– Rafael Lema-
Muchos santuarios marianos de la costa gallega cuentan con exvotos que recuerdan el auxilio de la Virgen a muchos navegantes. En 2015 el Ministerio de Cultura adquirió para el Museo de América una pintura que representa a Nuestra Señora del Monte Farelo de Camariñas. Gracias a la leyenda de la parte inferior podemos saber que la obra fue encargada por un devoto al pintor cuzqueño Antonio Sarmiento, quien la firmó en Cuzco en 24 de febrero de 175…
La cifra que corresponde a la década no está legible y suponemos es de 1759. La imagen de la Virgen aparece representada en la calle central de un retablo fingido. Flanquean los laterales del retablo imágenes de seis santos dentro de tondos portados por ángeles y en el cuerpo inferior un Ecce Homo. Bajo el retablo, ocupando el tercio inferior, se halla otro tondo con la imagen de Santiago Matamoros y una escena marina de la batalla de Lepanto. Se trata de un exvoto de un devoto jacobeo del comercio indiano, vinculado a Camariñas, al comercio marino y al corso.
Además de la singular iconografía y una nueva aportación a la nómina de pintores cuzqueños del siglo XVIII, la obra tiene también interés por su formato, una pintura sobre lienzo enrollable, fijada en la parte superior a una caja o estuche cilíndrico en la que se guarda el lienzo para su traslado. Según el informe «De Camariñas a Cuzco. La imagen de Nuestra Señora del Monte Farelo, protectora de navegantes», de Rocío Bruquetas Galán:
«En cuanto al cuadro de Nuestra señora del Monte Farelo, nos quedamos con muchos interrogantes, algunos quizá irresolubles por más que nos intrigue conocer la identidad de ese navegante que viajó hasta Cuzco y allí encargó a un pintor local la imagen de su devoción. El camino recorrido por la pintura desde Cuzco hasta su compra por el Estado en Barcelona en 2015 es por el momento otra incógnita más, pues falta investigar en los archivos si llegó a formar parte de los bienes de la ermita de Camariñas. Pero, dejando atrás estas inquietudes, la obra firmada por Antonio Sarmiento contribuye no solo a ampliar el conocimiento de la pintura cuzqueña del siglo XVIII, sino a comprender mejor este trasiego cultural entre los continentes que llamamos Tornaviaje».
Se trata de un exvoto de un navegante de la Carrera de Indias de la primera mitad del siglo XVIII, vecino de Cuzco, en Perú. No sabemos si es natural del virreinato o gallego con cierta vinculación a Camariñas, pero la cita a una advocación tan local acredita cierto conocimiento, y alguna arribada a una ría, frecuente puerto refugio. La intención del devoto era viajar con ella y hay otros dos datos del mayor interés en la pintura. Su adscripción jacobea y la relación con el corso. Podíamos ver esta obra como el recuerdo traído a la patria por un devoto jacobeo, navegante y corsario, que pudo retornar y cumplir con la visita al apóstol. Hay pocos datos de la vida de este cuadro, desde que salió de un taller de Cuzco hasta nuestros días.
En la pintura aparece la Batalla de Lepanto asociada con Santiago Matamoros. En la nave de la flota española ondea una bandera blanca con la cruz de Borgoña y en medio el escudo de las armas reales, insignia de patente de corso desde 1739. La actividad corsaria en nuestras costas en este siglo y el viaje y tornaviaje de patrones corsarios que faenaban en ambos mundos ha sido objeto de no pocos reportajes por mi parte.
DE CAMARIÑAS A PERÚ
La obra según el citado estudio de R. Brusquetas «ofrecía un gran interés tanto por su apreciable calidad pictórica como por su singularidad iconográfica, a lo que se sumaba un formato poco común para una pintura al óleo sobre lienzo».
Estamos ante una advocación mariana nada frecuente en Galicia. La talla gótica de la ermita del Monte Farelo tiene como vecina otra escultura policromada fechada en 1778, obra del escultor neoclásico gallego José Antonio Suárez Ferreiro, que se encuentra en el retablo de la misma parroquia de Camariñas. Existe otro santuario dedicado también a la Virgen del Monte en la villa de Santa María de Coiro, del municipio de Mazaricos, A Coruña, cuya imagen aparece representada como ilustración de una publicación religiosa impresa en Santiago en 1857.
La estampa de Nuestra Señora del Monte venerada en Coiro, si bien fue grabada en el siglo XIX, tiene similitudes en el rostro (en esta sin rostrillo), la corona y las vestimentas con la de Cuzco, pero no así en la presencia de ángeles ni en la posición del Niño, que, como en el exvoto, la Virgen sujeta con su brazo izquierdo
El motivo central de la composición lo constituye la imagen de la Virgen sobre peana integrada en la calle central de un retablo fingido de estilo barroco en cuyo cuerpo inferior se halla el bulto de un Ecce Homo y en el ático la paloma blanca del Espíritu Santo. A ambos lados del retablo se disponen tres tondos sostenidos por ángeles con imágenes de santos: a la izquierda Santa Catalina de Alejandría, Santo Domingo de Guzmán y San Vicente Ferrer, y a la derecha Santa Bárbara, San Francisco de Asís y San Antonio de Padua.
