En 2024 se cumplieron 70 años de la muerte de la pintora mexicana Frida Kahlo, de la que en estos cuatro años hemos publicado un buen número de artículos dando a conocer nuevos documentos inéditos. Son en buena parte piezas del archivo A.P., que nos fueron cedidas de forma exclusiva para su edición y estudio.
Una parte de este aparato documental se centra en dos poemarios de Frida, que sacan a relucir una parte muy poco conocida de la artista, su faceta lírica. En este caso son dos cuadernos manuscritos ilustrados de 1953, dedicados a dos de sus últimos amantes, los españoles Josep Bartolí y Alejandro Finisterre. Recordamos a la pintora celebrando el descubrimiento de su poesía secreta.
MI VOZ SOMETIDA Y MI CUERPO MUTILADO
«Mi voz sometida y mi cuerpo mutilado» fue el primer conjunto organizado de poemas de Frida que descubrí, con gran sorpresa, en el arca enviada a Finisterre de la colección A.P. Estamos ante un poemario epistolar, a modo de despedida y reproche, a otro oculto caballero de su corazón, el pintor catalán José Bartolí, quien la abandona en 1949 para irse a Nueva York, tras tres años de relación a espaldas de Diego Rivera.
El cuaderno recoge en 55 páginas, bajo el título «Mi voz sometida y mi cuerpo mutilado» (MVS 53), varias ilustraciones y una serie de cartas, con alta intensidad poética y dominio de los códigos del lenguaje especial de la lírica; dirigidas a Bartolí, pero no enviadas a éste sino al nuevo hombre que lo venía a sustituir, el gallego Alejandro Finisterre.
De hecho, algunos textos son para Finisterre, teñidos del amargo recuerdo del anterior, al que sigue esperando; en plena etapa de desamor, con el corazón y el recuerdo todavía muy fijo en Bartolí. Con la sombra del amor-desamor, estancia-desapego de Diego omnipresente.
El cartapacio es en sí una obra literaria, un aspecto poco estudiado de la inmensa creatividad de su autora, una purga de un alma atormentada, que escribe al esquivo amante huido, anunciando la presencia en su vida de otro exiliado español, conocido suyo; sin darle el nombre, dejando para la hoja final la solución del caso.
«El nombre de mi niñito es el de alej…alejan…Alejandro Fin…Finisterre».
Ella, que tanto ha leído y vivido, conoce la obra poética de Finisterre, lo estima y hace un comentario sincero de sus versos. Los «Cantos Esclavos» del gallego serían uno de sus regalos, un vínculo entre autores con secretos comunes. Ella ama los clásicos rusos e hispanos, la filosofía alemana de la biblioteca de su padre. En el Album Negro (AM 53) regalado a A.F. en una de las fotos posa con un tomo en su librería de la Casa Azul. Los versos surrealistas de su estancia parisina (borrachos de amour fou) y la poesía de la experiencia fluyen por su vena lírica, su teoría del arte, fijan una muy personal autopoética. Manchada por los versos de amigos y maestros de su era, lastrada de lecturas y quebrantos.
Tiene claro que a sus españoles les debe dar verso y vida, «palabras que entre sí convivieron, se llamaron en tropel ordenado». En el segundo compendio lírico ella aclara que recupera su pasión por la poesía en memoria del amor a Bartolí y Finisterre. Son sus dos únicas obras poéticas, de finales de 1953. Escritas con plena consciencia de una entrega en vuelo alzado y caída libre a la labor poética; versos hilvanados en el quehacer pictórico, heridos de trazos e imágenes de la selva de su arte.
En la portada de MVS 53 contamos con una nueva pintura, incorporada al bagaje de la autora. Sobre fondo carmesí, Frida perfila un ojo de cuyo centro salen lagrimones blancos hacia espinos entrelazados, una negra corona de espinas. Firma como MARA, un nombre usado en su conocida relación epistolar con el pintor catalán. En otra plana, el mismo ojo aparece estilizado, llorando un negro lagrimón de tinta. Deja claro que «Bartolí=Diego…Engaños y Mentiras». Porque «Bartolí se marchó, se aleja rumbo norte, va en busca de nuevos horizontes, me deja sola sin su presencia, sin su amor».
