//Juan Gabriel Satti//
“All the world has heard of Cape Finisterre”, Basil Hall (oficial de la fragata Endymion)
Sabido es que el cabo Finisterre vio pasar a su vera a la mayoría de las mejores naves de la historia y una de ellas fue la HMS Endymion, que era una copia de la capturada Pomone francesa en 1794. Estaba armada con 26 cañones de 24 libras (cubierta principal); 8 cañones de 9 libras y 8 carronadas de 32 libras (alcázar y castillo).
Se hizo famosa por sus prestaciones marineras y de velocidad. Incluso en una época tardía como la década de 1830, todavía se señalaba a la Endymion como un buque veloz y capaz de aventajar a fragatas más recientes. Como fragata de 24 libras llegó a alcanzar un andar de 13,6 nudos, y cuando fue rearmada con piezas de 18 libras registró 14,4 nudos, lo que la convirtió en la fragata británica más veloz de su época. Navegando de bolina podía alcanzar los 11 nudos (tanto con piezas de a 24 como de a 18). Era ágil a la hora de virar, aunque se resentía un poco a la hora de hacerlo en redondo.
HMS Endymion, 23 de enero de 1809, dibujo del Almirante Sir Charles Paget.
Fue Basil Hall, un oficial a bordo de la Endymion, quien a los 21 años escribió en 1831 su obra “Fragments of voyages and travels”; en la que relata sus experiencias en Fisterra a lo largo de un centenar de páginas dentro del volumen III.
Este escocés ingresó en la marina real cuando acababa de cumplir catorce años, y en 1808 consiguió su transferencia de un barco de línea a la Endymion, empleada en ese momento en el transporte de tropas para el ejército de Sir John Moore en Galicia.
Allí, el teniente Hall fue testigo de muchos acontecimientos históricos, entre ellos, ver al heroico Moore morir en la batalla de `Corunna´ (en inglés por Coruña). Pero sobre el viaje en aguas fisterranas cuenta lo siguiente:
“El período de nuestro periplo en la Endymion tocaba a su fin, estábamos dirigiéndonos de vuelta a casa y navegando lentamente por la costa de España, cuando, a principios de Abril de 1809, casi rebasando el cabo Finisterre, vimos una pequeña embarcación viniendo hacia nosotros desde la orilla.La noche caía rápido, pero la nave nos alcanzó antes de que oscureciera, mientras poníamos nuestra proa hacia ella inmediatamente, al percibir que estaba acercándose.
Los españoles a bordo de este barco habían sido enviados como una delegación de un cuerpo de insurgentes, ansiosos por obtener asistencia de cualquier navío inglés en la costa. Nos rogaron que trajéramos nuestra fragata hasta su bahía, y nos aseguraron que, con un poco de ayuda adicional, los habitantes estarían capacitados para expulsar por completo a los franceses de esta parte del país. Estos hombres eran los portadores de cartas suplicantes de la Junta de Corcubión, estableciendo, con conmovedoras palabras, que no necesitaban más que armas: «¡Falta solamente armas!»; y si sus operaciones, dijeron, podían ser respaldadas por la presencia de un buque de guerra británico, el éxito de su campaña estaba asegurado.”
El capitán Basil Hall, autor de la obra que narra sus vivencias en Galicia
Los ingleses no tenían ni idea de donde procedían esas gentes y que pueblo era ese que nunca habían sentido nombrar:
“Todo el mundo ha oído hablar del cabo Finisterre, que, como su nombre lo indica, es el ángulo postrero de la península; una porción de una región de Europa, separada por igual en geográfica y en historia moral del resto del continente”… pero “la delegación española parecía un poco sorprendida de que no supiéramos nada de Corcubión; mientras, a nuestros ojos, el hecho de ser convocado a la asistencia de un lugar que no existe en nuestros mapas, ciertamente le dio un nuevo interés a la aventura.”
