Juan Gabriel Satti Bouzas. Capítulo anterior «El origen del Camino de Santiago VIII: los romanos llegan al fin del mundo, alea iacta est!»
​Armas atribuidas al Rey de «Galyce» por el Segar's Roll, armorial inglés del siglo XIII y actual escudo de Galicia
La fama del Ara-Solis (dice Benito Vicetto en su Historia de Galicia-1865) era tal que, exagerada por la distancia, las creencias e imaginación de aquellos tiempos, las costas gallegas se veían visitadas por infinitas gentes del Oriente, en una peregrinación tan activa como fanática.
Aquella multitud que inundaba las pendientes de Finisterre, no encontrando resistencia ni en los célticos del interior ni en los fenicios del litoral, se instaló en los flancos del célebre Promontorio Nerio y levantaron un templo al astro diurno que originó una serie de fantásticas leyendas cargadas de épica y poesía pero no vacías de contenido.
Un astro y una copa como divisa de Galicia
Este templo se hallaba sobre una eminencia; constituido por cuatro columnas de granito de bastante elevación que remataba en una cúpula esbelta, ligera y majestuosa. De sus cuatro frentes, los de Oriente y Occidente, paralelos, se hallaban descubiertos y los otros dos cerrados. Presentando sus dos fases a esos dos frentes abiertos del templo y sobre una ara de fina pizarra, se elevaba una gran copa o cáliz de estaño reluciente, y sobre el cáliz un sol de oro, inmenso, brillante; con lo que significaban lo que ellos creían su sumersión en el mar (Galicia era rica en minas de oro y estaño por lo que la metáfora parece obvia).
Dice el poeta griego Estesícoro, que entró el sol en una dorada copa para navegar por el Océano, hasta llegar a la casa en que solía pasar la oscura noche. Dice el poeta griego Antimaco, que el sol en una dorada copa iba navegando por el mar. Dice el poeta griego Escilio, que metiéndose el sol de noche en una copa, surcaba las olas del mar para perfeccionar los dilatados rodeos de su curso.
Lo mismo vino a decir Tamiris, autor de la Titanomaquia; se repetía Pherecides en su historia mítico-filosófica Heptamychia, que había dado el Sol a Hércules la dorada copa que solía llevar él, luego que al anochecer navegaba por el Océano. Paniasis afirmaba en la historia del mismo Heracles, que a este le fue dada la “copa del Sol” por Nereo para navegar hasta el ocaso donde el Jardín de las Hespérides (hortus Hesperidum locus in Hiberis ubi ara solis constructa est/lugar del jardín de las Hespérides en España, donde el altar al sol se construyó).
Finalmente, dice Ateneo antes de citar a todos estos escritores, que el sol viajaba en un vaso al Occidente, tal y como representaban los egipcios la figura del sol sobre una nave.Descúbrenos pues aquella fábula del Sol metido en el cáliz, el origen entre las tinieblas de aquellos antiquísimos siglos de la famosa divisa con cáliz de oro y hostia de plata de Galicia.
Rebelión celta contra el conquistador cartaginés Amilcar
La rebelión de Formistans
Se cuenta que el caudillo Formistans prometió en el Ara-Solis vengar la muerte de sus hermanos y la devastación del territorio que tanta sangre derramada había hecho el odioso cartaginés Amilcar Barca. Entonces fue cuando, al organizar sus guerreros los inició en el modo de pelear que hizo célebres a nuestros gallegos, más tarde en Trasimeno y Canas a las órdenes de Anibal. Consistía este medio en montar dos hombres sobre un caballo, al lanzarse sobre el enemigo, y al llegar junto a él, apearse uno, quedar el otro jinete y batirse así ambos, protegiéndose mutuamente. Formistans salió del país con sus huestes y llegó al de los vetones, incorporándose a las que mandaba Oríson.
Al rumor de este ejército de naturales que descendía de nuestras montañas del Norte como un torrente impetuoso que parecía que iba a inundar el Mediodía, Amilcar Barca vuelve presuroso a su encuentro. Dióse la batalla en el país de los vetones; y Formistans que al hacer el cuneo con sus gentes había encerrado dentro del ángulo de combatientes su caballería, tan pronto como los cartagineses quebrantaron la punta del diamante (vértice del cuneo) la precipitó por ella con tal ímpetu que esto decidió el éxito de la lucha. Con esta estrategia, Formistans cumplió su juramento solemne hecho en el templo, pues mató al mismo general cartaginés. La victoria fue tan gloriosa para los gallegos, lusitanos y vetones, que no solo sucumbió Amilcar en la pelea, sino la mayor parte de su ejército.
