Juan Gabriel Satti. Accede al capítulo anterior
Gracias al manuscrito de la Biblioteca Vaticana, copia directa del Códice Calixtino, sabemos que se modificó del texto «Epistola Beati Turpini episcopi ad Leopandrum» por la cartela actual que dice «Historia Turpini» rodeada de una decoración de roleos vegetales totalmente ajenos al repertorio decorativo original.
“Pues ya es sabido que Carlomagno, rey de los galos, el más famoso sobre todos los demás reyes, estableció la cruzada en España, combatiendo con innumerables trabajos a los pueblos infieles”
Papa Calixto II, capítulo final de la Historia Turpini.
Pasado un siglo de su fundación en el siglo X, la Orden monástica de Cluny extendió su red por Europa con 850 casas en Francia, 109 en Alemania, 52 en Italia, 43 en Gran Bretaña pero sólo 23 en la Península Ibérica donde más allá de la dificultad propia de la ocupación musulmana desde el año 711, había cierta resistencia autóctona a su predicación, probablemente porque aún quedaban huellas del priscilianismo.
Con esta preocupación, los monjes cluniacenses repararon en el antiquísimo Camino francés que provenía de Roncesvalles, lugar de la famosa batalla donde perdiera la vida Roldán, sobrino de Carlomagno, a manos de los vascones en el año 778; cuando el Emperador inició una contundente expedición en el norte de la península, que llegó a la plaza fuerte de Zaragoza tras tomar Pamplona en sus intentos de realizar en la zona una Marca Hispánica carolingia contra al-Ándalus, que en el territorio pamplonés se logró únicamente durante 10 años, del 806 al 816.
Relieve «el sueño de Carlomagno» del relicario del Emperador ca. 1215
Esta era la vía perfecta para reactivar y extender la influencia de Cluny, contribuyendo con ello a su máximo desarrollo. Pues la Orden gozaba desde el primer momento del beneplácito del Papa, emperadores, reyes y príncipes dado que en sus monasterios consagraban el statu quo del sistema feudal donde el trabajo manual era ocupado por siervos, liberando a los monjes para la vida contemplativa e intelectual. En este contexto, se comprende la inserción en el Códice Calixtino, llevado a Compostela en 1139 por Aymeric Picaud bajo supuesta autoría del papa Calixto II (m. 1124), un texto atribuido al obispo Turpin de Reims (m. 788 o 794), para prestigiarlo con su nombre; enlazado a las leyendas carolingias y al Camino de las Estrellas.
Tal es el relato en el libro IV de la aparición del Apóstol a Carlomagno:
“Más Carlomagno, después que con múltiples trabajos por muchas regiones del orbe adquirió, con el poder de su invencible brazo y fortificado con divinos auxilios, distintos reinos, a saber, Inglaterra (es falaz pues nunca la conquistó), Galia, Baviera, Alemania (Theutonicam en latín y que ya incluía a Baviera), Lorena, Borgoña, Italia, Bretaña y los demás países, así como innumerables ciudades de un mar al otro, y las arrancó de manos de los sarracenos y las sometió al imperio cristiano, fatigado por tan penosos trabajos y sudores, se propuso no emprender más guerras y darse un descanso.
Y enseguida vió en el cielo un camino de estrellas que empezaba en el mar de Frisia (actual Mar del Norte) y, extendiéndose entre Alemania e Italia, entre Galia y Aquitania, pasaba directamente por Gascuña, Vasconia, Navarra y España hasta Galicia, en donde entonces se ocultaba, desconocido, el cuerpo de Santiago. Y como Carlomagno lo mirase algunas veces cada noche, comenzó a pensar con gran frecuencia qué significaría.
Ejército de Carlomagno camino de Santiago (Códice Calixtino)
Y mientras con gran interés pensaba esto, un caballero de apariencia espléndida y mucho más hermosa de lo que decirse puede, se le apareció en un sueño durante la noche, diciéndole:
-¿Qué haces, hijo mío?
A lo cual dijo él:
-¿Quién eres, señor?
-Yo soy Santiago apóstol, discípulo de Cristo, hijo de Zebedeo, hermano de Juan el Evangelista, a quien con su inefable gracia se dignó elegir el Señor, junto al mar de Galilea, para, predicar a los pueblos; al que mató con la espada el rey Herodes, y cuyo cuerpo descansa ignorado en Galicia, todavía vergonzosamente oprimida por los sarracenos. Por esto me asombro enormemente de que no hayas liberado de los sarracenos mi tierra, tú que tantas ciudades y tierras has conquistado. Por lo cual te hago saber que así como el Señor te hizo el más poderoso de los reyes de la tierra, igualmente te ha elegido entre todos para preparar mi camino y liberar mi tierra de manos de los musulmanes, y conseguirte por ello una corona de inmarcesible gloria.
