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jueves, marzo 28, 2024

Historias de corsarios vascos en el Cabo Finisterre

– Juan Gabriel Satti Bouzas-

Sobre la antigüedad de la presencia de los vascos a lo largo de la costa cantábrica suele citarse un documento de 1282 por el que el rey Sancho les daba la potestad para que pudieran “salar en los puertos de Galicia y Asturias”. Y específicamente, que por la caza de ballenas llegaron hasta Finisterre (“Historia del consulado de Bilbao”, Guiard-1972), fundando incluso alguna colonia en la villa («Memorias del arzobispado” de J. del Hoyo-1607).

Después cruzaron el Atlántico tras ellas y tras el bacalao, muy abundantes en Canadá. Su destreza era tal que controlaron el mercado mundial de aceite de ballena, por lo que fueron los líderes indiscutibles de la caza de  cetáceos durante el siglo XVI.

Pero no sólo actuaban como experimentados balleneros, sino que si se presentaba la ocasión no dudaban en practicar la piratería. En efecto, se sabe que muchos vizcaínos y guipuzcoanos además de ser armadores y mercaderes eran también piratas, y compaginaban perfectamente estas tres actividades.

Detalle de un mapa de 1588 titulado «Descripción de las costas de Galicia desde Finisterre» que incluye la actividad ballenera (Royal Museums Greenwich)

Estos vascos, son a la vez pescadores y corsarios. Luchan casi de continuo contra navíos franceses para asegurar el dominio de los bancos de pesca. Y al volver a casa, el Rey les ofrece luchar en corso con lo que se pasan el invierno dedicados a pillar las costas enemigas. Todo era cuestión de cambiar el arpón por la espada” (“Piratas y corsarios vascongados”, A. Menchaca-1955).

Entre los filibusteros vascos se han dado hombres magníficos de loables hazañas; pero también malhechores de tristemente célebres aventuras.
Como las del famoso corsario Antón de Garay o de Gamínez, o simplemente Antón de Placencia. Marino temerario que en los comienzos del siglo XVI tenía por centro para sus operaciones las rías de Corcubión, Fisterra, Muxía, Camariñas, Cee, Laxe, Corme, Malpica, hasta las de Ferrol, Cedeira, Ortigueira y Ribadeo; donde no había buque que arribase a ellas que no fuese saqueado por este audaz pirata.

Las arriesgadas empresas de Antón de Garay le acreditaron como hombre de esforzado temple y de un estoicismo sin límites, un personaje digno de protagonizar cualquiera de las películas de Jack Sparrow.

 Los expertos vascos en sus txalupas rodeando una ballena para cazarla

Cogido infraganti en A Coruña, se le instruyó un oportuno sumario; y probados los hechos que se le imputaban, fue sentenciado a sufrir la pena capital por la justicia coruñesa, y ejecutado en la misma ciudad el 30 de octubre de 1509.

Para ello fueron de vital importancia los testimonios de sus víctimas, que lo padecieron cuando navegaban en torno al Cabo Finisterre y que dieron hasta la descripción del sujeto:

El testigo Don Juan de Calleja dijo que “el miércoles pasado ocho días del dicho mes de Marzo de 1509, viniendo este en la dicha carabela La Piedad para esta ciudad, derecho el cabo de Fistierra salieron a ellos una pinaza de hasta veinte e cinco toneles hasta treinta que traían unas orlas e vandas nuevas e dentro de ella a lo que vieron hasta veinte e cinco hombres buenos valientes bien armados e debajo por las escotillas asomaban más e llegaron a bordo e les preguntaron donde era la carabela e que este que depone e otros les respondieron que mas donde era la suya e en esto preguntaron por el maestre e le dixeron que estaba malo e ellos le dijeron que le dijese que asomase allí e el asomó e les dixo qué mandaban e que ellos dijeron que le pedían por cortesía que le diesen dos quintales de bizcocho e una pipa de vino porque el capitán estaba al cabo e ellos tenían necesidad de vitualla e que les darían un conocimiento por ello e que este que depone e otros que venían en la dicha carabela les respondieron que no llevaban vitualla, que habían andado con fortuna en la mar e lo gastaran todo e que ellos porfiaron todavía que se lo diesen e este que depone e sus compañeros que no, e que al cabo les dixeron que si no lo querían dar que no farían bien e viendo como se lo pedían tan afincado e que ya se cansaban les dieron cinco arrobas e otras cinco de vino e que les preguntó este Juan de Calleja quantas naos traía el capitán e ellos les respondieron que tres e pregunto si traían nao de Portugal e que ellos dijeron que sí e de quantos toneles era dijeron que de ciento e cincuenta toneles e que así pasó e ellos se vieron e los dexaron e que con el coropez (bauprés?) de su nao les rasgaron las velas e dixo este testigo que traían muchas armas e dixo este que depone que el hombre que los mandaba era delegado de buen cuerpo e traía una toca de tafetán en la cabeza e un puñal barcelonés atrás en la cinta.”

