DE VENECIA A GALICIA. RAFAEL LEMA
En el próximo Congreso Internacional de Asociaciones Jacobeas tendré el honor de intervenir con una ponencia sobre el camino jacobeo en los Balcanes. Aunque el texto de la conferencia tendrá que esperar hasta la fecha del acto, voy a desarrollar ahora otros aspectos poco conocidos que amplían ese trabajo, a las puertas de un nuevo y distinto Año Santo que podemos aprovechar para recuperar las esencias del Camino, la espiritualidad y el sosiego de la regeneración. Hablaré en varios artículos sobre las peregrinaciones del este de Europa y de las iglesias cristianas más alejadas, que usaban la intermediación de las flotas del Adriático, sobre todo las naves venecianas, para llegar a Galicia. Y de los vínculos del levante mediterráneo con nuestra tierra desde los inicios de la fe cristiana.
Foto- Gran Canal de Venecia Wolfgang Moroder-Wikipedia
La vinculación jacobea de Venecia
Venecia guarda una antigua relación con Jacobo. Si atendemos a las leyendas medievales, la vía istarska atravesando las costas croatas ya estaría en el inicio del fenómeno jacobeo. Esta tradición veneciana indica que tras su predicación hispana, Santiago volvió a Jerusalén, desde la península Ibérica, por tierra, por el sur de Francia y norte de Italia; pasó por Venecia y desde allí siguió por barco atravesando el Adriático. Por eso según la tradición la iglesia más antigua de Venecia está dedicada a Santiago el Mayor, aunque dedicaremos un apartado a la ciudad de los canales.
Dos son los hitos jacobeos venecianos que acreditan un culto jacobeo incluso más antiguo que en España, como sucede en el caso armenio. La iglesia de San Giacomo dall'Orio (Foto de portada – Giovanni_Dall'Orto), dedicada a Santiago Apóstol, está situada en un distrito residencial de Venecia. Se fundó en el siglo IX y se reconstruyó en 1225. En el XIV y en 1532 volvió a ser rehabilitada. Dos de las columnas fueron botín de la Cuarta Cruzada. La Iglesia de San Giacomo de Rialto, conocida por San Giacometo, es considerada en fuentes orales como la iglesia más antigua de Venecia. Situada a la izquierda del puente de Rialto, se cree fundada en el año 421, y fue dedicada al santo por sofocar un incendio de grandes proporciones. Fue construida por un carpintero, Candioto o Eutinopo, y la edificación actual se realizó alrededor del año 1071. Estudios actuales han demostrado que el edificio actual es más reciente, pero se estima ubicado encima de restos anteriores, algunos reaprovechados, en ese gusto veneciano por lo ecléctico con tendencia bizantina arcaizante.
Breviarum Apostolorum
En un documento datado de 1097, se describe el terreno en el que está, sin mencionar la Iglesia. La primera mención se remonta a mayo de 1152: «Henricum Navigaiosum plebanum sancti Johaninis et sancti Jacobi de Rivoalto». Tenemos aquí el nombre de un maestre navegante por las rutas adriáticas del siglo XII de nombre Enrique. Esta zona de de Italia es para mí en donde se escribió a finales del siglo VI el Breviarum Apostolorum, la fuente escrita más antigua en la que se alude a la predicación de Santiago el Mayor en las tierras más occidentales de Hispania: «Hic [Santiago] Hispaniae occidentalia loca predicat».
El Apóstol según la cita habría predicado en el Occidente y en España. Con el objetivo de difundir un origen apostólico para las iglesias más occidentales, citando además por primera vez la evangelización de las Galias por el apóstol Felipe. Manuel C. Díaz y Díaz sostiene que el Breviarium ya lo conocían en el siglo VII autores como san Isidoro de Sevilla. El historiador Francisco Singul señala que el conocimiento de esta noticia animó a otras iglesias occidentales, como Venecia y Córcega, a considerarse herederas de la evangelización del Apóstol, que pasaría por estos territorios camino de Hispania. Sin duda dos citas de grandes investigadores que refuerzan la vía jacobea istarska, sumando su paso por estas costas a Santiago en su legendario periplo occidental.
Tierra Santa
Al igual que un viaje legendario hace a san Francisco peregrino a Compostela, otro lo lleva a Tierra Santa, por lo que tendríamos a otro viajero por la ruta de las costas croatas. San Francisco visitó Jerusalén, según antiguas crónicas de la orden. En su encuentro con el sultán, en 1219, éste le dio todas las facilidades para poder visitar el Santo Sepulcro: «El Sultán… dio orden que él y todos sus frailes pudieran ir libremente a visitar el Santo Sepulcro, sin pagar ningún tributo».
