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miércoles, marzo 20, 2024

Historias de médicos y epidemias en la villa de Fisterra

Juan Gabriel Satti

Corría el año 1894 y de improviso apareció en Galicia una terrible epidemia conocida como Viruela, o “a peste das vixigas”, propagándose durante los meses de Febrero a Julio. La enfermedad mataba, desfiguraba o incapacitaba a una parte muy importante de la población debido a las pústulas que se formaban y que al reventar producían grandes orificios o marcas en la piel. Además que era sumamente contagiosa y cada año eran más y más los infectados.

Una  de las ciudades víctima de la epidemia y mejor preparada para combatirla fue Santiago de Compostela, pues allí estaba la Facultad de Medicina y Cirujía, así como el Hospital Provincial (el hoy famoso Hostal dos Reis Católicos) y muchos acudían esperanzados en curarse.

Finisterre fue uno de los pocos pueblos que se libró del contagio siendo su médico titular a partir de 1909, Don Desiderio Paz Figueroa. Este joven corcubionés llegó a Fisterra para acompañar al santiagués de ascendencia madrileña Víctor Cardalda Martínez (licenciado en 1889); que por aquel entonces estaba de baja en un balneario aquejado de diversas dolencias y que viniera a la villa para reemplazar al anterior titular Don Modesto de la Gándara, fallecido en Porriño el 3 de noviembre de 1893 (el cual se vio envuelto en un confuso pleito por honorarios en 1856, cuando aún ejercía en el pueblo por aquellas fechas).

 Don Desiderio Paz Figueroa, doctor desde 1906 a 1962 y el precursor del carnaval fisterrán formando la comparsa «Los astrónomos» en 1912 y en 1917 pasó a ser «Los Diablos», director del coro «Hijas de María» de Corcubión, secretario Sociedad Protectora de Hijas de Finisterre en 1919 y del Pósito de Pescadores en 1924, juez municipal suplente entre 1920/24 cuando Alejandro Abella era el titular (foto-composición Milagros Riveiro- Marisa B.Traba

Ambos galenos debieron enfrentarse a la devastadora pandemia de 1918 mundialmente conocida como Gripe Española. Cada día se producían entre 30 y 40 nuevos casos, según noticas de la época (“El Ideal Gallego”, año II- núm. 552, 558). Al tiempo que aumentaba los enfermos, lo hacía el precio de los artículos de primera necesidad como la leche, el pan y los huevos alcanzando el doble de su valor. La pobreza era de tal magnitud que los doctores costeaban ellos mismos las medicinas. El 5 de noviembre de aquel año, el Gobernador Civil visita Fisterra y hace una donación de 500 pesetas. El día 9 fallece el secretario del juzgado municipal Manuel Mouzo Vázquez y el también secretario de la “Sociedad Protectora de Hijas de Finisterre”, Don José Sendón Casais, haciendo un total de seis muertos en esos momentos.

Para complicar más la situación son contagiados también con carácter leve el médico titular Desiderio Paz y el médico libre Sr. Alejandro Abella Lema, por lo que Víctor Cardalda queda como único responsable sanitario.

A principios de 1919 la epidemia remitía pero a finales de mismo año surgió un foco infeccioso de Viruela en el arrabal de A Insua de este mismo municipio. Todos los vecinos de esta pequeña aldea padecieron la peste causada por el Variola virus y que, en algunos casos, podía ser letal. En esos tiempos las autoridades sanitarias habían destinado médicos de refuerzo a casi todos los pueblos y gracias a la experiencia vivida en Santiago por Cardalda y la vacuna ya probada (pero escasa) se logró contener el brote, aunque hubo víctimas mortales.

En efecto, mi bisabuela Doña Josefa Armesto Castro, esposa de Don Juan Bautista Traba Domínguez (Juan de Benita) que fuera propietario, Patrón Mayor y  Juez de Paz de la villa (véase https://www.adiantegalicia.es/reportaxes/2018/11/25/historias-de-naufragos-y-heroes-en-el-cabo-finisterre-.html ); falleció a los 26 años (7-7-1920) debido a que decidió priorizar la vacunación de sus niños antes que la propia, a consecuencia de unas desavenencias con Víctor Cardalda sobre el cobro de unos antiguos honorarios.

