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martes, enero 21, 2025

Una década sin Zapatones. Luces y sombras de un icono jacobeo

En mayo (el mes de las flores, de la virgen de Fátima) se cumplen diez años del fallecimiento de Zapatones, uno de los iconos del renovado Camino de Santiago, ese peregrino de aspecto bonachón anfitrión de tantos caminantes de todo género y condición (incluyendo reyes, presidentes de gobierno, ministros) en la Praza do Obradoiro compostelana.

Hace dos décadas en un programa de Radio Xallas desvelé el nombre y lugar de origen de ese enigmático romero, al que bien conocía. Se trataba de Juan Carlos Lema Balsas, mi vecino de Ponte do Porto, parroquia en donde descansan sus restos mortales. Enterrado pero no olvidado, pues tiene su propio espacio en wikipedia y hasta una propuesta popular de convertirse en estatua. Zapatones murió un 14 de mayo de 2015, un día después de la gran fiesta anual en su barrio natal, As Barrosas, la Virgen de Fátima. A cuya representación de teatro sacro con engalanada procesión nunca faltaron su madre o su hermano, y sigue vigente.

La historia de Zapatones

Juan Carlos nació en Ponte do Porto en 1954, hijo de madre soltera y sin recursos que entregó su niño a la casa cuna de las Hermanas de la Caridad de A Coruña. María Balsas, su madre, era bien conocida, hermana del sacristán de la parroquia, con casa en As Barrosas, en donde aún reside su otro hijo, Pepe, único hermano de Zapatones. María vivió muchos años en este hogar, hasta finales del siglo pasado, junto a su hijo y su madre. Trabajando desde niña, como tantas mujeres de la ría, vendiendo pescado por las aldeas, lavando; faenando en lo que pudo para salir adelante, sobre todo en labores cerca de la iglesia.

El supuesto padre de Zapatones, de nombre José y vecino, se desentendió del hijo y de la madre, como hizo el padre de su otro niño. Entonces los servicios sociales en el rural se circunscriben a la caridad cristiana y al oficio del párroco o de las mujeres devotas cercanas al mismo. El cura local era silvino del río, en un año triste para la parroquia, pues su rector inaugura un nuevo templo de San Pedro destruyendo dos iglesias góticas.

Por su parte, Zapatones a los seis años entró en los Salesianos de A Coruña y posteriormente fue al colegio de la misma orden de Castrelo en Cambados. Los niños que vivían en la inclusa, a esa edad dejaban de ser cuidados por las monjitas para ser tutelados por la Congregación Salesiana. Pero el niño tuvo que dejar la ciudad por el campo, y algunas escapadas intempestivas con «malas compañas» por las calles coruñesas influyeron en sus tutores para buscarle un destino rural, alejado de tantas tentaciones por el arte de Monipodio. En 1968 Zapatones, con apenas doce años, pasó a formar parte de los trescientos veinte alumnos del centro de Cambados.

La periodista María José Lorenzo interpreta este cambio traumático, «El niño abandonado por su madre, se había convertido en un adolescente sociable, con carácter divertido, obediente y además buen cristiano y honrado, pero tenía el defecto de no ser un buen estudiante, aunque lo intentaba con todas sus fuerzas no conseguía obtener buenas notas. Fue entonces cuando los curas decidieron trasladarlo al colegio que tenían en el pueblo pontevedrés de Cambados».

Una vida con picaresca

Pero amigos y vecinos de Zapatones añaden esa otra vertiente picaresca, sus escapadas con los malandrines de la ciudad. Los Salesianos abrieron su centro el 15 de noviembre de 1947, en una magnífica finca con un precioso pazo y una capilla, donada a la congregación por Lucía Bechade y su hija, Dolores del Valle Bechade. En el año 1967 la benefactora falleció a los ochenta y dos años, con su capilla ardiente ordenada en la capilla del pazo. En este centro ZP trabajó cuidando las vacas en los establos, en los viñedos, en el campo. De donde aprovisionan de leche y alimentos el colegio. El chico no destacaba en los estudios, no tenía mucho entusiasmo por las clases y por ello los curas le buscaron un oficio. Entró de camarero en un restaurante local. Y fue llamado a filas.

Pese a los muchos años vividos en internados y disciplinas, el servicio militar se le atragantó más que las clases y las misas. En los permisos conoció a quinquis y pícaros con los que compartió fechorías, oficios callejeros desarrollados con incipiente maña en su niñez herculina. En su etapa en los Salesianos no era ajeno a las salidas por las ruelas de A Coruña y Cambados, con desplazamientos a su localidad natal.

Ahora, además, se saltó órdenes y entradas, fue reclamado por prófugo y se enfrentó a sus superiores no pocas veces, sufriendo el rigor de la justicia militar en los rescoldos de la Dictadura. Durante su adolescencia y mocedad no dejó de ir por Ponte do Porto, en donde contaba con algún amigo que lo recuerda de esos días en una villa que fue durante todo el siglo pasado capital de la movida comarcal. Dicen que era apuesto y educado. Muy hablador y simpático, acostumbrado a sus correrías y travesuras desde niño. A veces se le veía en las verbenas o en la sala de fiestas Calistenia, de mucha fama (en la provincia) en los años yeyés.

Estuvo preso por hurto y desacato en el servicio militar, que solo le sirvió para iniciar un sendero peligroso de vaquilla, perro callejero al estilo de los desheredados de las películas del cine quinqui de la transición. En su etapa en la mili fue cuando lo vi por vez primera, aunque ya había oído hablar de él. Llegado en un taxi (sin dinero para pagarle) desde Madrid a la fonda de mis padres, en donde en esta ocasión estaba su tío (Luciano Balsas, cartero y sacristán, concejal; casado con Carmen Lema, una hermana de mi abuela) de tertulia con mi padre.