Los conjurados Ferecio, Filoctetes y Abides
Los conjurados
Desde el momento que abordó nuestras playas con sus compañeros, el capitán griego Ferecio concibió la idea de que la mayor de las felicidades de la tierra se cifraba en ser, no arconte de Duio, como Filotios, sino rey. Ambicioso por naturaleza, ocultó a Filotios, sus pérfidos designios, correspondiendo con marcada hipocresía a las pruebas de amistad de que era objeto.
Impaciente y avieso, Ferecio trató de ganarse prosélitos en Duyo para efectuar una revolución contra Filotios y que le proclamasen a él rey de la colonia griega; pero como no encontró muchos secuaces, acabó denunciado por traidor. Fílotios le perdonó pero lo desterró de Duio, confinándolo a la región de Grove o de los grovios, que regía Filoctétes.
Era Ferecio no solo compañero de Filoctétes sino el más amigo que tenía; y tanto le ponderó los beneficios de su plan para ambos, que si bien Filoctétes no entró de lleno en la conjuración contra Filotios, propuso una confederación con Abides. Ferecio se avino al consejo y se dirigió a lria o Padrón para seducir a su regente Abides.
Abides, lo oyó con mesura y ofreció confederarse con Ferecio y Filoctétes para la terrible empresa pergeñada; pero cuidando que su participación en nada arriesgaría su mando de lria. El pacto de confederación tuvo lugar en Grove: Ferecio se comprometía a matar a Filotios, siempre que Filotéctes solicitara de Filotios una entrevista con Ferecio en el Ara-Solis, donde este último, delante del ídolo solar, le suplicaría el perdón de sus culpas; por su parte Filotéctes se lanzaría sobre Duio con sus grovios tras el asesinato y Abides se comprometía a secundar la coronación de Filoctétes como rey de Galicia, quedando él de gobernador de la región Suroeste y Ferecio de la del Noroeste.
Siguiendo lo dispuesto, Filotéctes mandó un emisario a Duio, requiriendo a Filotios que permita a Ferecio pedirle perdón en Ara-Solis y demostrar que el confinado en Grove había dado las mayores pruebas de arrepentimiento. Fílotios, grande y magnánimo accedió fijando día y hora.
Llegó la data señalada y Filotios se dirigió al Ara-Solis: en la puerta del templo, que daba al Oriente, ya se hallaba Ferecio postrado.
Filotios se acercó a él y se arrodilló a su lado. Ferecio al sentirlo inmediato a sí, se inclinó para besar las rodillas del arconte; pero al enderezarse le clavó súbitamente un puñal en el corazón, y se internó en el templo sacro. Filotios cayó muerto sin exhalar un grito.
Los que componían su comitiva, perplejos por lo inesperado de un suceso tan terrible, no sabían que hacer: arrojarse sobre el asesino no podían, porque estaba dentro del Ara-Solis y era lugar inmune. Se propagó con rapidez tan horrorosa nueva y aumentándose los gritos de furor cundió otra noticia que dio un nuevo giro a los acontecimientos: Filoctétes, a la cabeza de sus grovios, acababa de tomar posesión de Duio.
Aquella muchedumbre que se hallaba en Ara-Solis, comprendiendo la afinidad de los sucesos, impulsada por un solo sentimiento se dirige rápidamente a la ciudad ganosa de venganza, dejando rodeado el templo para que no pudiera huir el asesino. Filoctétes y los suyos no contaban con aquella adhesión de duyos tan compacta, marchando contra él bajo un solo ideal; y como eran inmensamente superiores en número a los grovios, abandona la ciudad herido en la pelea y se dirige a Iria, buscando el amparo de Abides. Los duyos cargaron hasta Iria y la cercaron. Abides, temiendo la multitud a la que se adherían otros clanes, se asoma con Filoctétes a la muralla y les grita: — ¿Qué pedís?
— El cómplice del asesino de Filotios — le contestan.
— Está herido.
— Entregádnoslo vivo o muerto, o sois también cómplice en el asesinato.
Abides mira terriblemente á Filoctétes y antes de que se descubra su participación en la conjura, murmura: — Entre tú y yo, entre tu muerte y la mía, no debo dudar.
Y le asestó una puñalada mortal, arrojando el cadáver a los duyos.
