- Eloy Ramos Martínez –
El próximo mes de marzo se cumplirá el cincuentenario de uno de los más abyectos asesinatos múltiples cometidos por la banda terrorista ETA. En ese monstruoso acontecimiento fueron víctimas José Humberto Fouz Escobedo, Fernando Quiroga Veiga y Jorge Juan García Carneiro.
El 17 de aquel mes de 1973 los tres amigos habían estado en su ciudad natal, La Coruña. Jorge Juan había ido a formalizar su compromiso matrimonial con su novia, con la que se iba a casar en fechas próximas.
Eran pues, coruñeses de nacimiento y también amigos desde hacía mucho tiempo; José Humberto contaba 29 años de edad, estaba soltero y trabajaba de intérprete en la agencia de transportes Traffic S. A. de Irún. Vivía en casa de su hermana Isabel y su cuñado José Cesáreo Ramírez Ponte, en Irún, desde dos años antes.
Había cursado estudios de idiomas que perfeccionó en Inglaterra, Francia, Bélgica, Suecia y Suiza. Hablaba francés, inglés, italiano, alemán y ruso. Era intérprete comercial en su empresa.
Fernando Quiroga Veiga, de 25 años Era soltero y trabajaba en la Agencia de Aduanas “Carlos Llanos” en Irún, donde llevaba residiendo un año. García Carneiro tenía 23 años, también soltero, era de profesión administrativo y había llegado a Irún dos meses antes a buscar trabajo, que se lo iba a proporcionar el cuñado de Fouz. Vivían en la casa del cuñado de José Humberto.
El 24 pasaron la frontera francesa con la intención de ver la película “El último tango en París” que en España estaba censurada. Nunca más se sabría de ellos.
Al salir del cine pararon en varios bares para celebrar el próximo enlace matrimonial de Jorge Juan. Según parece pararon en un bar llamado “La Lycorne”, aunque luego cambiaría por “Pakaloko” sito entre San Juan de Luz y Bidart y allí comenzó la tragedia. Al parecer fueron confundidos con policías españoles –vestían de americana y corbata, eran jóvenes y tenían acento gallego -, como tantos funcionarios del Cuerpo General de Policía, destinados en el Norte.
El antiguo dueño del bar, Jean Pierre Bernateau siguió viviendo al lado del local y juró que no se enteró de nada porque dijo que aquello debió ocurrir en el aparcamiento y el ruido del mar amortiguaría cualquier otro.
Pero por manifestaciones de otros etarras detenidos con posterioridad y las investigaciones que pudo realizar la Policía española, se supo que en aquel lugar, que era un nido de etarras se encontraba un grupo de ellos capitaneados por Tomás Pérez Revilla, “Tomasón” que sería quien dirigiría la acción. Este individuo era un borracho habitual y delincuente común contra la propiedad; totalmente desprovisto de escrúpulos, mataba con absoluta naturalidad. Entre otras cosas había participado en los secuestros de Zabala y Huarte.
Le acompañaban Manuel Murúa Alberdi, “El Casero”, también secuestrador de Huarte; Ceferino Arévalo Imaz, “El Ruso”, desertor del Ejército; Jesús de la Fuente Iruretagoyena, “Basakarte”, autor del robo, con otros de 3.500 kg. de dinamita; Prudencio Sodupe Acuene, “Pruden”,ex seminarista y activista destacado; Sabino Achalandabaso Barandica, “Sabin”, máximo responsable del Frente Político de ETA; José Miguel Lujúa Gorostiaga, “Mikel”, entre otras cosas participó en el secuestro de Zabala; Miguel María Garmendía Zubiaraín, “Korta” e Ignacio Iparaguirre Aseguinolaza, asesino del sargento de la Guardia Civil, Jerónimo Vera García y que moriría en un enfrentamiento con miembros de ese Cuerpo en 1974 en Pasajes de San Pedro.
El grupo de etarras, que estaban bastante bebidos, comenzaron con las provocaciones hacia los tres jóvenes, hasta que “Tomasón” le partió la cabeza de un botellazo a Humberto, dejándolo malherido, con el parietal roto y pérdida de masa encefálica. Los demás se abalanzaron sobre Jorge y Fernando, a los que propinaron una brutal paliza, ante la absoluta pasividad de los demás clientes del local.
A golpes los sacaron del local y los introdujeron en dos coches, uno de ellos el Austin 1300 matricula de La Coruña, 2143 B, que era de Humberto Fouz, y en otro de los etarras.
Los llevaron a una granja que controlaba ETA, sita en Saint Palais. Allí se les unió José Manuel Pagoaga Gallastegui, “Peixoto”. En la granja los torturaron bárbaramente para tratar de que les confesaran que eran policías y cuáles eran sus objetivos. Les sacaron los ojos con un destornillador. Cuando se convencieron de que no eran policías, el propio “Tomasón” se encargo de descerrajarles un tiro en la cabeza. Luego hicieron desaparecer los cuerpos.
