Juan Gabriel Satti Bouzas.
«El barco inglés Sunrise, de 1.382 toneladas, al mando de su capitán Mr. Charles M. Dobson, se dirigía, con carga de algodón, trigo y semillas, del puerto de Bombay al de Amberes, y a la una de la tarde del dia 19 de Junio último, por consecuencia de la brumazón que ocultaba la costa, chocó en el bajo Duyo, distante cuatro millas del Cabo Finisterre, cinco del de Cee, tres de la costa de Carnota y siete de este puerto, calándose a pique a los pocos instantes. Que cerca de dicho bajo se hallaba pescando el pobre y valetudinario José Domínguez Pazos, de Finisterre, con sus dos hijos, menores de doce años, tripulando una pequeña embarcación, quienes, al apercibirse del siniestro por el ruido del choque y las voces de la tripulación, picaron la amarra y se dirigieron con intrepidez al lugar de la catástrofe, salvando al maquinista Charles Hall, que , sin saber nadar, se sostenía entre las olas, asido a una escala, y al marinero Guillermo Castles, que nadaba cerca de éste, recogiéndoles en su bote y facilitándoles ropa para cubrir su desnudez. Que dicho pescador auxilió, con caritativo celo, a los treinta y un tripulantes restantes, los que se salvaron en dos botes de a bordo, y los guío a este puerto, adonde arribaron a las cinco de la tarde del mismo día, sin que hubiese exigido recompensa alguna por tan humanitarios servicios.»
Este es un extracto del parte oficial dirigido por la Ayudantía y Capitanía del puerto de Corcubión, a cargo de D. Pedro Noguera en aquel año de 1882, al Presidente de la Sociedad Española de Salvamento de Náufragos, recibido por el secretario de la misma, D. Pedro Novo y Colson.
Según describe Ramón y Ballesteros, parece ser que el vapor propiedad de la empresa Woolf & Haigh, al pasar por el Cabo Fisterra, el capitán quiso acercarse a la costa para transmitir un mensaje a su armador, valiéndose para ello del Semáforo que ya estaba en funcionamiento desde 1879 y era una base de emisión de señales para la marina de guerra.
Con esta intención mandó acortar la marcha, ocurriendo que cuando estaba próximo al islote Centolo (o Sentolo según la cartografía de Vicente Tofiño de 1787 y que estaba ausente en algunas de otros países), sobrevino un golpe de mar que estrelló el buque contra el mismo. “Escorado a babor e iniciando el hundimiento, la mayor parte su tripulación se había tirado al agua y, unos pocos luchaban en los pescantes, de los que a duras penas, lograron hacerse con dos pequeños botes, el barco desapareció entre las aguas”; complementa el relato de Baña Heim.
Grabado de la Royal – mail del vapor Douro pasando por el Cabo de Finisterre-1881
Las crónicas de la época recogen que al momento de meter a bordo a los rescatados, Domínguez recibió de “uno de ellos, que quería cogerse de cualquier modo, una mordedura en una mano, de la cual acaso tenga que sentir, si no pierde un dedo”.Con los dos botes del vapor y el suyo, que dio remolque a los otros consiguió llevar a tierra a los 33 miembros del Sunrise acompañado de sus dos hijos de once y nueve años de edad; rechazando más tarde la canoa que el capitán inglés le obsequiaba en agradecimiento.El entonces Vicecónsul inglés de Corcubión, Francisco del Rio Ossorio que se hallaba enfermo, encomendó a su cuñado el capitán de la marina mercante Manuel de Pomiano y Carranza, la misión de atender a los desvalidos supervivientes.
Cuando el señor Pomiano llegó a Fisterra encontró que los náufragos no querían o no sabían aceptar las ropas y alimentos que les dispensaban los vecinos de la villa. Solamente parecieron tranquilizarse cuando oyeron hablar en su idioma. En efecto, el capitán español al ver el estado precario en que estaban los británicos se despojó de su gabán, de la americana y un jersey para abrigarlos y animándoles a beber unas copas de “caña do Ribeiro” con las que les convidaban para así recuperarse del aciago momento vivido.
Carta francesa con detalle de la costa da morte segun Don Vicente Tofiño de 1787
De seguido Don Manuel felicitó al señor Domínguez e instó al Gobernador Civil de la provincia lo propusiera para ser condecorado. Su arrojo despertó la admiración de todos los que le observaron, y más aún conociéndose la pobre situación familiar del rescatista; que el abandonar la pesca por guiar a los ingleses al puerto de refugio, ya por librarles del riesgo que corrían en una costa en que no eran prácticos, ya también porque sacrificó las utilidades que pudiera reportarle dicha ocupación, única con que atendía al sustento de sus siete hijos y a las necesidades de la enfermedad de su mujer, postrada en su lecho hacía más de cuatro años.
El Gobierno inglés premió con 6 libras esterlinas (ciento cuarenta y dos pesetas y cincuenta céntimos) el acto heroico que libró de la muerte a treinta y tres británicos y la Sociedad Española de Salvamento de Náufragos por su parte, otorgó a José Domínguez una medalla de bronce y un premio de ciento cincuenta pesetas, habiéndole sido entregados ambos donativos por el citado ayudante de Marina de Corcubión, Sr. Noguera.
