Las leyendas de la ría de Camariñas hablan de una dama italiana que enseñó a las naturales a palillar. Otra versión explica que vivía en Cereixo, en las torres nobles del lugar.
Las crónicas, la verdadera historia, acredita la presencia de encaje en la comarca en el siglo XVII y una fuerte implantación en el siglo siguiente. Está claro que en Galicia es una artesanía costera, por lo tanto llegada por mar, o de clara influencia en el comercio marino. A Flandes y a Italia. Sus barcos arribaban desde la época gótica a puertos como Muros y Noia.
También a Muxía, escala frecuente del convoy veneciano, portador de ricas telas, sedas y encajes de lujo. Desde el siglo XVIII Camariñas y Corcubión relevan a las villas del comercio gótico.
La relación con Italia además de comercial es política. El sur de Italia estuvo durante siglos vinculado a Aragón y a España (Nápoles, Sicilia). Por ello muchos nobles y soldados gallegos combatieron allí y obtuvieron importantes cargos entre 1504 y 1715; como los Moscoso de Altamira (señores de buena parte de la ría), sus parientes los Lemos, o militares de la casa de Andrade, que emparentaron con los señores de las torres de Cereixo, en cuya puerta estamparon las banderas tomadas a los franceses en la batalla de Seminara. El IX conde de Altamira fue embajador en Roma.
El primer conde de Maceda (nobles que se casaron con las señoras de Cereixo) fue arzobispo de Palermo y virrey de Sicilia. Así que no faltó el flujo de damas «italianas» que arribaron a Galicia y a nuestra comarca en la Edad Moderna. Ya dejé constancia de la relación en mi obra «Costa da Morte, crónica marítima» (GALP 2016).
En cuanto a la influencia flamenca, al flujo comercial del norte con Lisboa y Cádiz con escala en Galicia unimos la presencia constante de soldados y oficiales de guerra gallegos en los tercios de Flandes. Muchos volvieron casados con damas flamencas. Bien naturales de la región o hijas de soldados hispanos asentados en aquellas plazas. Y ahí tenemos un caso que nos viene como anillo al dedo. Una mujer flamenca, magnífica encajera y que sirve de maestra de los picados flamencos a su noble prole y servicio.
Ana de Andrade, la flamenca
Se trata de Ana de Andrade, la flamenca. Abuela de María Antonia Pereira y Andrade, una venerable escritora y mística carmelita gallega cuya causa de santidad está en proceso en Roma.
La famosa María Antonia de Jesús, a monxiña do Penedo, fundadora del carmelo gallego y también gran palilleira. Por ello en breve podríamos tener a la primera santa palilleira gallega del santoral. Hija de puntilleiros, vendedores de encaje de Alençon, fue santa Teresa de Lisieux, también carmelita y escritora, en el siglo XIX. Muy venerada entre las puntilleiras de Ponte do Porto en el siglo pasado.
En cuanto a nuestra santiña anotamos que Domingo do Campo, el abuelo de María Antonia nace en Troans, cerca de Cuntis, de una noble familia compostelana emparentada con los Moscoso de Altamira. Capitán de los Tercios de Flandes se casa en aquellas tierras con Ana de Andrade y fijan su residencia en O Penedo, donde construyen casa y molino. Doña Ana, apodada la Flamenca, muere en 1701. Domingo casará de segundas nupcias. La Flamenca instruye en el arte del encaje a sus hijas aunque no podrá hacerlo con su nieta (la santa), tiene un año cuando ella muere. Será su madre quien le enseñe los picados heredados de La Flamenca.
María Antonia de Jesús, «a monxiña do Penedo»
La monja nos dejó escrita su autobiografía. Además tenemos la obra ‘Aproximaciones a la M. María Antonia de Jesús’ de María del Salvador González. De ahí podemos recoger información sobre la vida de la futura santa. Una biografía que habla de largas faenas creando labores, de explotación y maltrato infantil, de violencia sexual. La historia de una mujer que superó todo lo imaginable con los libros y la fe.
María Antonia Pereira y Andrade nace el 5 de octubre de 1700 en O Penedo de Cuntis. Hija de Manuel Pereira y María do Campo y Andrade, naturales del lugar. Su padre descendía de la Casa Blanca de Portugal y su madre era descendiente de obispos y damas de la reina Isabel. Era la mayor de cuatro hermanos; Lucas, Mateo y otro hermano fallecido a muy corta edad.