Otras ilustraciones presentan hormas serpentiformes, a modo de retorcidas veredas, o un bien definido barranco. En una lámina dibuja un original ojo, distinto a todos los conocidos de la autora, en forma de arandela con dos hilos de lágrimas laterales, con otra imagen inferior. Dos ojos luniformes enlazados por una vena y en medio un negro pene, simbolizando la lucha de los dos españoles por su corazón, por sus dos largas y negras lágrimas cayendo retorcidas al vacío.
El mensaje de connotación sexual es otra seña de la autora. Si la senda torcida de una estampa se podía identificar con un espermatozoide, ahora las bolas son agujeros o testículos y el ojo en forma de almendra puede simular una vagina. La evidente y negra silueta del órgano masculino, junto al texto, refuerzan esta otra lectura.
Además de la calidad lírica de algunos pasajes, estos escritos sirven para corroborar episodios de su biografía, la definición de sus ideas sobre el amor o la vida, y remarcan la relevante presencia de los dos exiliados republicanos en su vida: Bartolí y Finisterre.
Con un tercero en discordia, Ricardo Arias. Tres «curritos, chulitos, baturros». El último aparece mencionado tres veces, hasta ahora sus biógrafos sólo tenían una cita suya. En la introducción nos explica Frida:
«En mi vida amorosa hay algunas cosas raras o chispas como el hecho de haber tenido dos Alejandros (Gómez A. y Finisterre) o el hecho de haber tenido tres baturros de mis amantes, tres que amo con mi vida, dos que ya tomaron su distancia (Bartolí y Ricardo) y otro que llega ( Alejandro)».
Pero el cuaderno es, ante todo, un regalo a su nuevo amor, su nueva esperanza de futuro, Alejandro Finisterre, y a él le dedica las páginas más claras, luminosas; él le devolvió a la república de los sueños, es el canto último de su corazón atormentado, de su cuerpo mutilado por las operaciones:
«Siento así el alma en el imperfecto ahora,
el presagio de plenitud futura,
sueño así el amor en ti mi niño poeta,
un presagio, un accidente de irresponsabilidad del corazón que nos da la felicidad».
Empecemos por la apertura, la confesión, las primeras seis páginas resumen la esencia del cuaderno (doc. 1-6); son una carta de la amada abandonada a Bartolí, pero con Alejandro de confidente; porque el catalán nunca recibirá esta sonda del alma de Frida sino el gallego; el nuevo, el último apego a la vida e ilusión, ráfagas vitales de un alma doliente y un cuerpo que se extingue.
Comienza con la declaración, la cita de sus tres amores españoles, a los que le une su lucha política. Tanto Diego como ella dieron un gran apoyo a los exiliados en general y a estos en particular.
Son los «poetas del Destierro…los españoles del Éxodo y del Llanto» de León Felipe, amigo, mentor de todos ellos. A.F. será su albacea, defensor y garante de su legado. Salieron por la misma puerta, empujados por el Viento y la Historia…»hacia los brazos abiertos de América», sentenció el poeta. Al México que a todos acogió.
«Yo fui una entusiasta impulsora de la República Española y como no queriendo amo a tres hijos de esa lucha, militantes comunistas, hoy viven en México, los tres grandes trabajadores del arte y la cultura, los tres grandes admiradores de este su nuevo país, México» nos indica Frida; y prosigue, entrando en materia, llamando a Bartolí de forma indirecta, tratando de explicarse ante Finisterre:
«Bartolí se marchó, se aleja rumbo norte, va en busca de nuevos horizontes, me deja sola sin su presencia, sin su amor ahora, como dos mitades rotas por la irreconciliable escisión de dos fracasos en uno estamos».
En el siguiente párrafo ya cita a su amado sin circunloquios; le habla a él, al fugado: «Bartolí, ahora estamos separados en dos por un pasado muy alegre y feliz y un futuro que no existe, incierto y lleno de melancolía». Sigue recordando su pasada aventura:
«Somos tú y yo lejanos,
el olvido empieza con reproches,
y luego el llanto de la soledad».
La sombra del catalán es un presente confuso, ardiente, no puede olvidarlo: «Bartolí, más todo es tan duro y difícil de olvidar, y cuando no quiero ni pensar en ti, te miro en cualquier esquina, más vivo y presente que cuando estabas aquí a mi lado».
