9 DE FEBRERO, FECHA DE LA MUERTE DE ALEJANDRO FINISTERRe. HALLAZGO DE NUEVOS PICASSOS GALLEGOS
– Rafael Lema Mouzo-
El pintor malagueño Pablo Ruiz Picasso y Alejandro Finisterre (editor, escritor y empresario gallego exiliado en México), fueron buenos amigos toda la vida. De esa amistad quedaron varios regalos compartidos y obras en común. Alejando también fue un refugiado en Francia y vivió la adolescencia en A Coruña, como Picasso. Los dos fueron comunistas y grandes luchadores por la causa de la República, tuvieron amistades comunes (Larrea, Frida Kahlo) y pasión por la poesía, el teatro, la música. Parte del legado de Finisterre, fallecido el 9 de febrero de 2007, está ahora en manos de una persona vinculada a la edición y el exilio español, unos objetos y documentos que implican a un buen número de grandes nombres de la cultura mundial y que su dueño guarda como señal de su aprecio al inventor gallego, al que quiere reivindicar, con nuestra ayuda.
El legado de Alejandro Finisterre
Entre este legado del editor nacido en Fisterra que seguimos estudiando hemos localizado tres obras de Pablo Picasso. Un retrato hecho por Picasso a Alejandro Finisterre, un grabado y un álbum de dibujos originales del genial andaluz. Son «picassos gallegos» que además de su gran relevancia como novedosas obras del mayor artista español moderno confirman el aprecio mutuo entre estas dos grandes personalidades, una amistad de dos décadas, mar por medio.
Sabemos que Picasso había ilustrado en 1950 un libro de Alejandro, y más cosas. Picasso, realiza en 1937 los grabados y el texto de «Sueño y mentira de Franco» de Juan Larrea, gran amigo de Finisterre (que salvó su obra), cuando instala su taller en la rue des Grands Augustins de París; y al mismo tiempo, el 1 de mayo comienza a preparar los primeros estudios para el Guernica, por encargo de la comisión en donde estaba el poeta surrealista vasco. Trata al gallego al menos desde 1944 hasta 1969.
Empezamos por el retrato de Finisterre. Les advierto que es una historia de amor, un duplicado dentro de un tronco humano. Sobre un fondo color pizarra el artista dibuja a su amigo de Fisterra de cuerpo entero en un estilo característico de la fase final de su obra, en plena madurez, pero con ansias de experimentar, pleno de simbolismo y penetración psicológica, captando la barca de la emoción sobre las olas de la sorpresa. En la parte superior derecha figura la dedicatoria y la fecha, señal inequívoca de acreditación. «Al poeta y amigo Alejandro Finisterre; que hoy en el lejano Méjico nos une el recuerdo. Argeles 9.3.58. Picasso».
El retrato de Finisterre
Tras las cuatro líneas en tinta negra, debajo del dibujo se advierten dos grandes trazos en relieve, marcados con punzón sin tinta, con el nombre de Alejandro partido, ocupando la mitad del lienzo. Arriba se aprecia «Alejan», y debajo la otra parte del nombre «dro». Curiosa grafía empleada del mismo modo, partida, por Frida Kahlo en otra lámina dedicada a su último amante, Finisterre, Y la elegante silueta del gallego vista por el ojo mágico y crítico del malagueño a dos tintas llena el resto del espacio.
Tenemos la fecha, 1958; y el lugar, nada menos que Argeles sur Mer, tristemente famoso para tantos «finisterres, larreas». Ya hablaremos de ello, no conozco obras del autor ubicadas en este paraje francés, pero el pintor vivió y creó mucho en las inmediaciones (Collioure, Céret, Perpiñán). El autor recuerda al amigo, es un viejo conocido y apreciado. Un exiliado republicano víctima de la cárcel y los campos de concentración.
Observamos un dibujo de persona, de cuerpo entero, aunque enseguida advertimos en una segunda mirada el tono andrógino. En el margen inferior, a sus pies, reposa tranquila, con aire despreocupado, los ojos abiertos y desiguales, una cabeza cortada; un rostro joven, con un tocado exótico, de aires egipcios. Es una cabeza humana, con líneas claras de tinta.
