– Rafael Lema Mouzo-
El editor gallego Alejandro Finisterre ha llegado este mes a la portada del diario nacional ABC a través de su relación con Frida Kahlo, un ícono del siglo XX. Fueron amantes y el gallego puso a resguardo un legado oculto de la pintora del que ahora somos partícipes. Pero son muchos los palos que tocó este coruñés nacido en Fisterra en 1919. Queremos reivindicar su figura como apoyo a la literatura del exilio en lengua castellana. Grandes nombres de nuestras letras deben la continuación de su carrera en buena parte a Finisterre. Son nombres como León Felipe, Juan Larrea, Luisa Carnés
Guerras y huidas lo llevaron en 1947 a Francia, un año después a Ecuador. En Quito fundó la célebre revista Ecuador 0º 0' 0'', un hito de las letras hispánicas. En Guatemala se convirtió en exitoso industrial, invirtiendo sus ganancias en la edición, el apoyo a la cultura. De nuevo un golpe de Estado le obligó a emigrar en 1956, dejando todo atrás. Le toca empezar de nuevo, viajar, emprender. Desde 1958 reside en México y funda su Editorial Finisterre Impresora.
En México edita más de 200 títulos de poesía de autores exiliados españoles, mexicanos y guatemaltecos. Publicó a León Felipe, Juan Larrea, Ernesto Cardenal, Luisa Carnés. La gran colección de libros editados hasta 1970 nos deja un legado hoy imposible en estos tiempos tan mercantilizados e indecentes, el de un proyecto editorial personal, el de un editor que cuidaba cada libro atendiendo la propuesta artística del escritor. También apoyó la cultura gallega, a gallegos en el exilio y por ello era miembro de la Real Academia Gallega. Regresó a España para morir.
«Cuando vaya a dar a luz, echadme a la mar: quiero dar a luz estrellas de mar. Soy de Finisterre, soy marino, echadme a la mar en submarino de pino de Finisterre (sin pintar), ¡echadme a la mar!» Alejandro Finisterre.
RIVERA, NERUDA, HENESTROSA. LA NUEVA ESPAÑA
En París A.F., antes de su aventura americana, se relaciona con grandes figuras de la cultura española en la diáspora, con el Servicio de Evacuación de Refugiados Españoles (SERE) y cargos del gobierno de la República en el exilio. Muchos eran buenos amigos de Rivera y algunos también acompañaron a Frida en su estancia francesa.
Tanto Diego Rivera como Frida trabajaron intensamente por la causa republicana, en la primera línea en su país entre los que reclamaban el apoyo del gobierno a los damnificados. En 1938 Frida pudo conocer en Francia los avatares de muchos de los escapados, y colaboró con los que trataban de apoyar una causa que ya se vía perdida. Rivera destacó en esta labor, y en el viaje de los 400 primeros refugiados, que sentó la base a la masiva llegada tras la guerra. México acogió cerca de 25 000 refugiados españoles entre 1939 y 1942, a iniciativa del presidente Lázaro Cárdenas. Una cuarta parte eran intelectuales, personajes de la cultura y la investigación.
Los «Niños de Morelia»
En 1937 comenzaron a llegar los primeros grupos de exiliados españoles, conocidos como «niños de Morelia», aproximadamente 451 infantes en el buque Mexique desde Burdeos hasta Veracruz, por iniciativa de Rivera, que desembarcaron el 7 de junio. Al día siguiente arribaron a la Ciudad de México y fueron alojados en la Escuela «Hijos del Ejército» número 2. El día 10 de junio se les dio un multitudinario recibimiento en Morelia, Michoacán. Después se les hospedó en dos antiguos seminarios, ahora transformados en colegios mixtos bajo el nombre de Escuela Industrial «España-México».
Luego de la llegada selectiva de los primeros intelectuales y científicos españoles sobrevino desde 1939 una nueva migración de profesionales (medicina, ingeniería, farmacéutica, arquitectura, química). La mayoría se concentraron en la Ciudad de México, creando sus propias empresas, centros educativos o entraron en organismos oficiales mexicanos donde continuaron con sus actividades de investigación, académicas y docentes.
El Winnipeg para trasladar refugiados españoles
Al igual que Rivera, otro gran nombre de la cultura significado en esta labor fue Pablo Neruda. El Gobierno Republicano en el exilio, a instancias de Neruda y a través del Servicio de Evacuación de Refugiados Españoles (SERE), contrató el vapor de bandera canadiense Winnipeg a la compañía France-Navigation para el traslado de los refugiados reclamados por Chile.
