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jueves, marzo 28, 2024

Memorias del antiguo Hospital de Peregrinos de Fisterra

Juan Gabriel Satti Bouzas//

A mediados del siglo XIII, leemos en las Partidas de Alfonso X el Sabio que “romero” es el que “va a Roma” donde yacen los cuerpos de San Pedro y San Pablo, y que “pelegrino tanto quiere decir, como ome estraño, que va a visitar el sepulcro de Hierusalem… o que andan en peregrinación a Santiago…, o a otros logares de luenga e de estraña tierra”

Y en el Códice Calixtino:
“los Romeus, tanto pobres como ricos, han de ser caritativamente recibidos y venerados por todas las gentes cuando van o vienen de Santiago”; condenando rigurosamente a cualquiera que cometiera una discriminación clasista: “Hubo antiguamente muchos que incurrieron en la ira de Dios, porque no quisieron recibir a los necesitados y a los peregrinos de Santiago”, Liber Sancti Jacobi. Codex Calixtinus. 

Capilla de la Virgen del Rosario (hoy trastero para enseres e imágenes)

Es en este contexto doctrinal que en el año 1469, Don Alonso García Rodríguez, cura párroco de Santa María de Finisterre, fundó un Hospital de Peregrinos frente a la iglesia Santa María das Areas. Tal era su implicación con dicho hospital que obliga a su sobrino Juan García (también cura), disponer todos sus alhajas y efectos para el mantenimiento del mismo y la capilla, mediante una cláusula testamentaria de 1479 que dice expresamente: “que me digan  cada semana dentro del hospital de Santa María de Finisterre dos misas, una los viernes, que sea misa de la Cruz y la otra en sábado, misa de Santa María, así durante toda su vida y harán luego poner una lámpara dentro del dicho hospital de Santa María de Finisterre y la harán encender y alumbrar de aceite todas las noches porque viajan los Romeus de Santiago que durmieren en dicho Hospital” (cita tomada de la “Moción presentada e aprobada por unanimidade no pleno do Concello de Fisterra o día 26 de xaneiro de 2010 e a instancias da Plataforma Fisterra, Único Fin do Camiño”)

Retablo del Santo Cristo de Fisterra (foto Esmoris Recamán)

Sebastián Ilsung, peregrino de Ausburgo en 1446, reconocía que de no haber sido por el párroco habría tenido que dormir al raso.
En 1547 es enviado el licenciado Alonso de Velasco a hacer un relevamiento de algunas “iglesias, hospitales, capillas y fortalezas y bienes raíces de esta dignidad arzobispal” (Santiago). Describe el hospital en los siguientes términos:

«En la villa de Finisterre, puerto de mar, ay un hospital junto a la Iglesia, en lo baxo tiene una capilla adeçada donde cada semana se dicen dos misas, llegando a haber dos alcobas con dos camas y una cocina, además de la bodega para tener la azienda. En lo alto tiene una sala con cuatro alcobas con sus camas y su cocina… arriba se fizo otro cuarto por mandato de visita con saleta para clérigos o gente principal que concurren allí en romería».

Se encontraba escaso de ropa pues “la que solía tener lleváronla los franceses (se refiere a la Batalla de Muros de 1544) y agora sólo tiene seis mantas de albeo, un colchón, diez cabezales, tres raceles y una coçere e un cabezal nuevos de pluma, dos mantas y dos sábanas de lienzo”.
Para el cuidado del edificio había un hospitalero y la parte administrativa estaba a cargo de un mayordomo, que era nombrado anualmente por el cura según lo mandó el señor don Alonso de Fonseca. 

En 1619 testifica Antonio Gonzalez Rodriguez que en “el incendio que hicieron los moros en la dicha villa… se han quemado los libros y papeles de la dicha iglesia y hospital” (aquí es probablemente cuando se pierde el primer libro de cuentas).
Hacia 1741 el arzobispo Sebastián Malvar y Pinto (conocido en América por ser el obispo de Buenos Aires que promovió los ejercicios espirituales de Loyola, prohibió las corridas de toros y combatió el juego), asume el patronato y administración del hospital por un auto del 28 de junio y mandado al cura le “remita authéntico que así puédase nombrar persona que corra con todo y dé cuentas todos los años en Santiago, prescribiendo se arregle a la fundación y lo demás que se hallase conveniente”.

Leyenda descubierta en la restauración de 2017 del retablo (foto Satti)

Pero al estar la autoridad tan lejos,  la capellanía debía ser una licencia que cada cual cumplía como y donde le antojase. Así el cura de Sta. María de Lou, que consta como “forastero” en el Libro de Eclesiásticos del Catastro de Ensenada de 1761, Agustín Ballón Valdivieso era el capellán de turno que no cumplía con sus obligaciones de “dezir dos misas semanales y encender la lámpara de día y de noche”,  pues estuvo tres meses sin celebrar las misas y sólo dos días a la semana encendía las luces.

Esa era la situación en 1791, según un informe que realiza el arcipreste de Nemancos al arzobispo: «…se debe tener compuesto dicho hospital, y provisto de alcobas y ropas para la posada de los peregrinos, y además se debe dar luz».

