Juan Gabriel Satti Bouzas. Accede al capítulo anterior
“… el alma viajera del mundo antiguo abrió nuevos caminos para llegar a nuestro Finisterre y sentir anhelos de lo lejano en la lejanía. Y el peregrino jacobeo —cubierto de veneras— se confundió con el judío errante, y de tanto caminar dejó en el cielo un rastro de estrellas que aún hoy se llama el Camino de Santiago.»
Castelao (Obra completa II, Ediciones AKAL-1977).
Bajo la tutela espiritual cluniacense, la Peregrinación a Santiago, pronto superó todas las expectativas tanto religiosas como económicas y geopolíticas: más segura y accesible al pueblo llano que la de Jerusalén y más placentera que la de Roma, la peregrinación a Compostela además de consolidar incipientes territorios cristianos y reforzar las frontera ante el avance del Islam, estableció “un vínculo permanente que uniría a los distintos reinos cristianos peninsulares, aún a los transpirenaicos y popularizar ciertas liturgias hasta entonces reservadas a los monjes haciendo partícipe al pueblo de costumbres eclesiales que hasta entonces no cuajaban entre prácticas paganas” (Historia oculta de la masonería V, Nicola Lococo-2016).
Consagración de la basílica del monasterio de Cluny por el papa Urbano II. Ilustración de Miscellanea secundum usum ordinis Cluniacensis (S. XII-XIII) Bibliothèque nationale de France.
En el siglo XII los religiosos vinculados a Cluny, elaboraron el Códice Calixtino. Alrededor de 1129 el obispo Gelmírez se cree amparó la idea de compendiar distintos documentos dispersos,tarea que no finalizaría, hasta 1140 dado que aparecen datos históricos cercanos a esa fecha. Este compendio se conocería como Liber Sancti Jacobi cuyo contenido será incorporado al Códice Calixtino redactando la versión final los monjes cluniacenses hacia 1160 y 1170. En él se reúnen sermones, himnos, milagros, relatos de la traslación del Santo, textos litúrgicos y músicas relacionadas con el culto al Apóstol. El prólogo tiene forma epistolar dirigida a “la muy santa asamblea de la basílica de Cluny” y a “Diego Gelmírez, arzobispo de Compostela”, atribuyendo falsamente su autoría al Papa cluniacense Calixto II (1119-1124).
Es sabido que en Cluny convivieron de modo explícito el culto preponderante romano y de modo sigiloso, la cultura celta. Un ejemplo de ello es “el día de los difuntos”, que complementa a la festividad de Todos los Santos de cada 1º de noviembre. Su origen se remonta al siglo XI d.C., época en que la Orden Cluniacense se encontraba en plena expansión y uno de los abades más influyentes, San Odilón, decidió instaurar una jornada dedicada exclusivamente a orar por la salvación eterna de los monjes fallecidos de Cluny: el día 2 de noviembre. Ambas fechas coincidentes con la fiesta de origen celta denominada Samhaín: especie de “Año Nuevo Celta”, que era tanto una fiesta de transición (el paso de un año a otro) como de paso al otro mundo. Luego la Iglesia generalizó el rito, y lo hizo extensible a todos los fieles difuntos de la comunidad cristiana universal.
Así el mundo celta encontraría una oportunidad para resurgir en el camino a Compostela y junto a la Iglesia romana trabajarán codo con codo con artistas, canteros, albañiles y arquitectos en una obra transfronteriza: el Románico.
Gelmírez será precisamente quien lleve prácticamente a término la construcción de la iglesia románica sobre la tumba de Santiago (otros dos edificios la habían precedido en siglos anteriores) y esto le permite reclamar repetidamente la condición de ciudad apostólica para Compostela. Toda su obra se dirige a reafirmar su prestigio, grandeza y señorío de la Iglesia compostelana.
El obispo Gelmírez y los caballeros Froila Alfonso y Pedro Muñiz (Tombo de Toxosoutos S. XII) // Miniatura de Calixto II en el prólogo del Codex Calixtinus (Archivo Catedral de Santiago)
Gelmírez gozó de tal poder que llegó a construirse una flota propia, empleando para ello a expertos constructores y marinos del Mediterráneo, tan afamados desde tiempos de las cruzadas y en empresas contra los musulmanes. Refiérese en la Crónica de Alfonso VII que Ali Ben Maimon, almirante del Rey de los Almorávides, invadía con sus naves las costas de Galicia hasta el mar Británico, las de Cataluña y Francia, las de Sicilia e Italia y hasta las de Constantinopla y Siria, causando en todas partes indecibles estragos y llevándose considerable número de cautivos.
