El viernes 20 de abril tuvimos conocimiento del repugnante comunicado en el que ETA anunciaba supuestamente que asumía la atrocidad de los atentados cometidos, en el que decían comprometerse con «la no repetición» de las vías violentas, y en el que aseguran lamentar el dolor ocasionado, si bien matizando el perdón para sólo una parte de las víctimas (a las que califica como «daños colaterales»), y por lo tanto, justificando sus acciones contra determinadas personas, que todos podremos imaginar bien quiénes son.
Para quien suscribe estas líneas, el comunicado es absolutamente abyecto, trufado de denigración a las víctimas, de mentiras buscando excusarse y de trampas lingüísticas y conceptuales que hemos de desenmascarar para evitar que los totalitarios se salgan con la suya. Nada nuevo bajo el Sol. ¿Por qué considero que es sustancialmente igual a los que nos tiene acostumbrados ETA? Son muchas las razones que sirven para rechazar este ejercicio de cinismo repulsivo por parte del terrorismo nacionalista vasco.
Para empezar, en España no ha habido jamás ninguna clase de conflicto, por mucho que desde el entorno de ETA, de los recogenueces de los que agitan el árbol y de otros cómplices se insista en afirmarlo. Y no lo ha habido porque en España jamás ha habido ninguna clase de respuesta violenta por parte de las víctimas del terrorismo hacia sus verdugos, menos aún articuladas en forma de banda organizada.
Aquí mientras unos ponían las balas y las bombas, otros ponían sus vidas. Más de 800 asesinatos de personas de toda suerte y condición, incluidos niños; miles de heridos; cientos de miles de personas obligadas a abandonar su tierra de origen y marcharse a otras zonas de España por no poder soportar el irrespirable ambiente que se vivía en el País Vasco (con el abandono en muchos casos del PNV; aún tengo grabada a fuego en mi memoria la espeluznante frase de Arzalluz dedicada a las víctimas que decía que «si no pueden aguantar, ellos verán si toman Valium o qué»); familias destrozadas, y una sociedad enferma y partida en dos mitades irreconciliables. Esos son los frutos de las semillas sembradas por el nacionalismo vasco, en su empeño por separar a la sociedad vasca del resto de la sociedad española y así proclamar la República Socialista de su quimérica Euskal Herria.
Recordemos el caso de las recientes agresiones a los guardias civiles en Alsasua como claro ejemplo de que la violencia aún sigue a flor de piel, o las palabras del exlíder de ETA, Arnaldo Otegi, diciendo que «una república catalana, gallega, canaria o vasca no va a ser posible por las vías pacificas y democráticas», que sigue sin condenar su pasado como miembro de ETA, y que «el debate de la violencia ha existido en la izquierda siempre, la toma del poder por las vías revolucionarias por vías democráticas», como afirmó en la entrevista que tuvo con Jordi Évole. ¿Quién sino un auténtico canalla, sea de la ETA misma o de sus cómplices puede pretender que nos traguemos esta ruin patraña de la asunción de las vías democráticas por parte de los que hasta hace nada mataban a diestro y siniestro sin el menor escrúpulo?
La despreciable misiva de ETA trata, además de victimizar al impío victimario, lo que supone una vejación de dimensiones grotescas a las únicas y verdaderas víctimas del terrorismo nacionalista vasco, que son las 829 personas asesinadas, todos los heridos, huérfanos, viudos, los que han sufrido amenazas, extorsiones, secuestros y los que se han tenido que marchar a otras zonas de España porque corrían el peligro de morir asesinados en cualquier momento.
Cuando ETA enarbola en su mensaje el término de «pueblo», está excluyendo a la parte de la sociedad vasca que no comparte su proyecto rupturista, y que además es profundamente totalitario. No está incluyendo en esa noción de «pueblo», por ejemplo, a las personas fallecidas en los salvajes atentados de Hipercor o la Casa Cuartel de Zaragoza y Santa Pola, a Gregorio Ordóñez, a Miguel Ángel Blanco, a Joseba Pagazaurtundúa o a mi compañero José Antonio Ortega Lara, ni a cualquier ciudadano que se sienta español, sea o no nacido en el País Vasco. Se refieren, por tanto, sólo a los miembros de la banda armada y a los separatistas. Es exactamente el mismo discurso del separatismo pancatalanista y el gallego, el de negar la condición de «vasco» a aquel que no desee la secesión, porque en su cosmovisión existe una suerte de incompatibilidad de origen e insuperable en el sentirse (que no «ser», porque todos ellos lo son, quieran o no) vasco y español simultáneamente.
El perdón debe traducirse en una serie de actitudes de las que no se encuentra ni rastro en el texto de ETA. Para empezar, el perdón debe implicar arrepentimiento sincero, y éste sólo puede ser constatado por la vía de la cooperación con los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad y la Justicia para el esclarecimiento de los más de trescientos asesinatos y demás delitos aún no juzgados. De lo contrario, se trata de un perdón de boquilla que sólo podrían creer los crédulos o quienes estén deseando que se siga una determinada agenda política que únicamente busca destruir España.
