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miércoles, marzo 20, 2024

Alejandro Finisterre, mucho más que el inventor del futbolín

En el décimo aniversario de su muerte repasamos la apasionante vida de uno de los gallegos más universales de la Historia.

Fuente- Contezarganenko.blogspot.com.es

El 9 de febrero se cumplirán 10 años del fallecimiento de Alejandro Campos Ramírez, más conocido como Alejandro Finisterre, nombre que él mismo se dio y que tomó prestado del lugar que le vio nacer un 6 de mayo de 1919.

Finisterre es mundialmente conocido por considerarse oficialmente como el inventor del futbolín. Un título nada fácil de conseguir teniendo en cuenta la dificultad de fechar el nacimiento de este tipo de inventos tan extendidos y familiares para gente de todos los lugares del mundo.

Resulta sorprendente descubrir que por ejemplo el dominó o algunos juegos de cartas como la brisca o la escoba realmente no son de aquí y que, excepto el black jack que sí que es oficialmente aceptado como de origen español (puesto que se menciona por primera vez en una novela de Miguel de Cervantes), hay muy pocos juegos tan universales como el futbolín –por no decir ninguno- que hayan surgido en territorio nacional.

Es cierto que existen patentes de juegos de fútbol anteriores a la de Finisterre, ya desde finales del siglo XIX, y que se considera que las mesas de hoy en día derivan de la versión que el inglés Harold Thorton inscribió en 1922, quince años antes de la patente del gallego. Incluso en el Museo Gallego del Juguete, en Allariz (Ourense), pueden encontrarse prototipos anteriores como el Finger Footbal. Sin embargo, aunque son juegos similares, no son el futbolín, el cual todavía hoy se diferencia principalmente del fútbol de mesa porque las figuras tienen las piernas separadas -mientras que en las versiones centroeuropeas o internacionales (Estados Unidos) tienen solamente una pierna.

Wikimedia

El futbolín que todos conocemos, y al que hemos jugado seguro en más de una ocasión, surge durante la contienda que asoló España desde 1936 a 1939. A los 15 años Alejandro Finisterre partió a Madrid para estudiar y allí fue donde, en noviembre de 1936, fue alcanzado por una bomba que lo mantuvo sepultado por escombros durante bastante tiempo. Tal y como él mismo explica en este vídeo (a partir del minuto 11’38’’), fue trasladado a Valencia y de allí al aire puro de Montserrat (Barcelona), donde estuvo ingresado en un antiguo hotel, el Colonia Puig, que acogía a los niños heridos por los bombardeos de la recién declarada guerra.

En el hospital, al ver que los más pequeños no podían jugar al fútbol en el patio, es donde Finisterre tuvo la ocurrencia de que si había tenis de mesa (juego al que era muy aficionado), también podía haber un “fútbol de mesa”.

Sináptico

Con la ayuda de un carpintero vasco, Francisco Javier Altuna, que estaba en el hospital se construyó el primer futbolín, y ya en la Navidad de 1936 se empezó a hacer popular. En enero de 1937 se patenta el invento en Barcelona pero en mayo de ese mismo año Finisterre tiene que huir a Francia, cruzando los Pirineos a pie y siendo sorprendido por una enorme tormenta que hace que pierda los papeles de la patente y del diseño original.

En 1948 se entera en París de que Magí Muntaner, que había sido compañero suyo en el hospital, había patentado el futbolín. Según Muntaner, intentó ponerse en contacto por carta pero si fue así Finisterre nunca tuvo conocimiento hasta diez años después. Al menos el catalán le dio dinero de las patentes y gracias a ello pudo poner rumbo a América Latina, donde empieza una nueva etapa para Finisterre.

Viajó a Ecuador y se instaló en Guatemala en 1952, de donde tuvo que escapar a México dos años después por el golpe de Estado. Durante algún tiempo intentó comercializar el futbolín por varios países latinoamericanos e incluso en Estados Unidos, donde finalmente se negó a trabajar porque tenía que tener tratos con redes ilegales. Tras muchas dificultades decidió cambiar su actividad.

Finisterre fue un gran inventor que no sólo diseñó el futbolín al que jugamos hoy en día sino también otros artilugios como un pasa-hojas mecánico para pianistas y hasta 50 inventos más. Pero al coruñés no le acababa de gustar ser conocido por ello. Él fue un poeta que consideraba que lo que escribía “solamente son versos” y alguien que se volcó principalmente en editar las obras de los demás, especialmente de los escritores exiliados y todavía más de autores gallegos.

El País

Durante los más de veinte años que estuvo en México publicó más de 200 títulos y conoció a otros exiliados ilustres como León Felipe, con quien entablaría una sólida amistad. Cinco años después de la muerte del poeta zamorano, en 1973, Finisterre fue el encargado de organizarle un homenaje en el bosque de Chapultepec al que acudieron numerosos intelectuales entre los que se encontraban el ourensano Celso Emilio Ferreiro o el lucense Ramón Chao.

Su labor en Latinoamérica hizo que Álvaro Cunqueiro, Francisco F. del Riego y Xesús Ferro Couselo le propusieran en 1967 como miembro correspondiente en México de la Real Academia Gallega, a la que siguió perteneciendo tras su regreso a España en 1976.

Volvió en los años de la Transición y se instaló en la localidad burgalesa de Aranda del Duero pero nunca dejó de visitar Fisterra. Siguió escribiendo e impulsando el trabajo de los exiliados, preocupándose de que tuvieran una voz. Falleció el 9 de febrero de 2007 en Zamora donde fue a vivir para poder gestionar la herencia de su amigo León Felipe, que le nombró albacea testamentario. Varios medios internacionales se hicieron eco de la noticia, como el diario inglés The Guardian que le dedicó un extenso obituario donde se apuntaban anécdotas como que Alejandro Finisterre estuvo jugando al futbolín con el Che Guevara.

El hijo del telegrafista de Fisterra que acabó codeándose con el mismísimo Che fue inventor, poeta, editor y exiliado entre otras muchas cosas. Como decían Os Diplomáticos: “Alexandre de Fisterra moito traballa”, y es justo reconocerlo.

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