Dedicado a José Manuel,
gran aficionado a la historia naval española.
Juan Gabriel Satti Bouzas
Descripción de la costa desde el Cabo Finisterre a Baiona en 1588 (Royal Museums Greenwich).
Carta de Felipe II al licenciado Antolinez, sobre que avise si se presentan corsarios por las costas de Galicia, fechada el 26 de junio de 1581:
“Licenciado Antolinez, nuestro regente de la audiencia del reino de Galicia: El marqués de Santa Cruz , nuestro capitán general de las galeras de España, envía por orden nuestra al capitán Martín de Chaide con cuatro galeras por la costa destos reinos al dese reino a que ande con las dichas galeras desde Oporto hasta las islas de Bayona y el cabo de Finisterra, conforme a las nuevas que tuvieren de cosarios, y como vieren bajeles, salgan a ellos y los reconozcan, y si fueren de cosarios procuren de tomarlos, conforme a la que lleva del dicho marqués, y pues para ello convenía que sea avisado de todas partes de las que tuvieren de corsarios, os encargamos y mandamos tengáis muy particular cuenta con darle todas las que tuviéredes de los dichos navíos de corsarios y de sus portes, y de la gente que traen, y las donde se hallaren o estuvieren a toda diligencia, y con la brevedad que conviniere a donde se hallaren con las dichasgaleras, para que vaya con ellas a buscarlos y reconocerlos, y rendirlos y tomarlos, y hacerlo demás que se le ordena; y tengáis buena inteligencia y conformidad con él sobre ello, y le deis y hagáis dar el calor y ayuda y favor que fuere necesario, y os le pidiere, que a los nuestrosconcejos de esa ciudad y villa de Bayona mandamos escribir que ellos hagan lo mismo, y vos avisareis a las justicias de los otros puertos dese dicho reino, para que le den de los que tuvieren y de los navíos de cosarios que fueren a ellos o pasaren a la vista dellos, y del camino que llevarenpara el efecto sobre dicho. De Almada a 26 de junio de 1581 años. Yo el Rey” (Marqués de Miraflores, Colección de documentos inéditos para la historia de España- 1842).
Ilustración de una galeota, en el Diccionario de la Marina de Willaumez, 1831 // Grado que reproduce las torturas infrigidas a los cautivos
Todas estas instrucciones estaban muy bien enunciadas pero la realidad fue que los corsarios berberiscos, que tenían seguro refugio en los surgideros de las islas de Bayona, durante todo el siglo XVII pusieron en continua alarma a toda la costa desde el Miño a Finisterre; que para su defensa sólo contaban con la fortaleza de Monterreal en Baiona y la batería del convento de Oia.
Turcos y berberiscos, con sus ligeras galeotas, eran el terror de los pueblos marítimos de la Península: noche y día acechando en busca de víctimas que apresar. Apenas percibían una vela, saltaban a los remos, se lanzaban al abordaje y entablaban con la nave un duelo a muerte; otras veces entraban en las rías y trataban de hacer prisioneros a los habitantes del lugar para llevarlos como esclavos a Berbería o costa berberisca (término que los europeos utilizaron desde el siglo XVI hasta el XIX para referirse a las regiones costeras de Marruecos, Argelia, Túnez y Libia).
Desde A Guarda hasta Fisterra vigilaban el litoral los vecinos ribereños, atalayando el mar y alternando en la vigilancia de los parajes más peligrosos, transmitiendo el aviso de alarma de día por medio de humaredas en las cumbres de los más elevados montes, y de noche con grandes fogatas o fachos, además del sonido de los caracoles marinos de que estaban provistos los centinelas. Aún se conservan en Panxón, cerca de Baiona, restos de uno de los fortines o cuerpos de guardia para la custodia de las playas del sur de la ría de Vigo, desde donde atalayaban las caletas y fondeaderos de las islas Cíes, frecuente refugio de piratas y corsarios.