Los extranjeros en vez de buscar el puerto de Corcubión prefirieron fondear en Fisterra, frente a la playa de Langosteira:
“Se resolvió que debíamos ingresar a la bahía de Finisterre a la mañana siguiente, para ver qué estaba sucediendo, antes de prestar a los patriotas, como les llamábamos nosotros, la asistencia que nos solicitaban…”
Muerte del general Moore en la batalla de Coruña en enero de 1809 por James Jenkis.
Al mando estaba el capitán Thomas Bladen Capel (fue teniente a bordo del HMS Vanguard de Nelson cuando su flota destruyó a los franceses en la batalla del Nilo el 1 de agosto de 1798. Hasta tal punto impresionó al almirante, que en los despachos es descripto como «un oficial excelente» y se le presentó la espada del almirante francés superviviente. En Trafalgar ya era capitán de HMS Phoebe pero no participó del combate).
“Cuando navegamos a la bahía, por la mañana temprano, la fragata ya estaba rodeada de botes, llenos de gente de todos los rangos y clases, ansiosos por expresar su gratitud por tan rápida ayuda a su causa. Viejos y jóvenes corrían por las cubiertas abrazándose y besándonos, según su costumbre, pero de una manera tan repugnante a nuestros hábitos del norte, que los marineros como nunca habían sido saludados así antes, estaban dispuestos a recibir estas muestras de cariño con cualquier cosa menos buena voluntad.”
Grabado de Bartolome Vazquez del Cabo da Nave y Cabo Finisterre (1789)
Una vez anclados, procedieron a entregar a los nuevos aliados 150 mosquetes y la misma cantidad de machetes; junto con una proporción debida de picas o bicheros y tomahawks, más un montón de pólvora y balas.
«El entusiasmo entre el campesinado y la gente del pueblo en la costa se elevó a un tono aún más alto que cualquier cosa que hayamos visto a bordo. Las mujeres nos abrazaron cordialmente, con lágrimas en los ojos brillantes. Los niños corrían por las calles del pueblo, chillando, '¡Viva! ¡Viva!´, mientras que los ancianos cojearon hasta sus puertas para saludar la llegada de estos extraños enviados del cielo.”
Una visita al campo base patriota fue, por supuesto, el primer gran objetivo; enseguida se les proporcionó caballos y mulas, por docenas. Los mosquetes y las espadas desembarcados del Endymion fueron colocados en carros y partieron en gran cabalgata.
A cada paso, la multitud ganaba en número, hasta que, llegando a Bermún (Pereiriña-Cee), a una legua más o menos de Corcubión, el ejército ya era muy respetable: “Comenzamos a pensar que realmente estábamos destinados a ser ¡los libertadores de España!”.
HMS Endymion rescatando a un buque francés (Ebenezer Colls-1803/05)
En su marcha triunfal algo llamó la atención de los británicos. Los arados en la mayoría de los campos a lo largo del camino, eran guiados por mujeres, cuyos maridos o hijos, habían sido enviados a unirse a las fuerzas para repeler la invasión.
Para entenderse con los nativos portaban un gran intérprete y la fuente principal de todas sus operaciones, el teniente segundo Charles Thruston; un oficial veterano, tanto en mar como en tierra, y quién, a la experiencia en esta peculiar línea de guerra, agregó un conocimiento de idioma español y un talento de dirección, especialmente adecuados para ganarse la confianza de los insurrectos.
“Antes de que estos grupos patrióticos nos llamaran para ayudarlos, habían estado muy distraídos entre ellos en la nominación de un comandante en jefe. Unos 2000 hombres, nos informó la Junta, fueron reunidos en Bermún.”
Entre estas personas estaban varios soldados viejos, quienes, naturalmente deseaban nombrar como su jefe una persona llamada Caamaño; quien, por haber servido doce años en el ejército regular, era razonable pensar, sabía algo de estrategias militares.
El sacerdote de la parroquia, sin embargo, tenía al campesinado con él. “Es apropiado observar aquí que los sacerdotes españoles eran los oponentes más activos y decididos contra los franceses”, sentencia el futuro capitán Hall.
Antiguo tomahawk de abordo inglés (1700s) // Firma de Basil Hall.