Los dos le pagaron el servicio. Su tío lo salvó de no pocos problemas, aunque la mayor parte de su vida ZP se mantuvo alejado de sus parientes y de su pueblo. En Ponte do Porto vivía su hermano José, conocido por Pepe Iglesias, por su afición de niño a estar siempre a las puertas de la iglesia y también por un famoso actor argentino de las películas del Cine Porteño de Ponte do Porto.

Un hermano que en sus últimos días miró por él, lo visitaba, le facilitó un entierro digno en colaboración con el párroco y el alcalde de Camariñas. Pepe conserva los pocos efectos que nos quedan de Zapatones Como su capa, regalada en enero de 2010 por APTCM para obtener su colaboración en la difusión en el Obradoiro del Camino a Fisterra y Muxía, cuando, ya muy delicado de salud y con varias intervenciones médicas, fue nombrado embajador oficioso de la ruta posjacobea. Zapatones prometió «seguir promocionando con cariño y respeto la prolongación del Camino a Fisterra y Muxía». Anteriormente había recibido otras capas, una del alcalde de Santiago (Bugallo) , otra de la ministra de Educación Pilar del Castillo.

A principios de los años noventa el Camino de Santiago empezó una espectacular revalorización sobre todo por la apuesta de la Xunta de Galicia de Manuel Fraga con el conselleiro Víctor Manuel Vázquez Portomeñe al frente. Era el programa Xacobeo 93, sin duda el gran salto de la ruta a las glorias presentes. Zapatones se hallaba por estas fechas medio extraviado, «andando de parra en parra», sin lugar fijo.

Había conocido en Arzúa a responsables del albergue, trabajando en algunas labores de acogida en esa zona (Arzúa, Melide), por donde empezaban a verse los flujos de los nuevos romeros. Aunque el vínculo con el Camino y con Santiago vino de atrás, según él recordaba en una entrevista en El Correo Gallego. Trabajando en el restaurante Fariña de Cambados hizo su primera peregrinación con el hijo de los dueños desde la capital del albariño.

Al salir de la cárcel militar, en una vida callejera de picaresca y bohemia no exenta de pequeños actos de delincuencia, en el Obradoiro se quedó mirando a la catedral, al flujo de turistas y le vino algo a la mente. Según su propia versión se fijó en un muñeco vestido de peregrino que mostraba Daniel Otero en su comercio en Platerías. Le pidió el traje y aquella vestimenta le cambió la vida.

El nombre se lo aportó Marisa, la hija de Otero, «pareces un Zapatones». Otro personaje de cine, de películas populares de Bud Spencer. La esclavina, el bordón, la vieira en el chapeo transformaron a Juan Carlos. Pero también la educación salesiana, la afición por la lectura, el trato con algún sacerdote de la curia compostelana y albergueros del Camino entre Sarria y Compostela.

Foto Ramón Piñeiro-Wikipedia

Zapatones en la puertas de la Catedral de Santiago

Zapatones, con barba blanqueada y dejada medrar, desde 1993 vestido de peregrino se hizo un incondicional de las puertas de la catedral. Adoptó el nombre, prestado al vuelo, y el personaje ganó a la persona, se apoderó de él. Decidió olvidarse de su ascendencia, de su lugar de origen, era otro. Así contaba que desde ese momento se sentía un miembro de la sociedad, con un lugar al sol. La vida le enseñó a valerse por sí mismo, despertando cualidades como el ansia por saber, el aprecio por los libros y la formación. En mis años de estudiante en Compostela o en las visitas a la ciudad no pocas veces compartí con él charlas y me pidió libros, revistas.

Incluso acudió a una firma de una novela mía en la feria del libro en la alameda, que acabó en una singular tertulia nocturna con Farruco, Pepe Landeira, un veterano fotógrafo y un noble vaticano. Le gustaban las buenas maneras, la conversación, el trato de gentes. Pero con el paso de los años, la noche compostelana y los bares fueron ganando peso en sus aficiones y las propinas voluntarias de los turistas iban quedando por las barras del Franco, A Raíña.

Hasta 2011 vivía en el barrio del Sar, y ejerció este peculiar oficio que le reportaba algunas ganancias con las limosnas voluntarias de los visitantes y el visto bueno de las autoridades catedralicias. En una entrevista en 2008, Zapatones hablaba de esta rehabilitación, la reconversión en un hombre nuevo, como tantos romeros que se renovaban quemando su ropa y calzado en Finisterre.

Los últimos años de Zapatones

Quería escribir su vida y contar como el Camino la había transformado, «tras ser un crápula y estar en prisión». Así me lo transmitió la última vez que estuve con él en su lugar de faena y paseamos por las calles compostelanas, un año después. Se quejaba de los autores de libros jacobeos que usaban su foto pero no le regalaban ningún ejemplar. Admiraba a Rosalía y Cunqueiro, también a Cela.

Sus últimos años no fueron buenos, convive con una mujer con la que sufrió algunos altercados derivados de su alcoholismo y otros problemas de salud que lo llevaron a varios ingresos hospitalarios. En diciembre de 2011 por estas situaciones fue desalojado de su vivienda, derivando en el ingreso en un centro de rehabilitación del alcoholismo.

Durante una intervención hospitalaria, colaboré en una campaña para que los niños de la comarca le enviasen postales de navidad. Zapatones sufrió un accidente en Melide, retornando a sus orígenes en el Camino de Santiago, un siniestro por el que cobró un dinero que pronto gastó. Perdió a su compañera de estos años, Marta, y se sumió de nuevo en el abandono.

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