Último capítulo del completo reportaje de Rafael Lema.
Accede al segundo episodio.
La relación comercial con coros y balleneros vascos animó a mercaderes gallegos a interesarse por el negocio. El año 1636 Pedro de Ibarra, un maestre de pinaza de Mutriku, cargó en A Coruña, de vuelta de Sevilla, grasa de ballena con destino a Bilbao. Los que proporcionaban la mercancía, 44 barricas de grasa, eran el coruñés Diego de Escudero y Pedro de Olmos.
Tuvieron problemas por el estado de la mar, y en vez de entrar en Portugalete tuvieron que acudir a Mutriku, con el propósito de trasladar más tarde la mercancía a Bilbao. Al comercio de la ballena y de sus productos se añadía el tradicional comercio de cabotaje que se ejercía a lo largo de la costa cantábrica. Dentro de la línea de los propios gallegos comercializando grasa de ballena nos encontramos en 1615 con un caso que lo confirma.
Así lo ratifica la presencia en Deba de mercaderes gallegos con cargas de grasa. Uno de ellos, Ferrán González, es vecino de Burela. Los mercaderes gallegos declaran que «hemos vendido en esta villa de Deva a Juan de Gámiz, vecino de Vitoria, setenta y seis barricas de grasa de ballena». El precio de cada barrica era de trece ducados, y tras haber pagado la alcabala se encontraron con que no podían comprar en Deba mercaderías para invertir los cuatrocientos ducados que habían obtenido. Esto les empuja a pedir permiso para viajar con dicho dinero a Donostia o Bilbao, con la determinación de emplear dicho dinero en mercaderías para llevar a Galicia.
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La documentación refleja la importancia que las expediciones a Galicia suponían en la vida cotidiana de la comunidad pesquera vasca. Esta importancia halla eco incluso en determinadas medidas adoptadas por las Juntas Generales. En 1533, en la reunión de Hernani, se formula una petición de apoyo económico para los gastos derivados de un pleito que se había abierto en Galicia a cuenta de la pesca de ballenas.
Medio siglo más tarde, en una reunión de las Juntas de Gipuzkoa, queda reflejada la preocupación de la Provincia por las dificultades que tenían los marineros vascos para salir a pescar ballenas, debido a los continuos embargos de navíos. Al preparar las conversaciones con García de Arce, Capitán General de la Provincia, el tercer punto cuenta: «a los que tenían hechos armazones para la pesca de ballenas en Galiçia e naos cargadas para Françia y otras partes de donde podían bolber fácilmente para el tiempo que se aprestasen las naos de la Armada en esta Provinçia se les había hecho grande daño y lo mandase reparar». En el ámbito privado, en un solo año nos encontramos en una villa pesquera como Mutriku varios documentos referentes a medidas adoptadas por pescadores en previsión a problemas cuando salían rumbo a Galicia, y de ese modo poner orden en la economía familiar.
La principal destinataria de estas medidas es la esposa, que va a quedar sola por espacio de cuatro o cinco meses, de modo que no se halle desamparada ante cualquier emergencia que exigiera realizar compras, ventas, intercambios,. Se trata de las conocidas «licencias maritales», que otorgan a la esposa el mismo poder judicial que amparaba al marido. En esta misma villa nos encontramos con la declaración de Domingo de Asín, quien confiesa: «entiendo hacer ausencia desta tierra a ir a pesca de ballenas a Galizia y otras partes»: da poder y licencia marital a su mujer, a la que faculta para que cobre recibos, e incluso para que arriende la casa o parte de ella, quizá con destino a recibir en ella a marineros de paso.
Un caso curioso de participación económica en las pesquerías de ballena en Galicia nos lo muestra un presbítero de Orio, Juan de Urreizti. Este cura, con una fama de juerguista y vividor, había dado dinero, «a pérdida o ganancia», para emplearlo en negocios marítimos, inversión que se especifica aclarando que «ha tenido trato y grangería por mar en armaciones de ballenas dándoles dinero para las jornadas de Galicia». Durante la primera mitad del siglo XVII esta presencia documental referente al balleneo en Galicia, para los investigadores vascos, permite vislumbrar una actividad equiparable a la época anterior a la eclosión de Terranova.
Tras la gran época de las pesquerías transatlánticas, que perduró al más alto nivel hasta los años setenta, la tendencia a las expediciones menores a Galicia y Asturias se presentó como una alternativa válida, sobre todo cuando el riesgo y el momento poco propicio desaconsejan atravesar el Atlántico a favor de visitar ámbitos más cercanos y tradicionales, menos peligrosos. Los conflictos políticos y comerciales en Terranova, eran continuos, o las guerras con los franceses e ingleses. Muy adelantado el siglo XVII, cuando la cantidad de ballenas había descendido ostensiblemente, nos encontramos con expediciones vascas a Galicia. Recordemos que es una épocas en donde cántabros y gallegos se animaron a trabajar en este arte, como los dos socios de ambos ámbitos que arman su tinglado en 1615 en Laxe y Camelle. El 24 de septiembre de 1636 Joaquín de Olabarrieta, vecino de Deba, se apresta para pasar a Galicia a la pesca de la ballena.
En esta misma villa aparecen otros dos documentos del año 1645 con referencias a las mencionadas expediciones y la presencia en Galicia. Uno de ellos es un testamento. Marina de Ibia, que se halla moribunda, declara que «Cristóbal de Arias mi marido está en el reino de Galiçia a la pesquería de ballenas», y diversas cláusulas ofrecen noticias referentes a las actividades balleneras y en general al trato con Galicia. En dichas cláusulas aparecen varios vecinos de Elgóibar (Alzola, punto vital del comercio de la ballena, pertenecía a Elgóibar) los cuales debían diferentes cantidades de grasa de ballena y de sardina, procedente de Galicia.
