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sábado, abril 27, 2024

«Peregrinaciones por mar a Compostela» de Juan Caamaño

UN MAR BALIZADO DE CAMINOS JACOBEOS – // Rafael Lema

Juan Caamaño Aramburu, marino, escritor y peregrino gallego de Marín, se embarcó en la edición de «Pereginaciones por mar a Compostela», tomo editado por CEU Ediciones con la colaboración de la Federación Española de Asociaciones de Amigos del Camino de Santiago.

El autor, capitán de navío de la Armada Española, nos acerca a la menos conocida de las rutas jacobeas: la peregrinación por mar a Santiago de Compostela. Un trabajo que aborda a lo largo de 226 páginas las principales ruta marítimas del norte de Europa y el Mediterráneo, los puertos de salida, los tipos de barcos utilizados, las visitas a Compostela de los cruzados en sus viajes por mar a Tierra Santa, la vida a bordo y los peligros del mar contados en primera persona a través de los relatos originales de algunos de sus protagonistas.

En su presentación hace dos semanas durante el XII Congreso de Asociaciones de Amigos del Camino de Madrid en donde estuve presente también se nos entregó a los congresistas un mapa de los caminos por mar a la tumba de Santiago el Mayor. De hecho la edición de ese mapa y su prolijo texto fue una invitación al autor para el vertido en un libro de todo ese bagaje, un trabajo necesario para comprender que Europa y España no se entienden sin el mar, sin el comercio marino de gentes y mercancías. Sin la labor de patrones, cartógrafos, armadores, constructores navales. Un aspecto al que le dediqué cientos de artículos y varios libros, por lo que me es especialmente grato comentar este libro tras su instructiva lectura.

Las rutas de vida y comercio (también de piratería, contrabando y guerra, cultura y fe) que unían el Mediterráneo y al Atlántico fueron la columna vertebral de la historia del mundo hasta el descubrimiento castellano de América y con ellas llegaron peregrinos a Galicia, escala central de esta vía marina, la más importante de la Historia. Galicia nunca fue un Finisterre y lo sabemos los que vivimos en la Costa da Morte, escuchando las historias de nuestros abuelos, sino un centro del mapa marino del mundo, del atlas de las venas de la tierra. La mayoría de estas naves en tiempos de la navegación heroica a vela llegaban en vía directa a nuestras villas marineras, otras desembarcaron romeros en puertos sobre todo hispanos, que hacían gran parte del camino a pie. Muchos de estos barcos fueron usados a propósito para el traslado de grupos numerosos de peregrinos, especialmente antes de la Reforma. Las guerras de religión del siglo XVI vaciaron las rutas de los romeros ingleses y del norte y fueron el gran golpe de la peregrinación marítima. También el punto final de la era dorada del camino, sin los «hermanos del norte» nada fue igual. No hay historia ni progreso sin mar, y esta obra lo acredita.

El mismo Camino Jacobeo nace de dos viajes marinos legendarios, o no tanto. Uno que trajo a Santiago a predicar a Galicia, noticia que no debe ocupar muchas líneas a un historiador serio, conocedor de nuestra tierra en época de Roma. La otra, para mí de un valor innegable y aún necesitada de mayor investigación rigurosa sin hipérboles fanáticas, es la traslatio (cuyo primer icono tengo a dos millas de mi casa); la llegada por vía marina de los restos del apóstol Santiago a un puerto de Galicia, posiblemente Padrón, en un momento incipiente del cristianismo o tras la invasión sarracena.

Una ruta milenaria que unía los extremos del Mediterráneo, desde las naves de Tarsis (en una embarcó Jonás el ballenero), de Tiro y Focea. Parte de mi ponencia en el congreso trató precisamente de la ruta marítima de los venecianos que traían en su comboio a peregrinos del este, del Egeo y la Romania (extremo oriental mediterráneo), de la sufrida Armenia poseedora de los restos y las tradiciones jacobeas más antiguas y acreditadas (armenios que confirman la valía de nuestra tradición, otro campo de mi investigación). Naves de genoveses, mallorquines (con escala en Barcelona, Cartagena, Cádiz o en los puertos gallegos) en su carrera a Flandes y la Bretaña aportan en su pasaje peregrinos, en un campo aún en fase de diligencias previas.

Las rutas de los ingleses, sobre todo a A Coruña desde el siglo XIV, dejaron la mayor base documental, como suele suceder en asuntos del mar y por eso bien merecen su fama. Los puertos de la Hansa no le andan a la zaga pero como indica el autor «el movimiento de peregrinos en barco con destino a Galicia no queda suficientemente reflejado en los documentos de la época». Este es uno de los problemas en este tipo de investigación en la que llevo años también metido. No me canso de aportar datos que demuestran la importancia de los puertos gallegos en el comercio europeo desde Gelmírez (y antes), incluso las villas góticas de la antigua provincia de Santiago como los de mi ría natal (una escala del comboio véneto y de naves hanseáticas), pero poco rastro de peregrinación encuentro en sus cartapacios. Pese a todo, insisto.

La imagen del peregrino caminante con su manto polvoriento cruzando las tierras de Europa para alcanzar la puesta del sol y del espinazo estrellado del cielo en las costas gallegas es la más popular, pero miles de creyentes a lo largo de una historia de Europa marcadamente cristiana lo hicieron a bordo de barcos de toda bandera y con su fe a cuestas. Hoy los motivos son otros y diversos, pero la base del camino, su esencia en su época de gloria, está marcada por la religión, la meta de la tumba de un apóstol singular y simbólico en una tierra mágica, sagrada desde la remota antigüedad.

Indica el autor que «El peregrino que decía embarcarse era fundamentalmente persona de tierra adentro, muy alejado física y mentalmente del mar, motivo que provocaba en su interior un gran desasosiego, añadiendo más incertidumbre al hecho de peregrinar, pues si los caminos por tierra ya ofrecían sus propias inseguridades, el mar tenía reservado otros peligros que se unían a las incomodidades propias de la vida a bordo de un navío. Y con esa inquietud abandonaba su casa el peregrino, que no dejaba de rezar mientras sus pasos se encaminaban al puerto más cercano».

El autor quiso aunar la perspectiva histórica y la humana, en un trabajo ameno, ilustrado y en una cuidada edición, pero asimismo estamos ante una importante labor de investigación y documentación para trazar la historia y la evolución de la peregrinación jacobea por mar desde el siglo X hasta la actualidad, con especial atención al periodo de la Edad Media, en donde no sólo tienen cabida los personajes célebres sino también el caminante popular, anónimo, la masa del camino polvoriento y los burgos francos, de los milagros y leyendas. Hombres y mujeres que llenaban las rutas europeas, sobre todo en los años de gran perdonanza. Y sigue recibiendo la atracción de Compostela.

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