Rafael Lema//
La revisión del viaje singular del obispo armenio Martiros o Martyr a Compostela y Finisterre en 1493 nos lleva a mirar a las tradiciones de viajes de aquel extremo del mundo católico y su relación con Galicia.
En la búsqueda de motivos de la pervivencia del Camino de Santiago y su actual fortaleza, debemos mirar a los orígenes de los europeos. Y hallaremos las muestras, los testimonios evidentes de milenarias derrotas, viajes de hombres y mujeres del este al oeste. Del nacimiento del sol hasta el ocaso, el Finisterre de Galicia, región de mitos y héroes. Galicia es un antiguo reino, con una población atlántica de las más homogéneas de Europa, que se nos presenta como una isla genética en un entorno mediterráneo, latino. Por eso se identifican con más claridad los rastros de migraciones trascendentes en la historia de la comunidad, la huella de los pasos de caminantes que seguían la ruta milenaria de las estrellas hasta el Finisterre. La tierra de la estrella, de venus, de la puesta del sol.
En nuestra prehistoria existían tres grandes rutas de peregrinación. Una atravesaba el sur de Inglaterra de este a oeste, por el leys o camino sagrado de Stonehenge. Las otras dos terminaban en los Finisterres de la Bretaña francesa y de Galicia. Esta última era la más larga e importante. La base del camino jacobeo. En época histórica, pero antes de la creación del camino medieval de Santiago, existía una ruta romana que unía la ciudad de Éfeso con Roma y con Lugo (la capital de la Galicia romana). Era la Callis Ianus, el camino del dios Jano, Ianus, el de las dos caras (este, oeste, femenino y masculino, sol y luna, luz y sombra, día y noche).
Pero se trata de una deidad oriental, aria. Nimrod es también Eannus, el dios con dos caras Jano. Es el águila aria, persa, germánica, con dos cabezas. San Pedro y las dos llaves. Lo veremos en otro apartado. Galicia era para los navegantes un país de monstruos marinos y residencia de dioses temibles o gigantes, como Gerión, al que combatió Hércules, el héroe que tenía uno de sus mayores templos en la actual Cádiz, de fundación fenicia, y unida por una ruta de navegantes milenarios con la ría gallega de A Coruña.
El trono de san Pedro en el Vaticano está decorado por doce láminas, retratando las doce labores de Hércules. Y Hércules era otro nombre para el ario Nimrod, antes de volverse una deidad de los griegos. Hubo un camino fenicio de Hércules, con su templo en Cádiz. Y una ruta milenaria que trajo el mito desde allí a la ría de A Coruña, una ruta que siguió abierta sin interrupción hasta la interrupción árabe. Así que los navegantes púnicos no solo trajeron productos de intercambio en el trueque por el estaño a Galicia, también levantaron santuarios y mitos. Los que necesitaban para balizar su ruta secreta, en los promontorios de las rías; pero también para asentar sus creencias, aquellas que hablaban de los viajes fantásticos de sus dioses al oeste, ese que finalizaba en el Finisterre. A las diosas del mar.
El mar fue durante la mayor parte de nuestra historia el camino a Galicia. Por el llegaron fenicios, griegos, tartesos, romanos, bizantinos. Los suevos comerciaron por él con francos, bretones, bizantinos. Los visigodos aprovecharon nuestras naves y rutas. Aquí se unían en el medievo las grandes naciones navegantes del norte de Europa y del Mediterráneo. Hércules mató a Gerión y levantó una torre, conocida en las sagas irlandesas. Su camino de peregrinación terminaba aquí, en el fin del mundo.
La huella de los romanos
Los romanos tenían puertos y construían galeras en nuestras rías, pero también trazaron nuestra primera red de calzadas, sobre todo de uso militar o administrativo. Nos unieron al continente por tierra, nos dieron una lengua que eliminó los vestigios de la luso galaica, con claras influencias arias y vestigios protoceltas. El comercio siguió siendo fundamentalmente por mar, con Cádiz. Trajeron su religión, el testigo inmediato del cristianismo, que llega por la élite romanizada, sobre todo mujeres influyentes. Quizás había un montículo de Hércules Melcart en la actual A Coruña sobre la que edificaron el magnífico faro, símbolo de su poder, y de la importancia de la navegación en nuestras costas.
