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miércoles, marzo 20, 2024

Los cuadernos de Frida Kahlo para Alejandro Finisterre a debate

En la primavera de 1954 Frida Kahlo envió una «Caja de Pandora» a su amigo y amante el gallego Alejandro Finisterre por su chófer Manuel. En el lote iban pinturas, objetos personales, cuadernos, cartas. En otro artículo hemos tratado sobre la verosimilitud de la correspondencia entre los dos amantes, ahora hablaremos de los cuadernos. 352 hojas de textos y dibujos inéditos de la pintora más célebre del siglo.

Durante dos años fuimos desgranando estos documentos que ahora forman parte de un debate internacional entre expertos y otras «autoridades» sobre la veracidad de los mismos, algo que por supuesto seguimos defendiendo sin matices.

Una docena de cartas de Frida a Alejandro

La docena de cartas que envía Frida a Alejandro, escritas en 1953 y 1954, fueron analizadas y guardan semejanza con la correspondencia conservada de la autora en esos años. Se comparó con cuatro manuscritos de archivos privados, documentos anexos en la bibliografía publicada; o con seis hojas del conjunto de misivas enviadas a José Bartolí, otro amante español de Frida y amigo de Alejandro.

Pueden apreciarlo en las fotos de las cartas a Bartolí que acompañan a este artículo, han pasado la criba caligráfica y proceden de una misma fuente; en un marco temporal similar, 1948-49. La caligrafía, el estilo, la tinta, las ilustraciones guardan similitud con las piezas ya conocidas de la pintora.

El papel usado es igual al utilizado por la autora en la época. Todas las cartas son de una misma autoría. Nada parece suponer que la correspondencia entre ambos sea una manipulación o un intento de falsificación. También ha sido verificado que todo este legado era propiedad de Finisterre, con una carta autógrafa suya asimismo analizada y otra serie de objetos que hablan de la relación del editor e inventor gallego con personajes muy importantes en la biografía de Frida. Entre ellos sus dos amantes españoles: José Bartolí y Ricardo Arias Viñas.

Teniendo el antecedente del conocimiento de escritos y dibujos de Frida usados en la comprobación de las cartas pasamos al estudio de los cuadernos. Son un amplio grupo de documentos, de una misma mano y con un mismo origen, por lo tanto una falsificación de tal tamaño se hace compleja; máxime porque tuvo que ser realizada en aquella época, los años cincuenta, con el mismo papel y tinta. ¿Con qué fin, objetivo?

Forman parte de esa Caja de Pandora que Frida cita en una carta va a enviar a su amante en la primavera de 1954. Hablan de la relación amorosa entre Frida con Alejandro y de mucho más. Se pueden verificar nombres y situaciones en la época y biografía de todos los personajes citados, una ardua labor que hemos terminado y junto al comentario del material abarca 400 páginas. Una investigación de tres años, inédita en su mayor parte, pero no en lo sustancial, que defendemos de punta a rabo y con debate público documentado donde se nos reclame.

La información que arrojan estos pliegos aporta novedades sobre los últimos años de una figura tan importante como es Frida, también es de gran valor para el estudio del exilio español en México. En este caso para reivindicar las relaciones y la figura de Alejandro Finisterre, algo más que el inventor del futbolín.

Y ratificar la trascendencia en la vida de la pintora de otros dos españoles, los catalanes Ricardo Arias Viñas y José Bartolí. Tres amantes españoles con un bagaje personal muy similar, tres militantes republicanos refugiados en México. Los tres huyeron de España hacia los campos de concentración franceses en los mismos días y por los mismos pasos a la caída de la República en abril de 1939; mientras Frida estaba en París con su amante Michel Petijean, involucrada en la ayuda a los refugiados y trabajando para conseguirles pasaje y visado para México.

De hecho el romance con Ricardo Arias nació en el barco de retorno a su país, como hemos podido comprobar al curso de nuestra exclusiva investigación. Huyendo de los bárbaros campos de concentración del sur de Francia, Bartolí usó una red clandestina judía hacia Argelia y México. Alejandro escapó a Andorra y entró de nuevo en España donde cumplió el servicio militar. No llegaría a México hasta agosto de 1948, cuando conoció a Frida Kahlo en la pulquería «La bomba atómica».

