RAFAEL LEMA // SHAILA AGUSTIN //
La creación de centros gallegos en América en el siglo XIX tuvo un antecedente en las congregaciones del Apóstol Santiago nacidas en México y Buenos Aires. No sólo se trataba de cofradías religiosas jacobeas sino también instituciones gallegas mutuales, de asistencia a necesitados, para cubrir gastos de entierro. La primera se crea en México en 1768, la segunda en Buenos Aires en 1787. Ambas con unos estatutos a imitación de la congregación de Madrid de 1640 para «preservar la devoción al Apóstol Santiago el Mayor». Todas tienen este nexo común, y sobre todo, la calidad de estar integradas por naturales o originarios del Reino de Galicia. Los nacidos en nuestra tierra o los hijos y nietos de gallegas o gallegos.
Tres son las figuras destacadas de la congregación jacobea porteña: Benito González Ribadavia, José Fernández de Castro y Pablo Villarino y Pieyra. El tercero natural de San Salvador de Bembibre, en Buxán (actual Val do Dubra). Por proximidad geográfica Villarino tuvo parte importante cuando la congregación contrata dos imágenes del apóstol al pintor de Noia José Ferreiro en 1787, de las que ya hablamos. Además de su fervor jacobeo el dubrés fue un héroe hispano-argentino del Tercio de Gallegos en los sucesos de las invasiones inglesas de Buenos Aires en 1806.
La Congregación de Santiago y la Escuela de Náutica dirigida por el comandante gallego Cerviño fueron el mayor aporte humano del laureado Tercio de Voluntarios Urbanos de Galicia. Villarino fue desde su creación un hombre clave como comisario de víveres de la unidad y encargado de la intendencia. Trataremos sobre estos hechos de armas y sobre la cofradía en otro apartado. Hablemos del héroe del Dubra.
Horacio Guillermo Vázquez es el mayor investigador del Tercio de Gallegos y la Congregación santiaguista, y destaca la figura del dubrés. En principio al autor le parece curioso que «como todos los españoles indianos al llegar a Buenos Aires en particular D. Pablo Villarino y Pieyra, comenzó a identificarse solamente con su apellido paterno».
Don Pablo había nacido en San Salvador de Bembibre-Buxán, A Coruña, en 1752. Emigrado en su juventud hacia Buenos Aires, destacó en el comercio y por su generosidad y apoyo a los gallegos que llegaban a la ciudad. Por su religiosidad y altruismo, el 16 de septiembre de 1779, toma el hábito de Terciario Franciscano, junto a otros dos héroes del Tercio de Gallegos, Pedro Cerviño y Jacobo Varela. Perteneció también a la Hermandad de la Caridad y fue miembro fundador de la Congregación del Apóstol Santiago.
«Tal como todos los gallegos de Buenos Aires, que se preciaban de tales, fue don Pablo Villarino uno de los pilares del Tercio de Gallegos, cuando la Patria necesitaba a sus hijos dilectos» indica Vázquez, que prosigue: «Y, amén de lo sucedido en su vida particular, su participación en este regimiento sería el galardón más preciado, el ejemplo más claro de hasta dónde era capaz un gallego de dar a su Patria, a su Rey y a su Religión; pero también, en lo cotidiano, a su familia, a sus vecinos, a sus paisanos».
Por su gran habilidad en la administración, fue designado Comisario de Víveres en el Tercio de Gallegos. Su superior militar el ferrolano Fernández de Castro tenía claro que: «en un ejército tanto importaba un camarada como un zapatero o un escarpero, un servidor de artillería como un cocinero…». En este importante rol militar, básico para el sustento de la tropa, como vemos hoy en la guerra de Ucrania, destacó por su ejemplaridad y destreza el gallego. Y su jefe lo destaca: «su liberalidad le ahorró al Tercio considerable número de raciones…»
«La generosidad fue el signo que marcó el manejo de su fortuna. Siempre benefició a las causas justas» indica Vázquez. Para hacer frente a los gastos de la reconquista de la ciudad, en 1806, colaboró con mil pesos; pago de su bolsillo el sueldo de 120 pesos durante toda la guerra a un paisano del batallón de artillería; facilitó al Ayuntamiento porteño la suma de 12.600 pesos en calidad de préstamo para hacer frente a la Defensa en 1807; aportó otros 500 para remitir a España durante la Guerra por su Independencia de Napoleón, en 1808.
