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jueves, marzo 21, 2024

El origen del Camino de Santiago XIII: «Eremitas: los iniciados del Camino- 1ª parte»

Juan Gabriel Satti. Todo los episodios de «El origen del Camino de Santiago» en este enlace.

San Pablo, el primer ermitaño (Rivera-1640)//Plancha metálica que muestra a san Simeón el Estilita subido a su columna en la Tebaida. La serpiente es el demonio que tienta al Santo (siglo VI, Museo Louvre)//Icono de la Iglesia Ortodoxa Copta de Alejandría que representa a san Antonio Abad.

El asentamiento de los celtas en Galicia fue tan deliberado como lo sería, mil quinientos años más tarde, el de las primeras abadías; y por la misma razón de ser: la apertura de la vía de iniciación a los bárbaros que ocupaban todavía el Occidente hispanorromano. 

En las historias legendarias que conciernen a la fundación y construcción de estos monasterios que jalonan toda la ruta de Santiago, aparecen con frecuencia en el origen un Ermitaño. No parece que en la Edad Media hubieran dado a esta palabra el mismo sentido del cristianismo alejandrino: hombre que vive solo en el desierto (eremus). 

Este estado eremítico se parece mucho al de los demiurgos griegos: especialistas y maestros consumados, que vivían retirados y a los que los artesanos y constructores acudían a solicitar consejos sobre las reglas que debían observar en la ejecución de sus obras. «¿Podemos descartar la posibilidad de que esas innumerables ermitas que encontramos a lo largo del Camino de Santiago (donde se erigieron monumentos religiosos) hubieran sido la morada de “compañeros” de maestros, lugares tan solitarios que los “transeúntes” del camino iniciático no los visitaran…? ¿Y suficientemente hábiles en su oficio como para que los reyes y demás príncipes acudieran a ellos para encargarles sus propias construcciones, sus palacios, sus puentes o sus calzadas?» se pregunta Charpentier en su libro El misterio de Compostela (1974).

El mismo san Benito es calificado de eremita y construye Subiaco, o Santo Domingo de la Calzada que además de monasterio hizo caminos y puentes para el mejor tránsito de peregrinos; o San Fructuoso, huérfano en la adolescencia de una familia de la nobleza goda, que  decidió entregar sus bienes a los pobres, dio libertad a sus esclavos y marchó al Bierzo a retirarse a la vida solitaria. Pero pronto la fama de su vida se extendió por la región y fuera de ella. 

Fue tal la legión de solitarios que pobló aquellas montañas, que Fructuoso se vio obligado a diseñar, ejecutar y fundar el primero de sus monasterios: el de Compludo, para el que redactó su primera regla monástica. El total de fundaciones, desde Gallaecia a la Bética, y por toda Lusitania, puede estimarse alrededor de veinte. En el  X Concilio de Toledo, fue elegido por unanimidad Arzobispo de Braga y Metropolitano de Galicia.

San Fructuoso en la fachada de la Catedral de Braga-Portugal

En el Noroeste de la Península, concretamente, en las comarcas más septentrionales del Portugal actual, en Viana do Castelo, había ermitaños que, siguiendo la fama y la tradición fructuosiana, vivían en cuevas durante el siglo VII.

De su actuación como Obispo de Braga se conoce poco, sin embargo, a instancias suyas se construye entre los siglos V y VI una iglesia dedicada a San Salvador, que hoy es San Fructuoso de Montelius, una de las más originales de la arquitectura visigoda, junto a la cual fue enterrado.

El arzobispo de Compostela Diego Gelmírez, en el año 1102, robó el cuerpo venerado del Santo de la ciudad de Braga por la noche y huyó con él hacia Santiago de Compostela donde fue sepultado solemnemente en la cripta de la catedral. Demostrándose así la pugna por la supremacía entre ambas diócesis.

San Martín de Tours (Sanctus Martinus Turonensis en latín) (Panonia, Hungría, 316-Candes, Francia, 397) fue otro monje-obispo católico elevado a santo, patrón de numerosos lugares.