Avanza el cuaderno con tres nuevas misivas a Bartolí (doc. 7-11), padeciendo su huida, pero aún con esperanza de su vuelta, de no perderle, su presencia envuelve el aire de su cuarto solitario. Recuerda su marcha, que la vida sin amor deviene en muerte, la espera es descanso y contemplación, un tedio contra el que se revela la amada con el cortafuego de la entrega en la vida del amado.
Es difícil encontrar palabras cuando habla un corazón dañado, sangrando, que debe atender la herida y hablar con los ojos y la boca, encontrando frases precisas y preciosas. Al mismo tiempo, las voces la desbordan, perdida en un presente sin él, un pasado cercano que desea tornar, una certera incertidumbre, sin su aliento, sin su risa.
El que se fue y amamos, como en una canción de Luis Alfredo, no está pero es; la espera es el sueño de un corazón que entiende, pero el amado puede descubrir la dura realidad del sufrimiento, la soledad y el odio, acaso la ceniza de la pasión aún candente de la abandonada. Su yo en el instante es el espejo de un corazón roto, sin vida. Ella se pone en su piel. Si él la comprendiera, si él supiera de su sufrimiento: «Bartolí, te alejas y no sé la palabra o las palabras que le den vida a esta soledad en la que me dejas sumida, como si fuera yo ya muerta» (doc. 9).
Sigue otro manojo de folios encadenados que termina en la palabra FIN (doc. 12-16), el remate de su aventura con el pintor catalán; pero un fin…que es el inicio de Fin…isterre, de una nueva ilusión, porque el alquimista sabe que todo remate presupone un principio, un renacer. Morir para volver a resurgir. Frida grita en silencio a Bartolí, le reprocha por llevarle los granos de la era de su vida, convertir cada segundo en una mortaja, eternizar la espera.
La amada abandonada no puede dejar de ver al amante huido, no quiere dejar de contemplarlo, que es una forma de tenerlo en la ausencia de la terrible tristeza de su pasión fija; y las palabras la desbordan, son una suma de contrastes y contradicciones, una amalgama desabrida de versículos del evangelio del desamor, del deseo de caminar a lo nuevo o revolver el pasado con él, la angustia de «culminar», de entrar en el umbral de un nuevo desconcierto pasional y dar por finalizado lo que sigue devorando sus entrañas, lo que no puede dejar de sentir. Lo que se fue y no es, no está. La amada es una y es del mundo, está sola en la multitud porque desolado está su corazón; quizás si huye hacia adelante encuentre más vacío, una «vida que averiguar» o motivos para dejarse morir.
Otra larga epístola-poema (doc. 17-24) desgrana la fatiga del vivir en desamor, del cansancio sin pulso, la desgana por la falta de cariño. Intenta a su amante perdido explicar el inefable amor.
A la vez, lanza un canto de alabanza al hombre que fue suyo, artista y combatiente igual que ella. Siendo almas gemelas que sufren y crean le resulta extraño no estar juntos; pero un día él la miró de manera distinta y sintió el silencio de sus ojos, la «quietud eterna serena de un eterno vacío». Confunde tiempos pasados y presentes; porque él sigue estando («a mi lado te he amado y te he vivido») y ahora vive en algún sitio «contemplando los cuadros que yo pinto». Y cuando ella tome conciencia de la inútil espera quedará a solas con las cosas, en donde se perpetúa el recuerdo del que no está y se fue, el mundo y su nombre. Bartolí es igual a Diego…engaños y mentiras (doc. 24).
En el centro del cuaderno hallamos unas láminas de transición. Frida empieza una larga réplica al abandono de Bartolí, avisando de la existencia de un nuevo amor, del que no da todavía el nombre (doc. 26-31). Es «un esfuerzo que rompe tu recuerdo» para «escapar de la vida adormecida en que me mantienes, Bartolí», del hastío y el llanto. Le espera la «balada del hombre», la recuperación de la olvidada palpitación, el sonido inesperado de la sangre por su curso.
En otra lámina le explica al amante huido que él no es el único hombre en el mundo, el único refugiado español al que puede amar. Su nuevo amigo es como él, un «currito» español, un intelectual, militante republicano comunista, alguien que él conoce. «¿Cómo te quedó el ojo?» (doc. 28), pregunta a su antiguo querido, buscando su sorpresa. Mas no oculta el dolor por su partida, algo que ocupa de forma irracional su vida, y como sigue viendo sus labios, su rostro, en el nuevo galán que la corteja. No es fácil desprenderse de la sombra dejada por el pintor catalán, el pensamiento retrocede, el avance se detiene, la mirada se fija atrás, a una nueva página de sueño ya lejano, caminado a su lado.