En los tipos leves de esta enfermedad, los remedios caseros fueron muy útiles para aliviar a los dolientes; como uno hecho a base de hierbas de yodo que se ponían a hervir con agua de mar y preparado un compuesto, luego era aplicado como fomentos en la zona afectada. Algunos de estos medicamentos los recomendaba un sacerdote de la aldea de Vilaestose, concello de Muxia, al que se le atribuía fama de curandero y se llamaba José Lobelos pero toda la comarca le conocía como Don Pepito de Vilaestose. La verdad era que en sus tiempos de seminarista este cura estudiaba por libre la carrera de medicina, por lo que sus indicaciones terapéuticas no carecían totalmente de conocimientos al respecto.

Carnet de inspector municipal de Don Desiderio Paz Figueroa (Don Emerito)- año 1909.

Manuel Murguía, sin citar la fuente, recuerda el testimonio del Padre Feijoo sobre una práctica popular de los habitantes de la provincia de Ourense que consistía en frotar  parte del cutis contra las postillas de un atacado de viruela, “o picándolo con una aguja o espina de tojo mojada en la materia purulenta” (Murgía 1906, p, 179). El Padre Sarmiento, siempre bien informado de las cosas de Galicia, en un texto publicado en el Semanario Erudito, tomo XIX, recoge otro testimonio de las prácticas de inoculación en la antigua provincia de Mondoñedo, donde testifica que “eran comunes las viruelas artificiales” (“Antonio Posse Roybanes: la lucha contra la viruela y el primer plan de vacunación de Galicia (1806)” Anuario Brigantino, 2012 Carlos Fdez. Fdez.).

“La primera noticia sobre la vacunación por Posse Roybanes se refiere a la vacunación de su nieto. Si por una parte la redacción del documento nos hace suponer que esa vacunación se realizó el 16 de Agosto de 1801” (Carlos Fdez. op. cit.).

Don Víctor Cardalda, viudo, decidió establecerse de por vida en Finisterre y acometió la construcción de una casa y consultorio (ya inexistentes, que fuera sede de la Telefónica) sobre la playa de Calafigueira con entrada por la calle Real, vecina hoy del albergue municipal y frente a la actual panadería y supermercado anexo. 

No disfrutó mucho de ella junto a sus hijas, ya que murió de fiebre tifoidea a los 60 años, el 27 de diciembre de 1921 (según consta en acta de defunción Tomo 26, folio 46 del registro civil de Fisterra). Sus niñas huérfanas, recibieron su correspondiente pensión de orfandad. 

Crónica del primer caso de fiebre tifoidea diagnosticado cuando ya la plaga estaba extendida (Ideal Galego 25/02/1921)// Extracto del documento que acredita el fallecimiento del doctor Cardalda ejerciendo su profesión y no jubilado y anciano en Santiago, como aseveraron algunos cronistas// Nota del diario La Integridad sobre el pago de pensiones para las hijas del médico, Peregrina y Ramona.

El primera caso de esta epidemia fue recogido por la prensa (25/02/1921) debido a lo curioso del suceso; pues el Sr. Manuel Sixto Nemiña, vecino de San Martiño de Duio resultó muerto aparentemente a causa de los golpes recibidos en una reyerta pero que una posterior autopsia realizada por el forense Arturo Román y el tutelar Paz Figueroa, dio como resultado que fue por la dicha fiebre tifoidea.

Ahora era Don Desiderio quien debió combatir en solitario la siguiente enfermedad que se introdujo en el pueblo: la Tinea Capitis, Tiña Capitis o Tiña de la cabeza, que consistía en una infección superficial del cuero cabelludo y del pelo causado por hongos dermatofitos de los géneros Microsporum y Trichophyton.