Parece que en las costas de Galicia era en donde principalmente descargaban su furia los corsarios (los normandos incursionaron esporádicamente en los años 954, 961, 968, 1014, 1016 y 1017).
“En este tiempo, dice la Compostelana al año 1115 (Lib. I, cap. CIII), los Hispalenses, los Saltenses, los Castellenses, los Salvienses, los Lisbonenses y todos los demás Sarracenos que habitaban cerca de la costa, desde Sevilla hasta Coimbra, se acostumbraron a construir naves y a lanzarse en ellas al mar, bien armados, devastando y asolando toda la región marítima desde Coimbra hasta los Pirineos, a saber, Oporto, Morrazo, Saines, Postmarcos, Entines, Nemancos, Soneira, Seaya, Bergantiños, Nendos, Pruzos, Besoucos, Trasacos. Viveiro, Rivadeo, Navia, y los demás puertos de Asturias y de la tierra de Santa Juliana.
Simbología solar céltica (esvásticas) en escenas de las Cantigas de Santa María (siglo XIII) Biblioteca de El Escorial
En las costas de Galicia se hallaban apoderados de las islas de Flamia, de Ons, de Sálvora, de Arousa, de Quebra y del monte Louro, cerca de Muros. Allí se rehacían y descansaban, cuando era necesario, y reparaban las averías de sus naves; y desde allí, ya por sorpresa, ya a cara descubierta, asaltaban las costas vecinas, echaban al suelo las iglesias, arrasaban los altares, incendiaban los palacios de los señores, las casas de campo y las chozas de los pobres, cortaban los árboles, mataban los ganados y se llevaban de ellos para sus naves lo que les hacía menester, y a todos cuantos encontraban, varones, mujeres y niños, les daban muerte o los llevaban cautivos. Así cautivaron a dos muy nobles y poderosos caballeros Fernando Arias y Menendo Díaz, los cuales para redimirse tuvieron que entregar sesenta cautivos de la clase de siervos. A tanto llegó la audacia de los piratas, que en varias ocasiones plantaron sus tiendas en tierra firme, para poder con mayor facilidad hacer sus correrías y rapiñas. Los labradores que vivían cerca del Océano, veíanse, por tanto, obligados al mediar la Primavera, a retirarse tierra adentro o a guarecerse en cavernas con cuanto poseían”.
Varias veces se habían reunido los Magnates de Galicia para acordar los medios de defender las costas y librar al país de semejante plaga, y sabemos que ya entonces había un almirante; mas siempre se había tropezado, no tanto con la escasez de recursos, como con la falta de personas peritas en el arte de construir naves de guerra y de alto bordo. En los puertos de Galicia no se construían entonces más que barcos propios para la navegación de cabotaje; y el Almirante gallego, Don Rodrigo Froilaz, hermano del Conde de Traba, era impotente para rechazar, con tan escasos y débiles medios, las agresiones y acometidas de los piratas.
Invasión musulmana de Constantinopla y escena portuaria. Ambas de las Cantigas de Santa María (siglo XIII) Biblioteca de El Escorial.
Entre las iglesias destruidas por aquel tiempo, consta lo fue la de San Julián de Moraime, en tierra de Nemancos, según la donación hecha por Don Alfonso VIl, con consentimiento de su Ayo, el Conde de Traba, al Monasterio y a su Abad Ordoño el 26 de Septiembre de 1119:
«ego confirmo quomodo et avus meus pie memorie Rex Dominus Adefonsus cum prefato comité Domino Petro et baronibus eiusdem terre olim determinavit, liac ego intentione et ratione hoc faciens, scilicet, ad restaurationem ipsius cenobii, quod nostris temporibus destructum est a Sarracenis, et ut proficiat ad victum et substentationem monachorum, pauperum et hospitum seu peregrinorum advenientium.»
En tal situación, se le ocurrió a Don Diego Gelmírez buscar artífices diestros en la construcción de grandes naves de dos órdenes de remos (birremes), que ya entonces, según dice la Compostelana, en lenguaje del vulgo se llamaban jaleas. Para ello, envió mensajeros a Génova y a Pisa, ofreciendo las más ventajosas proposiciones a los navieros que quisiesen venir a Galicia a dirigir la construcción de dos poderosas birremes. Por fin, se prestó un genovés llamado Eugerio o Augerio; el cual, instalado con sus oficiales en el puerto de Iria, procedió sin pérdida de tiempo a la construcción de dos galeras, suministrándole el Prelado con larga mano todo cuanto era necesario para la obra.
Monjes en el refectorio y un hospital. Ambas escenas de las Cantigas de Santa María (siglo XIII) Biblioteca de El Escorial.
