Si seguir engordando lo político cuesta cada vez más al que trabaja, es hora de exigir responsabilidad
Se avecina una subida de cuotas para autónomos en 2026 que puede variar entre 17 y 206 euros al mes, según los ingresos que cada cual declare. No son suposiciones: los tramos más bajos podrían ver el mínimo pasar de unos 200 €/mes a cerca de 217 euros, y quienes estén en los extremos superiores podrían enfrentarse a cuotas que se acercan a los 800 €/mes. Cada salto de tramo será un dolor nuevo para quien lleva su negocio con márgenes estrechos, para quien tiene temporadas malas o vive en pueblos que ya empiezan a perder servicios.
En Galicia, solo para ilustrar con lo cercano, la Xunta ha aprobado un techo de gasto no financiero de 14.177 millones de euros para 2026, cifra récord, apenas un 1,6 % más respecto al año anterior. Esa subida presupuestaria suena grande, pero muchos sienten que no se traduce en mejoras tangibles: en sanidad rural, en atención primaria, en servicios públicos que funcionan mal o tardan, en carreteras, en dependencias, en lo que uno ve cada día. Además, Galicia recibirá en 2026 las entregas a cuenta más altas de su historia, con más de 10.878 millones de euros del Estado, un aumento del 6,2 %. Esos recursos están ahí, pero la pregunta es obvia: ¿por qué si los ingresos se elevan, los servicios esenciales siguen tensos? ¿por qué las estructuras políticas crecen, los cargos se mantienen, los organismos se multiplican, y el resultado para la ciudadanía es siempre esperar más?
Cuando al que produce, al que arriesga, al que madruga cada día, se le dice que debe pagar más sin ver que quienes gestionan hagan lo propio, se está trazando un camino injusto. Esa subida de cuotas no es solo un “ajuste técnico”, sino una decisión política: es escoger mantener lo que sobra, alimentar lo que engorda al aparato, y cargar siempre con el coste quien menos margen tiene.
Quiero que se entienda bien: no es pedir privilegios. Es exigir dignidad. Que cada aumento de cuota vaya acompañado de recorte visible de lo innecesario: altos cargos, duplicidades, estructuras redundantes. Que se transparente cada céntimo que se gasta en lo político. Que quienes menos ganan, quienes tienen temporadas malas o quienes viven en zonas rurales, no sean los únicos que paguen con sacrificios.
Porque trabajar merece ser valorado, pagar merece tener sentido. Si cada vez que el Estado pide más al ciudadano lo que vemos es un gasto político que no se reforma, un aparato que no se aligera, entonces lo que crece no es solo la factura del autónomo: es la injusticia, la decepción y la distancia entre quienes mandan y quienes sostienen. Y cuando eso ocurre, todos pagamos con mucho más que dinero.

