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domingo, noviembre 3, 2024

El álbum negro de Frida Kahlo a Alejandro Finisterre

– Rafael Lema Mouzo-

El más largo y complejo de los cuadernos que Frida Kahlo regala a su último amante, el gallego Alejandro Finisterre es un álbum de dibujo con las tapas negras, 127 láminas acabadas a finales de 1953. Es la historia de un amor y a la vez una gran obra de arte (gráfica y literaria). El Album Negro luce en la portada una de las fotos de Frida con el torso desnudo que le sacó julien levy. Termina con una serie de fotos de cinco de sus amantes.

«… en este largo viaje de la vida»

En la última página Frida escribe: «1953 año del desmoche-desmadre-descabello. Frida Kahlo». En otra página hace mención a noviembre, como en el poemario Pura Manzanilla; por tanto son obras de finales de 1953, hechas en un momento de recuerdos y esperanzas, de una nueva ilusión de la mano de alejandro, destinatario de esta purga de su corazón. A finales de este año Frida se ve con ganas de vivir y crear, «el recuerdo de Alejandro y Bartolí me lleva a recoger paisajes y esperanzas en lo que aún me falta en este largo viaje que es la vida» (PM 1953, pág. 78).

El Album Negro en su totalidad es una genial composición de una belleza dramática, como un testamento en imágenes de la autora y un desgarrado grimorio, en su entrega final a su amor o a su deseo de amor. Toda Frida se halla resumida en este canto agónico y vital con una profusa colección de imágenes coloreadas con el carmesí de los efluvios de su corazón atormentado. Poemas e invocaciones a diego y alejandro, ilustraciones, fotos ocupan el cuaderno; pero en un marco creativo uniforme en lo temático y formal, en la unidad de espíritu, pese a las cargas de profundidad irracionales, a los embates del océano de la memoria,o a las variaciones estéticas. Cada folio está lleno de razón y de verdad, la verdad del corazón doliente de los místicos y los que mucho amaron; frases apoyadas en la iconografía de una visión artística luminosa en su desgarro, encantadora en su arrebato.

La selección de fotos es, por ejemplo, significativa; es el book de su vida, elegido por su mano, no por la de un supuesto conocido o un investigador. Todos son negativos conocidos por los biógrafos, alguno muy popular. Esto es muy importante a la hora de entrar en este mundo, es ella quien habla, quien crea, quien coloca cada cosa en su sitio. Son 9, un número siempre lleno de simbología.

Un álbum para su último amante, el gallego Finisterre

El umbral a un ámbito más elevado, a donde se llega por uno de esos escalones que la autora va a dibujar en varias estampas. El coronamiento del esfuerzo, la ascensión a un grado superior de consciencia a través de la introspección, el deslumbramiento de la luz interior aprehendida para alcanzar ideales, sueños vivenciados mediante las emociones y la intuición. El último eslabón de la pirámide de las necesidades de Maslow, el cielo del creador confundido con su criatura.

Ya citamos la excelente portada, es la foto elegida en el resumen gráfico de su vida para regalar a su último amante, a la ráfaga del sueño de un futuro entre tanta fatiga y desvelo, un camino de espinas con la incansable máscara de la muerte caminando al lado de la vereda. En 1938, su entonces amado, el galerista Julian Levy, la retrata en una serie de nueve instantáneas consecutivas arreglándose el pelo, colocando uno de esos lazos tradicionales mexicanos en la trenza. De todas, elige una imagen de alto contenido erótico, de sensual belleza, su favorita; a la que enmarca con papel de plata y colorines. Las demás las pega con desaliño, malamente con trozos de tira adhesiva, sin mucho esmero. De este grupo solo la dedicada a Alejandro presenta un cuadro regular.

En la segunda página ubica un retrato suyo, apoyada en la mesilla de una esquina de su casa, con una gran esfera sobre el tapete. Una obra de Manuel Álvarez Bravo de 1932. luego siguen dibujos, textos. Vuelve a pegar una foto en la página 110, ahora acompañada por Diego; los dos sentados en dos sillas altas, él de traje y corbata tomando su mano. Se trata de Diego Rivera y Frida Kahlo en cubierta, de 1931, atribuida a Manuel Álvarez Bravo. En la página 115 vemos a Frida Kahlo con los libros de su biblioteca, en su estudio de la Casa Azul. Obra de Antonio Kahlo de 1947. Las páginas finales, de la 120 a la 124, se ocupan con cinco fotos dedicadas a cinco de los amores de su vida. Es su definitiva love list, la última conocida, después de toda una vida de variadas y grandes aventuras. Una reducción de otra selección esbozada en las hojas de un recetario.

En la página 120 aparece una frida joven, con el rostro serio, un huipil y gran collar de jade indiano; el mismo que luce en su autorretrato de 1929. es obra de la fotógrafa estadounidense Imogen Cunningham, de 1930. Debajo escribe ¿Alex? Su primer amor, Alejandro Gómez. En la página 121 salen ella y Diego con el Caimito de Guayabal, una foto del Excelsior. Debajo anota ¿Diego? En la página 122 contemplamos a Frida con su toca en la cabeza de pie a las puertas de una casona.

!Alejandro ! 

Es una estampa de Fritz Henle de 1937. En el pie de foto: ¿Chabela? En la página 123, Frida con una blusa estampada de cuello alto, apoyada en la rueda de un coche, mira al cielo. Es de 1946, de Leo Matiz; dedicada a ¿Piochitas? El apelativo cariñoso con el que trataba a Trotsky. Y, finalmente, en la página 124 coloca una de las imágenes más queridas. Frida con su venadito Granizo, apenas nacido. Retratados por su amante el fotógrafo Nicholas Muray en 1939.