También Domenico Laffi relata que en Fisterra había una Torre o “Farol” preparado para esto: “in cima poi di questo promontorio vi é una Torre, ó vogliam dir Fanale, ch'egli chiamano in sualingua Farol: questa Torre e fatta per accendervi il fuoco su la cima la notte; il giorno ancora, in caso… de gl´Infideli” (Viaggio in Ponente a San Giacomo di Galitia e Finisterrae -1673)
José Cornide constata que en siglo XVIII estaban aún en funcionamiento los fachos y en esta zona estaban operativos los siguientes:
“El primero que recibe las ahumadas del último del partido antecedente está en el monte que está sobre el puerto de Corme y se llama de Roncudo. El segundo se llama Piedra de Palo que se comunica con el antecedente y descubre más de catorce leguas de mar. El tercero está en el monte de Tosto cuyo nombre tiene. El cuarto es el de Lourido que está en lo alto del monte de este mismo nombre. El quinto está en el cabo y monte de Tauriñao. El sexto llamado la Nave (en Fisterra) está en la cima de la punta avanzada que está frente del monte próximo. La última está en la altura del monte que forma el cabo de Finisterre. Todos comunican, recíprocamente sus ahumadas… Tienen su hachero perpetuo, y los trozos nombran por turno gente para centinela… Los trozos de esta costa desde cabo Ortegal hasta Finisterre son cincuenta y nueve… Las ahumadas las hacen con tojo, leña del país de poca utilidad para el fin” (Descripción circunstanciada de la Costa de Galicia y Raya por donde confina con el inmediato Reyno de Portugal – 1764).
A pesar d todas estas precauciones, en 1617 los corsarios turco-berberiscos iniciaron sus ataques a Galicia con el asalto a la ría de Vigo y el saqueo y quema de Cangas. Allí robaron e incendiaron la iglesia colegiata, haciendo pedazos las imágenes, cruces y retablos y las campanas, llevándose los frontales, los ornamentos y las lámparas de plata. “…y an muerto más de cien perssonas con muchas heridas y cuchilladas que le an dado, y cautivado otros más de ducientas perssonas hombres y mugeres y niños” apuntaba el procurador Gerónimo Núñez. Al ser enterradas, las víctimas mostraban en sus cuerpos cuchilladas en la garganta y en el rostro, cercenados una pierna y/o un brazo, mutilaciones a las mujeres quitándole “las tetas del pecho” o la lengua y ojos, entre otras atrocidades (Bernardo Barreiro, “Información sobre la entrada de los turcos en la villa de Cangas y el daño que hicieron” Galicia Diplomática, tomo I – 1882).
Monjes cristianos pagando un rescate para liberar a los cautivos.
Amenazando de forma constante al comercio marítimo y a las poblaciones costeras, capturando a sus naturales y perjudicando las faenas pesqueras, los corsarios turcos producían pavor en la costa de Galicia desde sus guaridas de las islas Cíes.
De seguido insertamos parte de la siguiente relación que hace Francisco Barros Troncoso, Sargento mayor de Bayona al Conde de Gondomar el 16 de noviembre de 1619, sobre los musulmanes que asaltaron Fisterra:
“…salieran de Argel 26 navíos y a la altura de Lisboa se separaron 16 y llegaron 10 a las Cies a 19 de Septiembre con 3 presas. Iban a Muros, doblaron Finisterre donde quemaron el lugar y cautivaron 26 personas a 3 ó 4 leguas de la Coruña; y de allí se volvieron a las islas: la capitana de 450 toneladas y 36 piezas de artillería y 250 turcos y algunos esclavos.” (Transcripción de José Santiago y Ulpiano Nogueira, Bayona antigua y moderna, Madrid 1902, pág. 164 del manuscrito “Relación que Francisco de Barros Troncoso, sargento mayor del presidio de Bayona y gente de milicia de sus contornos, hace al señor Conde de Gondomar, del Consejo de Guerra de Su Majestad del turco que vino a las islas de Bayona con diez navíos y del daño que hizo”, Real Biblioteca).