Grabado de un navío corsario vasco según el libro francés «Corsaires basques et bayonnais du XVe au XIXe» de Pierre Rectoran (1946)

La acusación del Alguacil aportaba más información, pues previamente “en un día del mes de Febrero próximo pasado de este dicho presente año con ánimo diabólico fue (Garay) al puerto de Cedeira donde tomó como tripulación a gente de mal vivir y no marineros”; y transformó su barco La Trinidad, “lo aparejó e echo borlingas nuevas con unas ventanas postizas e hizo remos para remar adelante e atrás e hizo relámpagos para trabar las naos e puso lombardas en carretones”, dardos, lanzas y bolas de piedra; ”todo a fin e yntencion de hacer mal por la mar como corsario”.
Apeló el reo prometiendo indemnizar lo que «con muchísima necesidad había tomado», pero el juez lo desestimó ordenando que se ejecutase la sentencia “por robador corsario de la mar” (“Apuntes para la historia comercial de La Coruña”, Francisco Tettamancy Gastón–1900).
En un informe realizado por armadores guipuzcoanos sobre los servicios prestados a la Corona en la guerra contra Francia entre 1551-1556 se afirma haber “recorrido muchas e dibersas veces toda la costa de francia y picardia, normandia, bretaña e guiana y toda la costa de galizia e todo lo que es del mar (…) desde el cabo Finisterre asta Ynglaterra”.

 Combate entre corsarios vascos y franceses según el libro «Corsaires basques et bayonnais du XVe au XIXe» de Pierre Rectoran (1946)

“Dentro de la Relación de naos que en ocho de setiembre de 1558 hay en la costa de las quatro Villas de la mar e Señorío de Vizcaya y Provincia de Guipuzcoa figuran las naos que andan al corso en el cabo Finisterre: La galeaza de Don Diego de Carvajal de 350 tons., nueva del primer viaje que anda al corso; la nao de Yrun de 400 toneladas, nueba del primer viaje que anda al corso; la nao de Joanot de Villaviciosa de 260 toneladas, nueba del primer viaje que anda al corso; la nao de Miguel de Londres de 300 tons, nueba del primer viaje; la galeaca tuna de (…) San Sebastián de 260 tons. de tres viajes; la nao de ylumbe de 260 tons. de cinco viajes; la nao de Martin Saenz de Echave, de ciento y veinte toneladas, nueba del primer viaje, que está aparejándose para salir al corso” (“El corso en el País Vasco del XVI”, J. R. Guevara-2006).
El situar esta flota en la costa de Fisterra nos hace suponer que se encontraban para interceptar a los corsarios franceses que les disputaban la zona.

De hecho es el mismo año de 1558 en el que “…benyera a la ría de la dicha villa una armada del rey de Françia, en que se dezía benía por capitán Muçur de Bora, el qual con mucho número de soldados salyera en tierra y por fuerça de armas tomara la dicha villa, la qual robaron y saquearon de quantos vienes y azienda en ella avía y ansí la iglesia y ornmentos y campanas y santos della” (entre los que estaría el brazo de San Guillermo). Suceso que coincide con el encargo del prior de “Ntra. Sra. De Fenysterra”, Bartolomé Fernández, de dos campanas al campanero Juan Ballesteros (19/08/1561). Véase mi artículo “Las peregrinaciones jacobeas a la ermita de San Guillermo de Finisterre”.
Las situaciones que se producen en este complicado mundo resultan en episodios de lo más insólitos y de una violencia despiadada.
Corría el año de 1578 cuando sale de Hondarribia el navío Santa María con el maestre Jacobe de Aguinaga como capitán, acompañado de una tripulación de 10 hombres. Llevaba un cargamento de hierro destinado a Portugal, pero al pasar por el Cabo Finisterre son atacados por corsarios franceses al mando del capitán Mexías. 