La Caja de Pandora está compuesta por varias libretas y álbumes de dibujo de Frida regalados a Alejandro. Un cuaderno ilustrado dedicado a A.F.; dos poemarios iluminados para A.F. y José Bartolí en 1953. Un libro de recetas de cocina recogidas por la propia pintora, un libro de recetas médicas con una lista de sus grandes amores. El cuaderno escolar de 1940 para Diego Rivera y Nickolas Muray. El precioso y amplio Album Negro para Alejandro de 1953.

TEST CALIGRÁFICO

Realizamos un test caligráfico contrastando las letras de la colección A.P. con otras cartas de Frida a Diego y las de la colección de Bartolí publicadas desde 2015 que usamos en el artículo anterior.

La resolución del análisis grafológico no puede ser más satisfactoria para nosotros y demuestra que estos escritos son de una misma mano. Las cartas a Diego y Bartolí son de Frida, según común consenso. Resumimos las conclusiones del informe (trazado de las letras, cierre, inclinación, velocidad).

Usamos para ello no las cartillas con escasas líneas apoyando alguna ilustración o las hojas finales con palabras sueltas en donde se advierte una falta de reflejos de la autora, sino los textos más complejos: cartas de una página completa como mÍnimo, la prosa desarrollada de los cuadernos.

Frida suele usar en la colección A.P. una letra mediana en cartas y cuadernos, dejando poco espacio entre palabras, con letras rectas y sin inclinación; con escasas excepciones inclinadas a la derecha (al inicio de la página o de algún párrafo).

En la libreta escolar de 1940 se aprecia un poco más de espacio de separación, posiblemente porque se pasaron a limpio unos apuntes anteriores. En las cartas a Diego y Bartolí se cumplen también todos estos parámetros, no hay distinción con nuestros papeles.

En la colección A.P. los textos analizados por dos peritos presentan letras unidas, que atendiendo a la personalidad advierten un método, una escritora que toma una decisión con cuidado y está expresando unas ideas o comunicando un mensaje (cartas). La autora usa vueltas estrechas en la letra l, en la jampa superior. También vueltas estrechas en el bucle de la letra e, con algunas (escasas) vueltas anchas. El punto es pequeño, no es un círculo ni una raya tipo tilde. En las cartas a Diego y Bartolí se cumplen también estos aspectos.

Puntúa las íes bastante arriba, con puntos centrados, con tendencia a la derecha en algunas marcas (muestra de empatía, detalle); las eses caligráficas minúsculas son puntiagudas. Las oes son abiertas con rasgo final. Es curioso que este carácter de rasgo final en las oes no aparezca en las cartas a Bartolí que pude ver. Un rasgo final que vemos en las letras a y r; con ausencia de rasgo inicial en todas las demás. Cierra la t en la punta y con línea corta, horizontal.

Se aprecia en las cartas y cuadernos una escritura lenta, no rápida, organizada; con presión firme, fuerte. Hay un uso de jambas inferiores en la y, z y en algunas g, j. La z de Frida es muy peculiar, un bello rasgo de estilo presente en todas las hojas cotejadas. También guardan todas estas características las cartas a Diego y Bartolí.

EL CUADERNO ESCOLAR de FRIDA . 1940

Del complejo lote de libretas hay una fuera del tiempo de Alejandro, ya que nos retrotrae a 1940. Para las personas críticas con estos documentos, aquí tienen precisamente algo que reclaman (una Frida pulcra y con buena letra) y que cuenta cuestiones muy personales. Son carillas de letra clara, bien legible; solo al principio presentan alguna tachadura o borrón, líneas irregulares. En nada desentonan (lo que cuentan y cómo lo cuentan) con los escritos verificados de la autora, en plena lucidez pese al desgarrador relato de traiciones y mentiras.

Frida entrega a A.F. un cuaderno escolar, usado por la artista para anotar los acontecimientos sucedidos en 1939 y 1940 que la llevaron al divorcio de Diego.

En la portada anota que es propiedad de Alejandro Finisterre, aunque dentro nos relata su ruptura con Muray y Diego. El nombre de Alejandro seguirá apareciendo en alguna ilustración, escrito para su entrega con el resto del legado en 1954; son cortas notas hechas fuera de tiempo sobre un texto antiguo, estimado por su autora.

Ella explica que en esa temporada de soledad y privaciones tuvo que usar esta libreta, regalada por el hijo de una tendera del mercado, para escribir y dibujar. Encaja con otros apuntes conocidos de la artista contando este tipo de penalidades, la falta de material para dibujar o escribir.