El santo según El Greco y frontal de altar con escenas de la vida de San Martín de Tours. Museo de las Peregrinaciones. Santiago de Compostela © Ministerio de Cultura

Recibió su educación en Pavía, ingresó con 15 años en la guardia imperial romana, en la que sirvió hasta el año 356 en la provincia de la Galia (actual Francia).En el año 370 es nombrado Obispo de Tours. Su vida pastoral se caracterizó por la evangelización y la lucha contra las costumbres paganas. Perseguía las teorías del gnosticismo y maniqueísmo de Prisciliano.

La leyenda más famosa en torno a su vida sucedería en el invierno de 337, cuando estando Martín en Amiens encuentra cerca de la puerta de la ciudad un mendigo tiritando de frío, a quien da la mitad de su clámide, pues la otra mitad pertenece al ejército romano en que sirve. En la noche siguiente, Jesús se le aparece vestido con la media capa para agradecerle su gesto. Esta es la escena que iconográficamente se ha preferido para su representación.

Martín decide entonces dejar el ejército romano y convertirse, lo cual no puede hacer hasta pasado un tiempo, al negarle su licencia el emperador.Tras dejar la vida militar se bautiza y se une a los discípulos de San Hilario en la ciudad de Poitiers.

El hombre, llegado a un cierto estado de conocimiento, sobre todo en lo que concierne a las cosas de la Naturaleza, se encuentra al margen de la sociedad corriente. Así Martín, decide experimentar otro tipo de anacoresis al instalarse en una isla desierta llamada Gallinara, situada cerca de la costa ligur, frente a Albenga. Es el primer caso de anacoresis insular en Occidente del que tengamos noticia. Su biógrafo Sulpicio Severo nos dice que Martín no estaba solo, sino acompañado de “un sacerdote de grandes virtudes”. Se puede sospechar que dicho sacerdote fuera un presbítero importante de Milán relegado junto con Martín a instigación de los arrianos. Pero también era frecuente que dos anacoretas se juntaran para practicar la vida ascética y que uno fuera el Maestro que había finalizado la “travesía”, que vivía apartado y que en cierto sentido guiaba a los aspirantes a la iniciación.

La odisea de san Brandán por Caspar Plautius (firmada con el seudónimo Honorio Philipono), publicada en 1621.

Esta experiencia anacorética en una isla inhóspita entre el año 358 y el 360 pudo tener un resultado trágico: Martín estuvo a punto de morir envenenado al comer una planta cuyas virtudes desconocía. A imitación de algunos padres del yermo, vivió, por lo que se ve, de plantas y raíces.

Con la denominación Padres del desierto, Padres del yermo o Padres de la Tebaida se conoce, en el Cristianismo, a los monjes, ermitaños y anacoretas que en el siglo IV tras la paz constantiniana abandonaron las ciudades del Imperio romano (y otras regiones vecinas) para ir a vivir en las soledades de los desiertos de Siria y Egipto. El primero, entre los conocidos, de tales anacoretas fue el egipcio Pablo el Ermitaño, que fue conocido gracias a San Antonio Abad (Heracleópolis Magna, Egipto, 251-Monte Colzim, Egipto, 356) fue un monje cristiano, fundador de la vida monástica.

Precisamente san Pablo el Ermitaño, recibió en su isla de la frontera al más allá donde vivió  sesenta años, al monje-navegante San Brandán en su odisea buscando el Paraíso.

Según la leyenda, recogida en la Navigatio Sancti Brandani compuesta hacia el siglo X-XI y divulgada por numerosos manuscritos, San Brandán, monje irlandés del siglo VI y abad de Clonfert, en Galway, a petición de Barinto que ya había visitado el lugar, inició en compañía de otros catorce monjes un largo viaje en una pequeña embarcación partiendo del puerto de Brigantia, que unos concretan en la actual y muy antigua Betanzos. En su vagar de siete años por el océano, Brandán encontró numerosas islas y se enfrentó a algunos monstruos marinos.

El asedio de Chinon levantado por  la acción de San Máximo, ilustrado en la iglesia Saint-Etienne de Chinon por un vitral del maestro vidriero Lobin.