María Antonia nació de siete meses y por miedo a que no sobreviviera la bautizaron al día siguiente con el nombre de Flavia. Después de la confirmación fue convertida en María Antonia. Sus padres eran profundamente cristianos y su padre riguroso y severo. A los cinco años su madre la instruye en las labores propias de las mujeres de la época, como hilar y hacer encajes.
María Antonia era una magnífica aprendiz y destacó pronto como palilleira, por lo que su madre la tenía sujeta a la almohada, sin dejarla salir de casa ni tratar con persona alguna. La niña destacaba por ser «siempre bien inclinada, sin resabios de malicia, de corazón muy sencillo, manso y apacible con todos y muy compasiva con los pobres».
Sin embargo los castigos y rigores del padre asustaron a la madre, que a los siete años la envía a Caldas de Reis al cuidado de su cuñada María Pereira, tan virtuosa y espiritual como su marido. Una verdadera déspota, cruel esclavizadora de niñas de cuyo trabajo se aprovechaba. María regentaba una casa en la que acogía a niñas y enseñó a su sobrina oficios y «el rezo del rosario y otras devociones». no desaprovechó la habilidad de la sobrina palilleira para tenerla amarrada en su palillada, trabajando en la tarea hasta el agotamiento. Su tía la tenía dedicada todo el día al trabajo y le «solía poner las carnes más negras que un carbón, de azotes y pellizcos que le daba».
Una vida muy dura para María Antonia de Jesús
Un día María Antonia caminaba por la calle y se ve envuelta en un alboroto. un cura que le quiere dar un palo a uno de los alborotadores se los da a ella y le deja un brazo quebrado. Sin poder recuperarse es obligada a trabajar a destajo para mantener a su tía y su abuelo. Cansada de tanta explotación, escapa a su casa. Pero al poco tiempo su padre fallece repentinamente y la familia queda sin ingresos, por lo que la tía aprovecha para llevársela de nuevo a su casa de Caldas.
Ya adolescente era una mujer muy bella y por eso la empezaron a cortejar. El trabajo ahora era doble ya que hacía encajes para las albas del abad de Tui y para su abuelo y su tía. De tanto trabajo María Antonia enferma y la mandan a Tui a casa de una amiga del prelado. Allí un pariente de la señora quiere abusar de ella. De nuevo escapa, sola, sin saber adonde.
En el camino encontró a una pareja de su edad que también huía y se unió a ellos. Mientras caminaban por una senda un hombre desconocido la intentó secuestrar y montarla en el caballo. Por suerte apareció un anciano que la liberó.
Si pasó la infancia en Caldas de Reis, su juventud la lleva a vivir entre Baiona y Tui. Además de ser una joven hermosa es una magnífica bordadora y encajera. Un día un hombre extraño le encarga un encaje preciso, pero luego el cliente insiste en conocerla artesana.
Logrado su objetivo intenta propasarse pero la artesana se lo impide. Ya es una gran aficionada a la lectura y con fuertes convicciones religiosas, pese a verse una y otra vez acosada por pretendientes.
El citado cliente es un rico hombre que se obsesiona con ella. Va como invitado a la fiesta que organiza la marquesa de Montesacro en Santiago, que había acogido unos días a la joven en su casa. El pretendiente insiste en bailar con ella y ante el rechazo le golpea con fuerza dejándola inconsciente.
En buena parte para alejarse de todos estos tormentos y ganar seguridad se casó con Juan Antonio Valverde el 9 de marzo de 1722. La carmelita dejará escrito en sus papeles que «era hombre sin vicios, muy recatado y muy devoto de la Virgen del Carmen«. Tendrán hijos, uno de ellos será misionero en Filipinas.
No acaban sus penurias. Con su marido ausente trabajando en Cádiz, un amigo de éste intenta seducirla. Ella suplica al crucifijo de su dormitorio que le dé fuerzas para rechazar al intruso, y entonces escucha la voz de Cristo: «Apártate de la ocasión en que puedes ofenderme, y sígueme».
El 15 de agosto de 1728 hace el voto, condicional, de castidad. Dos años más tarde, en Sevilla, convence a su marido para la disolución del matrimonio. Y para hacerse religioso.