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miércoles, marzo 20, 2024

El Almirante Mourelle, el expediente oculto de San Vicente y Gibraltar

El gran marino de Corme pudo tomar Gibraltar para España y fue uno de los héroes ocultos del combate del cabo San Vicente.//Rafael Lema

Francisco Antonio Mourelle y de la Rúa, el almirante Mourelle (1750-1820), fue uno de los grandes marinos de la Historia de España, aunque su valía no es demasiado conocida en su Costa da Morte. Recientemente tuve el honor de dar una conferencia sobre su persona en su localidad natal, Corme, que no hace mucho intentó despejar esta desmemoria con un busto del gran marino en el puerto. A la biografía conocida aporté nuevos datos, que desde 2013 he ido recopilando de distintos archivos y de bibliografía nacional y foránea; aunque desde hace dos décadas me interesó su figura y la traté en varios libros, siguiendo la estela de investigadores como mi maestro Amancio Landín o mi colega José Manuel Ferreiro Chans, ambos ya fallecidos; y con los que revisé no pocos documentos, dejando mi trabajo inacabado. 

Mourelle fue el último de la última época dorada de la navegación hispana, a su muerte pasaremos a ser una potencia naval de segunda fila. Llegó a ser jefe de escuadra, el equivalente hoy a un contralmirante, o a un almirante por las ordenanzas antiguas de las primeras reformas borbónicas. Fue célebre en vida y honrado sobre todo como militar. Como explorador tuvo que archivar sus diarios y anotaciones por mandato real, aunque alguno cayó en manos de espías extranjeros y fue bien aprovechado por los ingleses. Otros llevaron méritos impropios y se vanagloriaron de hazañas a él debidas. incluso hoy hay quien duda de su influencia en las obras de otros grandes navegantes, cuando ya en su época era acreditado el de Corme como pionero en las rutas de Alaska o por el Pacífico sur.

Mourelle inicia su gran travesía vital

Al no ser noble no puede entrar en la Real Compañía de Guardias Marinas de Cádiz y solo puede aspirar al acceso en la escuala de pilotos de Ferrol, ciudad que entonces era uno de los grandes hitos de la navegación mundial, por sus astilleros y sus científicos. Ferrol no contará con su propia escuela de guardias marinas hasta 1777. Para acceder como cadetes, además de tener entre 14 y 18 años, méritos físicos, esmerada educación y extraordinario talento, hay que ser hidalgos; solo tres gallegos entran en la primera promoción gaditana.

Mourelle tras su paso por la escuela ferrolana ejerce de piloto en América y va ascendiendo por méritos, por lo que en 1775 ya es primer piloto del puerto mejicano de San Blas. En 1779 forma parte de la expedición que bordea las costas de Alaska y llega al grado 62, que ningún marino había alcanzado. Allí España dispone fuertes, mojones, firma tratos con los nativos. Es tierra y mar del rey. Desde los tiempos de Cortés fueron marinos españoles los que subiendo California abrieron toda esta costa del Pacífico al conocimiento, desde el estrecho de Bering a la Antártida, de polo a polo. Nadie llegó antes que los nuestros. De igual manera España tenía el monopolio del comercio entre Asia y América con el galeón de Manila, el Pacífico era un lago español. Esta seguía siendo la era de Mourelle, de primacía naval y de una poderosa flota de guerra capaz de poner sobre las aguas cien navíos. En donde Ferrol es el segundo gran astillero mundial, tras nuestra Habana. 

Mourelle se inicia como explorador, pero en misiones militares de defensa contra ingleses y rusos que andaban ya pululando por nuestras aguas árticas. Aunque los mandos ocultan los informes de Mourelle, su primer diario llega a manos de un escritor de la Royal Society inglesa, Daines Barrington, quien lo editará en inglés y francés. Mourelle es destinado a Manila, y en 1780, en el retorno desde Filipinas a México lleva a cabo su gran travesía del Pacifico sur por mares nunca antes visitados. Allí anota en su diario sus descubrimientos en los archipiélagos de las Salomón, Tonga, Tubaru, con aportaciones de datos que serán de gran valor para posteriores derrotas. Brillantísima es su carrera militar desde 1793, pero voy a centrarme en aspectos de más controversia y escaso conocimiento. Por ejemplo, el extraordinario periplo por los mares del sur cantado por Melville, Conrad y London se debe no a su deseo o proyecto sino a una mala e insensata orden (una más). 

