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sábado, septiembre 28, 2024

El origen del Camino de Santiago VI: Los griegos en busca del Ara Solis y el Paraíso en Finisterre- 1ª parte

El origen del camino de santiago VI: Los griegos en busca del Ara Solis y el Paraíso en Finisterre- 1ª parte». Juan Gabriel Satti Bouzas.

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El ​​periplo de Himilcon 450aC

 

E o balbordo de pedras derrubadas
mestúrase a este son: O tempro vello,
o Ara Solis das épocas pasadas
non se contempra xa do mar no espello…

Gonzalo López Abente

Entre 630-570 a.C. se detecta un importante comercio griego en el sur de la Península Ibérica. Algunas teorías consideran que esta intromisión de los griegos en Tartessos rompió el monopolio púnico en esta zona y acabó con sus actividades económicas más lucrativas. La caída de Tiro llevó a que Cartago, colonia fenicia situada en Túnez, asumiera un papel de control de las otras colonias occidentales; justificando así el carácter imperialista y militarista que tuvo posteriormente en el siglo III a.C.

Aunque debatible, sí se aprecia una mayor influencia de Cartago sobre la Península Ibérica. Acredita Federico Maciñeira en su libro Bares, puerto Hispánico de la Navegación Occidental-1947, que monedas de colonias cartaginesas aparecieron en este puerto de la región de Ortegal, confirmando la presencia de navegantes y exploradores cartagineses como Himilcon, que hacia el 450 a. C. realizó un viaje por el Océano Atlántico (designado como “Oceanum Callaicum” en Marcial, y como “Oceanus Gallicus” en Plinio) para monopolizar el comercio de estaño con los celtas Oestrimnios. En el poema de Avieno, se constata que a siete días de navegación distaba el promontorio Oestrimnico (Cabo Finisterre) de las Columnas de Hércules.

Es entonces que los griegos, guiados por la Osa Mayor, también fijaron sus derroteros por las costas occidentales de Europa. Uno de los más afamados fue Piteas, que además de navegante y explorador marsellés era también astrónomo. Fue de los primeros griegos hacia el 330 a. C. en cruzar el estrecho de Gibraltar o Estelas de Heracles hacia el Norte, por Finisterre e Islas Britanicas hasta Tule, que todavía está por dilucidar si se trata de Islandia. Un trayecto que duró un año y recorrió más de doce mil kilómetros, comparable al del primer viaje de Colón. Suyo fue el primer testimonio escrito en el que se llama a la península ibérica Hispania; al tiempo que descubría que era una península.
Piteas, informa Estrabón (63 a.C. – 24 d.C.), tardó cinco días en recorrer la distancia que media desde Cádiz al Promontorio Sacro; hecho que no cree porque según sus cálculos “no hay más de mil setecientos estadios” (212 millas), (Geografía III, 2,11).

Periplo de Piteas-330aC

Plinio (23 d. C.- 79 d. C) citando a Artemidoro: “desde Gades, circundando el promontorio Sacro, hasta el promontorio Ártabro…, 991.500 pasos” (991 millas), lo que sitúa al Promontorio Sacro muy por encima de Lisboa (pensemos que de Cádiz a Corcubión hay 587 millas y se estima que la navegación diaria en 500 estadios podía alcanzar los seis nudos recorriendo, según los estándares clásicos, 935 millas náuticas en siete días). 

Artemidoro vivió al final del siglo II y principio del I a.C. en Éfeso y viajó alrededor del año 100 a.C. por las costas del Mediterráneo y atlánticas hispánicas. En un polémico papiro hallado fortuitamente, los doctores Bärbel y Johannes Kramer, aseguran que se dirigió hasta “el Cabo de los Ártabros (Fisterra) y por fin el `Megas Limen´, es decir, el puerto de A Coruña, donde la navegación costera de Artemidoro llega a su fin. Las últimas palabras del papiro dicen `el resto de la costa nadie´, que podríamos interpretar bien en el sentido de que nadie había visto o descrito hasta la fecha esta parte de la costa. Artemidoro debía haber dicho con excepción de Piteas” (La península ibérica  en un papiro antiguo, 1998).

Atlas Marítimo de España por Vicente Tofiño de San Miguel,1789/ Es creencia católica que los griegos levantaran un templo propio en Fisterra, pues hasta el momento la escasísima arqueología realizada, no ha hallado indicio alguno

Es en este contexto que Estrabón (geógrafo, historiador y gran viajero pero que nunca estuvo en el litoral ibérico por lo que se valió de relatos de otros autores y aceptó como buenos los que se ajustaban más a su criterio naturalista, rechazando los de carácter puramente matemático, astronómico o cartográfico) describe una discrepancia sobre diversos hechos en la costa galaico-portuguesa, fruto más que nada por la confusión y malinterpretación quizás, de datos distintos y complementarios de los periplos marítimos. Veamos el punto que nos interesa: 
“Este mismo Promontorio Sacro que avanza en el mar, Artemidoro que afirma estuvo en el lugar, lo asemeja a un navío, y dice que contribuyen a la figura tres islotes, cita uno en la posición de espolón y los otros, que tienen fondeaderos adecuados, en la de ser orejeras de proa.