Es un precioso y muy relevante texto escrito en 1940 que aporta datos de primera mano sobre esta singular etapa de su vida; noticias de su propia voz y no conjeturas de biógrafos o personajes interesados, que ayudan a aclarar asuntos polémicos. A la libreta le faltan algunas hojas, usadas por la propietaria para otros fines (cartas, esbozos), porque el texto es legible, correlativo y no sufre cortes. Cuenta con 36 páginas; cinco son ilustraciones (págs. 3,5,7,8,35) y dos son textos con dibujos (págs. 14 y 30). Originalmente eran 50 hojas.

En la portada leemos «Cuaderno Escolar, Secretaría de Educación. De: Frida Kahlo. Perteneciente a: Alejandro Finisterre. 50 hojas». En la parte superior Frida dibujó un gran ojo abierto, con su ceja profunda. El iris poblado de nervios, con una negra pupila y lágrimas. En la página 28 se queja: «yo moría de llorar, y moría de perder lágrimas», y en la página siguiente: «mi noche es un gran ojo».

El texto fue escrito durante su separación de Diego; un proceso iniciado el 19 de septiembre, asignando los papeles del divorcio en diciembre de 1939, tras un año de ruptura firme y de vuelo libre de la genial artista entre los más granado del arte mundial. Escribe estas letras cuando ya había participado en la gran exposición surrealista de México de enero de 1940, había roto con su gran amante del período (Nickolas Muray), pero lleva un año de relación con el catalán Ricardo Arias. Por lo tanto, nos situamos en febrero o marzo de 1940.

Escribe la genial pintora con una caligrafía firme, clara, y asimismo es bien diáfana y veraz su exposición de los hechos de un año tan importante en su vida. Si apoyamos lo que ella misma dice en estas hojas con otros documentos y declaraciones de aquellos días, se confirma la «verdad de Frida». Ciertas cuestiones que para sus biógrafos quedan a veces deslucidas con la pátina de la duda, la ambigüedad, por comentarios de terceros, ahora se confirman en su propia voz; por ello, nos descubrimos ante otro excepcional documento que mostramos, tras décadas oculto, con unas letras que colocan a cada uno en su lugar. Por supuesto, engrandecen la figura de Frida. Su lectura se hace imprescindible, es el año de su eclosión artística.

Las ilustraciones responden a una estética surrealista y son por tanto acordes al dolorido pensar de la autora en esos días, pruebas del arte de moda en aquel trascendente y fructífero año de su biografía, cuando surgen un puñado de grandes obras, «cuadros salidos del dolor» (pág. 33) que ella cita. Algunas naturalezas muertas de este período parecen asimismo hijas de estos esbozos.

Carta de la colección A.P.

UN DIARIO PERSONAL PARA A.F. (1953-54)

La relación entre Frida y A.F. se apoya asimismo en la complicidad de un hermoso diario (D 53-54), en la estela del que nos dejó la autora en la Casa Azul, en su actual museo. Este hallazgo, el primero que tuve en mis manos, viene a completar el cuaderno rojo de su casa-museo, iniciado en 1944 (D 44-54).

La comparación debe hacerse con el diario conocido de la Casa Azul, pese a que los conservadores no dan facilidades. Claro que uno abarca un espacio temporal de una década y el otro son unas cuantas láminas en una temporada. Pero es imposible no hablar de una autoría común, de texto y trazos, de tinturas, también de temario. Las láminas iluminadas de este cuaderno son como hojas caídas del árbol de su diario público, por supuesto justifican una constatación en tinturas, trazos.

Emplea la autora en estos trabajos íntimos, tan personales, distintas técnicas y materiales; como el dibujo, la cera, el bolígrafo, la tinta china, el lápiz, la acuarela, la fotografía, los arabescos y ornamentos, el collage. Se pueden ver correspondencias intertextuales entre las páginas del D 44-54 y once de sus cuadros. Este carácter intertextual del diario-paleta lo encontraremos en los cuadernos en manos de A.F. Son apuntes biográficos que ayudan a comprender sus óleos, cuya estela aparece así en bocetos, en muchas de las páginas de sus íntimos escritos.

