//Rafael Lema/(/
En Camelle, Camariñas, Sardiñeiro, Corcubión, Fisterra se pueden ver aún hoy los restos de las antiguas salazoneras, antecedentes de la industria conservera gallega. Hasta la guerra civil se siguió manteniendo este proceso, que fue dejando paso a la lata de conserva. Camariñas cuenta hoy con una empresa de conservas de pescado, la única de la Costa da Morte, que recuerda este ejército de hombres y mujeres que en otros tiempos alimentaba las salazoneras, Industrias Cerdeimar. En sus instalaciones se habilitó un museo de la conserva. Es parte de un rico patrimonio marinero aún por explotar y «conservar».
EL IDEAL GALLEGO-1932
Andrés Cerdeiras Pose, fundó en 1884 Salazones Cerdeiras. En esa época, el pescado se salaba en barriles, durante las costeras, para su consumo invernal, sobre todo en zonas de interior. Cerdeiras había empezado en Sardiñeiro, y decidió proseguir su proyecto empresarial en Camariñas, alquilando unas pequeñas naves.
En 1911, envió a su hijo, Jesús Cerdeiras Castro como responsable de la fábrica de Camariñas. Alquiló primero y compró después otras dos fábricas de salazón colindantes –la de don Cándido y la de don Genaro dando lugar a la extensión que hoy ocupa Industrias Cerdeimar.
Denominó a la empresa Conservas Cerdeiras, al corriente de la técnica de la conserva y de los procesos de esterilización del francés Apert. Además de proseguir con la actividad del salazón, Jesús empezó a fabricar conservas en lata de hojalata e, incluso, a exportar ya a terceros países en el intervalo entre las dos guerras mundiales. Jesús murió joven, a los 56 años. Su hijo mayor, Jesús Cerdeiras Seoane, ya finalizados sus estudios en la Escuela de Comercio, llevaba unos años trabajando a sus órdenes y conocía los entresijos del negocio. Casi de inmediato, su hermano Andrés, de 18 años, estudiante de Comercio, también se incorporó al trabajo. Sus herederos prosiguen con el negocio.
La fábrica de salazón que se puede ver en la parroquia de Camelle, data de finales del siglo XIX, fruto del auge pesquero del momento que aprovecharon empresarios catalanes construyendo saladeras por toda la costa gallega. Los Cerdeiras también estaban emparentados con fomentadores catalanes, como otras familias que en Laxe o el seno de Corcubión trajeron el salazón: Pou, Sagristá, Carbonell, Borrell, Domenech,
En Quenxe-Corcubión en 1820 había una fábrica de salazón, con Juan Xampén, oriundo de San Pol del Mar (Gerona), dedicado a la actividad de la salazón con una fábrica de su propiedad también en Fisterra y casado con Ignacia Solá, de Calella-Gerona. Su tío, Ventura Quirico (o Quirce) Xampén, levantó fábricas en O Pindo, Duio y Fisterra, En el año 1847 aparecen tres factorías de salazón en Corcubión. Desde 1870 hasta finales de la centuria, las fábricas de salazón corcubionesas pasan a Francisco del Río Osorio, de Muxía, y a José Sagristá Xampén, originario de San Pol y casado con Rosa Colomé Trepidó, natural de Calella (Barcelona).
Recordamos un artículo de Victoriano García Martí, en La Voz de Galicia del 18 de septiembre de 1962.
«Y luego, tras la familia, el barrio y las costumbres catalanas, inaugurando una vida nueva de industria y de trabajo. Igual traza en todas las construcciones que levantaron en los playales. La vivienda, frente al mar; detrás los almacenes y una sola puerta para todos los servicios. Las entradas y salidas de la familia y de los operarios, vigiladas por el amo, que tenía su despacho al lado opuesto de la vivienda, el sitio más estratégico para dominar la casa, el almacén y la playa, donde se tendían las redes a secar. Mucho orden y economía; el oro enterrado en las bodegas. Por lo demás, misa cada domingo y trabajo toda la semana de sol a sol. La mujer que cose y pone frutas en aguardiente. El lento transcurrir de los días y de los años, oyendo las horas del reloj de cuco, regalo de un piloto que estuvo en Italia. Fuera, el resoplar del vendaval y del nordeste, que arremolina las arenas rotura las ventanas. El fabricante, con su largo anteojo atisbando a través de las vidrieras la llegada de las lanchas de vuelta de la pesca, y, de tiempo en tiempo, la solemne aparición del airoso bergantín que regresa de Génova o de Livorno. En las veladas invernales, en tanto las mujeres rezan con los chicos, los hombres se reúnen para cambiar impresiones sobre la marcha de los negocios, escamoteándose la verdad, mintiendo con la malicia de niños y exagerando cada cual su mala suerte. Entre augurios de ruina de cosechas despídense hasta el día siguiente. ¡A cerrar las puertas con pesadas trancas! Una vuelta al despacho para asegurar los caudales, y al almacén a prevenir los incendios. Cenar frugalmente, y a la cama muy temprano Tal es la vida de un siglo en estos puertos de rías gallegas. No se sabe que admirar más, si la persistencia de estos hombres que acechan de continuo el tesoro de los mares desde la misma orilla o las almas de sus compañeras, que consumen allí sus juventudes en la tristeza y monotonía de estas vidas solitarias, oyendo siempre la canción del aire y de las olas que tonifican los recuerdos y, mustian los espíritus. Estos barrios de catalanes con vida y costumbres propias, a pesar de la influencia del medio y de las generaciones transcurridas son una nota pintoresca e interesante en los puertos de las rías. (…)