En su interior el personal convive con averías eléctricas y alguna que otra gotera.
Milagros Lara
Se dió por terminada en 2014, tres años después de su inauguración y trece desde el inicio de las obras. En respuesta a la demanda social a Ciudad de la Cultura puso punto final a las obras y se resolvieron los contratos firmados con las constructoras en un acuerdo que el presidente de la Xunta, Aberto Núñez Feijoo, calificó entonces de “equilibrado”. Han pasado ya tres años y el complejo cultural diseñado por Peter Eisenman en Santiago de Compostela en el que se invirtieron más de trescientos millones de euros sigue presentando averías y notables carencias funcionales.
La Ciudad de la Cultura fue un tema recurrente durante años. La polémica en la calle y en los medios de comunicación era continua. El proyecto, la elección del arquitecto, las cantidades invertidas, el baile de cifras, las obras sin fin y, finalmente, sus usos fueron objeto de apasionados debates. En contra. A favor. De perfil.
Años después presenta una imagen muy mejorada. La promoción de la construcción y de usos de los espacios en donde a diario se desarrollan actividades culturales y eventos de todo tipo, sumada a una eficaz comunicación institucional consiguieron dar la vuelta a la opinión pública.
El espacio tecnológico, cultural y empresarial, en el que trabajan cientos de personas y recibe a numerosos visitantes, sin embargo, presenta año tras año deficiencias. Algunas tan visibles como la dificultad para llegar, con un servicio de transporte municipal de transporte insuficiente o la ausencia de mobiliario urbano básico.
¿Dónde hay una papelera?
“Sabes dónde hay una papelera?” me preguntan durante mi última visita al complejo. Un matrimonio que está recorrriendo el exterior del Gaiás busca desesperadamente dónde deshacerse de unos desperdicios que llevan en la mano. Y es que librarse civilizadamente de cualquier tipo de residuo en la zona que rodea los edificios de la Ciudad de la Cultura es batalla perdida. No hay ni una sola papelera. Elementos esenciales de equipamiento urbano como los bancos o las papeleras no existen. “Pues tendré que irme con esto hasta el centro” me dijo entre el asombro y la resignación, añadiendo ya con enfado “después quieren que mantengamos los espacios públicos limpios”.
Ascensores que dan calambres
Pensando en lo importantes que son los detalles prácticos para la vida cotidiana y en la distancia que hay entre la creatividad y lo sustantivo, continué mi recorrido hasta llegar al edificio que alberga la Biblioteca y Archivo de Galicia. Pocos saben que en la zona de uso exclusivo para el personal hay un ascensor con el que hay que tener cuidado.
Observo fascinada cómo una trabajadora se cubre una mano con su bata para llamarlo. “Es para evitar que me dé calambre” me explica, “son pequeñas descargas eléctricas, no matan a nadie, pero es muy desagradable”. Me confirma que el problema no es nuevo, existe desde que trabaja allí y se ha avisado de la incidencia reiteradamente sin que se solucione. Pasado el tiempo el problema se mantiene de ahí que unos hayan optado por evitar usarlo y otros por protegerse de los posibles calmabrazos con el sencillo método de aislar su cuerpo del contacto directo.
“Eso no es nada” comenta un compañero que empuja un carro con libros camino de uno de los depósitos en donde se almacenan libros, “¿ves esta esquina?” dice señalando el borde de una de las estructuras que rodean una zona de trabajo, “el otro día rocé ahí con un carro metálico y no es que me diese calambre, es que hasta saltaron chispas”. ¿Preocupado? “qué va, lo que hago es tener cuidado de no chocar ahí porque si espero a que lo arreglen…” responde con esa filosofía que te da años de experiencia en contacto con la administración pública.
Goteras en época de lluvias
Electricidad y agua, una mala combinación. No quiero ponerme dramática pero ¿es normal que en un edificio de estas características se filtre el agua de lluvia hasta el punto que se tenga que poner un recipiente para recogerla?. Estoy en la zona de acceso público de la biblioteca curioseando libros y espacios. Llueve con fuerza en Santiago y un sonido rítmico hace que busque su origen.
Descubro que es agua al caer en un cubo. En alguna zona de la cubierta, entre cristaleras y columnas, entre libros y ordenadores, hay goteras en la Biblioteca de Galicia. “Filtraciones” matiza un empleado público que opina que lo peor de este edificio es que en un espacio como este se compartan usos dispares como cultura, tecnología y emprendimiento, defendiendo que el complejo debería destinarse en su totalidad a la cultura.