Es el «nuestro» una pieza más íntima si cabe, organizada con método, con un fin; para uso de dos corazones, con un único destinatario (Alejandro). Letras llenas de poesía que parecen abarcar el espacio mediado tras cada dibujo. Imágenes que a veces casi no dejan hueco a la palabra, o páginas que en varias perspectivas se llenan de la angustiada voz, plena de amor y sueños, de la autora. El sueño que esta última pasión le devuelve es un árbol de esperanza entre la aflicción y el abatimiento. Guardan una correlación de estilo y tema con el conjunto enviado a Bartolí.

Escribe la autora sobre todo escasas líneas, separadas y comprensibles, a modo de objeto de comunicación con el otro, no de uso privado, son un mensaje de amor entre las trampas del recuerdo y las redes del tiempo con fatiga.

Traza figuras casi siempre diáfanas, atendiendo al universo de la creadora, criaturas sacadas o vertidas en sus creaciones paridas de la pesadumbre, entre sábanas de hospital y olor de pócimas, ingesta desmedida de drogas y alcohol. Denotan esa referencia a la evanescente poesía mínima japonesa, a sabiendas del cariño por la cultura oriental de los dos protagonistas de esta historia.

Las aves que se posan enfrentadas, la cabeza chinesca que ríe, el lirismo de tantas líneas, bellos versos de la mejor literatura hispana, refuerzan esta comparación. La montaña, las diosas nativas, la caída de las hojas, el esperado verano, la identificación con la naturaleza y sus especies (animales, plantas) mezclan esta sencillez de los días del hombre con la complejidad del alma (amante y sufridora); la revelación del ser y el ser que «es» en el universo, el brillo instantáneo de esa iluminación necesaria para alcanzar la penetración de los misterios de la vida y de la muerte. La naturaleza del ser hegeliano humanizada por su experiencia y la cultura patria, los dioses terriblemente amables o feroces que esperan en su montaña.

Otra carta de la Colección A.P.

EL ALBUM NEGRO

El más largo y complejo de los cuadernos que Frida regala a Alejandro es un bello amanuense álbum de fotos de tapas negras, 127 láminas acabadas a finales de 1953. El Album Negro (AN 53) luce en la portada uno de los retratos de Frida con el torso desnudo que le sacó Julien Levy. Termina con una serie gráfica de cinco de sus amantes. En la última carilla Frida escribe: «1953 año del desmoche-desmadre-descabello. Frida Kahlo».

En otra lámina hace mención a noviembre, como en el poemario «Pura manzanilla»; por tanto son obras de finales de 1953, hechas en un momento de recuerdos y esperanzas, con una nueva ilusión en el aire de la mano de Alejandro, destinatario de esta purga de su corazón. A finales de este año Frida se ve con ganas de vivir y crear, «el recuerdo de Alejandro y Bartolí me lleva a recoger paisajes y esperanzas en lo que aún me falta en este largo viaje que es la vida» (PM 53, pág. 78).

El Album Negro en su totalidad es una genial composición de una belleza dramática, como un testamento en imágenes de la autora y un desgarrado grimorio, en su entrega final a su amor o a su deseo de amar. Toda Frida se halla resumida en este canto agónico y vital, portafolio con una profusa colección de dibujos coloreados con el carmesí de los efluvios de su corazón atormentado.

Poemas e invocaciones a Diego y Alejandro, ilustraciones, fotos ocupan el archivo; pero en un marco creativo uniforme en lo temático y formal, en la unidad de espíritu, pese a las cargas de profundidad irracionales, a los embates del océano de la memoria, o a las variaciones estéticas. Cada folio está lleno de razón y de verdad, la verdad del corazón doliente de los místicos y los que mucho amaron; un catálogo de frases apoyadas en la iconografía de una visión artística luminosa en su desgarro, encantadora en su arrebato.

La selección de fotos es, por ejemplo, significativa; es el book de su vida, elegido por su mano, no por la de una supuesta amistad o un investigador. Todos son negativos conocidos por los biógrafos, alguno muy popular. Esto es muy importante a la hora de entrar en este mundo; es ella quien habla, quien crea, quien coloca cada cosa en su sitio, quien ordena palabra e imagen. Son 9 las instantáneas, un número siempre lleno de simbología. El umbral a un ámbito más elevado, a donde se llega por uno de esos escalones que la autora va a dibujar en varias estampas.

El coronamiento del esfuerzo, la ascensión a un grado superior de consciencia a través de la introspección, el deslumbramiento de la luz interior aprehendida para alcanzar ideales, sueños vivenciados mediante las emociones y la intuición. El último eslabón de la pirámide de las necesidades de Maslow, el cielo del creador confundido con su criatura. A las puertas del último año de su vida.