La noche en la que el Winnipeg levantó anclas e inició la travesía, desde el puerto francés de Trompeloup-Pauillac, Pablo Neruda escribió: «Que la crítica borre toda mi poesía, si le parece. Pero este poema, que hoy recuerdo, no podrá borrarlo nadie». El 4 de agosto de 1939, dos mil setenta y ocho personas (1200 hombres, 418 mujeres y 460 niños) refugiados republicanos, se embarcaron en el viejo carguero de apenas cinco mil toneladas. Neruda era entonces Cónsul Especial para la Inmigración Española con sede en París. La aventura fue un logro de Neruda, su compañera Delia del Carril, y Pedro Aguirre Cerda, presidente de Chile.
Henestrosa es otro nombre a añadir en esta triada de apoyo a los migrantes españoles. Finisterre publicó cartas entre intelectuales mexicanos y amigos personales como Andrés Henestrosa y Graciela Álvarez. Alexandra Reyes habla de esta relación entre los tres. Andrés Henestrosa conoció al gallego en casa de Griselda Álvarez en una cena.
Sabía que Alejandro era un escritor y periodista exiliado que había fundado la editorial Ecuador 0º0'0″ y llegó a ser su compañero de artículos en El Nacional. Finisterre organizó y preparó él mismo una comida española por el cumpleaños número 57 de Andrés, acompañada de vinos de la Rioja. El libro Desde México y España surgió después de que Alejandro leyera las cartas de Andrés escritas para Herminio Ahumada, que publicó en su editorial.
Andrés Henestrosa, poeta y mediador en la sociedad mexicana
Un papel destacado en el apoyo al exilio lo tuvo este amigo de Finisterre, el poeta Andrés Henestrosa. No es baladí que el poeta popularizara «La llorona», una copla muy querida por Frida, otra buena camarada. Como destaca Manuel López Forjas, a su vuelta a México, tras la guerra española, el periodista Antonio Vargas MacDonald le pidió que escribiera artículos sobre la Guerra Civil Española y la actitud favorable de Cárdenas hacia los exiliados.
Andrés jugó un papel de mediador en la sociedad mexicana, en donde había contrarios y defensores, por lo que trató de presentar a los republicanos como hermanos que llegaban a colaborar, que no tenían intenciones de quitar las tierras de los campesinos ni formar grupos de extrema izquierda que radicalizarán a la sociedad.
Andrés fue a recibir a Veracruz a los más de 1500 pasajeros del Sinaia, en compañía de Pancho Trejo, quien los acogería con mucha hospitalidad. Así comenzó una amistad con Emilio Prados, Juan Rejano y Luis Araquistáin; que colaboraron con él en el periódico El Nacional y participaron en las tertulias del Café París, donde Octavio Paz lo había visto para pedirle su contribución para el Taller.
Al casar se mudó a la colonia Tabacalera donde vivían la mayoría de los exiliados españoles como Emilio Prados, Florentino M. Torner, Juan Rejano, Antonio Rodríguez Luna, José Herrera Petere, Pedro Garzas, Lorenzo Varela y Ferrand de Pol; por lo que a Henestrosa le gustaba llamarla «colonia Nueva España». Como estudió Alexandra Reyes durante estos años, la cultura en la capital mexicana se enriqueció de modo importante, por la disposición de los españoles a participar en los eventos, reuniones y tertulias que los mexicanos organizaban con mucha frecuencia. Juan Rejano y León Felipe, por ejemplo, se integraron a los «Viernes poéticos» en el Palacio de Bellas Artes.
AUTORES
El impagable apoyo de A.F. a la literatura en el exilio merecería mucho mayor espacio, pero traigo a estas páginas unos apuntes que considero significativos. Se suele citar su amistad con el que yo considero su padre adoptivo, León Felipe, pero no menos importante fue el gallego para la producción literaria del vasco Juan Larrea, y de mi vecina (por parte de padre) la madrileña Luisa Carnés.