Los piratas y los corsarios se diferencian en que los segundos actúan protegidos por una patente concedida por el estado que les da derecho a lucir su pabellón, aunque sus actividades son similares: asaltos y captura de barcos de países enemigos, saqueos y secuestros de personas por las que se pide un rescate.
Obligación de 31-12-1620 de Domingo de Caamaño, Fisterra, de pagar al monasterio de Santa María de Conxo, 50 ducados por el rescate de Catalina Díaz, su mujer cautiva en Argel (Descripción por María Elena Novás Pérez, María Seijas Montero y Simón Vicente López – csa.archivo3000.es) // Galera s.XVII.
El sistema era el habitual: primero se hablaba y se concertaba el precio de cada uno de manera individual, luego se determinaba la forma de pago, ya que un tercio se hacía en plata doble y las otras dos partes en haciendas que había que valorar de común acuerdo. Cuando se ponía punto final a la conversación, el redentor (casi siempre religiosos de alguna orden) embarcaba a los presos y los llevaba hasta Larache (Marruecos) y allí, en tierra neutral, se realizaba el pago a un intermediario.
Su permanencia en la celda oscilaba entre los dos meses y los cuatro años y el valor monetario de cada uno variaba también según su aspecto y su prestigio, aunque lo normal rondaba los 2000 reales.
Un ejemplo de esta metodología la encontramos en una Obligación de 1620 de D. Domingo de Caamaño, vecino de “Finisterra jurisdicción del arzobispo”, que debió pagar al monasterio de Nuestra Señora de la Merced de Santa María de Conxo, 50 ducados por “rescatar y traer de tierra de moros” a su mujer Catalina Díaz, que estuvo secuestrada en Argel.
Este fue uno de los muchos casos que el cartógrafo Pedro Texeira pudo comprobar en persona cuando arribó a esta villa y lo plasmó de la siguiente manera:
“Fue saqueada y quemada casi toda por los moros, que llevaron a Argel muchos de sus nativos. Entraron en la iglesia y quemaron las imágenes. Está en esta iglesia, que es un templo muy grande y hermoso todo de cantería, una capilla donde tienen una imagen de Cristo crucificado con mucha devoción, y entrando yo en la iglesia para ver el daño y desacato que aquellos infieles habían hecho, vi que el crucifijo estaba a salvo y sin daño alguno, mientras que las otras imágenes estaban despedazadas y cortados sus brazos y cabezas, y otras medio quemadas y llenas de balas de arcabuces. Me informaron muchos cautivos que ya habían vuelto por rescate, que los moros no hablaban más que del espanto y turbación que sintieron cuando intentaron poner sus manos en aquella imagen, y que huyeron de la iglesia y se alejaron de Finisterra, embarcándose con miedo y prisa. Milagro siento de gran consideración que parece querer Dios mostrar su poder a aquellos infieles y que permitió su atrevimiento para castigo de aquél lugar” (Descripción de España y de las costas y puertos de sus reinos-1634).
El peregrino italiano Domenico Laffi, da testimonio en la crónica de su viaje a Galicia, acerca de la inseguridad marítima provocada por el corsarismo norteafricano en Finisterre, ante el cual, los numerosos devotos con que contaba su famoso Cristo invocaban fervorosamente su auxilio:
“Santa María de Finisterrae es una pequeña iglesia donde está la imagen de la Beata Virgen y un Crucifisso miracoloso, y esta iglesita está en la extremidad de la Tierra… Pero esta Santa imagen de María y su hijo han acertado a defender este lugar de diferentes canallas y entre otros milagros que hicieron, ocurrió que atracando un bajel de Moros, desembarcaron y pronto entraron en la iglesia, y viendo el Crucifijo con mucha malicia comenzaron a injuriarlo repetidamente. Uno de ellos, el más atrevido, desenvainando su cimitarra levantó el brazo para golpear al Crucifijo. Pero al instante quedó tieso, inmóvil en el sitio como una estatua. Por lo que sus compañeros viendo el milagro, reconocieron su error y rogaron que el Cristo los perdonase, prometiendo que se harían cristianos”.