El pie de foto es contundente, en su exclamación y contraste con los otros: ¡Alejandro! Los cuatro anteriores hombres de su vida que ahora recuerda en este viaje a las penumbras de su «corazón espinado» son portadores de una interrogante, están entre las rejas de duda, de la pregunta. ¿Le han amado, le han querido de verdad, han sido verdaderos amores? Pero Alejandro es presente, es real, está vivo. Ella vive queriendo, es señal de que hay más días de luz tras tanto paso ciego, tras luchar con la muerte, ser despojada de su extremidad, de su feminidad. Se siente mujer y llena sus pulmones con un aire renovado, un ansia de felicidad.

El álbum negro, repito, es ante todo una obra de arte, llena de impactantes imágenes, muchas coloreadas de rojo púrpura en contraste con las líneas de texto de cargada tinta negra. Pero el escarlata era también el andalusí qarmazí, el principal colorante de las ropas de luto. Son las gotas de sangre al secar las que tiznan el folio de esta coloración antiguamente procedente del polvo resultante de triturar los cuerpos secos de los insectos de una especie de roble. 38 páginas contienen textos, algunos ilustrados. El resto son dibujos, de distinta complejidad. muchos hechos con destreza, delicadeza. Dominio de las líneas, intenso simbolismo. Otros de forma más convulsa, al igual que en muchos escritos aparecen borrones; se atribuye este contraste al desequilibrio provocado por la euforia de la ingesta de drogas y bebidas, esos momentos de fiebre en los que le fallan la mano y la mente. Aunque el cuerpo genérico está dotado de una vena artística exquisita, un camafeo de experiencia del dolor y la pasión. Siguiendo sus palabras son creaciones en buena parte nacidas en las noches en vela. Contradictorias en la confusión de sentimientos, las quejas por el abandono, son reclamaciones de amor en liaison en todas estas letras que vamos siguiendo.

Otra vez contamos con un importante número de escritos de la propia Frida, desconocidos y de gran relevancia. Algunos con breves líneas apoyando una imagen, los más desarrollan un estado de ánimo y una llamada al amante.

Es de este modo Alejandro Finisterre el motivo central de la libreta, armada por y para él. Como en otros cuadernos de este tipo, confronta el actual amor con los pasados. Antes lo hizo entre Alejandro y Bartolí. Ahora es Diego, que sigue presente en su vida. Al que sigue necesitando y reclamando. «Diego, tú eres el único motivo que o del cual yo tengo que defenderme, de ti sólo he bebido del agua amarga del olvido y del desamor…Soy la que siembra tu camino de hojas tiernas de amor» (pág. 111).

Ahora tiene fe en un nuevo amor, su español, su chulito, pero es consciente de sus limitaciones: «Niño lindo: el tiempo de vivir me está cansando…si te encuentro pretendo en mi cariño ser constante y darme toda» (pág. 112). Ella permanece en su casa natal, su mundo son las amigas que la visitan, sus plantas y animales, los recuerdos. Se siente dueña de este espacio, pero en las noches en vela necesita a su amor a su lado, a una vida que quiere hacer suya, poseerla como se adueña del alma de las cosas que retrata. «La casa de mi corazón sólo yo abro la puerta. La casa es mía y yo soy quien decide quien entra y quien sale, mira este cuerpo mío, maltrecho, presa del dolor y seco de amor. Soy la que nada dice, entras después de que abro la puerta y de frente a ti me miro amándote desnuda» (pág. 118)

Un grupo de láminas están unificadas por la presencia destacada, como un sol o una vela que ilumina la escena, del disco de la vida, el samrala budista. Frida apreciaba la filosofía de ciertas religiones orientales y colocó a Buda en algunos de sus cuadros. En las primeras veinte hojas diez tienen este símbolo (3,4,6,7,9,11,13,15,17,19) aunque en algunos coloca en su centro otros motivos: el yin-yang, un ojo, la hoz y el martillo. Los símbolos comunistas aparecen en varias láminas (7,105,107) y el yin-yang en tres (6,58,85). algunas son más indeterminadas, con rostros (99,103), hombre (90), plantas (88), pero encajando en el mundo creado por la autora. Alguna es de gran complejidad, como la página 29. A una escalera con un ojo estampado se apegan rostros, ojos, dos falos, una vista derramando sangre; todo bajo un sol de justicia. Claro que tres son los grandes temas de las láminas: Frida, Alejandro y Diego.

Autoretratos de Frida Kahlo

Frida se autorretrata en 35 ilustraciones de las más variadas formas. Como una planta: (22,33,35,74,93,41) pitahaya, tuna, árbol; ella es la tuna con senos y rostros aflorando del tronco (93). Se ve como una pelliza o morta spoglia (54,55), vulva (76); pero sobre todo con su cuerpo mutilado (19 láminas). No pocas son preciosas aportaciones al arte del siglo (24,56,71), incorporando todas las experiencias de los grandes del arte abstracto, del surrealismo al expresionismo abstracto americano, el semi-abstract (1946-52). De Georgina o´Keeffe a Kandinsky, De Kooning (1948-53), Pollock; y sobre todo a Picasso, al que hace no pocos guiños. Las tendencias informalistas y materiales de la posguerra; la acción corporal, dinámica, espontánea en su grito rebelde de angustia y conflicto. El minimalismo de líneas claras, cromatismo limitado (blanco y negro, colores primarios).

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