La grey arrastró aquel cuerpo ensangrentado, saciando su rabia mutilándolo espantosamente. En seguida se volvieron hacia a Abides, que parecía esperar algo, y lo aclamaron como arconte; pero Abides les impuso otra condición: ser rey y reinar sobre los irios, los duyos y los grovios.
Así fue que el rey Abides, a la cabeza de las tres razas unidas desde entonces con el nombre de caporos, se dirigió seguidamente a la gran ciudad de Duio y ocupó sus palacios. Por la noche del mismo dia, facilitó la evasión de Ferecio, a quien debía la corona. Este huyó internándose en el bosque y no paró su huida hasta Toledo, donde fundó esta ciudad, según las historias de Castilla.
Abides finalmente se estableció en Iria, acrecentando su importancia local; para ser mas tarde esta capital la heredera del poder de Duio, como Compostela lo sería del suyo a partir del siglo VIII de la era cristiana.
Dios Mithra llamado Sol invictus. Es evidente que las creencias romanas relacionadas con los astros mantuvieron vivo el sustrato ideológico subyacente del mundo prerromano. (nótese que la corona solar aún perdura en la Liberty americana)
El cónsul romano celebra su conquista
Acaecía el año 137 antes de Jesucristo cuando avanzando el cónsul Decio Junio por la costa hacia el Miño, llegó a Fisterra, se humilló ante el Ara-Solis e hizo en este templo sacrificios por sus victorias, pues podía pasear por todo el territorio sin que le hostigaran sus habitantes de una manera sangrienta. Entonces fue cuando desde las rocas de Finisterre vio el cónsul lo que con aplauso tan extraordinario como exageradamente poético celebraron los escritores de la antigüedad, esto es, la puesta del sol sobre las olas del mar. Todo este hermoso y poético pasaje de Lucio Floro, está lleno de alusiones a las ideas, parte geográficas y exactas, y parte fabulosas, que tenían los antiguos respecto a Galicia, o del límite divisorio entre la luz y las tinieblas.
Siguió el cónsul Décio Junio Bruto su marcha a través del país, regresando a la Lusitania por los pueblos de la costa Duio, Noya, Obre, lria, Grove, Heleni, Erizana, Abobriga y demás.
Predicación de Santiago. Retablo de Pablo de San Leocadio, de Villarreal de los Infantes.
El Apóstol renovador de teogonías
En el año 36 Santiago, para adquirir aún mayores prosélitos en Galicia, celebró en el ara de Finisterre su primera misa, y manifestó a la muchedumbre que le escuchaba, que, como signo material de Dios podían seguir adorando la figura del sol que se ostentaba sobre ella, pues así como el sol, una sola luz que alumbra al universo, así es Jesucristo, también un solo Dios, extendía a todas partes los rayos de su gracia.
De este modo el ara gentil quedó constituida en templo cristiano, en el cual celebraban misa el Apóstol y sus discípulos más allegados de los cuales uno fue captado en Duio y que más tarde presidiría la cátedra; en el recinto también bautizaron a la mayor parte de los gallegos del Oeste; y celebraron matrimonios, santificándose todos estos actos de la vida civil con los otros sacramentos. No destruyó, no, Santiago el Ara al Sol del gentilismo con sus oraciones, no tenía necesidad de arruinar nada que no se opusiera a su divina doctrina y como la adoración al sol no se oponía, como no se opone hoy en el sentido moral en que se adora, creemos absurda la destrucción (parece cierto que aquellos primeros cristianos adoraban al sol bajo el nombre de Mitra, y que pensaban que Jesucristo, Sol Justiciae en la liturgia católica, era este sol material. Esto mismo dice el jesuita Cornelio a Lapide de los herejes maniceos, basándose en San Agustín).
Convertidos al cristianismo los gallegos del Oeste, por la predicación de Santiago, transformando su adoración al sol en adoración a la divinidad judeocristiana; el Apóstol prosiguió su peregrinación misionera en el otro foco de idolatría primitiva, el `lubre´ famosísimo de Lucus, Lugo. En el Oeste, había destruido la adoración material del astro del día; y en el Este tenía que destruir la adoración material, en los plenilunios, al astro de la noche.