Representación de Iberia según el texto de la Geografía de Artemidoro teniendo en cuenta las distancias que señala (Gallazzi, Kramer 2008).

Asegura que no se ve allí santuario ni altar de Heracles, y que en esto miente Éforo (Asia Menor, s. IV a. C), ni de ningún otro dios sino piedras esparcidas en grupos de tres o cuatro por doquier, que los que llegan hacen rodar y cambian de sitio, después de ofrecer libaciones, según una costumbre ancestral; y que no está permitido hacer sacrificios ni acceder de noche al lugar, por decirse que en ese tiempo lo ocupan los dioses, sino que los que acuden para contemplarlo hacen noche en una aldea cercana y luego suben de día, llevando consigo agua por la falta que de esta padece el lugar”.

Vayamos por partes: mayoritariamente se aplica Promontorio Sacro al Cabo de San Vicente en Portugal, pero convengamos que está sembrada la costa de salientes que cumplen con similares características a la nombrada; es más, el Cabo Fisterra tiene vecino un islote Centolo y otros dos cercanos conocidos como Lobeiras Grande y Pequeña con “fondeaderos adecuados”.

Consiguientemente parece ser que la fama de un altar situado en dicho punto era importante, puesto que era buscado por estos navegantes. 
Ya tratamos sobre los altares solares fenicios en el capítulo anterior y su dios Melkart, que es el antecedente del Heracles griego con lo que es un dato a tener en cuenta en la teoría de que mucha de la mitología griega proviene de la fenicia, pues los santuarios de Heracles-Melkart estuvieron vinculados a las actividades marítimas de los fenicios en todo el Mediterráneo. Su culto comprendía una serie de ritos de muerte y resurrección cíclicos, coincidentes con los solsticios del año. Esto lo relaciona con el mito solar griego de Sísifo y Helio, el disco del sol que sale cada mañana y después se hunde bajo el horizonte. Sísifo fue obligado a empujar una piedra enorme cuesta arriba por una ladera empinada; pero antes que alcanzase la cima de la colina, la piedra rodaba de nuevo hacia abajo; y Sísifo tenía que empezar nuevamente desde el principio. Similar leyenda llegó a nuestros días con San Guillermo y el tonel de vino que subía a su ermita en el monte de Finisterre, con ayuda de un hombre que en lugar de empujar tiraba hacia abajo dificultándole la tarea, pues era un demonio encubierto (Erich Lassota, 1550).

El tercer asunto es el ritual alrededor de ciertas piedras. También hay en el promontorio fisterrán  una alineación de betilos a modo de chromlech y unas grandes y casi redondas piedras oscilantes de nombre Pedras Santas (donde ya comentáramos que los druidas practicaban artes adivinatorias); a la vez que los peregrinos pernoctaban en una aldea vecina: esta pudiera ser Vilar Vello o A Ynsua, la primera próxima a la ermita de San Guillermo y la segunda, al pie del monte comunicada por una senda romana conocida como “Cuesta de Marcos”. 

Sobre la falta de agua en el monte, el presbítero Amancio Presa Martínez, destaca en un artículo de junio de 1952 la siguiente leyenda de Santiago: “Hallándose una hermosa tarde predicando… los gentiles le dijeron: ‘ya que tantas grandezas de Dios nos predicas ¿Por qué no le pides que ahora mismo te dé agua, que careces de ella?` Al oír tal reproche, el Apóstol hirió con el bordón la peña que había debajo del altar (el Ara Solis), invocó el nombre de Jesús y al instante brotó un raudal de agua cristalina, la fuente permanecía en el año 1865 y era muy visitada por los peregrinos.”

Para la Prof. Mirella Romero Recio de la Universidad Carlos III de Madrid, las piedras de Artemidoro, pudieron ser en realidad anclas votivas que los primeros navegantes que llegaron a este lugar habían ofrecido, como lo hicieron en los templos baal-heraclianos de Ugarit, Biblos o Kition , y en santuarios griegos coloniales. En la foto anclas líticas del IV aC: Templo fenicio de Biblos/Museo helénico maritimo del Pireo/Fisterra?/Museo Arqueológico Náutico,Turquía/Casa museo del Ancla, Galilea

Presa se apoya en la Historia Gótica de don Servando, obispo de Orense y traducida en lengua gallega y adicionada por Seguin, obispo también de Orense, del siglo XII, que hacen mención del Ara Solis, al que llaman “el Soberbio” por su grandeza y que “las costas gallegas se veían visitadas por infinitas gentes del oriente en una peregrinación tan activa como fanática. Y el promontorio Sacro de Finisterre era para los griegos lo que la Palestina fue y es para los cristianos y Duio con su Ara Solis, sepulcro del sol, lo que Jerusalén con el sepulcro de Jesucristo”.