La figura de cuerpo entero, el retrato de Alejandro, muestra una persona elegante, bien vestida, posando con una mano en la cadera y una pierna ligeramente avanzada y doblada, como en el estudio de un retratista. Una de esas fotos de indianos que llegaban de América a las casas de nuestros abuelos. Apreciamos el traje, las formas del cuello blanco de señorito, el bolsillo y los botones también blancos. Pero, al mismo tiempo advertimos que es todo lo que cubre al personaje: medio traje, medio cuerpo en su lado derecho.
Es de Alejandro la cabeza partida, caída al suelo?
Es un ser tremendamente carnal, y por ello, con rasgos de hombre y mujer. Si luce traje masculino, la clásica americana de las fotos que conservamos de Alejandro, también muestra su trasero desnudo en una distorsión del plano para incorporar la corporeidad y la volumetría de la revolución cubista. Desnudas nos parecen las piernas. En el torso izquierdo sobresale un gran pecho de matrona, carnal y lácteo, remarcado con tiza blanca. Entonces, nos detenemos y pensamos. Ese rostro, esa mirada, los sensuales labios, ¿son de mujer? ¿Es de Alejandro la cabeza partida, caída al suelo? El joven que fue, con sus sueños y proyectos. Ya estamos entrando en el juego del creador, ya somos otra de sus criaturas.
El modelo mira directamente al artista con un ojo fijo y luminoso, un gran corte que va de la frente a los gruesos y grandes labios. Es una cara alargada, careta plana (todo artista es un «entruido» en un retablo), una de esas máscaras africanas que tanto apreciaba el pintor, firmemente entroncada, segura en su compleja disfunción.
Es y fue, presente y recuerdo. Medio rostro es «humano», la cara derecha; la cabeza está partida, unificada por el cabello espeso, amplio, canoso, con su marcada raya en medio. El problema es encontrar su centralidad en la alteración del campo. Sí, la otra parte del rostro, a la izquierda, aparece desfigurada por una alargada protuberancia, a modo de trompa rematada en dos orificios de bestia. El ojo es similar al derecho, pero de mayor tamaño, mira de lado y hacia abajo, a la cabeza cortada a los pies del retratado. El hombre nos encara de frente, afronta el presente, el hombre piensa, cata donde pisa. Son ojos claros, diáfanos, coronados por pestañas rayos de sol. Los labios carnosos fortalecen la mirada, dan luz a esa cara que concentra los ejes de las perspectivas del cuadro, el punto de fuga.
Cualquier tratado de pintura nos informa que la realidad tiene tres dimensiones, alto, ancho y profundo. Por eso todo pintor es un truhán, un transformador de la realidad, que nos embauca mediante el engaño a nuestro sentido de la vista. Nuestros ojos están demasiado contaminados de imágenes y de ilusiones, es fácil hacerles ver efectos engañosos. Por ello, el pintor moderno no es menos realista que el clásico, ni más fraudulento. Todos nos llenaron de trucos (Leonardo, Velázquez, Vermeer). Los sentidos nos engañan, nada es seguro. Si caemos en la trampa y la vista resulta burlada es precisamente porque emana nuestra parte más humana, la sedienta de cultura. Elegancia, bipolaridad, erotismo se concentran en esta clavis ad thesaurum del retrato: el rostro trastornado.
La cabeza se une al cuerpo por un cuello largo, ancho, prolongado desde el tórax. Solo hay un gran cuadro en la pintura universal con este artefacto en primer nivel, el de una mujer a la que ambos quisieron y admiraron (retratado y retratista). «La columna rota», de Frida Kahlo (1944). Una columna dórica dividida en bloques pétreos recorre la espina dorsal de la artista. Diez marcas dividen la columna vertebral de Alejandro hasta la base de los labios. Pero, ¿es su boca o la de Frida, recordada por Pablo en 1939? La pintura blanca de torso y rostro en contraste con las líneas negras de la parte inferior, la cabeza cortada, el contorno del cabello y parte del ojo izquierdo remarcan la duplicidad de la mirada, hurgan en la compleja personalidad del modelo.