Pero durante la travesía se desencadenó una terrible tempestad que destrozo casi por completo el navío y a duras penas pudo mantenerse a flote. Por fin, amainado el temporal, avistaron una isla a la que se dirigieron con intención de arreglar los destrozos ocasionados en el barco. Al poner el pie en tierra, pudieron ver que era una isla extraña, sin vegetación, sin árboles y sin arroyos. En ella San Brandán y sus compañeros celebraron la misa de Pascua, pero al encender el fuego para asar un cordero la isla despertó, dándose cuenta entonces de que en realidad se trataba del pez gigante Jasconius, estaban en el lomo de una ballena dormida. Los marineros gritaban como enloquecidos que no se trataba de isla, Brandán hizo caso omiso de los lamentos y no cesó en sus plegarias, convencido de que Dios estaba con él y sus atribulados compañeros.
Al alba divisaron, ya más claro el horizonte, lo que sin duda era costa verdadera. Abrupta, desigual, con agresivos farallones en los que se estrellaban las olas, sí, más costa, al fin, con toda seguridad.

El mamífero-isla se arrimó a las rocas, tan mansamente, que apenas perdió el equilibrio la atribulada gente. Treparon por la escarpadura, hallaron un sendero y dieron con los habitantes de aquel incierto lugar. Estaban en Finisterre. Una vez allí los irlandeses  pudieron arreglar su barco con ayuda quizás de otros monjes del lugar y más tarde hacerse de nuevo a la mar.

Finalmente alcanzaron, tras volverse a encontrar con Jasconius, la isla del Paraíso, de la que el relato no hace ninguna descripción y regresaron a Irlanda, lugar donde Brandán murió poco después de su llegada. Aunque son numerosas las islas mencionadas en la Navigatio, la tradición se ha centrado en la isla-pez; que sería posteriormente identificada como Isla de San Brandán, que como la ballena aparece y desaparece, ocultándose a los ojos de quienes la buscan.

La leyenda de San Brandán y su viaje iniciático al paraíso va a influir sobre otros relatos hagiográficos difundidos por toda Europa occidental, como las narraciones viajeras de Saint-Malo en Bretaña o san Amaro en España.Los anacoretas abundaron en toda Galicia y de estos muchos buscaron su retiro en Ias proximidades del Océano, tal vez con el afán de abismarse a su inmensidad. 

El Abad benedictino Liberato, en la 2º parte de su Cronicón al año de 373, afirma que en Braga y en toda la Provincia Duriminia hubo monasterios de la Regla de San Antonio: “Bracharce, et in plurimis aliis Hispaniarum Urbibus mirabili Sanctitate per id tempus Monachi Magui Palris Antonii florent”; habría traído a España este Instituto Sagrado San Atanasio, Arzobispo de Alejandría, por el año 336, cuando fundó el Monasterio de Nuestra Señora de Valvanera, en los Montes Distercios (La Rioja), que luego pasaría a estar bajo la Orden Benedictina; como así mismo lo fueron San Ambrosio, San Jerónimo y San Martin de Tours, por este a sus discípulos se les llamó los Martinianos, que seguían la regla de san Antonio (antes que entrasen en el año 529 los benedictinos de san Martin Dumiense en la ciudad de Porto). Y con este nombre de Martinianos llegaron a Galicia liderados por su Abad San Máximo de Chinon en el año de 438, por la via Turonensis o camino de Tours, nombre latino de una de las cuatro rutas en Francia del Camino de Santiago, la más septentrional. Parte desde la Torre de Santiago en París, atraviesa Orleans, Tours, Poitiers y Burdeos. Cruza la frontera española por el Puerto de Roncesvalles, Se encuentra con la vía Tolosana en Puente la Reina y, a partir de esa etapa, prosigue su ruta bajo el nombre de camino francés.

Las pocas noticias conocidas sobre San Máximo provienen de san Gregorio de Tours (538-594) quien en su «De gloria confessorum» relata como abandonó su Turenne natal, Aquitania (región histórica del centro de Francia), para ir como simple monje al monasterio de Isla-Barbe en Lyon. 

Pero incluso aquí la santidad de su persona, atrajo la atención de los habitantes de la zona, que no lo dejaban realizar libremente su vida contemplativa; por lo que decidió regresar a su país. 