Al templo solar también hace referencia Castellá Ferrer, un autor del siglo XVI que escribe una obra sobre al Apóstol Santiago titulada Historia del Apóstol de Iesus Christo Santiago Zebedeo, Patrón y Capitán General de las Españas (p129-130). Seguramente es la tradición que recoge también el padre Catoira en un opúsculo publicado en 1744, quien afirma que «la ermita de Finisterre, por tradición de aquel reino, se tiene haberla erigido nuestro Santiago, cuando destruyó en aquel sitio el bárbaro culto que los gentiles daban al sol, en la dilatada planicie de aquel monte, que llaman Ara Solis».

Artemidoro también afirma que allí “el Sol se pone con cien veces su tamaño y que la noche sobreviene al instante”. A lo que Estrabón responde: “que él viera esto personalmente en el Promontorio Sacro no debemos admitirlo si atendemos a su propia declaración, puesto que dijo que de noche nadie subía, de modo que tampoco podría nadie subir al ponerse el Sol, si es que realmente sorprende al punto la noche; pero tampoco hay que creer que lo viera en otro lugar de la costa oceánica, pues también Gadira está en el Océano y atestiguan en contra Posidonio y otros autores” (atribuyéndolo a un efecto óptico). Esto es correcto, pero también muestra la fascinación por este espectáculo diario que era ver el atardecer en el Fin del Mundo antiguo.

Hemos de tener en cuenta que las divergencias entre geógrafos y marinos por el desfase de datos, llega a cotas de inexactitud entendibles para la época pero intolerables hoy en día, baste este ejemplo: para Dionisio Periegeta, filósofo de la época de Augusto, “bajo el Promontorio Sacro, cabeza de Europa, están las islas Hespérides, donde nace el estaño y habitan los ricos descendientes de los iberos”. Para Prisciano (siglos V-VI) gramático latino, sólo cita “enfrente del llamado Cabeza de Europa están las Hespérides abundantes en estaño, las que poseyeron los iberos”. Y para Avieno: “Cerca de los confines del mar Atlántico, los etíopes habitan las Hespérides. En estos lugares se levantan las cimas de Eriteia, y  también los del monte Sacro: de este modo los habitantes llaman los promontorios escarpados, pues así la tierra se forma al extenderse esta punta amplia de Europa. Generadora de metales arroja de sus venas estaño blanco y los iberos navegan asiduamente sus mares”.

Es para Plinio el cabo Ártabro, “adonde llega la punta más avanzada de Hispania” (promunturium Artabrum, quo longissime frons procurrat Hispaniae) y recordemos que se acepta que las islas Oestrimnicas eran las productoras de estaño, cerca del mismo cabo.
En la mitología griega, las Hespérides eran las ninfas que cuidaban un maravilloso jardín de manzanas de oro que proporcionaban la inmortalidad en un lejano rincón del occidente. A veces se las llamaba Doncellas de Occidente, Hijas del Atardecer o Erythrai, ‘Diosas del Ocaso’, todas ellas designaciones ligadas a su imaginada situación en el distante oeste. Hésperis es la personificación del atardecer (como Eos es la del amanecer) y la estrella vespertina es Héspero. Y hasta allí  Heracles fue castigado por Hera a robar las manzanas del Jardín de las Hespérides.

Aquí también la Iglesia logra sincretizar heliolatría y mitos edénicos en la leyenda del monje Trezenzonio: en un códice del siglo XI se cuenta que tras haber sido saqueada Galicia por los musulmanes en el siglo VIII, Trezenzonio se dirigió a lo alto de la Torre de Hércules, desde donde pudo divisar la llamada Gran Isla del Solsticio (Magna Insula Solistitionis). Decidió navegar hacia el vergel y quedó maravillado del ambiente paradisíaco que impregnaba el lugar. Allí permaneció siete años, hasta que un ángel le obligó a regresar a Galicia.

La peninsula ibérica deducida de la obra de Estrabón por A, Garcia y Bellido, 1944

Para Plinio eran las  Islas Afortunadas o de los Bienaventurados el lugar donde las almas virtuosas gozaban de un reposo perfecto después de su muerte, análogo al Paraíso. Su función y características en la mitología griega eran equivalentes a las de los Campos Elíseos (que quizás son una evolución posterior del mismo concepto) y que trataremos en el siguiente capítulo.

Sabido es que Monte Sagrado (en latín Promontorium Sacrum o Prominens  Sacrum y en griego Hieron Akroterion) es el nombre que griegos y romanos daban a distintos cabos situados en zonas estratégicas, cuya sacralización solía deberse a la existencia de un templo y/o encontrarse en un extremo de occidente. Por eso es necesario tener en cuenta otros elementos a parte de las nomenclaturas y distancias inconexas a la hora de interpretar las obras clásicas.

En cuanto al testimonio de Artemidoro sobre el Promontorio Sacro que él exploró, podemos concluir que evoca tradiciones religiosas de mitos célticos que ubica geográficamente en puntos extremos de la costa atlántica y que la Iglesia no dudó en circunscribir a la parroquia de Finisterre, relegando el interior en su primigenio concepto amplio aplicado primero a Hispania y luego a Galicia, no ya por su posición física sino por su valor simbólico-religioso convocante de gentes de todas partes de Europa para dar veracidad y fundamento al mito xacobeo.

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