La causa del contagio según algunas versiones, pudiera ser un tripulante de un barco griego que entró en la ría de Fisterra para reparar una avería en la máquina y comprar víveres en la villa.

Al parecer el marinero también aprovechó para cortarse el pelo en la peluquería de la época cuyo dueño era el señor Isidro Calvo; y que de seguido atendió a su propio hijo Ramón que resultó ser el primer infectado. Inmediatamente el doctor Paz Figueroa mandó clausurar la barbería y quemar todas sus pertenencias, incluidos herramientas y utensilios que hubiera. Además del disgusto, el pobre niño tuvo que soportar de por vida el mote de “el tiñoso”.

Rondalla formada en 1921 por Desiderio Paz y en la que participaba Don Federico Ávila, el alcalde (centro) acompañados por hijos del boticario Victor Lado Diez entre otros. A pesar de tantas desgracias se encontraba tiempo para el entretenimiento y ocio de los jóvenes.

La rápida intervención, hizo que esta peste quedase solamente localizada en dicha familia y para lo cual se tomó la precaución de que sus miembros se lavasen ellos y sus ropas de vestir y de cama en un lavadero alejado, llamado Cardal, situado por detrás de la Insua antes mencionada y que usaron exclusivamente durante un tiempo. Se les proporcionaron para tal efecto unas barras de jabón, marca Lagarto, pues eran muy abundantes en sosa cáustica.

Sobre este episodio, Don Desiderio Paz que fue un hombre polifacético dado al teatro, la música y las comparsas de carnaval (firmaba como Don Emerito sus coplas y composiciones); le dedicó los siguientes versos: 

“Pronto se asoma un barco por esta bahía,

Y quedan los corrales sin una gallina.

La caña, el abadejo y otras cosas más,

Por un poco de tabaco las van a cambiar.

Y uno muy listo que quiso trabajar,

Se metió la peste en su propio hogar.”

Cuando este doctor llegó al pueblo cobraba como inspector municipal un sueldo de 4000 reales al año, recorriendo las casas de la villa y de las aldeas (algunas veces andando y otras, a lomos de su yegua Cuca); con unas instalaciones muy precarias y sorteando inconvenientes como en los nacimientos, que solían ser en el mismo domicilio de la parturienta y muchas de la veces sin luz ni agua (sin percibir honorarios o incluso dejando algún dinero para ayudar a la pobre, cuando otros cobraban por visita). Hercúlea labor que obligó a acordar con los vecinos el pago de la llamada “Iguala”.

En aquellos tiempos la asistencia sanitaria no era universal, ni gratuita y, esa iguala médica, era como una especie de seguro consistente en un contrato entre el galeno y los ciudadanos, que les permitía ser asistidos tanto en la consulta como ser visitado en sus domicilios.

Para adquirir los medicamentos había una iguala farmacéutica, ya que tenían que acudir a la botica de hace 100 años, donde casi la mayor parte de las dispensaciones eran preparados elaborados por el boticario.

Se cobraba en mensualidades a las familias ‘igualadas’ con el facultativo, pero a veces las circunstancias no eran favorables y la gente se veía obligada a demorar el pago hasta que vendieran sus cosechas y/o  vendieran algún animal de corral.

Don Emerito y su yegua Cuca, con la que solía visitar a sus pacientes// En su casa-consultorio. 

Es en este contexto que una nueva plaga asoló Finisterre: la Parotiditis (conocida vulgarmente como Paperas). La parotiditis no es una infección tan contagiosa como otras y produce la inflamación de las glándulas parótidas, que son las glándulas salivales más grandes que están situadas a ambos lados de la cara y puede ser causada por bacterias, pero lo más frecuente es la infección por virus.

En este trance, esta vez Don Emerito (que él mismo no pudo evitar contagiarse) contó con la ayuda del boticario Víctor Lado Diez; que en un principio tuvo su farmacia en la actual Panadería Germán y luego se trasladó a una casona en la calle Ara Solis (a escasos metros de la Capilla del Buen Suceso), hoy propiedad de su bisnieta.