A los pies del retablo, inserta en un tondo ovalado, se ubica la leyenda aclaratoria de la advocación: «Verdadera copia de la Devotissima mui antigua y Milagrosa Ymagen de Ntra Señora del Monte Farelo expecialissima protectora de los navegantes que Navegamos en este mar de deleytes que se venera en la Poblacion de este nombre cita en la Villa de Camariñas, Reyno de Galicia, advocación de un devoto suio en el Cuzco en 24 de Fº de 17…5, Antt Sarmiento, me Fecit «. La cifra correspondiente a la década está ilegible ya que coincide con una arruga o fisura de la tela, posteriormente repintada como un supuesto 5.
En el registro inferior de la pintura, justo debajo de la leyenda, se encuentra otro tondo con Santiago Matamoros. A ambos lados se muestra una escena de la Batalla de Lepanto con dos grandes navíos y barcas en brega: a la derecha la nave española con la bandera de la Cruz de Borgoña o de San Andrés y a la izquierda la nave de la armada otomana que se identifica por su bandera con la media luna roja.
La pintura está realizada al óleo sobre una fina tela de lino de 102 cm de alto y 69 cm de ancho. No está tensada sobre un bastidor sino únicamente clavada por el borde inferior a una vara de madera sobre la que se enrolla, y por el superior a una carcasa o estuche cilíndrico en la que se guarda una vez enrollado. Este formato, según Rocío Bruquetas, responde a una tipología de pintura que debió ser muy común en los siglos XVII y XVIII pero de la que han llegado pocos ejemplos hasta nuestros días: el cuadro viajero o cuadro de campaña, ideado para su transporte enrollado. Suelen deteriorarse por sus características materiales y funcionales. En este caso fue repintada de manera muy burda en época reciente.
El encargo de esta obra se debería a las motivaciones de la propia leyenda de la pintura, y su formato hace pensar que la intención del comitente era viajar con ella. Como arriba anoté, entiendo como altamente significativo la asociación de la Batalla de Lepanto con Santiago Matamoros en lugar de la Virgen del Rosario como era habitual en esta representación. La escena de la batalla naval nos acerca quizá a las motivaciones del devoto que encargó la obra, quien a sí mismo se identifica con «los navegantes que navegamos en este mar de deleytes». En la nave de la flota española ondea una bandera blanca con la cruz de Borgoña y en medio el escudo de las armas reales. Se trata de la insignia de patente de corso que desde 1739 impuso la Corona como señal de reconocimiento a los buques mercantes corsarios, imprescindibles en este tiempo en la protección de las costas americanas, con muchos capitanes activos en las dos orillas.
Los barcos trazados son de la época del autor, como los que surcaban nuestros cabos o salían de las gradas de Ferrol y no del siglo de la famosa batalla de la costa griega. Responden a la magnífica fábrica de los navíos de línea españoles del siglo de nuestro mayor esplendor naval, con una nación dotada de los mejores astilleros y constructores, que no dejan hasta fin de siglo de botar los más poderosos colosos de los mares, una fuerza sobre la que se asienta la expansión continua del reino hasta alcanzar la mayor extensión territorial de su historia y de cualquier nación europea.
Más que la batalla de galeras de Lepanto vemos un moderno y estilizado barco español con todas las velas al viento, perseguido en su popa por un corsario berberisco más panzudo y lento. La nave española es un navío de dos puentes, tres palos y bauprés, columna básica de las armadas del siglo. Como un 64 cañones. Un tipo que responde a los construidos por el Sistema Gaztañeta a mediados del siglo, y nos lleva a pensar en el Glorioso y su hazaña en aguas gallegas. Estos colosos de los mares no son los de uso común en el corso sino en la vanguardia de las armadas reales.
Recuerda la pintura decimonónica del combate del Princesa con los ingleses Oxford, Lennox y Kent, en 1740. Santiago Matamoros protege al corso nacional contra uno de sus grandes enemigos de la época, los berberiscos, aliados con toda la chusma portuaria europea y americana, también con barcos y patrones europeos en sus filas. Durante varios siglos sembraron el terror en aguas gallegas y los memoriales de nuestros santuarios están llenos de leyendas sobre intervenciones de la virgen contra lanchas de moros. De hecho el corso moro de la escena se asemeja más a una vieja corbeta, con un tipo de línea ya anacrónica ante los nuevos modelos, de similar estampa a los citados ingleses del combate con el Princesa, aunque con una popa excesivamente alta y recargada con excéntricos toques orientales.
El sistema usado por el artista estaba concebido para enrollar el lienzo sobre una vara de madera fijada en uno de sus bordes y guardarlo dentro de la caja cilíndrica, clavada a su vez a la tela en el extremo opuesto. El lienzo no se tensaba sobre un bastidor sino que permanecía suelto por los laterales, rematados únicamente con una cinta o galón cosido en el borde. El sistema no solo se empleaba para pinturas al óleo, también se encuentran grabados en papel encolados sobre telas.