Sobre la vía romana que llegaba a Galicia se consolidó el camino actual de Santiago. Y antes de que Roma fundase hace 2.000 años la ciudad de Lugo -con sus imponentes murallas y grandes templos de dioses latinos, en el extremo occidental del imperio-, había un camino de tradición protocelta, hacia la tierra de Lugh. El gran dios del panteón céltico, vinculado a Apolo, al sol. Porque la ciudad galaico-romana de Lugo era un «lucus», en una colina cercana el pueblo de los galaicos caporos honraba a Lugh. Y este pueblo o «trebia» de los caporos (capori) llegaba hasta Iria Flavia (Padrón) y Asseconia (la que luego sería Santiago de Compostela).
Además, el paraíso para los celtas y de los arios estaba situado al lado de un rio que desembocaba en una gran cascada. El único cauce fluvial que lo hace en Europa occidental está en Galicia, en el Finisterre. Es el río Xallas que desemboca en O Ézaro, en la ría de Corcubión y a la sombra del monte mítico de O Pindo, la gran montaña mágica del país de Nemancos (el país de los montes sagrados).
Así pues, otros pueblos de lejanas tradiciones realizaron el trayecto al viejo reino de Galicia, el país de Santiago, Jacobusland. Pueblos germánicos (los suevos y vándalos), o iranios (alanos) en el siglo V d. C. Siglos antes, los protoceltas, los celtíberos nerios, los arios indoeuropeos. Detrás de estas arribadas encontramos un móvil religioso, mítico. No eran invasores, sino peregrinos o hijos de antiguas tradiciones míticas, sus efectivos siempre fueron escasos, salvo en el caso de los romanos (que comen aparte, pese a no ser significativos en su aporte de etnia supusieron un cambio profundo).
Tenemos, por tanto, un camino del este al oeste de unos pueblos orientales que buscaban sus orígenes, o la base de sus mitos, en el extremo oeste de Europa, en donde se ponía el sol, en donde la Vía Láctea se hundía en el mar. Los pueblos del este sabían que Galicia era la tierra de la gran diosa madre; encima de esta ruta, el cristianismo creó el Camino de Santiago.
Santiago, Júpiter y Lugh
La imagen guerrera del Santiago a caballo, patrón y salvador del reino, no es otra que el Júpiter romano y el Lugh celta. Tiene parientes iconográficos germánicos en el sur de Alemania. El sol que muere en el mar y resucita en una estrella. Y Lugh está identificado con el cisne, con la oca. Es su hijo. El juego de la oca es un camino lleno de peligros, pero también de albergues, bosques, fuentes, puentes. Y termina en el paraíso occidental de los celtas, que la mirar el mar desde los promontorios sagrados de Galicia creían ver las isas fantásticas del Alén, el otro mundo. El camino medieval de Santiago llegaba a esta ciudad. Pero de ahí de dividía en tres rutas que caían sobre el mar, formando el trípode ario; el tridente de Neptuno que mueve las olas, el hermano de Júpiter y padre de las nereidas del país de los nerios. El dios que cabalga las olas sobre caballos blancos y hace brotar fuentes y manantiales.
Estos tres caminos de Compostela al mar son una pata de oca, bajo la marca del tres, el numero sagrado ario. Hacia Muxía, Finisterre y Padrón. La leyenda jacobea unió el apóstol con estros tres puntos y en ellos creó y fomentó santuarios de peregrinación. Dedicados a curiosas advocaciones de María sobre lugares de cultos precristianos. El mito celta y ario pervivió, tras este nuevo ejercicio planificado de sincretismo. Y si nos acercamos al origen halamos nuevas referencias de gran valor.