¿Qué comprende la «cooperación con los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado y la Administración de Justicia»? Ante todo, la entrega de todas las armas de que aún dispone la banda criminal, incluidas aquéllas que les incriminen, y no sólo aquellas obsoletas y las que robaron en su momento, como sucedió con aquella pantomima encabezada por el miserable Ram Manikkalingam en 2014. Recordemos que hace pocos años fueron halladas numerosas armas y explosivos en perfecto estado en un zulo aún operativo en Francia hacia mediados de octubre de 2016. ¿Quién nos asegura que no haya otros muchos zulos similares?
Pero también abarca el señalamiento de los autores de los delitos aún sin enjuiciar, para que se produzcan los pertinentes procesos judiciales, y que los responsables cumplan íntegramente las penas que en su caso correspondan, así como satisfaciendo también en su plenitud las responsabilidades civiles derivadas.
Y por último exige la disolución de la banda y de sus brazos políticos, que deben ser expulsados de las instituciones, para evitar que el proyecto político que persiguen pueda ser alcanzado.
Sin embargo, no hay ni rastro de ninguna voluntad de asistencia a la Justicia, sencillamente porque no existe un verdadero arrepentimiento. No es más que una nueva farsa en toda la operación de propaganda.
El perdón no puede ser nunca condicionado, porque entonces no es sincero. No estaríamos hablando de un arrepentimiento, sino de una «negociación» con la pistola sobre la mesa, en la que se está lanzando el mensaje soterrado y perverso de «retiro las armas, pero a cambio quiero que sueltes a los presos de ETA y además que nos reconozcáis el derecho de secesión». Estamos, por tanto ante el mismo discurso con amenazas veladas de siempre, de que si no logran sus objetivos ahora que han dejado supuestamente la violencia, volverán por los mismos derroteros.
ETA no sólo pretende descargar su responsabilidad culpando a parte de las víctimas y al Estado de su actividad criminal. En realidad, lo que están diciendo aunque no abiertamente, es que los destinatarios de sus balas o de sus bombas debieron circunscribirse a policías nacionales, guardias civiles, militares, funcionarios de la Administración de Justicia, o políticos que les han plantado cara. Y que de todas formas, ellos sólo habían respondido a un presunto Estado opresor que les había arrebatado la felicidad y la libertad. En consecuencia, el comunicado desliza de manera descarada una excusa del asesinato de más de 500 miembros de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, por el hecho de que éstos, en conjunción con la Administración de Justicia y el Gobierno actuasen, como era su obligación, para detener a los asesinos y hacer que respondiesen de los delitos cometidos. Se trata de un perdón selectivo para blanquear su sangrienta historia. Y eso constituye una ofensa descarada e imperdonable a las víctimas y a toda la sociedad española.
En el colmo del cinismo, vuelven a incidir en la idea de que sigue perviviendo un conflicto y que a éste se le tiene que dar «solución democrática y justa» para «construir la paz y la libertad en Euskal Herria», siendo esa la labor de «las generaciones venideras». Resulta vomitivo que los mismos que arrebataron la vida a casi un millar de compatriotas, y privaron de su libertad a decenas de miles de personas que tuvieron que irse del País Vasco, se atrevan a emponzoñar palabras tales como Libertad y Paz. ¡Es sencillamente inaceptable e indecente! Cabría preguntarse si cuando se refieren a las generaciones venideras se están refiriendo a tantos jóvenes a los que dejaron huérfanos, o con sus cuerpos destrozados.
En cuanto a la «solución democrática y justa», cualquier persona mínimamente avispada puede comprender perfectamente que están reclamando el reconocimiento de legitimidad de la celebración de un referéndum separatista, que han acordado ya para noviembre PNV y Bildu. Así pues, que vayan a otro perro con ese hueso, porque desde luego en VOX no caeremos en la trampa de los terroristas y sus cómplices.
Es decir, en resumen, que este comunicado manifestando un perdón más falso que el abrazo de Judas, es puramente estratégico, obedece exclusivamente a la intención de edulcorar su propia imagen y por la rentabilidad política que estiman les pueda reportar, y no porque el uso de la violencia les merezca una reprobación moral per se. De ser así, ¿qué problema habría tenido Otegi en rechazar y condenar el terrorismo o por qué se habla de que la izquierda proetarra decide «cambiar de estrategia»? Esa actitud evidencia que no hay renuncia a los objetivos finales por los que se ha asesinado a tantas personas y por la que se ha destrozado a una sociedad entera, que es la secesión del País Vasco, meta, que conviene subrayar, es del todo ilegítima, desde el punto en que se aborde (jurídico, histórico…).
