Estos días asistimos al XIX Congreso del Partido Comunista chino, o sea, que se están celebrando las elecciones a la Presidencia del Gobierno, con designación colegiada de los gerifaltes del mandarinismo del siglo XXI; del mismo modo se están trazando las directrices de las futuras políticas socioeconómicas y decidiendo las cuotas de poder de las diferentes facciones.
El «reelegido» es Xi Jinping, o sea, el que tiene mayor influencia en los reducidos círculos de poder. Este statu quo, ya secular, se sustenta en tres pilares: las fuerzas armadas, los grandes magnates y los preponderantes del Chung-kuo Kong-chan-tang (El Partido Comunista), siendo en realidad, prácticamente todos ellos los mismos individuos.
Sin embargo, en este último lustro, Jinping no ha transitado por un camino de rosas, más bien ha recorrido un fino alambre de espino, pero, como buen funambulista, ha superado el trance. Algunos sectores de la economía nacional, (energía, petróleo, telecomunicaciones, bancos, e infraestructuras) se encuentran bajo la égida de la vieja guardia comunista, con el supuesto epígrafe de «sector público» y ésta élite no quiere perder sus privilegios. Para contentarlos Xi Jinping ha expandido el capital estatal, profundizado en la reforma de estas empresas públicas para así desarrollar una economía de propiedad mixta y al mismo tiempo lanzar compañías altamente competitivas a nivel mundial.
El éxito económico y una mayor influencia en el mundo son los mayores avales de este aperturista de los mercados, un «líder» funcional que procesa un libertarismo salvaje en el terreno económico y una cerrazón a ultranza en lo político, (entendida la cerrazón a ultranza como la negación del régimen a empoderar a la ciudadanía), de hecho, ambas cuestiones, libertarismo económico y bloqueo de libertades se complementan, siendo al unísono herramientas y objetivos. Esta aversión a la democracia ni siquiera la disimulan como Putin en Rusia.
El Partido Comunista Chino se ha planteado varios objetivos para los próximos años: uno a largo plazo, más propagandístico que factible, ser la primera potencia económica mundial en 2050, y uno sorprendente a corto plazo, terminar con la pobreza nacional en 2020.
Para construir su liderazgo mundial China mantendrá su ferocidad depredadora de recursos en el tercer mundo, y para acceder a ellos necesitará colocar o mantener en el poder a regímenes de dudosa calidad democrática que permitan la expoliación minera, forestal y energética, la explotación de las personas y la destrucción medioambiental, eso sí, todo ello a precio de ganga. Venezuela o Angola son los arquetipos de esta colonización exterior.
Lo de radicar la pobreza suena a guasa, más bien sería consolidar la subsistencia. Es cierto que la renta percápita y el PIB de China se han multiplicado por diez en las últimas dos décadas, es en cierto modo admirable, pero el país no ha prosperado en el ámbito de la igualdad, lo cual arruina el logro. Siguen aumentando los contrastes entre campo y ciudad, entre costa e interior, entre los obreros y los empresarios, entre los campesinos y los funcionarios, entre los afines al partido (86 millones de miembros) y los excluidos; el nivel de vida del 90% de los chinos es bajísimo para su PIB, la renta se encuentra muy mal distribuida, y sobre todo la calidad de vida del chino «pobre y medio» resulta penosa. Como dice mi padre: «Los chinos son los esclavos del mundo».
En este aspecto la China comunista actual no difiere de su antiguo régimen imperial – feudal.
El prestigio de la Antigua Atenas se sustentaba en la democracia y en el capitalismo mercantil, pero bajo la reputación de Atenas se ocultaba un sistema esclavista que afectaba aproximadamente al 30% de la población. Durante los últimos 150 años los marxistas han criticado con ferocidad esa democracia esclavista ateniense como paradigma del capitalismo de los Estado Liberales de Derecho Occidentales, pero quien les iba a decir a los teóricos marxistas que la mejor versión, la única medianamente próspera de su sistema socialista, iba a generar una masa de esclavos superior a los mil millones de almas en un solo país.
China es un gigante, eso nadie lo discute, pero para consolidar su crecimiento y el enriquecimiento de sus élites ha institucionalizado una dictadura con vocación de perpetuidad, que a su vez funciona como catalizador de un crecimiento sin condiciones, sin freno social, político o ambiental, por tanto es un páramo de opresión, de infelicidad y de desigualdad.
Pero la China de Jinping lleva algo peor en sus entrañas, para mantener este artilugio depreda los recursos, somete a las personal y corrompe las instituciones del tercer mundo.
Este XIX Congreso, suaviza la nomenclatura del régimen, de Comunismo a Socialismo, eso quiere decir que el sistema está resultando rentable.