El camino de estrellas que viste en el cielo significa que desde estas tierras hasta Galicia has de ir con un gran ejército a combatir a las pérfidas gentes paganas, y a liberar mi camino y mi tierra, y a visitar mi basílica y sarcófago. Y después de ti irán allí peregrinando todos los pueblos, de mar a mar, pidiendo el perdón de sus pecados y pregonando las alabanzas del Señor, sus virtudes y las maravillas que obró. Y en verdad que irán desde tus tiempos hasta el fin de la presente edad. Ahora, pues, marcha cuanto antes puedas, que yo seré tu auxiliador en todo; y por tus trabajos te conseguiré del Señor en los cielos una corona, y hasta el fin de los siglos será tu nombre alabado.
De esta manera se apareció a Carlomagno por tres veces el santo Apóstol. Así, pues, oído esto, confiando en la promesa apostólica y, tras, habérsele reunido muchos ejércitos, entró en España para combatir a las gentes infieles.
La primera ciudad que sitió fue Pamplona. La asedió durante tres meses, mas no pudo tomarla, porque estaba fortificada con inexpugnables murallas. Entonces elevó sus preces al Señor, diciendo:
-Señor Jesucristo, por cuya fe he venido a combatir en estas tierras a un pueblo infiel, concédeme el conquistar esta ciudad para gloria de tu nombre. Oh Santiago!, si es verdad que te apareciste a mí, concédeme el conquistarla.
Entonces, por concesión de Dios y a ruegos de Santiago, quebradas de raíz, cayeron las murallas. A los sarracenos que quisieron bautizarse les conservó la vida y a los que se negaron, los pasó a cuchillo. Divulgadas estas maravillas, en todas partes los sarracenos se sometían a Carlomagno a su paso, le enviaban tributos, se le entregaban ellos y sus ciudades, y toda aquella tierra se le hizo tributaria. Se admiraba la gente sarracena al ver a los de Galia, verdaderamente espléndidos, bien vestidos y de elegante aspecto; y tras haber depuesto las armas, los recibirían honrosa y pacíficamente.
Después de haber visitado la tumba de Santiago, llegó a Padrón sin hallar resistencia y clavó una lanza en el mar, dando gracias a Dios y a Santiago por haberle llevado hasta allí, y dijo que ya no podía ir más adelante.”
Dado que Padrón no es puerto de mar, este legendario episodio ha hecho que se elucubraran diversas hipótesis para su ubicación; ya sea en Rianxo, en la playa de Tanxil, o mejor todavía en la de las Conchas.
El texto en latín original dice: “Inde visitato sarcofago beati Iacobi, venit ad Petronum sine contrario, et infixit in mari lanceam, agens Deo et sancto Jacobo grates, qui eum usque illuc introduxit”. Pero en la Histoire de Charlemagne (1489) el jurista, historiador y político Jehan Bagnyon (1412-?) es aún más específico y escribe: “Seguiale siempre de continuo el Arzobispo Turpin, y por su propia mano bautizaba y doctrinaba á todos los que demandaban el Santo Bautismo, y llegó hasta Finibus Terrae, que entonces se llamaba Petronum, y alli hincó la lanza en tierra, y puesto de rodillas, dió infinitas gracias á Dios nuestro Señor, y al bienaventurado Santiago, por tan grandes mercedes como de él havia recibido” (de la adaptación al español Historia del emperador Carlomagno y de los doce pares de Francia por Nicolás de Piamonte, 1528).
Hemos referido en un capítulo anterior que en los distintos relatos que existen sobre la desaparecida ciudad de Duio se dice que su nombre era Petronia (O Camiño de Fisterra – Alonso Romero, 1993) o Petrónica (As remotas orixes de Cee – Quintáns Suarez, 1999), inmediata al extenso arenal Langosteira de Fisterra. Por lo que ahora sí cobra sentido que el Emperador llegara hasta el final del Camino de las Estrellas y lo sometiera definitivamente bajo el dominio eclesial del Camino de Santiago.