Recreación de un abordaje según el libro francés «Corsaires basques et bayonnais du XVe au XIXe» de Pierre Rectoran (1946)

Producido el ataque, el maestre al ver que no podían defenderse, ordenó hacer botatierra y encallar en las rocas, pero no pudieron alcanzar tierra y escapar.  La suerte estaba echada: “Al llegar los corsarios preguntaron por el maestre, y un marinero del dicho armado le metió una espada desnuda con mucha saña por el pecho y se la atravesó del corazón adelante y le mató,  y dieron los dichos corsarios un arcabuzazo a un mancebo llamado Juanes de Alzubide por el medio de la frente, y le mataron, y después le echaron a la mar”.  Otro testigo relata que “los dichos franceses echaron los cuerpos muertos de los dichos Jacobe e Juanes, con sendos fierros al pescuezo atados para que fuesen al hondo de la mar”.

Al resto de la tripulación los retuvieron veinticinco días y después les concedieron la libertad.
Pero al tiempo el mismo barco corsario, con la misma tripulación, arriba a Hondarribia con parte del botín; y son apresados al ser reconocido el capitán porque tenía la marca de una cuchillada en el rostro, así como también identificaron al contramaestre que mató al capitán Aguinaga (“Historias de corsarios vascos. Entre el comercio y la piratería”, J.A. Azpiazu Elorza-2004).
Entre los siglos XVII y XVIII los vascos serían los mayores inversores en la empresa del corso. El señorío de Vizcaya llegó a contar con más de 75 buques corsarios tipo goleta, agilísimas en el mar y de maniobra rápida en los cambios de rumbo.

Uno de estos “empresarios” (no muy afortunado) fue Don Francisco de Zárraga Beográn, a pesar de sus múltiples armamentos. Era hijo del armador de cierta importancia Juan Beográn Zárraga y se dedicó al corso haciendo suficiente fortuna como para armar su propia escuadra.
En efecto, en 1642 pedía los títulos de capitán de mar y guerra para sus maestres, entre los que se encontraban dos hijos de otro famoso corsario: Pedro de Diústegui; destinados en la llamada “Escuadra del Rosario” amarrada en Coruña.

Pero lamentablemente en su primera incursión perdió la capitana y la almiranta en una lucha contra ocho navíos de Argel en el Cabo Finisterre, otros piratas que asolaban frecuentemente la Costa da Morte (véase mi artículo “Crónica de secuestros y saqueos de corsarios berberiscos en la villa del Santo Cristo”).

Patente de corso firmada por Carlos III para José de Gálvez y Gallardo en 1779 (wikipedia)

Una rica presa capturada en Oporto por su galera San Antonio se perdió en los bajos de Aveiro y una fuerte tormenta le hundió una fragata en el mismo puerto de Coruña. 

A pesar de haber tenido concedido el hábito de caballero de Santiago en 1633, no lo había tomado por falta de medios, y de las pensiones concedidas sólo se le pagaba una de 40 escudos en el presidio de San Sebastián. Pedía que se le aumentase a 70 escudos o que pudiese cobrar en la nómina de los Consejos, lo que indica que por entonces vivía en Madrid. También pidió la Superintendencia de la Escuadra del Norte, pero no recibió contestación.

Desde los años veinte había armado a su costa 31 buques perdiendo grandes cantidades de dinero, por lo que acabó arruinado (“Los corsarios vascos en la Edad Moderna”, E. Otero Lana-2006).

Como vemos, la vida del corsario vasco no era sencilla. No todos conseguían hacer fortuna. Por lo general, solían perder la vida o terminaban en la indigencia. Tampoco era fácil que obtuvieran favores para conseguir una pensión como compensación a sus luchas por defender los intereses de la Corona. Y los propios armadores no siempre conseguirían cumplir con sus expectativas.

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