Cuando apenas cumple un año de mandato Donald Trump es el presidente más impopular de la historia de EE.UU.
La injerencia rusa en la campaña que lo colocó en la Casablanca, los escándalos sexuales, la detracción en su propio partido o la defección de sus más allegados colaboradores amenazan con terminar en impeachment o en acusaciones de corrupción y alta traición.
El American First que lo encumbró hoy se ha convertido en China First, el gigante asiático es ya para muchos la primera potencia mundial, y es que a lo largo de la historia ha quedado demostrado que un imperio sin vocación expansiva tiende a contraerse. Ante las dificultades, y Trump tiene muchas, todos los dirigentes extienden cortinas de humo.
Estados Unidos suele buscarse un enemigo exterior al que aniquilar, así mantiene ocupada a la opinión pública y de paso justifica el gasto militar. La idea surgió en el 98 contra una víctima propiciatoria, España, y desde la segunda mitad del siglo XX ha ido, indefectiblemente, década a década, cumpliendo ese guión: la Guerra de Corea en los 50, Cuba en los 60, Vietnam en los 70, Granada en los 80 y en los últimos tiempos el mundo árabe, Afganistán e Irak principalmente.
Iniciada su administración, Trump tenía en su ruleta varias posibles casillas en rojo, como ejes del mal para una eventual distracción. Por su poderío, la madre Rusia o el gigante chino son inviables, contra ellos poco más que rifirrafes semi-diplomáticos y fanfarronería. Al sur se inventó la amenaza de México, pero con sus defectos ésta es una democracia consolidada y un país empático en el mundo occidental, aquí como mucho puede desplegar unos sacos de cemento. Luego se encontró de bruces al hombre cohete pero en EEUU un conflicto al otro lado del pacifico abre las heridas de Vietnam y además Pyongyang conlleva riesgos adicionales de confrontación con China.
Trump, aunque aun no lo sepa, tiene su única solución cruzando el Caribe.Al contrario que la Venezuela de Chávez, la de Maduro no representa un gran peligro para la desestabilización del Cono Sur pero, por ignominiosa, su dictadura es odiada en todo el planeta.
El «gobierno» bolivariano es cartelista, cleptocrático, represivo, ineficiente, cruel, nefasto y por encima desafiante.
Para sostener esa atrocidad se conjuran el fraude electoral, la falta de respeto a las libertades y la propiedad, el narcotráfico, las mafias carcelarias, el estraperlo alimentario, la hiperinflación, la compraventa de jueces, las purgas militares, la violencia contra la oposición y un largo etcétera de salvajadas que han convertido un país próspero en la mayor ciénaga económica y moral del mundo.
Y el dictador y sus secuaces no quieren irse, Henry Falcón también sucumbirá, por tanto Maduro delenda est.
¿Cómo?
¿Con reprimendas verbales en foros internacionales?, ¡no!, a los bolivarianos se la suda. El bloqueo de cuentas de dirigentes del régimen resulta ineficaz, estos gerifaltes guardan sus tesoros en paraísos fiscales o en Rusia. ¿Con sanciones económicas?, solo perjudican a la población y ¿con ayuda humanitaria?. solo se enriquece precisamente a los que se quiere derrocar.
Para Venezuela solo hay una solución, una intervención militar, sin duda con la quinta columna del pueblo venezolano la resistencia del Plan Zamora quedaría en una arenga de Vladimir Padrino, en la deposición de unos pocos sátrapas chavistas y en una ruta a Cuba del conductor de autobuses.
Me atrevo a afirmar que, aun sin una resolución de la inútil O.N.U, está campaña estaría destinada al éxito militar y propagandístico. Los escenas del avance de los marines por la maltrecha autovía Francisco Fajardo, vitoreados por un desnutrido pueblo venezolano remedarían a la liberación de Francia en la II Guerra Mundial.
Trump pasaría de charlatán a hombre de acción y los Estados Unidos de América recobrarían el protagonismo de la historia, en este caso como heraldos de una causa justa.