El erotismo latente viene dado precisamente por el contraste, por esa aparente ambigüedad sexual, siempre según el punto de vista del pintor en su búsqueda por recoger la expresión del alma y las sensaciones. Apreciamos la sexualidad del cuadro en los trazos femeninos, en el pecho, los labios, la mirada, el trasero desnudo. Esa broma entre dos faunos de sacar al amigo con el culo al aire. Pero el apósito nasal igualmente troceado, marcado en piezas, esa trompa terminada en dos orificios, y el mismo perfil explícito de la cabellera apuntan a símbolos sexuales.
Desde 1955, Picasso, además de trabajar sobre Las Meninas, recupera su pasión por los toros como motivo de inspiración; y la figura del minotauro, con la que se identifica. En la fecha de este cuadro acaba una serie de aguatintas para ilustrar «La tauromaquia. Arte de torear» de José Delgado (Pepe Illo), y se interesa por la técnica del grabado en linóleo. Esta peculiar trompa fálica que añade en otra dimensión al rostro de A. F. puede marcar el carácter racial, español, del modelo. Es un símbolo taurino.
En una imagen coetánea, Picasso recibe una lección de toreo de su amigo Dominguín. En la foto vemos una cabeza de toro en las manos del pintor, cuyos cuernos son similares a la nariz del cuadro de A. F. y al apéndice nasal femenino que dibujó en «Hombre desnudo y mujer» (1967), diferenciando en esta obra los dos sexos presentes. Rostros diferentes, yuxtapuestos, figuración retocada. Variadas interpretaciones del amante y la amada. Son claves de estilo del maestro en las que apreciamos similitudes con «Chica frente a un espejo» (1932), «Dora Maar con perro» (1941), la escultura «Madre e hijo» (1953) y la serie «Woman sitting an armchair» (1952, 1960, 1962).
¿Está retratando a Alejandro y a una amante, o al recuerdo de un amor que le marcó, alguien conocido por ambos? Es una pregunta retórica, hecha a propósito con respuesta implícita. Creo que sí, y hay muchos indicios que nos llevan a la isla de la satisfacción de nuestro desvelo.
Picasso, Frida y Alejandro Finisterre
Picasso conoció personalmente y admiró a Frida Kahlo, sabía de su relación con Alejandro. Habían sido amantes, no de una forma ocasional, ya que la relación duró seis años. Fue el gran amante de su vida, el principal, dejando siempre a un lado a Diego (su hombre, su esposo, su enfermedad). Lo dice ella con sus palabras. En ese rostro partido ¿quién es Frida, quién Alejandro? Son uno, espetados en una columna rota.
El cuadro es de 1958, cuatro años después de la muerte de la mexicana. La cabeza cortada tiene un rostro exótico, ¿azteca? El rostro del modelo es andrógino. Alejandro tiene un pie cortado, desmochado, se aprecia con claridad el muñón; con señales explícitas de haber sido intervenido quirúrgicamente, con el corte y cuatro puntos de sutura bien marcados. En este juego de contrastes, de dos caras, otra pierna está completa. Pero el brazo derecho termina en una palma semejante a un pie. Frida había sido mutilada en 1953, quedó sin una pierna, algo que le causó un profundo dolor, no se sentía mujer. En un cuaderno que le envía a A. F. sobre una terrible calavera alada escribe «1953. La muerte. Año de mi partida, año del desmoche». Y Diego manda otra carta más dura: «te escribo para decirte que te libero de mí, vamos, te amputo de mí; sé feliz y no me busques jamás». El rostro animalizado del retrato se ilumina con un bello y gran ojo. Picasso tenía a Frida por la mejor pintora de miradas de la generación. Se lo dijo a Diego en la cara.
La obra es un homenaje de Pablo a dos amigos entrañables, dos luchadores, y a su historia de amor truncada por la muerte. El retrato de Finisterre y su historia de amor con Frida Kahlo, presente en el icono. El resumen de la interpretación llega ahora, la conclusión final es transparente. Alejandro guardó esta obra en unas cajas, junto a las cartas, diarios, dibujos de Frida. Todo lo que le recordaba a ella quedó en un cuarto secreto, antes de marchar con su nueva esposa al último viaje, a su tierra. Y ahora se lo mostramos. Finisterre y Frida en el ojo de Picasso.
