Texto Rafael Lema Mouzo// Ilustración portada- Zapico
Se cumplen veinte años de la canonización de un santo gallego, el Padre Inocencio Canoura Arnau, que subió a los altares en 1999 como san Inocencio de la Inmaculada Concepción; muerto en este mes de octubre, en 1934, a los 47 años. Hace 85 años. Proclamado Beato por Juan Pablo II el 29 de abril de 1990, es canonizado por el mismo Pontífice el 21 de noviembre de 1999.
Aunque una placa recuerda su martirio en el cementerio asturiano de La Belonga en Mieres, surgen dudas sobre la verdadera ubicación de sus huesos. Hay discrepancias sobre el lugar exacto donde reposa el santo dentro de la popular necrópolis minera. El panteón de los Padres Pasionistas cuenta con una lápida en la que figura la relación de todos los fallecidos de esta comunidad religiosa en la zona, entre ellos Inocencio Canoura. Fue asesinado en el cementerio de Turón pero en 1935 sus restos fueron trasladados a La Belonga. Con él fueron asesinados vilmente otros salesianos, comunidad a la que pertenecía otro mártir gallego, el beato Carmelo Juan Rodríguez de Vimianzo, joven novicio paseado y fusilado en octubre de 1936 en Madrid.
El Padre Inocencio Canoura y ocho Hermanos de las Escuelas Cristianas, son los mártires de Turón (Mieres), asesinados el 9 de octubre de 1934 durante la Revolución de Asturias, un golpe sedicioso de izquierdas contra el gobierno legítimo de la República que dejó un reguero de muertes, muchos de ellos religiosos, pese a que la revuelta apenas duró diez días, hasta que el ejército republicano mandado por el general Franco, puso fin a la cruel sublevación e impuso la ley.
Conocía la historia del mártir lucense por la biografía escrita en 1993 por Miguel González. Nacido el 10 de marzo de 1887 en la parroquia gallega de Santa Cecilia de Valadouro, diócesis de Mondoñedo, el santo gallego ingresó a los quince años en la congregación Pasionista, iniciándose en la vida religiosa en Deusto-Bilbao en 1904. Ordenado sacerdote en Oviedo, en 1913, ejerció una acción evangelizadora basada en la docencia y la predicación, hasta su martirio.
Inocencio Canoura, entre el apostolado y la docencia
El Martirologio Romano nos informa que en Turón, en Asturias, los santos mártires Inocencio de la Inmaculada (Manuel) Canoura Arnau, presbítero de la Congregación de la Pasión, y ocho compañeros, de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, durante la revolución, en odio a la fe fueron asesinados sin juicio previo, alcanzando así la victoria por el martirio y el reconocimiento eterno.
Uno de ellos era el lucense Inocencio Canoura (1887-1934), dedicado buena parte de su vida adulta al apostolado y a la docencia, como profesor de Teología, Filosofía y Literatura en Corella y Daimiel. Su último destino fue Mieres en 1934, donde sufre la persecución en la citada revuelta. Por su amor a los demás prolongó su estancia en Mieres para confesar a unos niños, decisión fatal. Fue arrestado entonces por un comité de izquierdas, con conocidos dirigentes socialistas, paseado y fusilado.
MARTIRIO Y ENTIERRO
El 4 de octubre de 1934, el sacerdote pasionista subió desde el Convento de Mieres hasta el Colegio de La Salle en Turón para confesar a los niños que preparaban la comunión del viernes. Como eran muchos decidió quedarse a pasar la noche con los frailes salesianos, y proseguir al día siguiente el trabajo: pero al otro día estalló la sangrienta revolución. Un grupo de socialistas sediciosos entraron en el centro apresando a todos los religiosos que fueron llevados a la cárcel habilitada por los revolucionarios en el Centro Socialista, donde ya estaban detenidas otras 14 personas.
A las dos de la madrugada del día 9 de octubre Manuel Canoura fue fusilado en el cementerio de Turón junto a ocho Hermanos de la Doctrina Cristiana y dos oficiales de carabineros. Seis días más tarde, se sumaron a esta lista el director de Hulleras de Turón, Rafael del Riego; Cándido del Agua, jefe de los guardias jurados de la empresa; y César Gómez, el corresponsal para la zona del diario derechista Región. Según información recogida en la población, la ejecución se remató a pistola con tiros de gracia e inmediatamente todos los cuerpos se depositaron en una sola fosa preparada previamente, unos sobre otros y sin ningún orden.