Mourelle:»Reducido a cerrar mis ojos a tan poderosos inconvenientes»

El gobernador de Manila le ordena zarpar el 10 de noviembre de 1780 con pliegos para el virrey de Nueva España, y el sabe que por las condiciones climáticas, de corrientes y viento, no puede utilizar la ruta conocida del galeón a Acapulco en estas fechas. Así que decide bajar más al sur, internarse por mares ignotos, pero donde ya hay referencias de islas por viejos informes de navegantes españoles y lusos buscadores de especias; sobre todo el de una expedición efectuada en 1770 desde Manila por la Nueva Irlanda, Nueva Guinea, anterior a toda exploración europea. Era consciente de la estación contraria en que «emprendía el viaje y del estado de los víveres que llevaba a bordo y su cantidad no correspondía al tiempo que podía detenerme en el viaje, ni el buque estaba bien provisto», ni de jarcias y demás pertrechos, ni de pipas de aguada, con previsión de cuatro meses de travesía. 

«En situación tan deplorable, viéndome empeñado a cumplir las órdenes superiores, y reducido a cerrar mis ojos a tan poderosos inconvenientes, determiné la salida», e incluso la adelantó en previsión de deserciones en cuanto se supiese la dirección que llevaba. Entre junio y agosto era la fecha buena para la travesía, cuando corren los vientos ponientes que llevan los barcos al este de las Marianas, y luego en derrota al golfo. Ahora los vientos y corrientes eran opuestos. Así que toma rumbo al hemisferio sur anotando toda una serie de islas no reflejadas en los mapas, desembarcando en algunas, en fin adentrándose en mares nunca explorados; hasta llegar a las Marianas en junio y el día 20 tomar el camino real del mar de Nueva España. Derrota que consta en el museo naval (ms 577, ff 261 y ss. publicada por Josef Espinosa y Tello en 1809).

Un diario robado a Mourelle en manos de la Society

Los ingleses estaban ajenos a estos rumbos y no pondrán una proa en Oceanía hasta que no tienen conocimiento de viajes como los de Mourelle y sobre todo por el saqueo de Manila de 1762. Allí roban mapas e informes de Urdaneta, Torres y tantos navegantes españoles y portugueses que antes que nadie habían llegado a Australia, Nueva Zelanda, Nueva Guinea (donde ya en 1545 anda en misiones el jesuita gallego Juan da Beira) y a numerosas islas polinesias que jalonaban su acceso a las especies o el paso intercontinental con la América hispana. De nuevo es un hombre de la Royal Society, Alexander Dalrymple, el gran saqueador del palacio del gobernador de Manila y del convento agustino de San Pablo. La Society, recordemos, tenia el diario robado a Mourelle por su socio Barrington; cito nombres concretos y fechas que acreditan estas fechorías para lectura de incrédulos. Y otro ilustre marino de la entidad, James Cook, con estos informes explora Australia para su rey.

Dalrymple no niega en sus obras el valor de los descubrimientos españoles previos en el área, entre ellos los de Mourelle. Sería insensato hoy negar las exploraciones españolas en Australia, la Antártida, Alaska y tantos otros puntos, pero sigue habiendo negacionistas, sobre todo en este país. En la exposición de los combates que Mourelle edita en 1812, que revisé en los archivos de Viso del Marqués, el mismo cita su nombradía en vida en los círculos científicos, por sus servicios «en correr el Mar Pacífico por el sur de la equinoccial, con descubrimientos de aquel Océano, por cuyas dilatadas navegaciones fui bien conocido de los europeos, llevando mi primer diario el capitán Kook en su último viaje». El historiador norteamericano Donald C. Cutter lo coloca a la altura de Cook, Buganville, Malaspina, La Perouse en las expediciones por el Pacífico. Heceta, Fidalgo, Mondofia, Narvaéz y Malaspina también le deben parte de sus memoriales.

En el estrecho de Gibraltar

Como militar asistió a 40 combates y hundió o apresó 16 naves enemigas en sus acciones en el estrecho de Gibraltar, siendo especialmente admirado por el mando de las cañoneras que tanto daño hicieron a los ingleses, y cita en sus novelas Stephen O Brien. Participó en la batalla de Algeciras de 1801, como jefe de defensas costeras en la de Trafalgar de 1805; y al año siguiente en la Atunara en el heroico apoyo al convoy de suministro a Liniers para la recuperación de Buenos Aires, siendo ascendido por ello a capitán de navío. Pero en el expediente militar hay dos cuestiones menos conocidas, ignoradas por los historiadores; una como se lamentó por no haber seguido sus planes en la «empresa de Gibraltar» a fines de 1804, una acción encamisada de comandos con cañoneras a su cargo, quizás la mejor ocasión que tuvo España de ocupar el peñón y vengarse del suceso de la Mercedes (ahora célebre por el tesoro recuperado, casi sin querer). 