Esos mismos que ahora festejan por todo lo alto este comunicado, pretenden hacernos creer que ETA es sólo el aparato criminal y mafioso que se dedicaba a asesinar, secuestrar, extorsionar o amenazar. ETA es además, como avala cierta jurisprudencia, las organizaciones a favor de los presos, las asociaciones juveniles separatistas que aún nutren de militancia a la banda, determinados partidos políticos, y es, por supuesto, el mismo proyecto secesionista.
Por lo tanto, ETA habrá vencido si se alcanzan los fines políticos por los que han estado asesinando durante medio siglo. Para evitar que eso suceda, es necesario librar sin ambages la batalla ideológica, cultural, la del relato y la moral contra el separatismo. Intentan que creamos que esos asesinos y sus correligionarios, que hasta hace nada se regodeaban altivamente en la Audiencia Nacional de sus monstruosidades, o los que aún a día de hoy salen a la calle a llenar las paredes de pintadas a favor de los presos de ETA, a recibir entre aplausos a los terroristas excarcelados o que siguen practicando la violencia psicológica y física contra la Guardia Civil y la Policía Nacional para su estigmatización, son de repente, como por arte de birlibirloque, cándidos palomos, exquisitamente respetuosos con las libertades y derechos ajenos, y con la Democracia y Libertad. Por tanto, es necesario adoptar una postura inamovible en la conformación del relato y de conceptos clave: Vencedores (sociedad española) y vencidos (terrorismo separatista), sin contraprestación de ninguna clase. Víctimas (sociedad española) y verdugos (ETA). Democracia (España) o barbarie (proyecto totalitario de ETA y sus cómplices).
No nos llevemos a engaño. Todo lo que lleva sucediendo desde la «derogación de la Doctrina Parot» con aquella infame sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos -que nunca debió acatarse-, es tan sólo una estrategia política de cara a la candidatura de Otegi como presidente del Gobierno de la Comunidad Autónoma Vasca. Lo más dramático de todo es el espectáculo ignominioso protagonizado por dirigentes de ciertos partidos que están ejerciendo de palmeros en esta vil farsa, y que consideran que hemos de ser generosos con los terroristas y premiarles por dejar de matar, de secuestrar, amenazar y extorsionar. ¡De eso nada! Ni hay que reconocerles ningún gesto, ni hay nada que darles nada, porque no se puede contentar al que no se quiere dar por satisfecho, y porque es una barbaridad recompensar al abierto criminal y desleal, máxime cuando ello implica la simultánea traición y abandono de los que quieren seguir siendo españoles en manos de los totalitarios y liberticidas.
Hemos de enmendar el fatal discurso de que en democracia y por las vías del diálogo todo es plausible y discutible. No lo es en absoluto. No lo es el cuestionamiento de la dignidad inherente del hombre; no lo es el cuestionamiento de las libertades ciudadanas; no lo es la impugnación de la democracia misma, y no lo es, faltaría más, la disolución de la unidad nacional. Es nuestra obligación desmontar la supuesta legitimidad de las aspiraciones secesionistas, en la medida en que se pretende privar a los españoles de una parte del patrimonio común que nos pertenece de manera irrenunciable.
De la ETA no cabe esperar nada más que su total derrota sin ninguna clase de contrapartida. Al terror y al separatismo no se les integra, se les derrota, porque son los enemigos de la Nación y de la Libertad. Y se les vence de una sola manera, desmoronando sus medios, haciendo inviable su meta, fortaleciendo la unidad de España y sus instituciones, y proclamando nuestra firme voluntad de no claudicar jamás. Ni hay más lecturas, ni hay más enigmas. Porque somos muchos los que, como Unamuno, queremos antes la verdad que la paz, porque preferimos verdad en la lucha contra el terror, que no mentira en la paz de los cementerios.
Si la sociedad española quiere conservar su dignidad, tiene el deber de defender y honrar a sus mártires y a las víctimas del terrorismo, y de no ofenderles. Porque el sacrificio de todos aquellos que cayeron bajo el odio del terrorismo separatista es nuestra deuda, y siempre que nos convoquen, debemos acudir a su llamada, haciéndoles partícipes directos de cualquier medida que tenga que ver con la política antiterrorista, y no apartándoles de manera nauseabunda, como han hecho los últimos desgobiernos que hemos padecido.
Eso es lo que en días como estos debemos exigir. Que el Gobierno haga públicas las actas de negociación con los terroristas, que se nos ha ocultado desde que Zapatero y Eguiguren comenzaron esta indignidad y que la abandonen inmediatamente. Porque eso es lo justo. Y sin Justicia no hay democracia, ni libertad posibles. Y la preservación de la dignidad de la sociedad española y de nuestra democracia pasa también por la urgente ilegalización de las marcas políticas de ETA, así como de todas aquellas que pretendan la destrucción de España. ¡Memoria, Dignidad y Justicia!