Terminadas las naves, se alistaron doscientos irienses como tripulantes, y a las órdenes del mismo Augerio, al comenzar el verano del año 1115, se lanzan al mar en busca del enemigo. Sedientos de venganza y ansiosos de resarcirse de los daños y afrentas recibidas, su norma de conducta fue la que con ellos habían tenido los sarracenos. A las naves que encontraban las apresaban, destruían é incendiaban. Cuando llegaban a poner el pie en tierra, incendiaban casas y mieses, tal como se hallaban en las eras, talaban árboles y viñas, destruían y saqueaban mezquitas, después de cometer en ellas toda clase de torpezas; degollaban a hombres, mujeres y niños, o cargaban de hierros a los que parecían más aptos para la esclavitud. Cuando las galeras no pudieron soportar ya más presa, ni botín, dieron vuelta para Galicia, en donde entraron en triunfo en el puerto de Iria. Como tan grande era su satisfacción, presentaron con toda espontaneidad la quinta parte de los despojos, incluyendo el oro y la plata, al Prelado, además de lo que a éste le correspondía como dueño que era de las dos naves.
A los sarracenos que habían cautivado, los destinaron para que sirviesen como peones en la obra de la Iglesia de Santiago.
Es cierto que esto dio margen a represalias; que los de Sevilla y Lisboa se asociaron para tomar desquite, y que por mucho tiempo tuvieron bloqueados con veinte naves los puertos de Galicia; pero Don Diego fue el que abrió el camino y trazó la senda que debía seguirse para rechazar y alejar de las costas gallegas a huéspedes tan crueles y rapaces. Y él mismo fue el que cinco años después, rompió el bloqueo y castigó de nuevo a los sarracenos (algunos historiadores consideran, con razón, a Gelmírez como restaurador de la Marina militar en los Estados cristianos de la Península).
Cambista y tienda de suvenires. Ambas escenas de las Cantigas de Santa María (siglo XIII) Biblioteca de El Escorial.
Con estos hechos, cada vez se granjeó Gelmírez mayor nombre y prestigio. De ello dan testimonio las cartas que le dirigían los personajes más conspicuos de su época, y los encargos que le encomendaban. A mediados del año 1114 le escribió el Arzobispo de Toledo, Don Bernardo, lamentándose de que las turbulencias del reino no le permitiesen verlo personalmente, por más que vivamente lo deseaba. Le hace saber que se había visto precisado a suspender del oficio episcopal y sacerdotal al Arzobispo de Braga, Don Mauricio, para reprimir su insolencia de inmiscuirse en los asuntos de la Sede de León. Le traslada copia de las Letras del Papa Pascual II, por las cuales priva a Don Mauricio de la sede bracarense, mientras persevere en su maldad, y le ruega que procure notificar dichas letras a todos los obispos de la provincia Bracarense para su exacto cumplimiento. Le remitió, además, otras cartas especiales para que tuviese a bien enviarlas a la Infanta de Portugal, Doña Teresa.
Gracias al desarrollo de la peregrinación y al consiguiente incremento de riquezas de la iglesia, pudo permitirse elevar a setenta y dos el número de canónigos de la catedral y mantenerlos. El oro y la plata de que disponía le fueron muy útiles para conseguir del Papa y de la Curia romana que ascendieran a Santiago a sede arzobispal, contando con el apoyo del poderoso abad de Cluny y del rey de Castilla.
La propia Historia Compostelana parece surgida de las ideas de Gelmírez compilando obras de autores entre 1107 y 1149 que no hacen más que resaltar su figura y exaltar la grandeza de la Iglesia santiaguesa. Llama la Compostelana en varios pasajes a Don Diego Gelmírez, “escudo tutor”, “patrono” y/o “protector de Galicia”.
Itinerario del viaje del caballero Nopar, señor de Caumont en 1417 (edicion francesa impresa en1858) y descripción manuscripta del viaje realizado por Diego Cuelbis, también hasta finalizar en Fisterra (Thesoro chorographico de las Espannas, 1599-1600)
Es posible que los designios de Gelmírez sean por siempre inescrutables pero, hasta donde pueden ser conocidos aspiraba a algo más que una preeminencia moral o espiritual. Y en este sentido entiende que debe hacerlo por encima de los reyes de Hispania. Desde Alfonso VI hasta Alfonso VII se suceden las concesiones regias hasta conformar en la ciudad y tierras de Santiago, el más acabado ejemplo hispánico de señorío feudal. Las revueltas de los años 1116 y 1136 de los sectores más influyentes de la sociedad, tanto clérigos como laicos denunciando la condición señorial de Gelmírez en un reino sin rey, dan buena cuenta de su poder y expresan claramente el dinamismo generado por el culto al Apóstol a través de la peregrinación («In modo stretto non s'intende peregrino se non chi va verso la casa di sa'Iacopo o riede» decía el Dante – Vita Nuova, 1292-93).