Curiosamente, en la Visita pastoral hecha al arciprestazgo de Morrazo en 1651, se informó que en la capilla del Buen Jesús de la iglesia colegiata se veneraba la imagen de:
“un Sancto Cristo de mucha devoçión, a quien aunque los moros quando ocuparon a Cangas metiendo el Santo Cristo de propósito en paxares para quemarle, por algunas veces tirándole de mosquetazos y otras cosas, no le pudieren quemar, quedando la santa ymagen del Crucifixo libre de dicho incendio, ni los mosquetazos penetraron el santo crucifixo” (José Manuel Vázquez Lijó, La Matrícula de Mar y sus repercusiones en la Galicia del siglo XVIII, tesis doctoral, Universidad de Santiago, 2005).
Parece ser que la milagrería sólo valía para las imágenes más valiosas pero no para las personas…
En efecto, en otra misiva desesperada el sargento Barros comenta el accionar corsario:
“… ellos y otros que se juntaron quemaron el lugar de Finisterra y otras dos feligresías más vecinas de dicho lugar y cautivaron mucha gente, degollaron a los viejos y niños que no eran de servicio y saquearon las iglesias.”
El franciscano fray Joan de Lis también escribía desde el convento de la isla de San Simón de Redondela al conde de Gondomar en busca de auxilio y alertando de las despoblación de la costa gallega:
“… se ha ido nueba gente y em particular de los puertos, y desde el de la Guardia asta el Carril, de la toma de Cangas, faltan por más de dos mill y quinientas personas, y ahora poco ha quemaron a Finistierra con siete feligresías, y fuera los muertos, llevaron cautibas ciento y çinquenta personas y nuevo número de todo ganado; al presente quedan quatro galeones y otros nuebe nabíos gruesos en la Ría de Vigo, con seis lanchas de más de sesenta hombres que voltean los puertos que según sus débiles fuerças los be sugetos a qualquier mal suseço si las de Su Magestad no acuden al remedio” (Carta de Fray Joan de Lis al Conde de Gondomar, 16 de noviembre de 1619. Real Biblioteca. Transcripción de José Martínez Crespo).
Era tal la peligrosidad para el tráfico comercial y pesquero que surcaba por el corredor del Cabo Finisterre, que se recomendaba evitarlo y su mala fama originó el apelativo de “Cabo del Muerto” (Corsarios berberiscos de Ramiro Feijoo Martínez. Ed. Belacqua, Barcelona, 2003).
Galeras berberiscas contra un galeon español según Andries van Eertvelt .sXVI (National Maritime Museum, Greenwich, London, Caird Collection)
Así en 1624 Thomás Delapsan, francés de Bayona, es apresado junto con 52 compañeros, al pasar cerca de Fisterra rumbo de Terranova a pescar bacalao. Misma suerte, en 1625, para el inglés de Bristol Jacob Albert y otros tres jóvenes marineros, capturados mientras navegaban en una pinaza flamenca abordada por los argelinos en aguas de dicho cabo. Mientras que, por el contrario, a causa de los temporales que transcurren en el Atlántico, en 1632 zozobra una galera turca y sus tripulación alcanza las costa de Corcubión e inmediatamente son llevados ante la inquisición en Santiago de Compostela (Les Chrétiens d'Allah de Lucile y Bartolomé Benassar, 2006).
Finalmente para alivio y sosiego de nuestros antepasados, “en el siglo XVIII, el corso turco-berberisco inició su declive, quedando anuladas sus bases y actividades predatorias en el siglo XIX con el establecimiento de protectorados europeos en el norte de África y la retirada del Imperio Turco del Mediterráneo occidental”(José Martínez Crespo, “Después de Lepanto: corsarios turcos y berberiscos en las costas de Galicia en el siglo XVII”, Cuadernos de Estudios Gallegos, 64, núm. 130-2017, págs. 229-312, DOI: http://dx.doi.org/10.3989/ceg.2017.130.08).