Todos asimismo grandes luchadores por los derechos sociales en una vida plena de compromiso. Es sólo un pedazo de memoria a unos nombres no suficientemente reconocidos, en estos tiempos de desmemoria y fatiga. El poeta zamorano León Felipe fue su inseparable compañero de aventura americana, y sin duda a él se debe que A.F. eligiera este destino. Se convirtió en el estandarte de las letras expulsadas del país y prohijó al gallego, que fue su albacea testamentario. Finisterre regresó a vivir a la tierra de su amigo, a Zamora, donde murió.
Luisa Carnés y Alejandro Finisterre
La Generación del 27 contaba con célebres poetas varones y un grupo de ocultas novelistas, silenciadas aunque no silenciosas. Las mujeres del 27 son las grandes olvidadas de la Edad de Plata de las letras españolas, y una de ellas adquiere para mí una especial significación, Luisa Carnés.
El padre de nuestra ilustre novelista, Luis Carnés, dejó su pueblo natal coruñés a finales del siglo XIX camino de Madrid, en unos años de fuerte emigración en nuestra comarca, posiblemente huyendo de la leva a Cuba o quizás llegado de la misma. Luisa hasta el final de la guerra civil publicará novelas, obras de teatro y mantendrá una intensa actividad como periodista y activista del PCE.
En 1937 Luisa Carnés se trasladó a Barcelona y finalmente en enero de 1939 cruzó la frontera francesa. Internada en un campo para refugiados, consiguió liberarse gracias a la intervención de Margarita Nelken y llegó a París, donde se reunió con su hijo y donde tramitó los permisos para trasladarse a México. Por fin logró embarcarse en mayo de 1939; después de una etapa en Nueva York, la escritora llegó a Ciudad de México, con su hijo de siete años, entrando en el país el 1-12-1939 como exiliada política. Su segunda paraje Juan Rejano tomó el mismo destino y se reunió con ella un mes después. Los dos se incorporaron en el periodismo mexicano colaborando principalmente con los periódicos La Prensa, El Nacional y Novedades; en estos mismos diarios se publicaron algunos cuentos ambientados en el nuevo país o durante la Guerra Civil.
En México conoce a Alejandro Finisterre, gran admirador suyo, camarada en la lucha comunista. En su exilio su obra fue publicada y apoyada sobre todo por Finisterre, editor de tantos otros escritores españoles. A la muerte de la amiga, a finales de los años sesenta, Alejandro Finisterre le publica en poco tiempo tres obras teatrales a Carnés en su mítica colección Ecuador 0º 0' 0'': «Los vendedores del miedo» (1966), «Cumpleaños. Monólogo» (1966), que previamente se había publicado en la Revista Mexicana de Cultura (suplemento de El Nacional).
El mismo editor incluía en el primer número de «Compostela. Revista de Galicia» (1967) su ensayo «Rosalía. Raíz apasionada de Galicia», que previamente había aparecido en las editoriales mexicanas Rex (Coleccción Vidas Españolas e Hispanoamericanas, 1945), Clavileño (1946) y en 1964 en la colección ya mencionada Ecuador 0º 0' 0''.
Juan Larrea
Juan Larrea, nacido en Bilbao, funda en París junto a César Vallejo, funda la revista Favorables París Poema, en la que colaborarán Gerardo Diego, Tristan Tzara, Vicente Huidobro, Juan Gris. En 1937 Juan Larrea trabajaba como agregado de la Embajada Española en París y secretario de la Junta de Relaciones Culturales, formando parte (junto con Josep Renau, José Bergamín, Max Aub y otros) de la delegación que pidió a Pablo Picasso su participación en el Pabellón de España de la Exposición Internacional de ese año. Picasso respondió con dos obras (espléndidamente cobradas), el Guernica y los grabados Sueño y mentira de Franco.
Exilio de Larrea en México
Tras la Guerra Civil española, Larrea se exilió en México. En 1949 se traslada a Nueva York, becado por la Fundación Guggenheim, y a partir de 1956 vive en Córdoba (Argentina), como profesor e investigador en la Universidad local; se jubila en 1978. Ensayista, poeta vanguardista relacionado con el surrealismo e incluso integrado en la nómina del 27, el propio Larrea dijo que la etiqueta que mejor le cuadraba era la de ultraísta, por la lucha contra el entorno vital y social que le oprimía. En México es considerado como uno de los valedores de la proyección internacional de los Cuadernos Americanos. Gerardo Diego le otorgó un puesto destacado en su Antología, pero durante su vida fue un práctico desconocido en España.