En el arenal de Camelle media docena de medas de maderas y otros «refujallos» esperaban para arder en el «día das cacholas», como llaman en el pueblo marinero a las «laradas, lumeradas, cachelas» de San Xoán, o Día de Lumes. Niños y jóvenes llevaban las sillas de un viejo cine a una cachola. ¿Hubo un cine en Camelle? No es muy conocida la historia, y cuando supimos por Pepe do Porteño que la sala seguía igual que el día que cerró, hace más de cuarenta años, con la misma máquina apuntando al lugar vacío de la pantalla, organizamos la visita.
Me acompañaron el dueño y responsable de las proyecciones Sabino da Insua con el propio Pepe, que siendo adolescente le ayudaba a poner y sacar las cintas. Al abrir el portalón vimos un espacioso y amplio salón de exhibiciones, despejado de todo elemento, salvo una solitaria silla plegable y un murciélago aportando vida con sus rápidos vuelos a la ruina del tiempo perdido.
Una sala de proyección con molino incorporado en Camelle
En la entrada, a la izquierda, observamos con sorpresa una rueda de molino. Es otra de las peculiaridades del local, posiblemente el único caso en el país de un cine que compaginó sus funciones con una molinera. Desde 1961 hasta finales de los años setenta se mantuvo abierto el negocio que unía el pase de películas con la molienda de maíz. Los fines de semana había dos sesiones de cine y durante «os días soltos» llegaban los burros y carretas de cereal a la molinera, que empezó a trabajar antes de la apertura de la sala. En ambos negocios contaba el dueño con fuerte competencia, había otra molinera a la entrada del pueblo, que sigue dando nombre a un bar. Y salas de cine en Ponte do Porto y Camariñas, que recibían clientes de otras aldeas, algo que no sucedía en Camelle, por eso no se llenaba con frecuencia.
Servir de molino y templo del séptimo arte no es su única peculiaridad. Al principio lo gobernaban dos dueños, Sabino y su primo Pepe da Insua. Ambos de una familia de molineros de Ponte do Porto. Así que inventaron el «cinema en barbecho». Una temporada lo atendía uno y otro la siguiente. Al final quedó Sabino con la empresa que finalmente no pudo competir con el fútbol, la tele, el cine quinqui y de destape de la Transición.
El Cine El Económico: películas, apodos y resistencia
En el recibidor siguen con marcadas letras de tinta negra los letreros del servicio de caballeros (o jabinete, le llaman los locales) y de la subida a la zona de proyección, con la advertencia «Se prohíbe pasar a la cabina».
Nosotros lo hacemos por una estrecha escalera de caracol hasta dar con la cámara. Un modelo Universal 80, nº 7598 Supersond, comprado en A Coruña por más de cien mil pesetas. «Como tiña que desquitar a cámara nova, subín unha peseta o prezo das entradas e por iso me botaron o alcume os de Camelle de Cine El Económico, con retranca. O Cine Porteño de Ponte do Porto cobraba seis pesetas e nós sete», recuerda Sabino, que empezó con la empresa en 1961. Pero él asumió «o alcume» con diplomacia y buen saque, y ese nombre le quedó.
Sabino Riveiro al frente de la cámara, con Pepe do Porteño y O Pichón de auxiliares. «As películas que mellor funcionaban eran as de canto, tamén os dramas. Pero sobre todo as de cantantes españois; como Marisol, Joselito, Manolo Escobar» recuerda Sabino a sus 91 años.
Pepe cita también los éxitos de Cantinflas, «espatallabamonos de risa na cabina cos bailes e coas frases de Cantinflas, imos bos de rir. El padrecito, Por mis pistolas». Los carretes llegaban a Ponte do Porto en el Finisterre. Solían pasarse en dos sesiones, sábado y domingo. A veces en la proyección las cintas se despegaban y había que estar siempre con la cola a mano. Atender los cortes de luz.
Del cine ambulante a la Tómbola de Chuco y Chano
A Ponte do Porto y Camelle el cine vino en la posguerra, en los años cuarenta, cuando O Albacete y Chuquiño da Santa le compraron un pequeño proyector a Ramón Caamaño de Muxía, del que fueron socios. Era cine mudo, ambulante, que podía usar cualquier bajo, un descampado. Es célebre una foto de este servicio a lomos de un burro atravesando la ría de Camariñas.
Los propios operadores comentaban las acciones: «aí ven o chico, chico rescata a chica, chegan os cabalos». En Camelle contaban con el salón de baile de Baña. Allí pasaban El correo del zar, Los nibelungos, a Charlot y Jaimito (Harold Lloyd). Luego, estos dos dinámicos emprendedores de Ponte do Porto lo dejaron; Manuel González O Albacete se dedicó sólo a la fotografía y José Antelo Chuquiño a otra famosa atracción de tantas fiestas y ferias, la Tómbola del Cubo de Chuco y Chano. Foron tempos.