Esto se explica también porque la mala gestión o falseamiento de cuentas de los mayordomos fue recurrente a lo largo de los años, ya no solo por el dispendio de gastos innecesarios sino también por deudas de difícil justificación, como fue el caso de José Manso y Ares.
Este mayordomo era un notario que empezó a ejercer en Fisterra en 1733 y que consta dando fe tanto en documentos de 1743 como en el Catastro del Marqués de Ensenada de 1761.

 Restos del antiguo Hospital a la entrada del actual cementerio

Su nombre apareció en 2017 tras unas obras de acondicionamiento del retablo del Santo Cristo de Fisterra (obra de Miguel de Romay de 1721), junto con el párroco  José Antonio Cernadas en una leyenda que reza: “Se pintó y doró este retablo siendo rector Don Joseph Zernades y siendo mayordomo Joseph Manso. Año 1727” (de mi artículo “El retablo del Cristo de Fisterra se pintó seis años después de que lo hiciese Miguel de Romay”, la Voz de Galicia-17/04/2017). 

Consta en la liquidación practicada en 1795 que debía este señor de su primera etapa como mayordomo la suma de 2150 reales y 20 maravedíes; y luego en su segunda etapa desde 1797 hasta 1804 (pudiera ser su nieto Manso y Lobera), adeudaba incluso más, pero alega que no se liquida porque se afirma que “no hay donde cobrar”. Se excusa diciendo que “es público que los franceses robaron esta obra pía” durante las invasiones napoleónicas.

Pues la verdad es que no solo los franceses no pasaron de Corcubión, sino que estuvieron en 1809, después por lo tanto de que Manso terminara su comisión al frente de la administración del hospital.

El libro segundo de cuentas del Hospital, informa Francisco Esmorís en un escrito de El Ideal Gallego de 1934 (pues tuvo acceso a ellos cuando aún estaban los papeles en la parroquial), comienza en 1812 y el entonces mayordomo Anselmo Escariz, rindió sus cuentas ante Don Carlos Fernández Abad, cura de la villa y Don Juan Armesto, alcalde carcelero, que como tal y a falta de juez ordinario, administraba justicia en Fisterra y Don Francisco González procurador síndico general, dando el consiguiente escribano asistido por un perito del mayordomo y otro de los protectores de la fundación.

El haber del hospital ascendía a 201 ferrados y 20 cuartillos de trigo de la huerta contigua (hoy cementerio), más 181 reales y 13 maravedíes de vellón de censos. Cien de esos 201 se los llevaba el capellán.

Esta codiciada paga llevó a pleito en el año 1802 al capellán Antonio Salleras, que residía en Mondoñedo a pesar de tener la obligación de hacerlo en Fisterra, contra el patronato del hospital que por aquel entonces estaba “formado por el alcalde, Joaquín Agramunt; Antonio Porrúa, José Manso, mayordomo de la fábrica de la iglesia, y el párroco, Carlos Fernández Guerra. Antonio Salleras siguió viviendo en Mondoñedo, pero en el año 1804 consiguió una orden de un juez eclesiástico de Santiago por la cual José Manso debía pagarle 100 ferrados de trigo procedentes de las rentas de la huerta del hospital…, de otra huerta del mismo nombre sita en Fisterra y de otras fincas de A Insua, lugar de Vigo y Mallas.” (“Los Capellanes del Hospital de Peregrinos” – J.R.Insua, la Voz de Galicia-06/03/2004). Ganó Salleras.

La iglesia vista desde estaba el Hospital

En 1815 nos encontramos ante el sospechoso pago a sacristanes imaginarios de la capilla del Rosario o lo que es lo mismo, el mayordomo Francisco González consigna en sus cuentas que 48 reales que importaron dos ferrados de trigo, los entregó al sacristán para hostias y 96 reales por su trabajo pero no sólo que no existía tal persona sino que la capilla ya no se abría al culto!

Por eso en 1817 se apunta que “la capilla no cuenta con ornamentos ni imágenes y no cumple con la debida decencia sin que el capellán resida ni quien le sustituya en el desempeño de sus obligaciones”.

Por fin se resuelve en 1835 acometer obras en ambos edificios y se compra una imagen de la Virgen del Rosario, que costó 220 reales, una cruz de bronce y una piedra de ara para el altar por 100; al tiempo que se contrata por 815 reales y 17 maravedíes al ceense Anselmo Mayán y sus hijos para hacer “el retablo de la virgen, hacer el rejado de la división, las dos puertas y ventanas de la casa, la peana, la corona con su pintura dorada, una libra de dicha pintura que no entra en el ajuste, un juego de sacras para el altar, hacer la mesa del mismo y su credencial”. Dando un total de 3623 reales (nada se sabe del paradero de todo ello…)

Desde 1836 hasta 1841 pasó a rendirse cuentas ante la corporación municipal y a partir de 1846 las rentas pasan a la nación. El arzobispo manda en 1863 al presbítero Ricardo Rodriguez que reúna a todos los administradores para saber a cuanto ascendían las rentas perdidas desde 1846 pero no quedaron informes al respecto ni posteriores.

El nefasto cura Domingo Miñones Barros, además de “diversos atropellos artísticos” (Padre Gaite, 1923) entre otros desmanes en el ámbito sociopolítico, derribó en 1918 el Hospital de Peregrinos salvándose la Capilla del Rosario que aún puede verse a la espera de una restauración de los restos de sus frescos  interiores.

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