Pronto veremos que quizás no fue Santiago, como marca la tradición, ni fue Pablo como afirman los evangelios, sino un tal Pedro quien trajo la palabra de Jesús al fin del mundo conocido…
Roca Cúbica en el fondo del precipicio del Cabo Fisterra/Piedra manchada de rojo localizada por Xusto Gómez ​en una actividad extraescolar de 1979-80, organizada por el colegio N.S. del Carmen/Pila ritual aún en uso por los peregrinos debajo de la sirena del Faro de Finisterre
El altar a orillas del mar y el santo ermitaño
Manuel Pereira de Novaes siendo prior mayor de san Martin Pinario en su Anacrisis Historial -1670, da la siguiente versión del templo solar basado tanto en relatos anteriores como en su experiencia personal, que transcribimos textualmente ya que fue difundida de forma falaz:
Los caldeos “… deseaban saber el curso del Sol, y donde paraba, ó donde se escondía, y en esta parte de Hespaña, que es la más occidental de todo el Mundo, hallaron el impedimento de no poder passar más adelante en esta averiguación, por esta causa aquí pusieron el fin de la tierra, y en ella constituyeron una Ara, en que sacrificaron como oblación, que se le hasía por todo el remate de su carrera, y por ser el último termino desde donde no podían passar más adelante, todo lo qual refiere el Cardenal Don Joan Margarite i Pau (1421-1484), papable obispo de Girona, en su Paralipomenon de Hespaña, lib. I, donde, explicando los lugares de toda esta porción occidental de Hespaña, y donde està nuestra ciudad de Porto, dise assi: «Post Portum Galeciae» esta es nuestra ciudad «sequitur Compostella, que antea Arae Solis vocabatur: sed verius dicitur quod locus Arae Solis sit ultimus locus promontori, ubi hodie Ecclesiae Beatae Mariae de Finibus terrae: vetteres enim Iberi, iam usque Chaldeorum finibus progressi, ubi solem, uti Deum adorant; ilum ab ilius ortu, usque ad occasum prosequi statuerunt; cumque inde ad ultimas terra fines, illum sequuti, et ultra non posset progredi conspexissent, ibi Soli tanquam Deo».
Todo esto el Señor obispo y Cardenal, y en donde se manifiesta ser el Cabo de Finisterrae el último promontorio del Mundo y de la tierra. Y lo assienta assi mesmo el P. M. fray Gregorio de Argaiz (ca. 1600-1679), confirmando ser este el fin destes primeros pobladores de Hespaña, y este Promontorio el fin de la tierra, y lo assegura aun oy en día una peña quadrada, que se vé en el último limite deste Cabo en medio del mar, apartada de tierra firme tres ó quatro brassas, despues que se baxa de lo Alto del Promontorio, por el Camino que llaman de San Guilhelmo, y se cubre algunas veses de la marea en agoas vivas; y, por ser quadrada y exenta, algada una vara y algo más de la superficie del agoa, en forma de una mesa, conserva esse nonbre de Ara Solis, Porque los Griegos a estas Peñas cercadas del mar llamaron Aras, segun notó Vergilio: “Ame vocant graeci medisque in fluctibus Aras”.
La tradicion de los Vesinos de la Villa de Finisterrae y de los de Duyo, allí cerca, es que en lo últímo de la Punta deste Cabo y Promontorio; en donde se ve esta quadrada peña, es propiamente la que llaman «Ara Solis», y que en ella sacrificavan los Primeros Pobladores de Galicia, y que Hercules assi mesmo allí sacrificó unos toros, y assi lo dixen todos, niños y grandes, en medio de las ondas, como tiene forma de esquadria y bien proporcionada y muy llana en la superficie de Mesa, le viene bien de llamarsse Ara, quando los Griegos no le diesen este nombre solo por ser peñasco en el medio del Mar, porque la forma es a modo de un grande dado, y de un grande Bufete quadrado, y es el último punto de la tierra, solo separado della tres ó quatro brazas, y noté más que para la consideración de ser este Cabo el que divide los Mares del Norte de Hespaña y el mar Océano Occidental, hasiendo un ángulo, o Esquina bien notorio, me puse en lo más alto del monte, en la hermita de San Guilhelmo, vueltas las espaldas al occidente, descubrí por encima de los montes de Laje y de Cosme (sic) el mar Septentrional de la costa de Hespaña, y hasia la mano derecha el mar del occidente hasta el cabo de Santa María, cerca de la villa de Bayona, quedando este ángulo deste cabo bien metido a la mar y como dos leguas de la esquadra de su Punta, por donde le viene bien lo que dixo del Plinio y Solino, aunque divide los mares, y aun el cielo, pues en este limite parece que los mesmos mares son diferentes uno de otro, y el cielo, con la entrada desta tierra en esse mar, assi mesmo parece queda diviso (…) de manera que todo se apoya para se tener por fin del Mundo toda esta Costa y playa, como lo es ciertamente que no se puede dudar en el crédito de ser el último fin de la tierra, y en donde señaló Homero la primera señal de los Campos Elysios (…) que todo es cerca desses límites y Cabo del fin de la tierra, y se puede confirmar con la piedra que allí ya pusieron del Anconitano que habla del Cabo de Finisterrae” (placa romana que detallaremos en otro capítulo).
