amores uno de los que más he querido, claro es que mi gran amor es mi niño sapo, mi niño gordo mi Diego, pero tu Alex eres uno de mis grandes amores».

«Alex: mi adorado niño poeta, mi admirado luchador social…»

Alejandro claro que recuerda el día y el lugar e su primer encuentro, y le contesta a Frida «En primer lugar me preguntas que si ya se me olvidó la fecha que vine por primera vez a México, respuesta no se me olvidó, ni se me olvidará, el 23 de agosto de 1948 y como no me voy a acordar de La Bomba Atómica, si aun hoy me da la risa cuando viene a mi mente». Está citando la pulquería «La Bomba Atómica» en donde Alejandro se vio con Diego y Frida, en un momento de cambios en la vida de la artista, en otra crisis de celos y abandonos con su esposo.

En la misma carta cita a dos de sus amigos de la cultura hispana, las fiestas en los canales de Xochimilco, las canciones de Frida. «Por cierto linda que al gran Rómulo Gallegos y a Ciro Alegría les gusta mucho aquellos versillos que me cantabas cuando íbamos a Cochimilco ¿te acuerdas?…De su pistola me gusta de su pistola la cacha, présteme usted un momento y dale vuelo a la hilacha…». La intensidad vital concentrada en el cuaderno y en las cartas de Frida, el deseo de luchar contra la enfermedad y trazar planes de futuro, esos ratos de luz en medio de tantos otros de dolor y agitación también son compartidos por A.F., que planea vivir en México, estar junto a ella definitivamente. «Espero haberte dado ya respuesta y sino piensa que el mes que entra esté ya instalado en mi casa de Montes de Oca en México (nuestra antigua vida de amor) y poder volvernos a amar, por acá nadamás me detienen detalles de Ecuador 0º 0´0´´…»

PALIDAS HOJAS DE UN GRAN AMOR

No puedo negar mi estremecimiento al tener en mis manos estas reliquias, estas pálidas hojas que el tiempo no ha conseguido marchitar y ahora de nuevo florecen, renovadas por el cariño que profesamos a sus autores. El inmenso honor de ser depositario de una memoria histórica, inédita, un canto agónico teñido de una intacta y perenne belleza. El destino, la fortuna, el trabajo metódico por recuperar su memoria, y sobre todo, saber pisar el freno y detenerse en estos agitados tiempos a regar cada día el verde prado de la amistad, nos hizo albaceas de un legado precioso, delicado, salvado de las vicisitudes del siglo de los odios, porque es fruto del amor. Del de Frida por Alejandro, del nuestro por los dos. Por el arte y la literatura, por la creación sin límites. No, amigos, el amor y el arte de los grandes, de verdad, no teme a la muerte, todo lo puede. Y ahora revive en estas páginas deslumbradas por unos papeles que salen a la luz en este medio gallego en el que tanto estimamos la figura y la obra de don Alejandro.

De su Frida. Cuadros, cartas, la memoria vital, el latido final de un último amor a las puertas de la muerte, la pasión de dos seres entrañables, soñadores, dos genios como Frida y Alejandro (Alex y Firita) nos llegan en la valija de la desmemoria; el tesoro más oculto de la artista, sus secretos mejor guardados (a todos, incluso a su sapo, a su enorme Diego Rivera), su testamento vital entregado al amigo, al confidente, al amante, (y ahora) a todos ustedes. En la cantina del Mictlán ambos comparten un trago, cantan corridos; ya no hay dolor, se han ido las miserables pesadillas, el infierno de tormentosas noches, días de agonía.

SEMBLANZA DE AMOR Y MUERTE

El 23 de agosto de 1948 Alejandro vio por primera vez a Frida en México. Serán amigos y amantes, toda la vida, para toda la eternidad. Esa medianoche es el San Bartolo, en la patria pequeña de Alejandro, en nuestra Fisterra. Nuestras abuelas cuentan que ese día el diablo anda suelto 24 horas por el mundo y hace toda clase de pequeñas diabluras; no es el demonio terrible del cristianismo, ni siquiera uno de esos dioses sedientos de sangre de los mexicas, sino un «diaño bulreiro», un genio pequeño y feo, con malas pulgas. Por eso es un día de fiesta, de comer en la playa y tomar el baño de las nueve olas; no se puede trabajar o el fruto de la labor será destruido por el diablo. Es un día de amores adolescentes y de ritos mágicos. Desde el fin de la guerra hasta 1947 Alejandro vive en su patria.

En marzo de 1945, en RNE pronuncia una conferencia con el tema titulado «La Cuaresma en el folklore». Había recorrido el país estudiando sus tradiciones en compañía de la doctora en derecho Emilia de Roa. Da conferencias y recitales de poesía por España y Portugal. Si, el joven impresor anarquista exiliado con 18 años a Andorra, ahora recita versos en la dura posguerra de la Dictadura. Mi entrañable amigo Borobó lo recordaba caminando por Santiago: «Iba impresionante: espléndida capa azul, poderoso cayado de fresno, humeante pipa y monumental cartera» (La Noche, 24 de enero de 1947). La «vara de freixo» de los bardos nerios. Pero de nuevo sufre otro exilio, en este año de grandes represiones de «fuxidos» y anarquistas. Marcha a Francia, salta a Centroamérica.