Playa de Langosteira del arciprestazgo de Duio donde Carlomagno habría sentenciado: «¡Cidade Petrónica! ¡Que Deus te convirta que eu non podo! (Quintáns Suarez, 1999, p.126). Aunque realmente ya existía una comunidad cristiana entorno a la primitiva iglesia de San Vicente de Duio en el año 635 (foto Xunta de Galicia
En 1768 fray Bernardo Foyo, monje benedictino del monasterio de San Martín Pinario, aún sostenía en su “Ensayo de Dissertación Histórica sobre la Iglesia de Santiago, desde el año 812 hasta el siglo XII” que “quien más parte se tomó en celebrar el hallazgo (del sepulcro de Santiago) fue el Emperador Carlo Magno, cuias demostraciones y dádivas aún celebra la Apostólica Yglesia con solemne Anniversario. Dícese que se celebró Concilio, que concurrió el famoso Turpin, y que de resulta se traslada la Silla Episcopal de Yria… ” (El manuscrito de fray Bernardo Foyo y el plano de fray Plácido Caamiña – Paula Pita Galán, 2007).
El traslado de la sede de Iria a Compostela no se produjo hasta 1095, cuando la celebración del Concilio de Clermont y a instancias del obispo Dalmacio el papa Urbano II se lo concedió. Desviando definitivamente el final del Camino de la costa al interior.
Por otro lado, más allá de la fantasiosa relación de Carlomagno con la sede de Santiago, si los reyes asturianos establecieron ciertos contactos con la corte francesa, estos fueron muy parciales y, en todo caso, anteriores al descubrimiento de los restos del santo.
En efecto, lo cierto es que Carlomagno falleció en el año 814 y el cuerpo de Santiago se descubre hacia el 820; pues en la fecha que muere el Emperador, Teodomiro no era aún obispo de Iria sino su predecesor Quendulfo II, aún titular de la sede el 1 de septiembre del 818, fecha del documento del Tumbo A del monasterio de Sobrado, último que firma este obispo, que debió morir no mucho después. Teodomiro debió llegar al obispado de Iria en el 819, y por tanto el hallazgo del sepulcro compostelano no puede ser anterior a esa fecha. Debió ocurrir entre el 820 y el 830, probablemente en el 829, fecha del primer escrito que lo cita. Posteriormente la Historia Compostelana y el Cronicón Iriense (siglo XII) afianzan el protagonismo de Teodomiro. Estos y otros documentos posteriores adornan el descubrimiento al modo usual de la época, embelleciendo el escenario y enriqueciéndolo de simbología que resalte lo extraordinario y providencial del acontecimiento compilados más tarde por Gelmirez en el Liber Sancti Iacobi.
Debemos reconocer que bien pronto empezó el descrédito en el seno de la Iglesia sobre toda esta retahíla de imaginativos cuentos y leyendas que desembocarían en una de las más hermosas catedrales del mundo.
Busto relicario de oro de Carlomagno en exhibición en el Domschatzkammer, el Tesoro de la catedral de Aquisgrán, Aachen, Alemania. Ca. 1349.
El cardenal y desde 1209 hasta su muerte, arzobispo de Toledo Jiménez de Rada (1170-1247) fue el primero en dudar de la veracidad de la Historia de Turpín, poniendo en duda la tradición jacobea y la venida de Santiago a España.
Lo hizo tanto en 1215 en el Concilio de Letrán y como en su De Rebus Hispaniae (1243), donde admite que la tradición de la batalla de Clavijo (s. IX), fue utilizada para justificar el Voto de Santiago (tributo que durante parte de la Edad Media y hasta principios del siglo XIX debieron pagar a la Iglesia compostelana diversos territorios peninsulares como una compensación por la intercesión del Apóstol durante la Reconquista).
Del estudio de la parte superior del brazo, el muslo y huesos de la espinilla, los científicos han creado una imagen detrás del esqueleto que coincide perfectamente con las descripciones que se tienen de Carlomagno. De 1,84 metros de estatura, fue inusualmente alto para su tiempo. El equipo a su vez calculó que tenía un peso de unos 78 kilogramo.
“Los comentarios del arzobispo tampoco eran novedosos ya que recogían el impacto de la Historia Seminense (la mal llamada Silense de 1135) en los que la postura antifranca así como el descrédito de Carlomagno y sus acciones en la Península eran evidentes” (Avatares y memoria del Codex Calixtinus – Laura Fernández Fernández Dpto. de Historia del Arte Medieval, Universidad Complutense de Madrid).