«Al llegar al campamento», continúa, «encontramos al ejército patriota ejercitado por divisiones, bajo las dirección del anciano cura Lapido, que se abrochó sobre la sotana un sable enorme y oxidado, tomado por él, nos dijo, a un dragón francés en los pasos de montaña.”
Tan pronto como terminaron los primeros saludos, el capitán de la Endymion, hizo a los vecinos un discurso, traducido por el teniente Thruston, y los obsequió con una chaqueta al reverendo Don Pedro Lapido, y una elegante espada al ‘general’ Caamaño.Se ofrecieron a ser guiados por los ingleses de inmediato.
«Bajo nuestros auspicios, el campesinado continuó llegando y aunque podríamos suministrar apenas una vigésima parte de estos patriotas con armas, ayudamos a la buena causa, en lo que respecta a poner en orden sus puestos de avanzada, y dándoles consejos como pudimos, y otros arreglos de las tropas (…) en todos estos asuntos el Sr. Thruston tenía experiencia: Su primer objeto fue, si es posible, colocar a los hombres en una situación de seguridad contra cualquier repentino ataque enemigo, ya que tenía demasiadas razones para temer que podría desbaratar todos los planes de los nativos. En verdad, no era fácil distinguir cuáles eran realmente esos planes y objetivos de nuestros protegidos, cuyo unánime acuerdo solo consistía en dos puntos: un odio amargo hacia los franceses y una gran confianza en sí mismos.”
La sede del ejército galo estaba en Santiago de Compostela y desde ese punto enviaban divisiones pequeñas o grandes, según las circunstancias, para mantener al país contenido.
Captura del buque francés Loire por la Royal Navy y que bajo bandera inglesa trajo suministros a Fisterra en 1809.
Al mismo tiempo, cuerpos compactos de caballería recorrían el país, y con amenazas de castigos severos coaccionaban a los pueblos para que suministraran provisiones de todo tipo.
Justo antes de arribar los ingleses a Finisterre, habían enviado a Corcubión una nueva demanda de maíz y vino; a lo que la Junta respondió: «Que los franceses vengan a por ello». A todas las peticiones anteriores habían cedido sin ningún tipo de resistencia; pero ahora estaban decididos a resistir.
“Esta imprudente Junta se reunió en consejo todos los días y, a su deseo, uno de nosotros siempre asistió como una especie de miembro honorario.
Era nuestra constante suplica que los patriotas debían tener exploradores a lo largo del camino desde Santiago, o donde sea que se encuentren los franceses, para que podamos ser informados de su fuerza y ​​movimientos, a fin de poder prepararnos para su venida, o retirarse si es probable que nos dominen. Pero La Junta soporífera, autosuficiente, nos aseguró solemnemente que estas precauciones estaban cuidadosamente tomadas, y que recibían diariamente, de hecho casi cada hora, la información más exacta de todo lo que el enemigo estaba haciendo. Sin embargo, sucedió que nunca nos dejarían ver a ninguno de estos agentes acreditados; y pronto se volvió demasiado evidente, que las únicas fuentes de esta presumida información fueron sólo rumores populares del campesinado. En estas circunstancias, nos sentimos muy perdidos, no solo de qué aconsejar, sino qué hacer de nosotros mismos.”
La Junta decía tener planeada una emboscada con un par de cañones de la fragata en uno de los pasos en las colinas. Describieron este paso como tan estrecho que, si alguna vez se fortificara, se podría mantener a todos los franceses bajo control, hasta que se pudieran traer refuerzos de Corcubión y completar la victoria.