Ese mismo año hay una demanda de Ursola de Leiçaola, quien acusaba a Pedro de Içiar de haberle privado de su virginidad. Ante el nulo éxito de la querella ante el corregidor, rondaba la sospecha de que gente poderosa había intentado «ataxar los dichos pleitos» proponiendo arreglos, se recurrió a la instancia eclesiástica, Pamplona, dado que se quería arreglar el matrimonio de Pedro con Mariana de Ajarrista, bajo la promesa de que «le hayan de dar y pagar a la dicha Ursola de Leiçaola veinte ducados pagados de vuelta de Galiçia a donde está, (el tal Pedro) para haçer viaje a pesquería de ballenas», y del que se dice que se espera su vuelta para marzo.
Selma Huxley es una investigadora canadiense que localizó la historia del galeón ballenero San Juan que zarpó un día cualquiera de la primavera de 1565 del puerto de Pasaia, en Gipuzkoa, con destino a Terranova. Pero nunca volvió y un documental de TVE en 2016 contó su peripecia mientras una asociación vasca trabaja de reconstruirlo. Un temporal del Norte soltó las amarras y le hizo naufragar, muy cerca de la costa, con un verdadero tesoro en sus bodegas: cerca de mil barricas de aceite de ballena.
En el siglo XVI, capitalismo empresarial, seguros marítimos, mercaderes burgaleses, lana y ballenas, formaron parte de un mundo que ya estaba globalizado. El San Juan era un ballenero de tamaño medio. Veintiocho metros de eslora, siete y medio de manga, y tres cubiertas. Se construyó en Pasaia, el principal puerto ballenero de Europa en el siglo XVI, con la tecnología más avanzada de la época. Los astilleros del Cantábrico Oriental eran, entonces, los que fabricaban más y mejores barcos. Naos capaces de hacer la Carrera de Indias o atravesar el océano hasta Terranova. La caza de ballenas, un negocio tan arriesgado como lucrativo, era monopolio vasco. La grasa de ballena, el saín, puede considerarse el petróleo del siglo XVI, un aceite limpio con el que se elaboraba jabón y se alumbraban las ciudades.
El día que zarpó del puerto de Pasaia, el ballenero San Juan podría llevar a bordo unos sesenta hombres de tripulación y cinco chalupas balleneras; pequeñas embarcaciones a remo en las que se daba caza a la ballena siguiendo técnicas medievales. Le esperaban seis o siete meses de campaña en aguas de Terranova. Organizar una expedición ballenera era una empresa costosa y arriesgada. Había que contratar la tripulación; comprar víveres para más de medio año en Terranova; suministrar los aparejos necesarios, y embarcar los materiales que, una vez en tierra, utilizaban para fabricar los hornos donde derriten la grasa y los barriles en los que la transportaban. Las expediciones balleneras estaban aseguradas en Burgos, al igual que muchos fletes en el XVI por el corso.
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La ciudad castellana era, en el siglo XVI, una bolsa internacional de seguros. Sus mercaderes habían hecho dinero con el negocio de exportación de la lana merina y contaban con una institución fundamental: el Consulado del Mar. Las investigaciones que llevó a cabo Huxley en archivos vascos y del resto de la Península, le permitieron hacer importantes descubrimientos históricos y arqueológicos. Descubrió la existencia de una industria ballenera vasca en el siglo XVI en Labrador, sus puertos balleneros, restos arqueológicos de sus bases, así como la presencia de galeones vascos hundidos en aquellos puertos, entre ellos el San Juan (1565). Entre los manuscritos encontrados por la investigadora se hallan algunos que hablan del hundimiento de varias naves balleneras vascas del siglo XVI en puertos específicos de la Gran Bahía, cuyos nombres actuales había identificado en la costa de Labrador: una de Pasajes (1563) en Los Hornos (Pinware Bay), la Madalena de Motrico (1565) y la María de San Sebastián de (1572) en Chateo (Chateau Bay/Henley Harbour), y San Juan de Pasajes (1565) y la Madalena de Burdeos (1574/75) en Buttes (Red Bay).
En estas crónicas hemos tratado sobre la importancia de la caza de ballenas en Galicia y su tradición centenaria, pero como colofón a este trabajo es preciso aclarar algunos errores comunes en los investigadores no sólo en este aspecto sino en otras actividades del mar en el Noroeste ibérico. Tanto en la industria del salazón como en la caza de ballenas Galicia fue un emporio importante ya en época romana e incluso prerromana, así pues ya había una actividad galaica autóctona antes de la llegada de elementos foráneos a los que se atribuía la introducción de estas prácticas en nuestra tierra. En la Edad Media se cazaban ballenas en Galicia, no solo por la presencia de marineros vascos. Es más, como indicamos, en época romana aquí había salazón y pesca de ballenas, como lo acreditan la arqueología y las fuentes, a un nivel de desarrollo igual al resto de la península.
Por ejemplo A Lanzada fue un gran centro comercial relacionado con la transformación de productos pesqueros. En recientes trabajos arqueológicos se han encontrado 26 piletas de una factoría de salazón que data de dos siglos antes de la llegada de los romanos. Esta es otra novedad también en la arqueología del Noroeste peninsular, ya que hasta ahora se pensaba que esta actividad había llegado a Galicia a la sombra del Imperio. En este enclave se han encontrado numerosos huesos de ballena y cachalote que hablan de una caza programada. Los arqueólogos todavía no saben cómo se podían cazar grandes cetáceos antes de nuestra era pero, por analogía con otras zonas del Atlántico, hay ejemplos de que es posible con el uso de embarcaciones sencillas y experiencia en la navegación.
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