Máximo vivió en el siglo V y se cuenta que mientras el castillo de Chinon (antiguo castro Camone) estaba sitiado por los enemigos visigodos, el santo abad logró con sus intensas oraciones, que lloviera torrencialmente fuera de la muralla, lo que ayudó a la población a abastecerse de agua y dispersar al enemigo (año 446). 

San Máximo vivió 85 años pero cuándo nació y murió no hay datas conocidas, se conserva solo una capa bautizada con su nombre, que lleva una inscripción en lenguaje cúfico que indica: «Felicidad a su dueño»; traída en el siglo XII por la reina Leonor de Aquitania desde Tierra Santa durante la segunda cruzada.

Se le presume un infatigable viajero, pues da lugar a ello San Gregorio diciendo: «Procuró salir de su tierra y buscar algunos retiros donde fuese ni conocido ni estimado» y uno de esos retiros sería en Galicia. Hay de esto evidencia en las actas del Concilio Lucense (año 569), pues dividiendo los Obispados, al delimitar el de Britonia, hacen mención del Monasterio de San Máximo, con estas palabras: «Britoniacensis teneat Ecclesias, que in vicino sunt intro Britones una cum Monasterio Maximi usque in flumine ove». Tal y como previamente hiciera en Turenne, cuando fundó el monasterio de Chinon que tomó su nombre Saint-Mexme; y más tarde fue destruido por los normandos y reconstruido en el siglo X. 

Aunque el primer asentamiento en Galicia de Máximo parece ser que fue en Castromiñan cerca del Cabo Finisterre: «Camone castro prope Nerium Promontorium in Gallaecia Sanctus Maximus, discipulus S. Martini, floret», acorde con su intención de vivir aislado de la gente.

Figuras prominentes de la Iglesia Católica tuvieron la firme convicción de que los romanos allí construyeran un «templo de Venus, fundado en esta parte de Galicia de nombre Chamon; a la par que también al Sol se le erigió Templo y Ara, que llamaron los antiguos: Ara Solis. Pues pruébenme los franceses, que se hallase otro Templo y Ara a la Diosa Venus, o a la dicha Estrella de Venus o Lucero de la tarde en el Castro Cainon (así figura en la obra de San Gregorio) o Chamon del Condado de Anjou, y creeré que de aquel se le dio nombre, y principio al de Galicia, y que del suyo redundó la gloria al nuestro; y creeré que también es suya la que tenemos en el Cabo de Finis Terra de San Máximo; y es don Juan Margarit, Obispo de Girona y Cardenal (papable), que lo explica en el Paralipomenon de los Reyes de España, lib. I. cap. 19: De donde le vino Compostella: Quasi salubris Stella. Y así tengo por cierto, que en el Turonense, y en Usuardo no ha de escribirse sino In castro chamone Sancti Maximi; por haber florecido, y muerto en Galicia en el Castro Chamon, junto al Promontorio Nerio o Cabo de Finisterra en el Reyno de Galicia » (Población eclesiástica de España, fray Gregorio de Argaiz-1669).

Aquí se describe la controversia entre distintos castros pero no distintos nombres: el Camon de Galicia y el  Cainon de Chinon. Quizás dados por San Máximo, al uno por el otro: al de Galicia, por nostalgia del que dejaba en Francia, cuando estaba morando en Fisterra; o al de Francia, cuando volvió de Galicia, donde había dejado cenobitas y Monasterio.

Este tipo de sitios homónimos no es extraño y podemos confirmarlo con un ejemplo del Cartulaire de l'Abbaye de Saint-Père de Chartres (abbatia sancti Petri Carnotensis, nótese aquí también la identidad con Carnota, en Galicia):

Testes quod terra Willete a Gaufrido comite fuerit reddita (1065):

«Hii sunt testes de redditione terre Willete, quam reddit sancto Petro comes Gaufridus: Bartholomeus achiepiscopus Turonensis; Johanmes, frater eius, de Camone Castro; Teobaldus, comes Cabillensis; Manasses de Villa Mori, Rainaldus de Castro Gunterii, Ivo Mala Corona. Ex nostris: Gilduinus maior, Galterius clericus, Gaufridus Bigotus, Landricus maior, Arnulfus niger».