El Mariscal Ney que estuvo al mando de las tropas invasoras en la Costa da Morte (wikipedia)
“En consecuencia, me enviaron con órdenes de hacer un estudio del terreno, y para informar mi opinión sobre la viabilidad de su defensa efectiva contra el ejército francés, con un par de baterías de 32 libras. El lugar señalado se encontraba a unos quince kilómetros de Corcubión; y yo partí bajo la guía de los campesinos proporcionados por la Junta, con una escolta de media docena de soldados del campo, y todo el grupo estaba montado en mulas de manera muy respetable. Esto fue el 8 de abril y llegamos a nuestro destino durante el día. Me había imaginado un desfiladero estrecho, o hendido en las colinas, como uno de esos pasos suizos donde los invasores borgoñones fueron demolidos por las rocas y los nativos rodaron sobre ellos troncos de árboles. Mucha fue mi decepción, por lo tanto, cuando llegué al lugar designado por la Junta como el más apropiado para ser defendido por un par de cañones contra 10.000 soldados franceses. Era un valle abierto y cultivado, de al menos una legua de ancho, formado por cadenas de colinas, no escarpadas ni inaccesibles, sino bastante lisas y fáciles de atravesar por cualquier clase de tropas, artillería incluida.”
“Al regresar del interior, el 9 de abril, encontré al Endymion todavía fondeado en la bahía de Finisterre, donde se le había unido el H.M.S. Loire, comandado por el Capitán Alex. W. Schomberg (ahora Contralmirante)”.
Era otra fragata enviada desde Inglaterra, con un cargamento de más armas y municiones para los insurgentes. Esta noticia fue recibida con alegría en Corcubión. Pero como todavía había más de 1.000 hombres que marcharon desde el interior del país para luchar, se pensó correcto enviar el Loire de vuelta para un nuevo suministro.
«Al día siguiente temprano, nos dirigimos a la orilla con gran entusiasmo, para estar presentes en la gran distribución de armas a los patriotas. Pero al llegar a la sala del consejo, sin embargo, nos enteramos para nuestro total asombro, que el ejército, como les gustaba llamarlo, había partido esa madrugada a las dos en punto, desde Bermún a un lugar llamado Paisas, veinte millas más lejos. Fue en vano instar a la Junta a enviar inmediatamente órdenes de regreso a las tropas, hasta que tuvieran armas en sus manos, sus cartucheras llenas y sus arrestos para encontrarse con el enemigo”.
Como la Junta no había tomado medidas para mantener abierta la comunicación entre la ciudad y sus fuerzas, el teniente Thruston fue enviado a Paizás (Vimianzo), para hacer de enlace.
En resumen, el 13 de abril de 1809 apenas hubo batalla. Los de la Junta se fueron a Paizás a esperar allí al enemigo, que entró por el camino de Santiago desde Armada (Cee) sin apenas encontrar resistencia. Es más, cuando Thruston dio con las tropas, muchos habían huido. Los pocos cientos que llegaron tras la quema de Corcubión, también salieron corriendo.
El inoperante Caamaño convencería a los ingleses de acercar la fragata a puerto para dar valor a los desfallecidos corcubionenses. Pero sólo lograría que los hombres del Mariscal Ney, avisados por sus espías, enviaran más de 2000 franceses para tratar de hacerse con la Endymion; que accedió a entrar en la ría el día 21. No lo lograron y se desquitaron quemando las iglesias de Cee y Corcubión por segunda vez.
HMS Endymion en combate con el USS President (1815)
“El enemigo, de hecho, se había lanzado, invisible, sobre su presa; porque ahora podíamos distinguir a los soldados franceses que llegaban a la miserable ciudad desde ambos lados del valle. Muchos de los habitantes se apresuraron a los botes de pesca en la playa y saltaron a ellos indiscriminadamente, empujados ingenuamente por la corriente. Mientras remamos por el puerto, nos encontramos con cientos de estas personas pobres, medio vestidas, gritando y luchando por superar el fuego enemigo. Otros huyeron por las colinas hacia la bahía, con la esperanza de ser recogidos en la orilla por los barcos, o para esconderse en cuevas”.
El horror y la confusión de este espantoso espectáculo se incrementó por la conflagración de la ciudad, en cuyas calles se sucedían hechos de la mayor atrocidad.
Alrededor de treinta personas en total, incluidas mujeres y niños, aprovecharon la protección en la gran cabina de la cubierta principal. A petición suya, los desembarcaron en Vigo unos días después; consideraron lo más prudente mantenerse a distancia de sus casas por ahora.
Así terminaron las operaciones de la Endymion en la Costa da Morte, demostrando con creces porque fue la nave más rápida de su tiempo.