La ciudad se había convertido en el centro religioso, económico y político más importante de Galicia. Prácticamente una mina de oro que obtenía sus beneficios de los productos y de las rentas de las tierras de obispo y del capítulo, pero además, era lugar de mercado diario para los habitantes de la periferia.
Desde fechas muy tempranas el Camino se dotó con una red de hospitales que facilitaban el desplazamiento, dando cobijo y seguridad al peregrino. Por esa época Burgos llegó a contar con 30, Astorga con 25, León con 17, Oviedo con 11, Sahagún con 4 y Puente la Reina con 3. La presencia de extranjeros disparó las actividades del zapatero, herrero, cambista, posadero, fabricantes de suvenires de plomo o estaño y de los famosos gremios de azabacheros y plateros. García de Cortázar ha recogido datos de Burgos y Santo Domingo de la Calzada que muestran que hacia finales del siglo XII una cuarta parte de su población era ultrapirenaica y las profesiones más corrientes eran eclesiásticos, artesanos y mercaderes.
Los historiadores coinciden en señalar que el Camino y la peregrinación significaron un revulsivo importante para determinadas poblaciones del norte peninsular, que algunos monarcas fueron conscientes de ello y facilitaron el movimiento de hombres y mercancías fomentando desde el poder civil toda suerte de privilegios y exenciones expresado en el Derecho de Francos, además de otras medidas para hacer más llevadera la marcha del peregrino. Incluso se mejoraron las antiguas calzadas romanas y/o modificaron su trazado para favorecer el desarrollo de alguna localidad o incrementar la actividad económica de una región determinada, reforzado con la construcción de puentes y canales.
Hasta aquellos pequeños núcleos urbanos experimentaron un gran crecimiento poblacional empezándose a dejar atrás el paisaje rural de la Alta Edad Media en tránsito hacia la ciudad con sus iglesias, palacios, plazas y edificios públicos primero cerca del monasterio y castillos; y después absorbiéndolos.
Por otra parte, el antiguo final del Camino de las Estrellas, Fisterra, prosiguió siéndolo siglos después (aunque declinando) la meta de plurales caminos: una especie de Axis Mundi que expresa la idea de conexión en un punto entre el cielo y la tierra en el que convergen todos los rumbos; santificado por el mismo Santiago cuando sus discípulos le trajeron por uno de ellos, muerto, a Duio.
Grabado en un arco del atrio de la iglesia de Fisterra que identifico como una translatio similar a una moneda del reinado de Fernando II de León (1157-118), donde se aprecia la barca con el cuerpo del Apóstol y los discípulos Teodoro y Atanasio navegando sobre estrellas y lo que parece el sol asomando por la proa. // La translatio de Cereixo en la 3º foto.
Por eso la peregrinación a Compostela no se completaba totalmente sobre la tumba del Zebedeo, sino que se hizo tradición y norma agotarla en el extremo Finibus Terre, llegando hasta la última tierra habitada de Occidente. El itinerario que va desde la ciudad del apóstol hasta el promontorio Nerium, vino a ser un trozo singularísimo de las rutas jacobeas. No era un camino que iba: era un camino que culminaba. Y con su transitar quedaba coronado auténticamente el peregrinaje.
“Esta evidencia de miseria humana que surge al encararse con el paisaje de Finisterre de seguro fue lo que impulsó al creyente medieval a construir (ca. 1199) en las faldas de aquella masa pétrea un templo románico en donde al regreso del Ara Solis,los humildes peregrinos, más penitentes que nunca, oraban y pedían perdón por sus pecados. En este templo románico, el último de Occidente, se venera al Cristo de la Barba Dorada. Está en el centro del altar mayor, sobre un retablo barroco nimbado de ángeles y columnas salomónicas que desbordan entusiasmo áureo y vegetal. Es un Cristo náufrago, que arribó en lejanas edades a las costas de Finisterre. Unos dicen que presidió las navegaciones aventureras de San Brandan; y con ella entre las manos, peregrino y comerciante, llegó hasta la despiadada geografía de Finisterre donde los vientos deshidratan cualquier forma vegetal de vida, devoran las rocas y dejan las tierras desnudas como versículos del Apocalipsis”.(“Finisterre, Culminación del Camino de Santiago”, Carlos García Bayón. Diario ABC de Madrid. 23-1-1965 – página 71).