En su visita a Ponte do Porto-A Coruña (la parroquia de sus ancestros) mi amiga Gladys Rodríguez me regaló dos libros de viajes de Leandro Vesco.
La editorial El Ateneo publicó «Desconocida Buenos Aires. Escapadas soñadas» con prólogo de Pietro Sorba y «Desconocida Buenos Aires. Secretos de una provincia» con prólogo de Mario Markic. Estas son las dos obras a las que me refiero.
Ella se llevó mi «Camiño dos faros» y «Costa da Morte. Sueños y naufragios» a tierras australes, con una dedicatoria también para Vesco.
Guías turísticas o de viajes
En el mundo de las guías turísticas o de viajes (en las que me inicié en los años noventa) aparece una corriente de trotamundos curiosos e impertinentes que no se casan con promotores y publicidades pagadas por la administración. Lacra muy afectada en nuestro país. Son autores que además hacen literatura de viajes, no letras de folleto. Lecturas de altos vuelos, pese a andar a ras de suelo y «petar» en casas donde se sigue respirando humanidad, nos salen al encuentro a veces sin esperarlo.
Es cómo ese magnífico prólogo de Cunqueiro en un libro de gastronomía gallega que vendían los feriantes y que es una joya de la literatura gastronómica universal.
Dos libros de Leandro Vesco
En estas dos obras de Leandro Vesco (periodista y novelista argentino) caminamos por lo extraordinario y sorprendente de la mano de un letraherido viajero romántico. Prosa de fulgor y detalle nos sale al camino junto a un marasmo de nombres de supervivientes al cambalache del pasado siglo que parece detenerse al cruzar Puente Alsina o el de Avellaneda.
Y más allá, la inundación. Toda la pampa, hasta los lindes patagónicos con tanta sangre gallega derramada. A dónde nos lleva Vesco para mostrarnos que la gran ciudad-colmena tiene monte, mar y nuevos colonos con hambre de vida.
Hay palabras familiares en la infancia de los que nos criamos en una ría de la Costa da Morte, ciudades fabulosas envueltas en su mágica aureola, nombres llegados en cartas de fino papel y en visitas de nuestras familias emigrantes. Buenos Aires, nuestra quinta provincia gallega, entra muy arriba de esta lista.
La más citada y querida en la generación de nuestros abuelos, viaje pendiente de nuestros padres. Ciudad que bien conozco porque a los cinco viajes realizados a Argentina uno el afán por saber y la gracia de haber contado con numerosos amigos, familiares, vecinos que me sirvieron de apoyo en su trama de barrios, cortadas, costaneras. Pero incluso para los porteños, su provincia es una gran desconocida y por lo tanto negada.
Yo tuve la suerte de recorrer por el norte el delta y las islas del Paraná y atravesar las pampas hasta Mar del Plata. Tras recorrer de día y de noche los suburbios y la city, visitando casas de gallegos, centros gallegos, como en un juego de la oca con gaiteiros y alfajores. Por eso las páginas de estos libros en parte me asombran pero las reconozco.
Me veo pateando esos potreros, subiendo a médanos y cerros, localizando aves en las lagunas. Recuerdo tantos buenos amigos de otra generación (algún ilustre nombre del exilio en medio) que ya no están.
Sus conversaciones en un boliche de barrio, una confitería, un asado casero; en El Imparcial, La casa vasca, Los años locos, Las tejas, el Tortoni. Michelangelo, El viejo almacén. Y el tiempo inexorable corre devorándolo todo.
Las viejas pulperías
La provincia de Buenos Aires con lugares diminutos que se resisten a morir o intentan respirar en el caos desanimado del nuevo siglo nos muestra viejas pulperías (tabernas) y almacenes de ramos generales, postas en esquinas donde los mitos del oeste argentino buscaron la sombra, el abrigo del viento y la polvareda. Y allí en un viejo almacén o un boliche hay alguien que los recuerda.
Un pionero que conserva la memoria de lugares fundados apenas una generación antes o incluso tan jóvenes que no tienen cementerio. En estas rutas enormes en kilómetros para nuestra apreciación de la cartografía y el tiempo hallamos sobre todo la grandeza de hombres y mujeres que intentan recuperar lo que queda tras el paso de los ciclones de las malas políticas y el abandono de una cultura, de una tierra dura pero agradecida si se quiere y trabaja.
Memoria de emigrantes de la vieja Europa
Lugares nacidos con el tren hace un siglo que se fueron quedando sin alma con el abandono de las vías. Nombres que se resisten a dejar el mapa mientras siga abierto un almacén al borde de una ruta, a cuya luz se arriman unas cuantas casas y sueños en la desolación. A algunos llegó el asfalto y la luz con este siglo.
Otros son ensayos de un nuevo turismo rural de desencantados o empujados de la urbe y sus periódicas crisis. En todos hay memoria de fundadores emigrantes de la vieja Europa. Recuerdos de los indios dueños de la tierra masacrados en el avance del país, en el fallido intento de crear una provincia federal.
Los veteranos se aferran a la soledad y la memoria, al deseo de poblar con sangre joven. El gaucho sigue vivo y peleando tras la barra, cociendo pan o preparando la picada mientras la radio canta. Moreira y Fierro, Segundo Sombra, el bandido Bairoletto, el mapuche Calfucurá se reflejan en los charcos cuando cede el torrente.
Las colonias ferroviarias extrañan los trenes. En el esqueleto de un pueblo al que cuidar con nombre de vasco fundador y una calle asfaltada un grupo de mujeres solas propone y dispone cambios. El tiempo se estrella contra el último habitante de un pueblo a la deriva entre los cardos. Pocos mapas lo señalan ya y se irá borrando con su custodio.
Por desgracia son muchos los casos semejantes, también en nuestro rural. En otro punto, sus vecinos apuestan por el teatro, o se abrazan a una ONG que ampara y revive.
Tertulias y estancias en almacenes históricos
Almacenes en donde compartieron estancias y tertulias Bioy, Borges, Sábato, Soriano. Perón, de Gaulle, Alfonsín o Rosas. Costas de faros solitarios y bahías refugio de submarinos nazis, a donde llegaron desde Vigo los «fuxidos» con falsos nombres de la ratline.
Mares primeramente visitados por nuestros pilotos de la Real Armada, por las expediciones coruñesas a las especies y el ansia pobladora y defensiva de Sarmiento de Gamboa.
Ranchos de gastronomía criolla o europea (francesa, alemana, árabe, siria), reservas naturales, largas playas y balnearios liberty, campos de trufa con semilla española en un país que la desconoce, bodegas, quesos, té, retiros espirituales y colonias de artistas por sierras, llanos y por mares.
Es el viaje interior y físico, envuelto en redes de connotaciones varias y sentidas que nos propone Leandro Vesco (Paraná, Entre Ríos), uno de los periodistas más destacados del diario La Nación (con un gallego al frente).
Fundó y preside la ONG Proyecto Pulpería, que trabaja en la recuperación de los pequeños pueblos. Escribió cuatro novelas que fue presentando en viajes desde Ushuaia hasta Colombia. Como periodista ha recorrido durante más de una década cientos de pueblos, parajes y pulperías de la provincia de Buenos Aires y de toda la Argentina.
Vive en Barracas, al sur de la ciudad de Buenos Aires. Muy cerca, en Pompeya, mi bisabuelo montó una carpintería hace un siglo. Los muchos descendientes de dos de sus hijos siguen en la provincia (Arrecifes) y en Córdoba (General Belgrano, Calamuchita). En fin, para nada está lejos la Argentina para un gallego.