Tras la ocupación de la región por las tropas leales al gobierno, el día 21 de octubre, fueron reconocidos los cuerpos en el mismo cementerio por el Director de la Escuelas Cristianas de Mieres y el Provincial de los Pasionistas. Colocados en cajas, volvieron a cubrirse con tierra. En febrero de 1935, la Congregación de los Hermanos de La Salle consiguió el permiso para exhumar a los salesianos y enviar sus cuerpos a la casa matriz que poseen en Bujedo (Burgos). En el trámite también se incluyó la licencia para trasladar al padre Inocencio al camposanto de Mieres.
El 25 de febrero una brigada sanitaria de Hulleras de Turón, equipada con balones de oxígeno, máscaras y desinfectantes, dirigida por el Inspector Médico de Oviedo se encargó de sacar a la luz los ataúdes. También el del pasionista gallego, que a pesar del tiempo transcurrido no manifestaba síntomas de descomposición. Fue reconocido en la sala de autopsias del mismo cementerio y metido en una doble caja de cinc y madera. A las once de la mañana se celebraba un funeral en el templo parroquial donde pronunció la oración fúnebre don Manuel García, el capellán de la Sociedad Hullera Española llegado desde Bustiello.
A las cinco de la tarde, el cadáver fue llevado en hombros hasta La Cuadriella en un ataúd reforzado. Allí se rezó un responso antes del nutrido cortejo que llevó en coche el cuerpo hasta Mieres. A la altura del palacio de Camposagrado la caja se sacó del vehículo para ser conducida de nuevo a hombros por los miembros de la comunidad Pasionista local seguida por los párrocos de Mieres y las parroquias limítrofes; más los frailes de La Salle, los ingenieros de Turón, y una multitud que se dirigió hasta el cementerio de La Belonga de Mieres. Al atardecer la caja fue depositada en la sepultura abierta en el terreno propiedad de los sacerdotes, al lado de otro pasionista al que el mismo P. Inocencio había dado la extremaunción antes de estos sucesos.
Un artículo en «El blog de Acebedo» apunta informaciones salidas de fuentes orales de Mieres sobre el enterramiento, que siembra la duda sobre el lugar exacto donde reposa el santo. Cuatro días antes del traslado desde Turón, el 21 de febrero de 1935, los Padres Pasionistas exhumaron los cuerpos de otros dos miembros de su comunidad que yacían desde su muerte el 5 de octubre de 1934 en sendas fosas cavadas por los propios revolucionarios en el mismo cementerio de La Belonga: Salvador de María Virgen y Alberto de La Inmaculada. El primero cuando intentaba regresar al convento huyendo de los revolucionarios de Mieres había sido abatido aquel día, a unos 500 metros de la casa pasionista.
Según los testigos recibió numerosas pedradas y una cuchillada antes de ser rematado a tiros. El segundo abatido en Requexau, cuando huía junto a otro hermano llamado Cayo, de 71 años, para refugiarse en casa de un conocido de Valdecuna. Allí fueron reconocidos: el anciano solo sufrió varios garrotazos, pero el padre Alberto de La Inmaculada recibió dos tiros y acabó desangrado junto al río, a kilómetro y medio del lugar de la agresión. En el momento de sacar los cadáveres a la luz, el padre Salvador de María Virgen apareció junto a el cuerpo de un guardia civil que fue metido en un ataúd costeado por Acción Popular de Mieres.
Estos testigos orales informan en el citado blog que los dos pasionistas volvieron a ser sepultados en ataúdes en otro lugar del mismo cementerio: «Presenciamos las últimas paladas de tierra que el enterrador volcó sobre las sepulturas y con el alma repleta de nostalgias y de gozo muy legítimo por conseguir tan facialmente la identificación de nuestros hermanos mártires, nos volvimos casa, ya bien entrada la noche.»
Lo mismo sucedió con el padre Canoura: «Allí estuvimos hasta ver completamente cubierto el ataúd con aquella tierra, que Dios quiera sea un día no muy lejano removida de nuevo para glorificar sobre este suelo los restos y reliquias del que ya sin duda fue glorificado por Dios en el cielo.»
Inocencio Canoura fue canonizado junto a los frailes de La Salle que cayeron con él aquella noche y descansan en Bujedo. El hijo de un falangista local fue testigo junto a un grupo de jóvenes flechas de la profanación de la tumba de san Inocencio de la Inmaculada en el invierno de 1936, ya en plena guerra civil. Unos milicianos de izquierdas lo desenterraron para emplear el metal de su caja de cinc en la fabricación de munición. Al parecer los huesos se dejaron en el mismo sitio y el santo pasionista sigue enterrado en la fosa del cementerio de La Belonga.