Es posible que el de Humberto Fouz fuera arrojado al mar desde la lancha Dragón BA 1694 que era usada habitualmente por ETA.
En el año 2005 el periodista de “El Mundo”, Manuel Aguilera entrevistó al infiltrado en ETA, Mikel Lejarza Eguía, “El Lobo”, quien relató una conversación con “Peixoto” en el que éste le confesó el triple asesinato y le dijo que los tres jóvenes fueron enterrados en la playa de Hendaya pero más tarde los exhumaron y los enterraron de nuevo en un lugar más seguro, probablemente en un caserío que poseía Telesforo Monzón en la carretera de San Juan de Luz hacia Ascaín.
«Era mejor no hablar de aquello»
Hasta tal punto fue repugnante este triple crimen que, según alguno de los históricos de ETA, como “Ezkerra”, “Wilson” o “Garratz” cuando preguntaban algo sobre ello a “Tomasón”, éste les decía que “Era mejor no hablar de aquello”. Una carta, firmada por “Un leal español” comunicaba a la Policía que un fraile, residente en el Saint Gregory College, en Inglaterra, Elías Jáuregui Bereciartúa, se vanaglorió delante de sus alumnos, de haber “liquidado a tres policías gallegos” que intentaron infiltrarse en ETA en el sur de Francia.
Coral Rodríguez Fouz
También, en ese año, en febrero, una sobrina de Fouz Escobedo, Coral Rodríguez Fouz, parlamentaria socialista, acusó a los partidos integrantes del Gobierno vasco (PNV, EA y EB) de burlarse de su dolor y del de toda la familia. La parlamentaria había presentado una proposición no de ley, el 19 de noviembre de 2004, que decía así:
“El Parlamento Vasco insta al Gobierno Vasco a facilitar las medidas necesarias para localizar e identificar los cadáveres de las personas desaparecidas a manos de la banda terrorista ETA. El tripartito presentó una enmienda a la totalidad pocos días después, el 3 de diciembre, con el siguiente enunciado: “El Parlamento vasco declara también que es una cuestión de justicia histórica el esclarecimiento de las desapariciones de personas que se produjeron en la década de los 70 del pasado siglo”.
Este párrafo indignó a la parlamentaria, que se expresó así:
“No estoy segura de si se refieren a los desaparecidos durante las dictaduras militares chilena y argentina, a los desaparecidos en la década de los 70 del siglo pasado en países como Guatemala o Méjico o si incluyen también a marineros desaparecidos en naufragios o a quienes fueron a por tabaco y no volvieron” ironizó. El portavoz del PNV en la Comisión de Derechos Humanos en el parlamento vasco se disculpó.
Dos años antes los escritores Manuel Cerdán y Antonio Rubio publicaron el libro “Lobo. Un topo en las entrañas de ETA” y en él, el ya referido Mikel Lejarza, relata cómo José Manuel Pagoaga Gallástegui, “Peixoto” le contó, alardeando los detalles de la carnicería, como si fuera una heroicidad. Le dijo que los etarras estaban en el bar porque era próximo a su casa y se hallaban borrachos y hundidos porque uno de los suyos había resultado muerto en un encuentro con la Guardia Civil en España pocos días antes. Le contó que a uno le sacaron los ojos con un destornillador “¡Y cómo gritaba el tío! Añadió. Le dijo que la orden de que desaparecieran la dio “Tomasón”.
En 2020 Mikel Lejarza con Fernando Rueda publicó el libro “Yo confieso. 45 años de espía”. Vuelve a referirse al mismo episodio contando que José Manuel Pagoaga Gallástegui, “Peixoto” y Isidro Garalde Bedialauneta, “Mamarru”, el especialista en explosivos de la banda, le relataron la muerte de los tres jóvenes, entre carcajadas explicándole cómo les sacaron los ojos con un destornillador. Comprendió que aquellos seres solo estaban en el mundo para hacer daño y les divertía ser crueles. Añadían lo que les harían a cualquier guardia civil que cayera en sus manos, y es mejor no comentarlo.
El mal nacido de Tomás Pérez Revilla, “Tomasón” contraería años después leucemia y para tratarla se instaló en Biarritz. En 1984 encontró la muerte en San Juan de Luz a manos de los GAL.
El 15 de junio de 1984, cuando iba acompañado por el cura etarra Román Orbe sufrieron un atentado con una moto bomba. Envueltos en llamas se refugiaron en un bar. El cura sobrevivió pero Pérez Revilla, debilitado por la enfermedad falleció en el hospital de Burdeos.
ETA nunca reconoció el múltiple crimen, y está amnistiado por la ley 46/1997 de Amnistía. Los cadáveres nunca aparecieron.