Ya citamos la excelente portada, es la foto elegida en el resumen gráfico de su biografía para regalar a su último amante, a la ráfaga del sueño de un futuro entre tanta fatiga y desvelo, un camino de espinas con la incansable máscara de la muerte caminando al lado de la vereda.

En 1938, su entonces amado, el galerista Julian Levy, la retrata en una serie de nueve instantáneas consecutivas arreglándose el pelo, colocando uno de esos lazos tradicionales mexicanos en la trenza. De todas, elige una imagen de alto contenido erótico, de sensual magnetismo, su favorita; a la que enmarca con papel de plata y colorines. Las demás las pega con desaliño, malamente con trozos disformes de tira adhesiva, sin mucho esmero, de modo infantil.

De este grupo sólo la dedicada a Alejandro presenta un cuadro regular. En la segunda hoja ubica otro retrato suyo, apoyado en la mesilla de una esquina de su casa, con una gran esfera sobre el tapete. Una obra de Manuel Álvarez Bravo de 1932. Luego siguen dibujos, textos. Vuelve a pegar una foto en la página 110, ahora acompañada por Diego; los dos sentados en dos sillas altas, él de traje y corbata tomando su mano. Se trata de Diego Rivera y Frida Kahlo en cubierta, de 1931, atribuida a Manuel Álvarez Bravo.

En la página 115 vemos a Frida Kahlo con los libros de su biblioteca, en su estudio de la Casa Azul. Obra de Antonio Kahlo de 1947. Los folios finales, del 120 al 124, se ocupan con cinco fotografías dedicadas a cinco de los amores de su vida. Es su definitiva «love list», la última conocida, después de toda una vida de variadas y grandes aventuras. Una reducción de la otra selección esbozada en las esquelas de un recetario aportado a este trabajo.

En la página 120 aparece una Frida joven, con el rostro serio, un huipil y un gran collar de jade indiano; el mismo que luce en su autorretrato de 1929. Es obra de la fotógrafa estadounidense Imogen Cunningham, de 1930. Debajo escribe ¿Alex? Su primer amor, Alejandro Gómez. En la página 121 salen ella y Diego con el Caimito de Guayabal, del archivo del Excelsior. Debajo anota ¿Diego? En la página 122 contemplamos a Frida con su toca en la cabeza, de pie, a las puertas de una casona. Es una obra de Fritz Henle de 1937. En el pie de foto: ¿Chabela? En la página 123, Frida con una blusa estampada de cuello alto, apoyada en la rueda de un coche, mira al cielo. Es de 1946, de Leo Matiz; dedicada a ¿Piochitas? El apelativo cariñoso con el que trataba a Trotsky. Y, finalmente, en la página 124 coloca una de las imágenes más queridas. Frida con su venadito Granizo, apenas nacido. Retratados por su amante el fotógrafo Nickolas Muray en 1939. El pie de foto es contundente, en su exclamación y contraste con los otros: ¡Alejandro!

En el cartafol descubierto por los descendientes de Bartolí aparecen igualmente algunas fotos, ausentes en este tomo. Una es un retrato de Frida aniñada delante de su puerta, con una anotación exclamativa: «¡árbol de la esperanza manténte firme!-1946. Mara. Bartolí». Se puede comprobar (y así lo hicimos) que la autora de estas letras es la misma que escribió los nombres en la serie de fotografías (originales, propiedad de Frida) de este álbum de fotos.

Otra vez contamos con un importante número de escritos de la propia Frida, desconocidos y de gran valía. Sólo en tamaño menor al diario colorado guardado en la Casa Azul (D 44-54). Algunos textos son unas breves líneas apoyando una figura, los más desarrollan un estado de ánimo y una llamada al amante. Son 38 hojas con una reflexión o poema individual en cada lámina, por lo tanto cada página es una pieza única, al igual que cada dibujo es una obra singular. Dedicados a Alejandro aparecen 27 y a Diego 6 (14,17,50,60,86,111). Otras 2 son reflexiones genéricas de la autora (28,108).

Es de este modo Alejandro el motivo central de esta intervención artística, collage armado por y para él. «Grito tu nombre y muchos nombres desde el abismo de mi soledad» (pág. 104). Como en otros cuadernos de este tipo, confronta el actual amor con los pasados. Antes lo hizo entre Alejandro y Bartolí. Ahora es Diego, que sigue presente en su vida.

