La semana pasada estuve en una cena con Meritxell Budó, portavoz del gobierno autonómico catalán. Una ocasión para conocer sin intermediarios, los medios de comunicación, las esperanzas y deseos del separatismo afincado en Cataluña. Me ha servido para concluir algo que, supongo, conocen o deberían de conocer los actores políticos sobre los que recae la responsabilidad de representación otorgada a través de las urnas, y que no es otra cosa que lo interiorizado que tiene el independentismo que su Arcadia feliz se hace realidad única y exclusivamente con la independencia. Ese es su objetivo y todas sus acciones están orientadas a ello.
No atienden, y desprecian, a la Historia ni al Derecho. Lo suyo es puro sentimentalismo inoculado, en la mayoría de sus actuales clientes, a través del sistema educativo y de los medios públicos de propaganda, imbricados en el tejado que han venido construyendo los diferentes gobiernos autonómicos con el beneplácito de los diferentes gobiernos de la nación.
Aguantar el victimismo y las reclamaciones, que para sí quisiera cualquier español domiciliado en otra comunidad que no fuera la vasca, no es plato de buen gusto cuando sabes que tu viaje de vuelta a La Coruña en tren no baja, salvo contadas excepciones, de seis horas de trayecto. Y mientras escuchaba las manidas acusaciones sobre la represión del estado español, los alegatos a la libertad de unos presos, la balanza fiscal y demás agravios inventados, recordaba que a finales del siglo XVIII Galicia era una región más prospera y más poblada que Cataluña. 1.300.000 gallegos habitaban un territorio pujante con sus pesquerías, su agricultura y su ganadería. Y con la producción de lino y una incipiente, y popular, industria textil… Mientras Cataluña contaba con 800.000 habitantes.
Resoluciones políticas del sXIX dieron al traste con el progreso gallego porque decisiones estratégicas apostaron por la industria del algodón y su comercialización por el mediterráneo. El capitalismo de arancel echa raíces en Cataluña, ¡el lino ha muerto! ¡Viva el algodón!, y el ferrocarril se encarga de favorecer a los agraciados y distanciar a los desgraciados.
Decisiones estratégicas hubo en otros estados por las mismas fechas, y son comprensibles, porque recursos había para industrializar unas regiones y no todas. Pero la brecha que se inicia en ese siglo no puede ser el fundamento del racismo económico que mira por encima del hombro a los que no han tenido las mismas o similares ayudas. Son conocidas, pero no suficientemente, las palabras que deja escritas, en la primera mitad del sXIX, el autor francés Henri Beyle, conocido como Stendhal, en su libro de viajes Memorias de un turista, donde cuenta que cualquier español pagaba 4 francos por vara de algodón producido en Cataluña mientras que el coste del paño inglés, según él de mejor calidad, era de un franco la vara. Proteccionismo económico español en beneficio de unos y perjuicio de todos los demás.
No hace falta extenderse sobre quiénes disfrutaron primero de la electricidad, las autopistas, el AVE o las olimpiadas. Y de como esa ventaja se ha ido perdiendo, gracias a la competitividad, a partir de los años 80 del siglo pasado. Ni hace falta restregar qué comunidad autónoma es una potencia textil mundial y produce la mejor cerveza del mundo ¿verdad?