Un álbum de dibujos. Recuerdos de combate
Además de su retrato, Alejandro guarda un álbum con dibujos de Picasso. Está fechado el 21-12-63. En una de las extraordinarias láminas Pablo se retrata con su amigo gallego. Los dos barbados, como dos filósofos griegos, o dos faunos. Pablo con una corona de laurel en la sien pasa su brazo derecho por el hombro del amigo, un Alejandro serio, maduro, con el torso desnudo.
Otro regalo de Picasso a A.F. es una caja del The Metropolitan Museum of Art de Nueva York con un grabado en relieve del Guernica, depositado por el autor en el museo hasta la llegada de la democracia en España. La pieza tiene una dedicatoria del malagueño, en pintura blanca:
–Al amigo Alejandro Finisterre: «El oro fino con error galano…». Argeles. 5-12-69. Picasso.
Al lado de la firma, el autor dibuja con un trazo su caricatura. Debajo del relieve hay una filigrana con tres nudos.
Entre 1955-1961 Picasso vive sobre todo en Cannes, en la finca La Californie, con Jacqueline Roque. En 1958 compra el castillo de Vauvenargues. En la zona de Cannes vivirá y creará en los sesenta. En Notre Dame de Vie, en Mougins. Por eso son en principio extrañas las dos dedicatorias hechas a A. F. en Argeles. Había vivido en ese distrito, en Céret. Y en 1954 en las vecinas Perpiñán y Collioure. ¿Sería fruto de una visita de ambos a esa zona en 1958 y 1969? O el recuerdo de un nombre destacado en la biografía de A. F., algo que unía a los dos y Pablo quiso inmortalizar.
Alejandro huyó con los restos del ejército republicano a Francia en 1939 y su destino fue el campo de concentración de Argeles sur Mer; junto a otros compañeros, algunos también amigos del pintor, como los catalanes José Bartolí y Ricardo Arias, el vasco Juan Larrea, el compostelano Vázquez Díaz. Alejandro vio las orejas al lobo y escapó a Andorra. Así que el pintor unió su obra y el nombre del amigo al de la memoria republicana, al de la playa norte de una localidad franco-catalana del Rosellón donde se apelotonan miles de derrotados de una guerra con pocos ganadores, que les marcó a todos.
La relación de Picasso y A.F. sobre todo se enmarca en el trabajo del gallego como redactor de varias revistas culturales en los años cuarenta. Y desde 1947, por amistades compartidas, la lucha a favor de la república y por ser ambos afiliados del partido comunista. Picasso entra en el PCF en 1944. Una confluencia de intereses propició la colaboración del pintor ilustrando un libro de Alejandro en 1950, editado en Roma: «Cantos rodados».
Las relaciones de Finisterre
Ese año y el anterior se celebraron congresos de paz, en el de París se vieron los dos. Picasso vivía en Vallauris con François Gilot, a quien conoció el gallego, como antes a Dora Maar. También les unió la literatura. Picasso escribe poemas en 1935, cuando se relaciona con Paul Eluard; y teatro en 1944 (Le désir attrapé par la queue), con Camus, Sartre, Simone de Beauvoir. En 1952 crea otra pieza teatral (Les quatre petites filles). En 1959 A.F. está de gira por Europa. El cuadro que hemos analizado le sería entregado durante esta estancia, cuando visite a Picasso en el sur de Francia. En los años sesenta volverán a verse, como demuestran los dos regalos de 1963 y 1969 que ahora aportamos.
Finisterre mantuvo siempre una gran relación con personalidades de la política y la cultura del exilio español. En su etapa parisina se vinculó a la Alianza Nacional de Fuerzas Democráticas y la Asociación Internacional de Refugiados. Tras su primera etapa en 1939, se exilió a Francia en 1947.
Trabajaba en Francia en la radio y era secretario de redacción en revistas como L´Espagne Républicaine (1945-1949) dirigida por Ricardo Gasset Alzugaray y en la que colaboraron, entre otros muchos, Víctor Alba, Francisco Giner de los Ríos, Federica Montseny o Jacinto Luis Guereña. En sus páginas publicará entrevistas a Rafael Alberti, Carmen Amaya, y también a Pablo Picasso.