Carta a Bartolí

DOS POEMARIOS DE 1953

Un aspecto desconocido de la pintora es su faceta poética. Cierto que escribió algunos poemas sueltos, pero en la colección A.P. hay dos poemarios ilustrados de Frida elaborados en el otoño de 1953. «Mi voz sometida» (MVS 53) y «Pura manzanilla» (PM 53).

El primer cuaderno recoge en 55 páginas, bajo ese título «Mi voz sometida y mi cuerpo mutilado» (MVS 53), varias ilustraciones y una serie de cartas, con alta intensidad poética; provocadas-inspiradas por Bartolí, pero no enviadas a éste sino al nuevo hombre que lo venía a sustituir, el gallego Alejandro Finisterre.

De hecho, algunos textos son para Finisterre, teñidos de la ya amarga reminiscencia del anterior amado; en plena etapa de desamor de Bartolí. El cartapacio es en sí una obra literaria, un aspecto poco estudiado de la inmensa creatividad de su autora, una purga de un alma atormentada que escribe al esquivo amante huido, anunciando la presencia en su vida de otro exiliado español, conocido suyo; sin nombrarlo, dejando para la carilla final la solución del caso con cierto toque inocente, de juego. Es el fin, el destino final, su finisterre. «El nombre de mi niñito es el de alej…alejan…Alejandro Fin…Finisterre» (MVS 53, poema 25).

Ella, que tanto ha leído y vivido, conoce la obra poética de Finisterre, lo estima y hace un comentario sincero de sus versos. Los «Cantos Rodados» del gallego o la revista de poesía universal que él publica serían algunos de sus agasajos, vínculos entre artistas con secretos comunes. Alejandro guardó relación con grandes amigos poetas de Frida; como Salvador Novo, Carlos Pellicer, Xavier Villaurrutia, Moreno Villa.

Pura Manzanilla (PM 53) es el segundo poemario inédito de Frida. Envía a Alejandro un cuaderno estampado, con motivos de flores en las tapas, sin título. Empieza con una carta a Bartolí y termina con las iniciales FK en grandes letras. En la contraportada hay una dedicatoria. En una hoja explica que lo escribe en noviembre, tras haber perdido la pierna en una operación; un mes falto de luz, fatídico por su correspondencia con la muerte, también de contraste y celebración en México.

La ausencia de Bartolí y Alejandro Finisterre

«Bartolí: Es noviembre ¿Acaso te amaré en este mes oscuro?» (pág. 51). A finales de 1953 se completaría el cuaderno florido, que entregará con el resto de los diarios en la primavera de 1954 a Finisterre por su chófer Manuel. Entre líneas podemos descubrir referencias a su biografía, algunos retazos de estas dos intermitentes relaciones. Cuando cita el cumpleaños de Bartolí o las últimas Navidades pasadas con él, podemos pensar en el invierno de 1952. Pese a que la historia de amor con el catalán se quebró antes, sabemos que en ese año aún se vieron y compartieron sus momentos. Por lo que percibimos, breves encuentros más sentidos y reclamados por Frida, con mayor frialdad en la recepción del pintor, asiduo visitante de México.

Son 81 páginas, pequeñas carillas con textos o ilustraciones, siguiendo el modelo de las otras carpetas de esta misma colección A.P. Las diez primeras componen una carta de lamento y reproche al abandono e indiferencia de Bartolí. Luego nos acerca una serie de poemas (41) dedicados a la ausencia de Bartolí y Alejandro Finisterre, bajo el título «Pura manzanilla» (PM 53). Es el segundo poemario que conocemos de Frida en esta «caja de Pandora», un renovado acercamiento a la creación lírica, tras haberlo probado con pobre éxito, según su apreciación, en su etapa estudiantil.

Ahora lo hace inspirada en la experiencia amorosa con Bartolí y Finisterre, con todo un bagaje vital y de lecturas. Lo explica nítidamente en la página 11, «Pura manzanilla» es «un intento de poesía» y aclara «que hace algunos años cuando era yo estudiante en la Nacional Preparatoria intenté escribir versos tomando el ejemplo de Chong Lee y de otros compañeros de la palomilla de Los Cachuchas, fueron tan malos que por decoro no volví a intentarlo hasta hoy que el recuerdo de mis dos españolitos me lo demandan, en fin ¡va por Bartolí y por Alex Finisterre!».

Carta a Diego Rivera

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