El pseudocronicón de Hauberto da nombre de Ciudad al castro fisterrán: In Urbe camonen in Galletia floret Sanctus Maximus discipulus Sanctus Martini Turonensis. Y puede ser que lo fuese, tal el caso de Castrojeriz, parada destacada en el Camino de Santiago, o Castro Urdiales, civitas en tiempos del emperador Tito Flavio Vespasiano. En consonancia con lo escrito al tratar sobre este enclave de Castromiñan pendiente aún de los prometidos trabajos arqueológicos.

Fueron muchos los monjes que escogieron Fisterra como meta, a tenor de la cantidad de ermitas documentadas en la zona (de San Juan, San Salvador, San Guillermo, esta de San Máximo, etc), tanto que en la parroquia de Duio se acuñó el topónimo Ermedesuxo (que nada tiene que ver con el dios Hermes como fantasearon algunos). Eremo de Surso, en el Tombo de Toxosoutos año 1253, adaptación tardolatina de EREMUS referido a `ermita´, 'lugar ocupado por ermitaños' y el modificador adverbial SUSUM 'arriba, en lo alto', explicable como variante de la forma clásica SURSUM 'cara a arriba'. «A súa presenza como constituínte do sintagma toponímico EREMU DE SUSU é indicativa da posición xeográfica relativa que ocupa o lugar de Ermedesuxo, situado en una elevación» (Paulo Martínez Lema, 2010-USC)

Finalmente, según testifica Manuel Pereira de Novaes en su Anacrisis Historial de 1611, el monasterio de San Máximo no sería otro que «el Monasterio de San Martiño de Ozón, donde yo fui Prior doce años», concello de Muxía.

La llegada de los monjes de san Máximo a los acantilados de Castromiñan salva la laguna cronológica que quedó pendiente en un capítulo anterior, luego de ser habitado el castro por celtas y romanos y antes de Camoes
 

Así Muxia, derivado de Monxía, creemos debió de ser una monaquia, formada por numerosos anacoretas que se reunieron en torno al monasterio de San Julián de Moraime. Que con el correr de los años incrementará su riqueza e influencia en la comarca merced a continuas donaciones: la condesa Argilona y otros, aportaron hacia 1093 (Gal. DipL t. I, pág. 54), la villa de Sártevagos (Sarteguas), nombre que nos evoca los sepulcros antropoideos que solían excavar los eremitas. 

En la Ribera Sagrada, en las márgenes del bajo Sil, existieron muchos cenobios también desde los primeros siglos medievales, cuyos orígenes aparecen, con mucha frecuencia, realzados con  leyendas que los vinculan a la existencia de ermitas y de antiguas colonias de ermitaños. 
De los que en el siglo IX moraban a orillas del Ulla surgió el monasterio de San Juan da Cova.

En la isla de Tambo y en las cercanías de Pontevedra hubo también monjes y eremitas, que dieron lugar al monasterio peonense o de Poio, así Santa Cristina de Ribas do Sil, fundado en el bosque  de Merilán, debajo del monte Varona, aparece por vez primera en una donación que en el 876 hizo el presbítero Auterigo, “sobrino del obispo de Lugo (sic) D. Juan” como otros en los alrededores de Bayona, de donde surgió el monasterio de Santa Maria de Oia.

Los ermitaños perduraron en Galicia hasta el siglo XVIII. Pero, a partir del XII, vivirá en completo aislamiento, sin relación alguna con el cenobio.
La tradición sobre el monacato eremítico de Galicia después de la invasión del Islam es también muy fuerte, aunque sólo esté bien documentada en poquísimas ocasiones. Es cierto que recorriendo sus alrededores, pueden verse, todavía hoy, numerosas cuevas en lugares agrestes y apartados, que sirvieron de habitación en el Medievo. Tal el caso de la ermita de San Guillermo en Finisterre (tema del próximo capítulo) que fue destino final de las peregrinaciones xacobeas de expiación penitencial administradas por tribunales flamencos.

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