Hace un siglo Santiago empezaba a recuperar la perdida tradición jacobea y se abría al incipiente turismo con un local hostelero acorde a los tiempos modernos, el Hotel Suizo, propiedad de una señora de Zas, María Osende.
Otro nombre de mujer que añadir a nuestros viajeros estelares por su impagable y nunca reconocida labor promocional. Una historia comercial y modernizadora con protagonistas jacobeos de primera fila. El hotel nació como Fonda Suiza en la rúa da Conga, desde el año 1878 hasta 1903, gestionado por Santiago y Antonio Mengotti, con su socio Olgiati, todos suizos.
Tras un cierre temporal pasa brevemente a un local del Mercado Vello y en 1903 ocupan el céntrico edificio que les dio fama (como hospedaje y restaurante, por su popular café cantante) y clientes de renombre; en Cardeal Payá 18, en una esquina de la plaza de Mazarelos.
Capacidad para 50 huéspedes, lujoso comedor de 200 comensales, ahora con el viudo Antonio Mengotti como único propietario. Fallece en 1914, siendo incorporado al catolicismo en su lecho de muerte abandonada su fe protestante, todo un éxito que no tardan en anunciar desde el mismo palacio arzobispal.
Hereda las riendas su hijo Alfredo Mengotti Gaudenci, casado con nuestra vecina María Osende Botana, y llevan las riendas durante veintidós años.
Hotel Suizo, hospedaje de personajes célebres
En él se hospedaron los escritores Ernest Hemingway y Miguel de Unamuno, la fotógrafa Ruth Matilda Anderson; políticos como el general Azcárraga, Montero Ríos. Walter Starkie, Edith Wharton. Gran amigo de los Osende, cliente del negocio y auténtico pateador de senderos montañosos por toda la geografía gallega, por toda la Costa de Morte desde 1878 fue el galés J. J. Rosewarne (se casa y vive en Zas hasta su muerte en 1925), pionero de la moderna minería gallega.
No podemos dejar de pensar en la invitación de la dueña del hostal a visitar su comarca soneirana a tanto ilustre viajero, sobre todo a los afectados por la nueva ansia peregrina.
Hemingway, enamorado de Compostela
Por ejemplo, Hemingway fue un enamorado de Compostela y sus alrededores. Salía a pescar al Ulla y al Tambre, por lo que no evitamos verlo en el entonces muy truchero y salmonero río do Porto, teniendo tan buena fuente de información. Ni faltando a la visita a Finisterre o Muxía.
Ernest Miller Hemingway, español de corazón, en carta a un amigo, relata los muchos viajes que hizo a A Coruña, Orense, Vigo y Noia; en otra recomienda a John dos Passos que vaya a Galicia por mar y que en Vigo tome un taxi para trasladarse a Santiago, pero que antes se desvíe a Noia porque le iba a gustar muchísimo.
Recordaba Carlos Casares que para Hemingway, Santiago de Compostela era la ciudad más hermosa que había visto jamás… «wonderful god damned town, and fine hilly country, Galicia» (una maravillosa ciudad maldita, y hermoso país de las montañas, Galicia). Cuando llega a Vigo escribe: «las montañas llegan hasta el mar, parecen dinosaurios dormidos…» y piensa en los héroes homéricos al observar la lucha de los pescadores de la ría capturando atunes.
Walter Starkie, otro ilustre visitante
Walter Fitzwilliam Starkie (Killiney, Dublín, 9 de agosto de 1894-Madrid, 2 de noviembre de 1976) es otro nombre marcado por las estrellas jacobeas. Irlandés de oronda figura, estudioso de nuestra Literatura e Historia, su alma bohemia lo llevó a recorrer España acompañado de su violín siguiendo el ejemplo de otro paisano viajero por nuestra tierra, George Borrow. También el de Richard Ford.
Dedica el libro «The Road to Santiago: Pilgrims of St. James» (1957), a la recuperación del fenómeno jacobeo. Trabó amistad con el escritor republicano Antonio Espina, traductor de su obra en inglés; con el pintor Gregorio Prieto, con Ramón Menéndez Pidal, Pío Baroja o Camilo José Cela. Ortega y Gasset, Unamuno, Falla, Zuloaga, Pérez de Ayala.
Entre los muchos amigos gallegos de Walter Starkie se encontraba el naviero y filántropo de Camariñas Ramón Noguera Otero, dueño de la Casa do Barómetro do Serpent y de las torres de Trasariz de Vimianzo. Quizás por su mutuo afecto por Luis Calvo, o por la buena vida en las noches madrileñas y compostelanas. Su familia había ostentado el viceconsulado inglés en la villa desde 1870 hasta la guerra civil.
El irlandés, desde 1940 director del Instituto Británico de Madrid, visitó Camariñas invitado por su amigo. De esta estancia localicé un ejemplar de Don Gitano en la biblioteca de los Noguera, una primera edición de 1944 de esta curiosa obra de Starkie, escrita en 1933 contando sus viajes por Marruecos y el sur de España acompañado de un burro y un violín.
El irlandés hace el camino jacobeo a su manera, se desvía por Asturias, entra en Galicia acompañado por el gaiteiro Eladio. Entra en Santiago el 15 de julio de 1954, Año Santo. Es posible que Luis Buñuel se inspirara en su obra para el guión de la Vía Láctea, rodada en 1969; película que me abrió el ansia jacobea. Recorrió en cuatro ocasiones el Camino de Santiago, entre 1924 y 1954.
No desaprovechó su estancia entre nosotros en tan convulsos años para espiar. Tampoco hizo ascos a subir en autos como el de Noguera evitando tramos abruptos, aunque las carreteras gallegas no eran mejores. Ignacio Gracia Noriega nos recuerda que «es un bon vivant entregado a la aventura».
Viaja decidido a comer bien y a beber mejor. En 1958 escribe «se dice que el apóstol Santiago predicó en la desabrigada aldeíta de Mugía».Su amigo gallego J. M. Castroviejo lo tuvo que poner muy al corriente de los cultos y magias del Finisterre. Manuel Fraga, los Carro Otero fueron otros compatriotas nuestros que trataron y estimaron al gran peregrino de su tiempo.
Las palabras de W. S. son claras y no nos dejan poso a imaginaciones. Hablan de su céltica fascinación finisterrana.
En su libro El Camino de Santiago reconoce la existencia de un número de peregrinos solitarios «que hacen la larga jornada guiados únicamente por las miríadas de almas errantes del polvo de estrellas de la Vía Láctea, esta galaxia que según nos dice Dante, el pueblo corriente llama el Camino de Santiago«.
Finaliza su libro con palabras que resumen muchas de nuestras inquietudes finisterranas: «pero cuando esos solitarios seres abandonados y perdidos vuelven sus caras hacia el hogar, después de orar junto a la tumba de Compostela y de alcanzar la tierra nebulosa de la Estrella Negra, en la que la marea que sube y baja murmura al pie del fin del mundo, su estado mental se parece al del monje antiguo que se quedó en el bosque escuchando arrobado el canto divino del pájaro en el árbol.
Cuando el pájaro dejó de cantar, oyó la campana del monasterio que le llamaba a rezar, pero todo el mundo había cambiado y ninguno de los monjes lo reconoció porque el canto arrobador del pájaro había durado cien años». Una leyenda muy celta, tanto que la primera vez que en el mundo aparece escrita el escribano usa la lengua de Galicia.