También se recurrió a muchos remedios caseros para aliviar los síntomas de esta enfermedad, tales como miel caliente mezclada con aguardiente, orujo o caña, vapores de agua hirviendo para hacer inhalaciones, compresas calientes o frías para aliviar el dolor de las glándulas inflamadas, etc.

En 1925 la junta municipal de Santiago emite una circular de estadística que obliga a informar de cada caso de morbilidad por pestes o epidemia: fiebre amarilla, gripe, tifus exantemático, disentería, fiebre tifoidea, viruela, varioloide, varicela, difteria, escarlatina, sarampión, meningitis cerebro espinal, etc.

En 1924 llegara a Finisterre otro profesional de Corcubión llamado Francisco Esmorís Recamán para ejercer de médico municipal, donde su padre, Don Manuel Esmorís, ejercía de secretario en el ayuntamiento y era también propietario de una fábrica de salazón. Aunque en un principio estuvo sólo un año, debido a que fue destinado a la Marina Civil española; regresaría en 1926.

Conocido históricamente como Don Paco, se licenció en 1921 en Medicina por la Universidad de Santiago, con premio extraordinario y cursando, además, la carrera de Magisterio. En junio de 1932 Esmorís Recamán imparte en Fisterra la conferencia “El tifus, cómo se propaga y cómo se evita” dentro del programa universitario “Las misiones pedagógicas en Galicia” (estudio que le valió la Medalla de la Orden Civil de Sanidad).

Farmacéutico Don Victor Lado Diez, al que según actas de la época el concello de Fisterra adeudaba grandes sumas por medicinas y vacunas fiadas durante el período del alcalde Cipriano Fernández. Fue juez municipal suplente entre 1924/27 cuando el titular era Francisco Esmoris.

Por aquel entonces la terminología española agrupaba tres afecciones bajo esta única denominación (no así la anglosajona o la francesa): el tifus exantemático, el recurrente y el abdominal o fiebre tifoidea. Los cuales eran producidos por microorganismos diferentes y con distintas maneras de propagación.

Precisamente en 1933 vuelve a darse un brote del tercer tipo pero que no azotó a todo el pueblo sino a los de la zona comprendida entre lo que es hoy el Concello, hasta la actual oficina del Banco Pastor (en el centro histórico).

Especialmente afectados los niños que concurrían a la escuela del maestro Cándido Aguilar Sánchez, y que lamentablemente varios de ellos perecieron. Pues la fiebre tifoidea es una infección potencialmente mortal causada por la bacteria Salmonella typhi, que en general se propaga por agua o alimentos contaminados.

Sabido esto, los médicos buscaron el origen en la fuente más próxima al lugar: la conocida como Mixirica, que era de donde se abastecían las casas cercanas (ya que las del Cabo da Vila se servían de la del almacén de Don Paco y otras tenían pozos propios).

Analizada el agua en el laboratorio de Medicina legal de Santiago (donde ya trabajara don Paco), y con resultado positivo, se concluyó que la epidemia fue causada por las ratas que bebían en el trayecto desde la aldea de A Insua hasta la villa, puesto que en la Insua misma no estaba contaminada.

Inmediatamente se recomendó a todos los vecinos hervir el agua antes de consumirla y el tratamiento para los demás pacientes.
Otras enfermedades con las que debieron lidiar en esa década fueron el sarampión y la infección por oxiuros pero que no reportaron casos de gravedad.

En 1936 Recamán fue solicitado al frente por el “bando nacional” cuando se produjo el alzamiento militar y regresará al finalizar la contienda.
Al acabar la Guerra Civil, la irrupción y extensión de  epidemias infecciosas y parasitarias centran los esfuerzos de los sanitarios del franquismo; además de la mortalidad infantil y el paludismo.