Esta misión sobre el peñón, tramada por extraordinarios marinos pero abortada por los nefastos políticos de la época que arruinaron su obra, es citada por Mourelle en su exposición de 1812. Así escribe que «en fines de ochocientos y quatro, invadidas y apresadas nuestras fragatas que venian de Buenos Ayres, se trató por S. M. de una empresa sobre Gibraltar, que si fuera realizada haria la época mas gloriosa de España; pero los que servimos al Rey no tenemos que examinar los motivos y razones que mueven las órdenes de los Soberanos: lo cierto es que cualquiera que haya sido el suceso es bien sabido que para el arduo objeto que se propusieron se pidieron cañoneros, y el general del departamento no dudó en cometerme el mando de aquella sigilosa y arriesgada comisión; el plan al fin se desvaneció despues de bastante fatiga, pero no era yo el inspector de los juicios del gobierno». Un mal gobierno y un rey inepto que llevaron al fondo de los mares a la mejor generación de marinos españoles. Porque en Trafalgar no quedamos sin escuadra ni marinos, solo Inglaterra nos superaba. Pero ya no había política naval ni nacional, solo dejadez y abandono.

Otra cuestión de la que nadie da fe, pese a la existencia de informes precisos, es el comportamiento de Mourelle en la nefasta batalla de San Vicente, en donde una magnífica escuadra española mal gobernada (otra vez) se las vio con una menor flota inglesa, con Nelson como inesperado héroe del día. En una guerra en general bien llevada y exitosa para nuestra bandera, fue una panacea para la honra del inglés. La acción del 14 de febrero de 1797 es recordada por nuestro marino: «al fallecimiento del general conde Damblimout, y heridas del comandante, por la confianza que ambos me dispensaron, me proporcionaron mandar aquel día el navío de tres puentes Conde de Regla, que por mis maniobras y operaciones tuvo tanta parte en la salvación del navío general la Santísima Trinidad, como por justicia está tan acreditada en el proceso formado para dicho combate». Pero injustamente olvidado por todos los historiadores de España, pese a estar en papeles. 

Las maniobras del gran Mourelle

Pues si todos alaban con razón la heroicidad de Valdés con el Infante Don Pelayo (74 cañones) acudiendo al socorro del escorial de los mares, fue imprescindible la maniobra de Mourelle alejando a los lobos que se ensañaban contra el mismo, y la muestra de sus pobladas baterías de 112 bocas para atemorizar al enemigo y obligarlo a retirarse sin su presa. Valdés perderá cuatro hombres y cuatro heridos. Mourelle tendrá 9 muertos, 17 heridos graves y 27 contusos, un total de 53. Solo por detrás del rodeado Santísima Trinidad, o de los valerosos Soberano, Mejicano y Oriente. Solo entraron en combate siete barcos españoles, que no perdió su buque insignia de no ser por la actuación de Cayetano Valdés que cuando ya había arriado su bandera lo amenazó con cañonearlo también si no levantaba de inmediato su pabellón, por lo que tuvo que seguir luchando. Valdés amenaza a su superior, pero sin el socorro de Mourelle atemorizando a los atacantes con un poderoso navío, de nada valdría la anécdota.

El Conde de Regla era un imponete navío de linea de 1ª clase de 112 cañones, que había recibido por todos los costados con valor de su mando, como acreditan sus muertos y heridos. Era su capitán de bandera el brigadier Jerónimo Bravo; jefe de escuadra Calude Françoise Renard de Fuchsemberg, conde de Amblimont. Con los dos de baja por la metralla enemiga, Mourelle prosigue la lucha, rodeado de enemigos que consigue alejar, evitando males mayores y la conserva de la mayor parte de la escuadra, que solo perdió cuatro barcos, que bien se pudieron recuperar.

La escuadra española, formada por 27 navíos de línea, 11 fragatas y un bergantín, con un total de 2638 cañones al mando del teniente general José de Córdova fue sorprendida por un fuerte temporal, al tiempo que la avistaba flota inglesa, con 15 navíos de línea, cuatro fragatas, dos balandros y un cúter, con un total de 1430 cañones y al mando de John Jervis. los ingleses apresan cuatro barcos y el almirante español no hace nada por salvarlos pese a su superioridad, y el mal estado de los barcos enemigos, también muy dañados y con escasa pólvora, teniendo veinte navíos hispanos intactos que podía usar en el cometido. El consejo de guerra y las distinciones tras el combate dejan a cada uno en su lugar. Pero al gallego Mourelle lo ocultan los wikipedistas.

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