Encaje de Camariñas en el célebre naufragio del Titanic. Un reportaje de Rafael Lema.
Concepción Rodríguez de Ponte do Porto es una de las pocas palilleiras históricas que escapó del anonimato. Pero tras su nombre se halla una gran bordadora de magníficos trabajos especializados y una puntilleira, una vendedora de puntilla que incluyó el encaje de Camariñas en uno de los naufragios mas célebres de la Historia. Es la encajera del Titanic. Una caja de sus labores se hundió un 14 de abril de 1912 en el célebre trasatlántico.
Hace un siglo las aldeas de la redonda de de Ponte do Porto (Camariñas) concentraban el 90 por ciento de palilleiras de Galicia, una artesanía en pleno auge que dedicaba la mayor parte de su producción a la exportación, sobre todo a Cuba, Argentina, Uruguay, Puerto Rico y Estados Unidos. Desde 1885 la ría de Camariñas era su zona de producción, quedando como una artesanía residual en la costa cercana. Era la feria mensual de Ponte do Porto también el principal punto de encuentro entre artesanas y vendedoras o puntilleiras. Y así siguió hasta finales del siglo XX. A las aldeas de la propia parroquia porteña, que incluía Arou y Camelle, se unían las feligresías de Xaviña, Carnés, Carantoña, Cereixo, Leis, Ozón. La villa de Camariñas contaba asimismo con palilladas, y era el principal puerto de embarque del género camino de A Coruña para su reembarque.
En Ponte do Porto, Muxía y Camariñas había hace un siglo importantes exportadores de puntillas a América. Balboa, Miñones, Noya, Pardiñas, Mazaeda, Lastres. También en localidades como Canduas, Corme, O Pindo. Estos exportadores contaban con una serie de puntilleiras que se dedicaban a recoger el trabajo de las palilleiras y llevarlo a sus casas. La mas importante de estas intermediarias puntilleiras hace un siglo en Ponte do Porto era Concepción Rodríguez, que además figura como la mas reputada costurera de finos trabajos para la iglesia y la burguesía, dejando una parte de sus obras y valioso rastro documental en la iglesia parroquial porteña. Así por ejemplo el 6 de octubre de 1906 el cura párroco porteño Pedro Varela Bolón le abona 80 reales por diez días de trabajo en arreglar un terno blanco, cuatro casullas blancas y una encarnada, poniendo en las mismas varias piezas nuevas de damasco y galones.
El comercio textil, tanto de finas telas e hilos llegados de Holanda, Francia o Inglaterra, como las ventas de lienzos y encajes producción local al país y al extranjero asimismo dejó rastro documental en el comercio marítimo del Cantábrico ya desde hace dos siglos. Por ejemplo en Santander hay referencias a este comercio entre 1773 y 1800 con los puertos de Camariñas, Corcubión y Muxía.
Nuestra protagonista en las primeras décadas del siglo XX llevaba buena parte de la producción comprada en la feria de Ponte do Porto desde su casa del barrio de Curros al gran vendedor de Muxía Francisco M. Balboa. Este gran mercader fue su principal comprador, como recordaba mi abuela Lucita Rodríguez, sobrina de Concepción, que realizó numerosos viajes llevando burras cargadas de encaje por la carretera de Leis hacia la casa Balboa.
Pero asimismo Concepción Rodríguez suministraba labores entre 1906 y 1914 a un vendedor de Canduas (Cabana), Antonio Lema Pose, casado con Emerilda Toba de Muxía, propietario desde 1900 de la empresa Grandes Talleres de Galicia Moderna, especializada en la confección de puntillas. Fue un descendiente de su mujer, Javier Toba, quien localizó hace una década en la casa de Canduas una carta, remitida por el agente de la casa del señor Lema en Nueva York en 1912 sobre unas puntillas que no habían llegado a su destino, con un sugerente texto: «Estoy temiendo que me las mandaran y cogieran el vapor correo Titanic , que se fue a pique a algunas millas de Nueva York». Y así fue, porque la investigación de Toba llevó al envío del marido de su tía abuela de una pequeña caja de encajes en el vapor Walter desde A Coruña a Southampton. Y allí la caja, viajando sola sin su propietario, estaba en el registro de los equipajes del Titanic, escrita a mano, olvidada en las bodegas de proa. Encaje de Camariñas camino de Nueva York pero hundido con el Titanic en la noche del 14 de abril de 1912 en aguas del Atlántico Norte. En cuanto al vapor Walter es posible que fuese el Sir Walter de 492 toneladas, o el Walter Paul de 187 toneladas, que iban al puerto inglés desde nuestra costa en esas fechas, hasta 1917. El segundo, propiedad de la Hamburguer American.
En el Titanic no viajaban gallegos pero si una parte de Galicia, la mejor artesanía de la Costa da Morte. No era la única caja de encajes que se hundió con el barco y con cientos de almas, entre ellos diez españoles. Servando Ovies nacido en Avilés, de 36 años, y con parientes en Muros, era otro tratante de encaje. Ocupaba el camarote D-43 del Titanic. Era una cabina de primera clase, interior, situada en la zona más cercana a la proa y en la banda de estribor, donde un iceberg rasgó el lujoso buque. Ovies era gerente de El Palacio de Cristal, una gran empresa en La Habana que vendía telas y ropas. También encaje gallego.
El gerente asturiano había embarcado en Cherburgo 12 baúles con «lencería femenina» para la H. B. Claflin Company, radicada en Nueva York. Un amigo de Ovies, otro asturiano, José María Menéndez, era uno de sus ejecutivos. Servando Ovies trabajaba para Rodríguez y Compañía, la sociedad que explotaba entonces el Palacio de Cristal, de la que era uno de sus gerentes y para la que se supone que había venido a Europa a realizar compras y pedidos. El viaje a Europa de Servando Ovies tenía como principal motivo la compra de género en fábricas francesas, probablemente de París. Era un viaje habitual en este hombre de negocios, y solía aprovecharlo para visitar a su familia en Asturias. En Avilés vivía su madre, Carmen Rodríguez Maribona.
Por ello es probable que también recurriera al encaje nacional y en Avilés éste era por supuesto labor gallega. De la ría de Camariñas, sin duda. Con las joyas de una millonaria náufraga, la señora Widener, descansaban en el océano un cargamento de diamantes en bruto asegurado en 18.000 libras, caucho por valor de 25.000 libras y una partida de encajes de la firma Goldenberg. Un lecho de preciosas blondas, rendas y cambrais en el fondo del océano.