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lunes, mayo 6, 2024

Oriente vs Occidente (parte 3)

Accede al artículo anterior: «Pero llegaron los turcos«

Tras el ataque mongol de 1243, en el que nos quedamos en la parte segunda, sobreviven pequeñas regiones autónomas, entre ellas, el sultanato de Rüm en Anatolia. De aquí sale Utmán I, también conocido como Osmán, fundador del imperio otomano que con Solimán el Magnífico (1495-1566) alcanzó su máximo esplendor. La gloria del Imperio otomano se inicia con la toma de Constantinopla por Mehmet II en 1452, que junto con la expulsión anterior de los cruzados de Siria y Palestina supone una victoria por goleada frente a Occidente, y culmina cuando Solimán el Magnífico logró apoderarse de Hungría en 1526.

La intervención turca en la rebelión de los moriscos de las Alpujarras, y su clara amenaza sobre la cuenca occidental del Mediterráneo después de ocupar Túnez, presagiaba una amenaza directa contra España y el resto de Europa. Los paramos en Lepanto en 1571, después de que tomasen Chipre. ¿Es consciente Europa lo que debe a España?… Don Juan de Austria arenga a los españoles:

«Hijos, a morir hemos venido, o a vencer si el cielo lo dispone. No deis ocasión para que el enemigo os pregunte con arrogancia impía ¿Dónde está vuestro Dios? Pelead en su santo nombre, porque muertos o victoriosos, habréis de alcanzar la inmortalidad».

Y ciento y pico años después, en 1683, llegan a las puertas de Viena. En 1696, Rusia toma Azov, comenzando la larga serie de guerras ruso-turcas. En 1783 los rusos anexionan Crimea. El Imperio Otomano va perdiendo dimensión, combate junto a los alemanes en la I Guerra Mundial y en 1923 se transforma en la República Turca.

Después de la II Guerra Mundial y con motivo del holocausto judío, a manos del nacional socialismo alemán, la solución final consiste en la irrupción de un nuevo actor: el Estado de Israel en tierras de Palestina

El mundo árabe, fascinado y a la vez espantado por el «peligro rubio» al que, in illo témpore ha vencido, pero que, con el paso de los siglos, ha conseguido dominar la tierra, no es capaz de digerir las cruzadas como un episodio del pasado que ya no volverá. Causa sorpresa ver hasta qué punto la actitud de los árabes, y de los musulmanes en general, respecto a Occidente sigue bajo la influencia de unos enfrentamientos acaecidos hace siete siglos.

Hoy en día los responsables religiosos y políticos del mundo árabe se remiten con frecuencia a Saladino, a la caída y toma de Jerusalén. Se equipara a Israel, tanto de forma popular como en algunos discursos oficiales, a un nuevo Estado de cruzados. Al presidente Nasser, en sus días de gloria, lo comparaban con Saladino que, como él, había reunido Siria y Egipto. Incluso la expedición de Suez de 1956 se vivió, al igual que la de 1191, como una cruzada dirigida por franceses e ingleses.

En el Islam aflora un sentimiento de persecución que adquiere, en los fanáticos, la forma de una peligrosa obsesión. ¿Acaso no vimos al turco Ali Agka disparar al papa el 13 de mayo de 1981 tras haber explicado en una carta: He decidido matar a Juan Pablo II, comandante supremo de los cruzados?

El Medio Oriente, envuelto en el fundamentalismo, sigue viendo en Occidente un enemigo secular; coincidiendo con no pocos ciudadanos occidentales, que desconocedores de su historia, parecen dispuestos a abrazar cualquier cosa, aunque sea su propia ruina.

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