Doctor Don Francisco Esmoris Recamán que ejerció en períodos alternos, fue presidente del Pósito de Pescadores en 1924, presidente de Unión Patriótica (partido político del dictador Miguel Primo de Rivera), Juez de Paz, escritor, historiador e investigador de los orígenes de Finisterre y médico de Asistencia Pública Domiciliarla en Vigo.// Busto del médico en la plaza que lleva su nombre.

En los años 1941/42 llegó a Fisterra de forma galopante la Tuberculosis, haciendo estragos entre los jóvenes, alcanzando en algunos casos, en número de dos o tres víctimas por familia según el barrio o zona. Donde más azotó esta enfermedad fue alrededor de la capilla del Buen Suceso, la calle de Arriba y de la Fuente Vieja.

A modo de ejemplo, en la casa del Sr. Pablo Pequeño murieron 3 de sus hermanos y en la de Sra. Lola de Miriñaques (emigrada a Argentina) fallecieron su hijo Juan y su hermana Manola, en enero y noviembre del ´44, respectivamente.  

Así es que muchos enfermos fueron derivados al Sanatorio Antituberculoso de La Choupana (renombrado Hospital Gil Casares en 1960); cuyo primer director y cargo en ese momento, el cirujano Manuel López Sendón, viviera su infancia en Fisterra.

Y sin dar tregua, en junio de 1943 aparece en Finisterre  el primer caso de Tifus Exantemático, la llamada enfermedad de los pobres pues se contagia rápidamente debido al hacinamiento y el uso continuo de las mismas ropas.

Esta peste es transmitida por los piojos humanos (Pediculus humanus), de ahí que también fuera conocida vulgarmente como del “piojo verde”. Los piojos infectados, a través de la picadura de un enfermo migran hasta un nuevo huésped por contacto directo. Los microorganismos se eliminan por las heces del piojo durante la picadura y se inoculan en la piel por rascado.

El doctor Esmorís diagnostica varios casos, que envía para su tratamiento al Gran Hospital Real, (actual Hostal) encargándose de su asistencia su colega Cándido Masa Domingo.

Al mismo tiempo el Ministerio de Gobernación a través de la Dirección General de Sanidad, decide montar un hospital provisional en la calle A Coruña, donde actualmente se encuentra el restaurante Finisterre, por el gran peligro de propagación que entrañaba esta peste y circunscribirla a este pueblo dentro de las posibilidades.

Se envió un buen número de médicos, especialistas y personal sanitario que lograron exterminarla en septiembre de aquel año.
En 1959 se hace efectivo por parte de la comisión municipal de Vigo el nombramiento como médico de Asistencia Pública Domiciliarla, a favor de don Francisco Esmorís Recamán y allí se jubilará.

Llegados a este punto y sin mayor pretensión que dar un somero repaso a los hechos epidemiológicos más relevantes y acuciantes vividos en Fisterra, quisiera expresar mi agradecimiento al cronista local Don Manolo de Adamina (†) por facilitarme muchos de los datos que componen este escrito.

En otro plano, las pestes como la Negra o Bubónica, serían el origen de cofradías religiosas en los años cuarenta del siglo XVI como la de San Roque; compuesta por 34 feligreses que edificaron una capilla en su honra a la entrada del pueblo (“está decente”, apuntaba el cardenal del Hoyo en 1607 y hoy desaparecida), sobre un tramo del antiguo camino Real que merece recuperarse. Algo normal para una villa costera como Finisterre, puesto que normalmente eran estas las puertas de la zona Atlántica, por donde las epidemias hacían su ingreso en Galicia.

Y a media que se extendían las plagas, provocaban “el aumento de las cofradías que tienen por titulares a los santos especializados en su curación; y por otro la búsqueda de un respaldo comunitario en el momento de la muerte, supremo y decisivo instante de la existencia que cada vez más la Iglesia tenderá a sublimar” (“La evolución del asociacionismo religioso gallego entre 1547 y 1740: El Arzobispado de Santiago”, Domingo González Lopo, USC – 1996).

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