Durante la conjura porteña liderada por D. Martín de Alzada el 1 de enero de 1809 en Buenos Aires, el Tercio fue uno de los regimientos en que se apoyó el levantamiento. El 19 de agosto de ese año el dubrés suscribió una nota solicitando la libertad de Alzaga y los demás comprometidos, quienes habían sido condenados al extrañamiento en Carmen de Patagones. Alzaga fue liberado y llevado a Montevideo por el gobernador de dicha ciudad, D. Pascual Ruiz Huidobro, quién había formado una junta de Gobierno desconociendo al virrey Liniers. Entre los conjurados estaba su camarada Adrián Varela, capitán ascendido al rango de sargento mayor del Tercio de Gallegos.
El hogar de Villarino, como el de los demás miembros de los tercios de Galicia, Vizcaya y Catalunya, fue víctima de las requisas ordenadas del virrey con el objeto de quitarles las armas «cuya comisión la desempeña con escolta competente el Sargento mayor de la Plaza quien ha acreditado su zelo en la del capitán Bladés como en la de Don Pablo Vilarino, de que pueden resultar los desastres que se temen por instantes…»
Los gallegos encabezaron la creación de una junta en nombre del rey en 1809 y llevaron al Cabildo Abierto que se celebró el 22 de mayo de 1810, que finalmente resolvió el 25 crear aquella Junta de Gobierno, a semejanza de las existentes en España, germen de la nación argentina ante el olvido del nefasto rey. Pablo Villarino se sumó su opinión a otros próceres como Reyes y Belastegui, quienes al tratarse «si se ha de subrogar otra autoridad a la superior que obtiene el Excmo, Sr.Virrey, dependiente de la soberana; que se ejerza legítimamente a nombre del Sr. D. Fernando VII, y en quién?, Reyes afirmó: «que no se encuentran motivos por ahora para la subrogación; pero en caso de la pluralidad de este ilustre congreso juzgue que lo hay, pueden nombrarse adjuntos, para el despacho del gobierno, el Excmo. Sr. Virrey, los Srs. Alcaldes ordinario de primer voto, y Procurador Síndico general de la ciudad»; opinión ratificada por Belaustegui.
«Villarino, fiel a las transparentes convicciones que habían marcado el camino de su vida, insistió en que se vuelva a convocar a una gran cantidad de conocidos vecinos que no estaban presentes en la trascendental velada del 22, sospechando que la astucia de algunos hubiese impedido que se apersonasen» indica Vázquez. El 25 de Mayo de 1810, con el magnánimo aporte de gran cantidad de insignes gallegos nacía una nueva Patria, la República Argentina.
Pese a las sospechas que lo tenían como centro por su origen español, don Pablo Villarino, continuó aportando de sus caudales personales -por su propia voluntad o forzado- para cubrir las necesidades de la nueva patria . En 1814, acude al Consulado para cobrar 6000, más de los correspondientes intereses, facilitados anteriormente en calidad de préstamo a dicho tribunal consular. Lo mismo sucede en 1819 y 1821. En otros artículos he tratado de naturales de la Costa da Morte destacados en estos hechos, como el camariñán Requeséns, el piloto Juan de Alsina de Corcubión.
En 1829, aparece como accionista del Banco Nacional de las Provincias Unidas del Plata, institución económica clave de la nueva nación. El banco se constituyó en el edificio donde habían funcionado el Real Consulado, las escuelas de Náutica de Cerviño y de Dibujo de Hernández, y posteriormente la Asamblea Nacional Constituyente de 1813. Hoy día funciona en este solar histórico la Casa Matriz del Banco de la Provincia de Buenos Aires, y allí mismo también lo hizo la Oficina Delegada de la gallega Caixa Galicia, luego Abanca.
Su calidad de filántropo no cesó jamás: colaboró para la «construcción de una baranda de fierro en toda la extensión de la Alameda…», con una pensión para la viuda del patriota D. Narciso Laprida, para la realización de las fiestas patrióticas de Mayo de 1833, con el sostenimiento del Hospital general de hombres, con la construcción del templo de Quilmes, etc. Se desvive en la búsqueda de recursos para costear las esculturas santiaguistas, como las encargadas a Ferreiro. Buena parte de su vida estuvo dedicada a los demás, a honrar a Galicia en Buenos Aires.
Horacio Vázquez habla de «La participación que le cupo a Villarino en la Congregación del Apóstol Santiago, y en el Tercio de Gallegos, fue, tal vez, el símbolo de su carácter altruista y patriota, lo que -como en otra enorme cantidad de gallegos- colaboró inestimablemente con la misión de elevar las condiciones de vida material y espiritual de sus paisanos, fiel a los más altos valores hispanos en general y gallegos en particular».
Falleció el 30 de diciembre de 1843, en el número 41 de la calle Suipacha de Buenos Aires, que yo visité en 1998, siendo inhumados sus restos en el cementerio de la Recoleta al día siguiente.