Un 10 de febrero, hace 130 años, se inaugura el obelisco de los Cantones de A Coruña, uno de los monumentos más reconocibles de la ciudad. Un reloj corona la columna desde entonces, armado por un afamado relojero francés, Emilio Vergne.
El artesano que en torno a 1885 vendió un reloj carrillón con el mismo mecanismo en Ponte do Porto, que hoy sigue dando las horas en una casa local, al lado de retratos de la misma década de otro franco-coruñés de pro, José Sellier.
El dorado carrillón porteño cuenta con un precioso péndulo en lira de nueve varillas con la imagen de dos infantes tomando el baño, remo en mano, a la moda francesa de fin de siglo. Una escena del stendhaliano Doubs corriendo por los verdes jurásicos.
Los Vergne, como tantos exiliados franceses, al parecer llegaron a la ciudad tras las guerras francoprusianas, expulsados de la fronteriza región del Jura, un franco-condado con vínculos españoles.
Además del afamado cronómetro coruñés otras piezas de Vergne siguen marcando el tiempo en lugares públicos, todos ellos relojes isabelinos de pared. En el Concello de A Coruña, en el de Cabana, en el colegio Labaca, en el museo Fernando Blanco de Cee. Más escasos son los preciosos «camándulas» o carrillones de pie como el de Ponte do Porto. De hecho, la joyería Dans, los mayores restauradores de esta marca, sólo conocen un caso de mecanismo de pie que haya pasado por sus manos.
El proyecto del Obelisco coruñés
En septiembre de 1893 nació la comisión promotora del proyecto del Obelisco aprobado por el Ayuntamiento el día 25 de ese mismo mes. Solo una parte fue aportación del capital público, el resto llegó por medio de la suscripción popular y los mecenas. Se inauguró en 1895, pero un año antes, en octubre, el relojero francés ya había probado el crono recién llegado de Francia.
Porque el reloj encargado a Vergne fue pedido por éste a un prestigioso fabricante de la ciudad francesa de Morez, en la región del Jura, partida con la suiza del mismo nombre. De allí provenían también el carrillón porteño y los antes citados, conocidos todos como reloj Morez.
Luis Antonio Quintana Lacaci en su libro «El Obelisco y su reloj: cien años de existencia» (1995) lo explica: «Por ser un reloj muy especial, Vergne se pone en contacto con Paul Odobey (…), al que reclama un aparato cuya maquinaria no lleve tren de sonería, posea una larga transmisión y arbole las cuadraturas de cuatro esferas. A finales del siglo XIX, todo lo concerniente a la manufactura relojera procedente del Jura francés se identificaba con la máxima garantía que se pudiera ofrecer».
Hijo del prestigioso relojero Louis Delphin Odobey Cadet, Paul Odobey (1851-1923) se independizó y creó Paul Odobey Fils en 1879, compitiendo con su progenitor.
La firma se convirtió en una de las más potentes de Francia y se mantuvo en activo hasta hace medio siglo. Cuando llega la máquina de cuatro esferas se ocupa del desembalaje Emilio Vergne, encargado de la dirección de esta parte de la obra.
Recuerda José María Fernández en la revista Jael, «Se llevó una sorpresa: una de las esferas llegó rota debido a un accidente ocurrido en la aduana de Irún, así que hubo que reclamar una nueva».
El 26 de noviembre de 1894 empieza a correr el tiempo, que curiosamente era distinto del de la capital del reino, con una diferencia de casi 20 minutos. Así dos esferas marcaban la hora local y otras dos la capitalina. «Convenientemente arreglado por el relojero señor Vergne, ayer á las doce del día comenzó a funcionar el reloj colocado sobre el obelisco (…)
De las cuatro esferas que dicho reloj consta, las del Norte y Sur, ó sea las que se corresponden hacia el Cantón Grande y la bahía, señalan la hora de Madrid, y las de Este y Oeste, que hacen frente á la plaza de Mina y á la llamada casa de Caruncho, la hora de la Coruña», dice la crónica de La Voz de Galicia en su edición del 27 de noviembre. 19 minutos y 20 segundos antes que en Madrid sonaron los bronces aquel mediodía. La inauguración se celebró el 10 de enero de 1895 en medio de un diluvio que remojó los discursos.
Explica J.M. Fernández que «Durante años la máquina estuvo al cuidado de Emilio Vergne, al que el Ayuntamiento asignó 75 céntimos diarios por esta tarea extra, con lo que duplicó sus honorarios, que eran de 75 céntimos por cuidar de los relojes de capitanía y de las oficinas municipales. A continuación fueron sus sucesores los que asumieron la supervisión».
En 1896 Vergne es también platero, y el Ayuntamiento le encarga 32 medallas para los concejales. El 8 de junio de 1889 aparece la propaganda de la relojería de Emilio Vergne en la calle Riego de Agua 44 en «El Anunciador».
En 1896 leemos una platería y joyería Eduardo Vergne y Hermano en el número 40 de la misma calle. Un vástago llamado Emilio Vergne emigra a Argentina y lo vemos en el boletín oficial del Centro Gallego de Buenos Aires de abril de 1913 presentando a varios socios: Adolfo Giménez, Ramiro Pérez Giménez, Felipe Arias, Felisa Giménez, Prudencia G. De Giménez.
Preside el centro, en el inicio de una etapa de esplendor, Laureano Alonso Pérez. Desde 1855 la ciudad coruñesa cuenta con afamados relojeros: Ramón Iglesias, formado en Neuchatel; Losada, llegado de Londres. En 1844, un exiliado francés llamado Vergner se instala en la ciudad como práctico en el oficio de fabricar tejidos de algodón, asociándose con los más influyentes comerciantes locales.