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viernes, abril 26, 2024

Ante la sublevación militar se declara el comunismo libertario

El tercer y penúltimo capítulo de la historia del sindicalista de Ponte do Porto, Rogelio Mazaeda Novais. En el anterior capítulo «Viviendo el sueño republicano»

Xosé Manuel Lema

Las panderetas dejaron de sonar en la romería de Santa Mariña do Tosto (Xaviña-Camariñas) cuando llegaron las noticias de la sublevación militar. La inconsciencia, y quizás los ánimos propios de los días de fiesta no provocaron excesivo nerviosismo entre los dirigentes políticos locales. Casi todo el pueblo de Ponte do Porto se daba cita en esta celebración, y entre tortillas, empanadas y vino se reunían centenares de personas en el tradicional encuentro campestre.

La reacción a los mensajes que se escucharon en la radio fue prepararse para defender la República. Regresaron a la localidad y comenzaron a mover sus fichas. Crearon un Comité de Defensa del sistema vigente, encabezado por su líder natural, Mazaeda, al que acompañaron varios vecinos:

Rogelio Mazaeda Novais cogió el timón de un territorio que viviría durante varios días una situación controlada por aquellos sindicalistas. Se declaró el “comunismo libertario”. Según los expedientes policiales nuestro protagonista fue el “verdadero cabecilla de los sucesos revolucionarios”. Semanas antes, había recibido instrucciones de un asesor de primer nivel. Era el maestro anarquista de Camelle, llamado Francisco Ponzán y que pasaría a la historia por coordinar una red de evasión en colaboración con los servicios secretos de los paises aliados durante la segunda guerra mundial. Así me lo confesó, Francisco Tajes, del Comité Revolucionario, directivo de la Liga Republicana y miembro del sindicato. “El maestro de Camelle fue el gran artífice y organizador de nuestro sindicato”. No obstante, Tajes señalaba a Mazaeda como el líder indiscutible, y lo recuerda “en la sede del sindicato leyendo el periódico o manteniendo reuniones con afiliados a la organización”.“Paco de Claudia” (apodo de Tajes) fue uno de los grandes culpables de que sobre 1992 yo empezara a seguir las huellas de Mazaeda, Ponzán y el sindicato porteño.

Uno de los sindicalistas locales, José Suárez García me reconocía hace años que aquel sindicato era una mezcla de personas que se afiliaban para poder trabajar y beneficiarse de las peonadas que se repartían en la sede de la entidad, y de un grupo de idealistas, como era el caso de Mazaeda. “Italia” aseguraba que en un principio más que con un carácter bélico, las cosas se tomaron con apasionamiento y con la seguridad de que todo se quedaría en unos momentos de tensión. Poco a poco fueron dándose cuenta de la magnitud de la tragedia. Tanto Tajes como Suárez recordaban las largas colas de obreros en las puertas del Sindicato de Oficios Varios esperando las jornadas de trabajo que se repartían entre los asociados. Los dos me dejaron bien claro, hace años, que pertenecían a la Unión General de Trabajadores.

En las causas e informes redactados por las autoridades franquistas, también se relacionada a Mazaeda y sus colaboradores con este sindicato, si bien en las diferentes investigaciones iniciadas no pude encontrar el acta de constitución de la agrupación local de la entidad dirigida por Francisco Largo Caballero. En cambio, si logré certificar la creación, en marzo de 1932, del Sindicato de Oficios Varios afecto a la CNT, y presidido por Ernesto Álvarez, como explicamos en el anterior capítulo.

En el sindicato había cuatro revólveres Tanque, que según el investigador Luís Lamela, fueron entregados por una comitiva de dirigentes coruñeses el día de San Pedro,29 de junio, fiesta en la parroquia. Eran Francisco Mazariegos, su esposa Mercedes Romero Abella, Leandro Carré y Eugenio Carré. Mazaeda se hizo cargo de las armas, que junto con varias escopetas de caza conformaban el arsenal del comité porteño.

Casa en donde estuvo escondido Rogelio

Desde el día 18 la orden fue clara. Requisar coches, aparatos de radio y armas. Se realizaron visitas a los cabecillas locales de la derecha, como el caso del médico Eliseo Moreira, alcalde durante varios años, o Felipe Trillo. Ante la situación creada, Rogelio Mazaeda y varios de sus colaboradores (Constante Campa, Andrés Balsas, Manuel Carracedo y Gumersindo Lema) se desplazan a Cee. Allí el comerciante José Roget les advierte del avance de los sublevados y le aconseja que intenten reconducir la situación y devolver todo el material requisado.

En estos días de efervescencia no faltó el estridente sonido de varias bombas hechas con dinamita propiedad de un vecino, y que hicieron saltar por los aires un cruceiro. Hubo manifestaciones, se convirtió la casa parroquial en Casa del Pueblo y, entre otras medidas, casi un centenar de personas viajaron a Vimianzo para proceder a la ocupación del castillo de los Altamira. La orden la había dado Rogelio, y según distintas fuentes sirvió para frenar el deseo de seguir acercándose a A Coruña, a defender con uñas y dientes una democracia, que se estaba esfumando. Con pocas armas, y algunos pertrechados con escopetas de palo, como me contaría en una ocasión uno de aquellos jóvenes, José Antelo, el panorama no era muy propicio. Además se sabía que en Zas, había grupos de falangistas preparados para el combate.

La ilusión se apaga y en una reunión nocturna el 24 de julio los representantes del Comité de Defensa de la República, deciden cada cual escoger su camino. Unos al monte, otros intentan la evasión,  y se inician en su mayoría historias trágicas que derivan en la muerte de Andrés Balsas, Manuel Carracedo o Ramón Carballo, otros desaparecidos para siempre y un buen número de ellos represaliados.

Debajo de la chimenea estuvo escondido Mazaeda

La preocupación es grande. Incluso en el frente. Desde allí escribe el soldado Manuel Lema Suárez que en una carta expresa su preocupación por la situación de Rogelio Mazaeda y el deseo de que “todo se arregle pronto”. Y afortunadamente, el hombre que preside esta historia, no es cazado por sus enemigos. Unos lo buscan como perros hambrientos de venganza, más allá de la política supuran las heridas personales. En el mismo bando, algún miembro de Falange colabora para que no sea cazado. Se esconde en una vivienda del barrio de Outeiro, en un escondrijo que aprovecha un hueco de una chimenea. Esa será la casa de Mazaeda durante mucho tiempo.

También vive en la clandestinidad en Santiago de Compostela. Su familia se mueve en busca de ayuda y traza un plan que sale a la perfección. Cuentan con la ayuda de algún cura que en su momento había criticado duramente al Presidente del sindicato porteño. Pero que ahora le tiende la mano. Las fuentes consultadas señalan que tuvo que vestirse de mujer para marchar. Cruzó el río Miño hasta llegar a Portugal. Y en este país logró viajar en un avión Superconstellation que lo llevó a Cuba. Ahí comenzaría una nueva vida. Durante los años en el exilio, las autoridades del nuevo régimen siguen el curso de sus acusaciones contra el dirigente porteño al que sitúan “en ignorado paradero”. Ni ellos podrán detenerlo, ni Rogelio podrá volver jamás a su Ponte do Porto del alma.

En el próximo y último capítulo. El exilio cubano de Mazaeda

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