​​Semáforo que ya estaba en funcionamiento desde 1879 y era una base de emisión de señales para la marina de guerra.
La recompensa parece ser que fue tan exigua que algún periódico remató: “Por lo visto, los ingleses tasan a sus hombres en menos que Abascal a los perros.” Y otro: “Por 33 súbditos veintiocho y medio duros, salen a cuatro pesetas por cabeza. No diremos que para un pescador sea muy poco; pero para todo un Gobierno inglés no puede decirse que sea mucho, sobre todo si se tiene en cuenta que la civilizada Albión, renovando costumbres ya desterradas, ha puesto precio a la cabeza de Arabi-Bajá (líder nacionalista egipcio), ofreciendo por ella 25.000 duros. Es decir, que Arabi equivale a 30.000 ingleses”.
También desde el Gobierno español pensaron concederle dos cruces: la de Beneficencia y la del Mérito naval; y el diputado Luis Rodríguez Seoane suplicó al Ministro de la Gobernación que la gracia otorgada al pescador se haga extensiva a los dos hijos que cooperaron en ese acto de filantrópico heroísmo. Al tiempo que un columnista se preguntaba: “¿Por qué el Estado no se encarga de educar a los heroicos marinerillos de Finisterre? Es necesario recompensa más efectiva para ese padre”. No consta que se cumplimentara ninguna de las propuestas.
Transcurridos unos años, el capitán Pomiano reembarcó hacia Inglaterra y en ocasión de estar de maniobras en los muelles londinenses, se sintió fuertemente abrazado por un sujeto al tiempo que lo saludaba con un efusivo: Hello, Mr. Pomiano!
Inmediatamente reconoció al maquinista del Sunrise, Charles Hall que le invitó a celebrar el encuentro en un bar y dirigiéndose a sus compatriotas parroquianos, entonó una sentida loa, whiskies en alto, a favor de su acompañante y de las generosas gentes de Finisterre.
José Domínguez Pazos y sus hijos de 11 y 9 años en un grabado de la revista La Ilustración Española y Americana del 22 de agosto de 1882
Lamentablemente no hacían ni 3 meses que ocurriera otro accidente en la Costa da Morte: En la noche del 1 al 2 de Abril chocaban a la altura de Camariñas los dos grandes vapores transatlánticos, Irurac-bat, español, y Douro, inglés, yéndose a pique en breves momentos el uno y el otro. Si en alguien pudiera caber responsabilidad, ésta correspondería a los oficiales del Douro, que, sin atender a las señales de reglamento, continuaron derechamente su rumbo y dieron lugar a que el Irurac-bat, después de haber orzado todo cuanto pudo, les embistiese por cerca de la popa.
El vapor inglés que partiera desde Buenos Aires tardó media hora en hundirse; el español apenas quince minutos. Como que la catástrofe ocurrió a la hora del descanso, no hubo modo de dominar el espanto general ni de organizar el salvamento. Dícese que en el primero de ambos buques la tripulación se negó a obedecer en el momento crítico a su capitán; por lo cual éste, enfermo, se retiró con sus oficiales a la cámara, dejándose ir a fondo. Perecieron del Douro 42 personas; se salvaron 109, de las cuales eran 49 pasajeros y 60 tripulantes. Perdieron además 75.000 libras esterlinas tomadas a bordo en el Brasil, y 25.000 procedentes de Lisboa.
El Capitán de la Marina Mercante Don Manuel de Pomiano y Carranza​ (foto cedida por su bisnieto Dr. José Antonio Lado)
El naufragio del Irurac-bat, magnífico vapor de los Sres. Olano, Larrinagá, construido en 1872 al coste de 250.000 duros, tardó menos en irse a pique; pero gracias a la serenidad del Sr. Ugarte y de los oficiales, ocasionó desgracias menores, y aun no hubiera ocasionado tantas a no ser porque uno de los botes zozobró, abrumado por el excesivo peso. Se salvaron de los pasajeros tomados en el puerto de la Coruña, en número de 249, y de los tripulantes, 27, inclusos los cargos y sobrecargos. Por fortuna llegaba al punto y hora del doble naufragio el vapor mercante inglés Hidalgo, que a costa de heroicos y perseverantes esfuerzos libró a un gran número de víctimas de una muerte infalible, y las transportó generosamente a Coruña.
Cuando vio desembarcar en sus muelles aquella legión de náufragos, todavía aterrados, heridos y desnudos, el vecindario conmovido, rápidamente organizó suscripciones, buscó ropas, allegó recursos y atendió por todos los medios posibles al socorro de tan horrible y lastimosa desgracia. Atendidas luego las víctimas por los cónsules, las autoridades, la prensa y el público, recibieron entonces muestras inequívocas de afecto de un pueblo por excelencia noble y hospitalario.
Un siglo más tarde ambos barcos acabaron sien expoliados ilegalmente tal y como nos cuenta Rafael Lema en su artículo Irurac Bat y Douro: El mayor expolio arqueológico de la Costa da Morte.
El grabado que publicamos y pormenores del desastre corresponden a la revista La Ilustración Cantábrica (archivo BNE).