Toda nación inventada requiere un pasado ficticio, mítico, y, por supuesto, glorioso. La Historia, de verdad y con mayúsculas, tiene sus ventajas; a nada que escarbes encuentras parecidos razonables.Y uno de ellos puede ser el que se da entre la Alemania de Lutero y la Cataluña del escapista Puigdemont. Veamos cómo.
Cuenta la leyenda que una mañana de noviembre, concretamente del día de Todos los Santos de 1517, Martín Lutero, de profesión monje agustino, de vocación indignado de acampada en plaza pública, clavó en la puerta de la iglesia de Wittenberg las 95 tesis que desafiaban a Roma. Era el pistoletazo de salida de la llamada Reforma, en realidad ruptura protestante, que inicia el mayor cisma que ha conocido la cristiandad occidental, una división per specie aeternitatis, según parece. Aunque escuchando la Cope quien lo diría, porque pudiera entenderse que se trata de convertirle en un padre de la Iglesia católica, apostólica y romana.
La ruptura religiosa de la Reforma es la quiebra de un vínculo espiritual y la disculpa política de los príncipes alemanes plenamente conscientes de que nada podía hacer más daño a aquella Universitas Christiana, que buscaba el emperador Carlos I de España y V de Alemania, que un cisma religioso. Era una jugada maestra. De este modo se identificaba un enemigo de fuera, que fortalecía la necesaria unidad interior de un movimiento típicamente nacionalista, afianzaba la posición de las oligarquías locales, y resolvía la financiación de la sedición con la apropiación de los bienes de la Iglesia.
Los señores feudales germanos se resisten al progreso, al cambio que el emperador quiere realizar: una manera nueva de organización político-social mucho más eficaz y moderna, una modificación de las estructuras políticas para lograr la unidad europea.
Carlos pretende una auténtica recreación del Imperio romano, pero no cuenta con la tremenda oposición de los nobles germánicos, tan supremacistas ellos, al predominio de los latinos. Contra este proyecto paneuropeo se sublevan los príncipes y Lutero se apunta. El nieto de Isabel y Fernando tuvo que defender su sueño contra los que hoy pretenden ser el corazón de Europa.
Señala Schilling que <
Los pacíficos y tolerantes principios en que se inspiraba la Reforma destruyeron la unidad cristiana y desencadenaron el horror de las guerras de religión. Desde los Pirineos hasta el Báltico y desde el Atlántico hasta los Urales se batalla en interminables guerras civiles. La enemistad y el odio dividen los pueblos y las familias, convirtiendo a sus individuos en enemigos unos de otros.
Como apunta Maria Elvira Roca Barea <
La oligarquía catalana condiciona el desarrollo intelectual de los jóvenes en período formativo inoculando su pasado ficticio, mítico, y, por supuesto, glorioso que nada tiene que ver con la Historia. El cisma español del siglo XXI pretende quebrar el vínculo espiritual de un pasado en común sustrayendo, del esfuerzo titánico de generaciones de españoles, una parte del territorio y la riqueza que con tanto trabajo lograron nuestros antepasados. La Guerra de Sucesión, del último de los Austrias, la convierten en guerra de secesión. Antes de 1714, salen reinos de la chistera y después resistencias por doquier . . . hasta en los partidos de fútbol.
Los nuevos señores supremacistas, del separatismo catalán, no se adaptan a una sociedad de ciudadanos libres e iguales y han esparcido a boleo las semillas de la enemistad y del odio en ciudades, pueblos, familias . . . también en los grupos de whatsapp.
Ayer como hoy el patrón que se sigue, cuando de una apropiación indebida se trata, es muy similar. Los secuaces de Lutero no inventaron nada y los de Puigdemont menos, una mentira mil veces repetidas acaba teniendo visos de veracidad. Cuando Felipe IV de Francia, llamado el Hermoso (1268-1314), decidió dedicarse, de lleno, al latrocinio de los muchos bienes de los templarios, tuvo que inventar todo tipo de infamias sobre la santidad de los monjes guerreros y sobre su buena doctrina, retratándolos como herejes y deleznables de tal modo que todavía perdura su descalificación. Igual que, siglos después, el aparato de propaganda del nacionalsocialismo convenció, a quien se dejó convencer, de la maldad intrínseca del pueblo judío para poder apropiarse de lo ajeno con el argumento de que estos eran un cáncer para Alemania.
Al final la pela es la pela.