Este rechazo teórico al protagonismo de Carlomagno en el proceso de salvaguarda del sepulcro del Apóstol y de recuperación territorial frente a las tropas musulmanas, se filtró en los escritos de otros eruditos que recogieron el testigo del Toledano y contribuyeron con sus voces al rechazo definitivo de la Crónica de Turpín como la del también canónigo toledano Juan García de Loaysa -o Loaisa- (1480-1546); que aprovechó unas actas conciliares para interpolar unas palabras del prelado toledano en el Concilio de Trento (1215), quien aparece calificando como un cuento de beatas la predicación de Santiago, y afirmando que la Iglesia compostelana no había sido más que un simple oratorio hasta el siglo XII, cuando el papa Calixto II la eleva a la condición de arzobispado.
De manera más tajante se refería Ambrosio de Morales al contenido del Códice Calixtino en su visita a la catedral de Santiago en el año 1572: “Quien quiera que fue el Autor, puso allí cosas tan deshonestas y feas, que valiera harto más no haberlo escrito. Ya lo dige allí al Arzobispo Valtodano, que haya gloria, y à los Canonigos, para que no tuviesen allí aquello: no sé si lo remediarían, y es lo peor que muestran aquel Libro sino à personas honradas, que son las que más se ofenderán con aquello, y les hará más lástima” (Viage de Ambrosio de Morales, por orden del rey D. Phelipe II, a los reynos de León y Galicia, y Principado de Asturias, Madrid, Antonio Marín, 1765).
Folio 4 del Codex Calixtinus (Liber Sancti Jacobi) donde se aprecia la imágen del apóstol.
También dura la opinión del jesuita Juan de Mariana quien se refería a todo lo escrito sobre las historias de Carlomagno en la Península como “falso y por invención mal compuesta, que no es necesario poner aquí, pues mentira por sí misma se muestra” (Historia General de España, I, Madrid, 1608). En 1610 Castellá Ferrer resumía así el escepticismo sobre la veracidad del texto: “El Arçobispo de Toledo D. Rodrigo Ximenez en su historia de España lib.4. cap. 10. afirma ser falssisimo, el decir que Carlomagno vino a Compostela. Y el Rey D. Alfonso decimo en su historia general de España par. 3. cap. 10 haze lo mismo, y encareciendo mucho, porque falso lo tiene, dize: que los Iuglares lo cantan en sus cantares. Ambrosio de Morales es del mismo parecer, y otros muy graves autores. Y aunque al fin de las obras del S. Padre Calixto II está referida la historia de Turpino, no se entiende ser del Santo Pontífice, ni estar autorizada por él, sino que la pussieron en aquel volumen, y assí está con nombre del mismo Turpino, y no del Papa Calixto” (Historia del Apóstol Santiago, Patrón y Capitán General de las Españas).
Esta sucesión de juicios minaron la credibilidad del contenido del Calixtino de tal forma que el citado Libro IV, quedó aislado como un volumen independiente del Códice. Se llevaron a cabo una serie de intervenciones en el íncipit y el éxplicit del Libro V, que lo convirtieron en el IV, cancelándose igualmente el éxplicit y el íncipit del Libro IV original que desapareció de la compilación. Con esta acción se quiso desvincular la Crónica de Turpín de la figura del Apóstol, procediendo a suprimir del cuerpo del Calixtino todas las noticias que hicieran mención explícita al libro eliminado, que quedó encuadernado de forma independiente y prácticamente inaccesible para los estudiosos hasta que en el año 1886 lo recuperó López Ferreiro en el Archivo de la Catedral, haciendo notar entonces su pertenencia original al Códice Calixtino. Después, apenas fue conocido por algunos investigadores hasta que finalmente, en el año 1964 el manuscrito fue “restaurado”, recuperando su lugar original el texto desterrado por el archivero Alonso Rodríguez de León en 1619. Lamentablemente en el proceso se perdieron materiales de gran interés y se dañó irreparablemente una de las imágenes de mayor significación icónica del Calixtino (la aparición de Santiago a Carlomagno).
Más allá de las críticas y manipulaciones el objetivo propagandístico del Códice había logrado su cometido, tal y como la epístola de Calixto incorporada al final de la Historia Turpini aspiraba. Pues en ella se anima a que se copie la carta y se lleve de un lugar a otro, y se predique públicamente, solicitando la gloria para aquellos que lo hagan: “Tienda clementemente la mano de su gran misericordia al copista y al lector de este códice Nuestro Señor Jesucristo, quien con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina, Dios por los infinitos siglos de los siglos. Amén”.