De la mano de ¿? su lindo español irá buscando el bálsamo del olvido de Bartolí. Palabras dolientes de la mujer que desespera y a la vez agarra el viento rojo del polvo en suspensión de la ilusión, con la fuerza y el magnetismo de una línea doliente de desasosiego de violenta ternura, que va de Safo a Rosalía; Storni, sor Juana Inés, a Sylvia Plath (En las ventanas, los espejos se llenan de sonrisas). «Muy pronto voy a romper la indecisión con un esfuerzo que rompa tu recuerdo».
Ahora, las letras se dirigen a su nuevo amador, que sigue innominado, oculto, como deseando que Bartolí siga con la lectura y se sumerja en su juego hasta la declaración final, la revelación. Pero busca a su futuro objeto de deseo (Finisterre) con el que cree podrá olvidar a Diego, a Bartolí y a todos los hombres y mujeres de su pasado. Quiere saber todo acerca de sus labores y sus fatigas, ser con él, despertar olvidando y amando a su lado. Ella ya no posee recuerdos, son de los otros, de su otra vida. Cuando era una mujer entera, antes de ser mutilada en una reciente operación que la consume física y mentalmente.
Confiesa su idea de buscar la muerte, sus intentos de suicidio, por eso necesita los misterios del amor de sus futuros días, a los que alimenta de versos y reclamos, ahora que se ha ido desprendiendo del dolor, verso a verso, con su bilioso salmo por Bartolí. Ahora que desea vivir, pintar, recuperar el tiempo perdido, volver a ser ella misma, algo que alcanzará pronunciando su nombre, la posesión del amado y de sí misma. «Hoy, mi amado niño republicano, el amor por ti es tan grande que olvido a Diego, a Bartolí y a todos y todas los y las que fueron antes que tú, hoy sólo quiero con reverencia pasional besar tus manos, tu vida, sin querer mirarte».
Con el nuevo destinatario de sus letras dominando ya su mente, su escritura, la purga del recuerdo de Bartolí va haciendo efecto (doc. 32-41); aunque vuelve de nuevo a por el ausente (el ca..cabrón, catalán), se pregunta por su nueva vida en Nueva York.
Hoy de nuevo tiene un amor español que sustituye el daño y recupera el hilo de su mensaje hacia él. Su niño lindo, su chulito. Viene una exclamación vitalista, de una necesidad de amar y ser amada; se sincera por su inestabilidad y sus reacciones, la posibilidad de ser momentáneamente devorados por las horas de soledad, melancolía, extrañamiento; pero las ráfagas de luz, los pequeños ratos de felicidad de su alma sufridora «hacen toda la vida valedera».
Proclama su devoción por su poeta, profeta del amor, y hace una agradecida y sincera valoración de su lírica. «Hoy que de nuevo tengo un amor español, siento que el futuro es mío y de mi niño español, hoy siento de nuevo el bienestar de amar y ser amada» (doc. 38).
Prosigue, en el tramo final del cuaderno (doc. 42-52), con el canto a la novedad del corazón renovado por el ansia del nuevo ser que comparte con ella una ilusión de futuro. Si en una página rememora los momentos de felicidad con sus dos españoles anteriores, Bartolí y Ricardo Arias, aquel sueño pasado devino en una casa habitada por las «telarañas de sufrimiento». Ahora, su alma intenta con su nuevo amante «el sosiego de una inquietud dentro del corazón que contigo empieza de nuevo amar»; en el imperfecto ahora, la plenitud futura con su niño poeta, «un presagio, un accidente de irresponsabilidad del corazón que nos da la felicidad».
Deslumbra Frida en este mensaje con su alto vuelo lírico; una escritura plena de versos criados en lo más oculto del corazón desbordado de ternura, de sufrimiento y claridad, un helado tiempo que da calor el espacio pleno con el nombre del amado:
«Cuando tú te separas de mí,
voy contigo,
en ti navego un doloroso sueño,
y el grito solo de mi sed te espera
en el silencio claro de tu mirada».