Parece ser este relato lo que motivó en 1613 la visita del Cardenal Jerónimo del Hoyo a fin de corroborar la existencia del Ara Solis cercano al refugio de Guillermo:
“Este santo vivió en esta hermita y dizen que trayendo una pipa de vino la desembarcó por do está el altar y queriéndola subir a do está la hermita dizen que llegó el demonio y so color de quererle ayudar pretendió echársela a cuestas y con ella matarle y echarle a la mar, pero librole Dios”. El altar a que se refiere es el que él mismo describe de esta manera: “más a la baxada del mar, en un peñasco que bate el mar, está un altar do por tradición en habiendo falla de agua va esta villa en procesión y dicen allí misa y luego dizen llueve. No está este altar cubierto por ninguna parte ni signo de hermita, sino descubierto al aire por todas partes…”
Hecho que ya dejara testimoniado Erich Lassota en su diario del viaje de 1581 con otro detalle: “A una media milla de aquel lugar se ve, al pie de una montaña, cuando se retira el mar, el vino que el demonio le derramó. Yo no pude verlo porque la mar estuvo muy agitada.”
El ave Fénix renace en el Ara Solis
Probablemente la leyenda del Fénix pasó de la tradición egipcia a la grecorromana a través del historiador Heródoto (484-425 a. C.), quien cuenta en sus Historias que viajó a Egipto y conoció a los sacerdotes de Heliópolis: “Ave sagrada hay allí que sólo he visto en pintura, cuyo nombre es el de Fénix. Raras son las veces que se deja ver (…) su mote y figura son muy parecidas a las del águila, y sus plumas en parte doradas, en parte de color carmesí. Tales son los prodigios que de ella nos cuentan, que aunque para mi poco dignos de fe, no omitiré el referirlos.”
Esta sagrada ave viajaba a Egipto cada quinientos años, llevando sobre sus hombros el cadáver de su padre, a donde éste iba a morir, en busca del templo del Sol para depositarlo allí y resurgir.
En adelante, el mito aparece en obras de autores clásicos diversos: el naturalista Plinio el Viejo, Luciano, Epifanio de Salamina, Séneca, y los poetas Ovidio y Claudio Claudiano, o los cristianos el Papa Clemente de Roma, Epifanio o San Ambrosio. Así el mito del ave Fénix alimentó varias doctrinas y concepciones religiosas de supervivencia en el Más allá, pues el Fénix se desvanece para renacer con toda su gloria concatenando la resurrección y el mito solar.
Según la leyenda cristianizada, cuando le llegaba la hora de morir, hacía un nido de especias y hierbas aromáticas, ponía un único huevo en el patio del altar del Sol de la Justicia (Totum defert nidiim in arae Solis/todos anidan en altares al Sol, Plinio-Hist.Nat.lib.X), que empollaba durante tres días, y al tercero ardía consumida por el Sol para resurgir del huevo la misma ave, siempre única y eterna. Para Claudio Claudiano (siglo IV): “El Fénix es un ave igual a los dioses celestes, que compite con las estrellas en su forma de vida y en la duración de su existencia, y vence el curso del tiempo con el renacer de sus miembros.” Como una pequeña oruga sin miembros que dejando de ser implume se transforma en un águila celeste que surca el firmamento estrellado.
Y esta parece ser lo que se representa en la figura de un medallón encontrado en el monte Pindo en el siglo XIX, hoy perdido pero que ha podido reproducirse según un dibujo original de Antigüedades de Galicia de Ramón Barros Silvelo, 1875. Allí las etapas de transformación son evidentes y comparativamente semeja más un ave de rapiña que una gallina, como vulgarmente se conoce.
Así que si tenéis la fortuna de verla planear sobre el Cabo Finisterre buscando el altar, no os asustéis y disfrutad de esta maravilla que sólo sucede una vez cada quinientos años.