Dicen las fuentes además que Francisco vuelve a Italia después de haber estado en Jerusalén: «Visitado el Sepulcro de Cristo, volvió apresuradamente a la tierra de los Cristianos» (Ángel Clareno, Crónica de las siete tribulaciones, II, 1). los franciscanos desde entonces unen su nombre al del santo lugar, y con unos grandes protectores: la corona de Aragón. El actual monarca español sigue siendo rey de Jerusalén, aunque por desidia no hace muchos años que dejamos nuestros derechos de custodia, en donde destacó en el siglo pasado un fraile coruñés, de Santa Comba; el último procurador general de Tierra Santa, fray Basilio Río Brenlla.
Hacia el 1350 los hijos de san Francisco están ya presentes en los cuatro Santos Lugares: Santo Sepulcro, Cenáculo, Natividad de Belén y Tumba de la Virgen. Ello fue posible gracias a las ayudas, políticas y económicas, de los reyes de Nápoles y de Aragón. El primer santuario servido por los franciscanos, en nombre de la Iglesia católica, de un modo definitivo, es la basílica del Santo Sepulcro. Estaban ya antes, pero lo harán de un modo estable en el 1327 por la intervención de Jaime II de Aragón.
Su situación en el Santo Sepulcro se afianzó gracias a las gestiones de los reyes de Nápoles, en 1333, quienes, pagando ingentes sumas de dinero, obtienen del Sultán al Malik el Cenáculo para los franciscanos «in perpetuum», y la facultad de morar continuamente en el Santo Sepulcro, celebrando las misas y los oficios divinos. Las bulas Gratias Agimus y Nuper Carissimae del Papa Clemente VI, del 1342, por las que confiaba la custodia de los Santos Lugares a los franciscanos, dan un valor jurídico e institucional a la Custodia de Tierra Santa.
A principios del siglo XIV, los franciscanos oficiaban sólo en la actual capilla de la Aparición. A finales de ese siglo celebran la Eucaristía en la Tumba del Señor y en el Calvario. Durante siglos, los franciscanos no sólo eran los guardianes del Santo Sepulcro, sino también eran los únicos que podían celebrar dentro de la Tumba Vacía de Nuestro Señor. Prestigioso monje relacionado con la zona adriática es el gallego Gonzalo de Balboa o Gonzalo Hispano, que llegó a ser ministro general de la orden franciscana entre 1304-1311. Santiago tuvo el primer convento franciscano de España y su provincia envió numerosos misioneros desde el siglo XIII a Tierra Santa por la ruta de los venecianos, luego al Norte de África, Asia y América. En Galicia como en esta área hubo una relación fluida entre franciscanos y las órdenes de los custodios de Palestina, como el Temple o Rodas. La importante custodia franciscana de San Simón que abarcaba también Baiona, Vigo, Cambados, por ejemplo, nació de las ruinas de una iglesia templaria en la isla pontevedresa famosa por las cantigas trovadorescas, el asalto de Drake o la batalla de Rande.
La propiedad del Santo Sepulcro por los franciscanos y el apoyo de Aragón en su custodia refuerza el papel de las ciudades croatas tradicionales aliadas de las barras rojigualdas, como Ragusa o Zara. El poder hispano en el Adriático en la Edad Moderna consolida a comerciantes, hidalgos y abades de estos ricos puertos croatas, y a sus monasterios.
Un importante hermano croata es el franciscano Bonifacio de Ragusa que tendrá el firme apoyo del imperio español. Se puede ver en las obras que hace en la Basílica. El Custodio P. Bonifacio de Ragusa en 1555 restaura algunas partes de la Basílica y renueva por completo el Edículo. El 9 de diciembre de 1554, como él dice, la roca-lecho sobre la cual yació el cuerpo de Nuestro Señor fue descubierta. Lo cuenta así en el Liber de perenni cultu Terrae Sanctae (1577):
«Extrayendo la estructura existente, apareció ante nuestros ojos la tumba del Señor claramente excavada en la roca…, ese inefable lugar en el que yació durante tres días el Hijo del Hombre… Lo contemplamos, lo besamos y lo veneramos con gemidos de devoción, con alegría espiritual y con lágrimas junto a quienes estaban presentes (realmente había bastantes Cristianos, tanto de Occidente como de Oriente), que llenos de devoción celestial, algunos derramaban lágrimas, otros se estaban profundamente excitados, todos estaban asombrados y eran presa de una especie de éxtasis».