Ella va como herida sobre las cenizas de los muertos amores. El desamor se acabó y ella consagró sus mejores versos a esa persona aún sin nombre para el mundo, ese desafío contra la enfermedad y la muerte. Las formas de expresión vulgarizadas y el cierto desapego formal no desfiguran la aptitud poética de la inspirada creadora, su dominio de la especial condición del lenguaje de los vates.
«Cuando Bartolí y mi niño Ricardo estaban junto a mí yo pensaba que todo era alegría, hacía proyectos, era la esperanza un constante, era saber que llegaba al fin, era un hasta aquí y pa´siempre y de pronto la alegría se va volviendo dolor» (doc. 42), «Cuándo tú te separas de mí, voy contigo, en ti navego un doloroso sueño, y el grito sólo de mi sed te espera en el silencio claro de tu mirada. Cenizas de amores fallidos llevo entonces, luz de sol en mis labios va perdida porque todo lo llenas, tú, en tu sombra: y cuándo habla mi voz ya nada escucho porque en tus palabras voy como herida» (doc. 44-45).
El misterio del nombre del amado está a punto de desvelarse, avanza en versos frenéticos, balada de imágenes convulsas, romance espurio de ortografía desordenada, tonada de palabras e insultos marcados a tinta negra en las láminas, en las glosas. Un torbellino de lirismo, de corriente de conciencia abrasado de una rapsodia de pulque, mescal, tequila, tecota, fina y sueño.
Hay un «vete» perdido dirigido a Bartolí. Al B…PINCHE. El demerol, ese mórfico sintético, opiáceo al que era adicta, aparece al lado de Alejandro Finisterre; palía dolores de la enferma, sus quiebros del alma sin receta. ¡Cuánto genio figura relacionado con el fármaco, con los opiáceos! Cocteau, Baudelaire, De Quincey, los surrealistas parisinos que admiraron a Frida. Sus amadas, las cantautoras mexicanas Graciela Olmos, Chavela Vargas y Lucha Reyes, se amarraron con ella, a las jaranas de su cama, a las dosis de droga y alcohol de sus largas escandaleras. Una inyección de demerol provocó la muerte de otro gran artista, negro pájaro herido lleno de grises, Michael Jackson. Los excesos de la contemporánea Marilyn no evitaron su meritorio conjunto de versos descubiertos tras su suerte, al ejemplo de nuestra sufrida Frida.
TU VOZ ENTERRADA EN LOS JARDINES
Y EL ECO DE MI HUELLA
SE DESCALZA EN CADA SOMBRA
«Tu voz enterrada en los jardines, y en el eco de mi huella se descalza en cada sombra tuya»,
y la fuente de las delicias del tríptico de los tres amantes españoles derrama su pecado por los días como en el jardín de Jheronimus Bosch. Los estanques son focos de concupiscencia, fuente y origen de todos los males, hijos del baño de Venus, pura vida.
«Qué sonora la sed entre los labios con el agua enterrada» exclama la gacela herida, con su muerte «entregada en la huella del olvido…más ausencia de todo, más contigo».
Es la vida en la muerte, la resurrección en el ónfalos (coronado por el águila como el nopal de la sierpe) de la hija alquímica, del feto que flota en la arca de madera regalada a A.F., tras los siete pasos del proceso.
El venado herido, la Diana cazada reclamando la caridad del óbolo del beso, la reina blanca de la magia con el corazón de la negra tierra, del volcán temible, montaña madre de todos los fuegos, Aztlán de la guerra y las cenizas del corazón.
«El nombre de mi niñito es el de aljand…alejandro…Alejandro Fin Finisterre», revela Frida en el último aliento encuadernado, aprovechando la contratapa del cartapacio, como un palimpsesto externo al intenso grimorio, con sus fórmulas de conocimiento mágico del ars amandi, de ideogramas salidos del alma penitente, del diáfano sueño, del inconsciente ardiendo que adquiere la lucidez del ser amado, del que ama.
«Siempre en ti,
sin tocar con mi última ola desterrada,
ya desnuda mi sangre roja,
espalda de viento por la muerte;
la nube descendida,
perseguida en la luz que se adelgaza
con la salud tan amarga de la emoción
y el corazón nocturno que se quiebra como un remo en el agua».