Los avatares de los trabajos y los días llevan a los dos amigos por muchos caminos, no necesitan verse ni tocarse. Saben que se tienen el uno al otro, la ciega distancia se aclara con cartas y mensajes. Alejandro viaja mucho, por América, por Europa. Es un gran empresario en Centroamérica, que gasta buena parte de su dinero en proyectos editoriales, ayudando a tantos exiliados de fuera y de dentro, lidiando con dictadores y multinacionales. Cuando arriba a México, allá están los amigos, y su Frida, sufrida ave martirizada por el siglo y sus secuaces. Su camarada de lucha social, de partido. Guatemala sufre un golpe de Estado contra el presidente Árbenz y su reforma agraria, provocado por los americanos del norte; Alejandro es perseguido, sus empresas intervenidas. Otra vez huyendo; hasta sufre un intento de secuestro por agentes franquistas; de escala en escala recala en México y renueva su empuje, su compromiso.

En 1953 Frida ya no es la esclava a la sombra del gigante Diego. La menuda mestiza (india, española, tudesca; tricolor como el pendón nacional) abrazada por el oso, es una artista reconocida internacionalmente, que ha expuesto su original obra con éxito en grandes galerías americanas, en París; pero en México sigue siendo una mujer, una paria, sigue soportando el duro estigma de la protegida, la menor de edad necesitada del macho omnipresente. Ella, tan grande entre tanto mediocre agigantado; la sublime creadora en medio del dolor, de la enfermedad, la angustia, materias convertidas en obra inmortal.

Desde 1950 su salud decae, pasa un año de duras intervenciones en el hospital. En abril de 1953 en la Galería de Arte Contemporáneo de la Ciudad de México se organizó la única exposición individual en su país durante su vida. Por su delicada salud los médicos le prohíben asistir al acto; pero llega en una ambulancia, y postrada en una cama de hospital entra en en el edificio ante el asombro de los presentes. Desde el centro de la galería Frida atiende a sus amigos, a la prensa; cuenta chistes, canta y bebe la tarde entera. A los pocos meses, en agosto de 1953, le amputan la pierna por debajo de la rodilla, debido a una infección de gangrena. Se consuela creando, escribiendo poemas en sus diarios, hilvanados con el propio sufrimiento, como su obra artística. Meses de angustia, depresión, opiáceos; dolor físico y serio quebranto psíquico. Intentos de suicidio, cambios frecuentes de ánimo, deseos de acabar para siempre con una vida de operaciones y traumas.

En 1954, mientras Alejandro juega partidas de futbolín (su invención) con el Che Guevara en el Centro Republicano Español, los golpistas triunfan en Guatemala. En México se inicia una campaña de apoyo al desterrado presidente Árbenz, y los camaradas comunistas de Frida y Diego se movilizan. En silla de ruedas, el 2 de julio, Frida participa junto a Diego Rivera y Juan O'Gorman en una manifestación de protesta contra la intervención estadounidense en Guatemala. El 19 de abril de 1954 Frida había ingresado en el hospital inglés tras un intento de suicidio. El 6 de mayo, nueva hospitalización por el mismo motivo. Caídas, recaídas, cartas y poemas; el pájaro herido, la gran sufridora no puede más.

Firita se reencuentra con su Alex, pone al día sus recuerdos; en medio del sufrimiento vive momentos de esplendor, arrebatos de insólita felicidad. La Catrina, la dama mejicana de la muerte, canta en versos reposados por el tequila al placer de los días, ante la inminencia del final; invita a vivir con plenitud cada momento, y a través del arte encontrar el sentido de la vida. Nos regala el pasado, el futuro, la eternidad, una mirada cómplice, risueña y feroz. Con la flaca llamando a la ventana, Frida se siente niña, adolescente; a la vez piensa en qué pasará cuando se vaya; observa con los ojos fatigados lo que le rodea, los más cercano al corazón, la compañía postrera, tras tanta batalla, tanto desengaño. Escribe en la cama; quiere regalar su legado más íntimo a su mejor amigo, al elegido. Y de ese trance amoroso, en el que se entrega al amante de los últimos días, damos testimonio. Esto es solo un avance, el atrio de un templo de tierna y compleja humanidad, el anuncio de un viaje maravilloso, en exclusiva para ustedes.

Frida Kahlo murió en su casa natal de Coyoacán el 13 de julio de 1954. Se cubrió el féretro con la bandera del Partido Comunista Mexicano, y su cuerpo fue incinerado en el Crematorio Civil de Dolores. En su último cuadro junto a su firma se puede leer «VIVA LA VIDA. Coyoacán, 1954, México». Las últimas palabras en su diario fueron: «Espero alegre la salida y espero no volver jamás». Para su Alex, su último amante, son otras pálidas hojas de aviso del inexorable destino:

«la muerte ya viene, viene a esconder lo que juntos descubrimos, la inmensa pasión de amarnos, viene a esconderla en la inmensa soledad, la que no será nuestra, por ser para siempre la que morirá».

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