– Rafael Lema Mouzo-
Vázquez Taín a su conocida labor profesional en la judicatura, el pilar de toda democracia, nos viene haciendo entrega en los últimos años de libros que nos descubren su faceta de escritor didáctico, pero meticuloso. Curioso del presente y de las vicisitudes humanas, del pasado y la rica cultura de esta esquina del mundo.
Como Flaubert, acerca un espejo al camino, y en este caso a la ruta de rutas. El 27-F es una fecha escrita con letras de oro en los anales de Galicia (del reino de Galicia, por mucho que moleste este nombre) y por ello algunos lo celebraremos con un cava de albariño. ¡Ah! ¿No caen? Lo cuenta el escritor en la página 406 (año de la travesía pirenaica de nuestros ancestros suevos) o en la 395. El Santo Padre un 27 de febrero de 1120 ascendía a Compostela a dignidad metropolitana, ciudad apostólica, con un legado papal (Gelmírez).
El año pasado se cumplían 900 años, no recuerdo que hubiese «foguetes». No lograba ser primada de España, seguía siendo Toledo, la victoria no fue completa, pero es la base de la construcción de una ciudad, no solo un santuario, y la gran explosión de un camino al que ya llegaba un flujo constante de caminantes de todo el continente, hermanos de distintas razas, lenguas y banderas. La decisión papal era justa, Toledo fue siempre capital de España (Spania, Hispania); y mientras fue árabe los reyes «mouros» tenían el privilegio de llamarse reyes de España. Roma sí reconocía a Compostela la primacía en el reino de Galicia, que abarcaba Gallaecia y Lusitania. La legalidad heredada de romanos y godos. Lean la biblia, Macabeos; no le marco capítulo, no sean vagos, que ahora hay tiempo para leer.
Este es el título oficial reconocido siempre por el papado, Bizancio, Damasco, Córdoba, Cluny, francos, anglos, el Sacro Imperio, el kan de Samarkanda, el janato de Trapisonda, el castellan de Amposta y todo el que tenía mando y ley. Reino de Galicia, capital Braga, ahora Compostela. Lo dice el papa, palabra de Dios.
El nuevo libro del juez José Antonio Vázque Taín «Más allá y más arriba» (Historias de los primeros peregrinos del Camino de Santiago, Espasa, 2020), nos recuerda que estamos ante un Año Santo histórico, al celebrarse durante dos temporadas y en medio de una pandemia cuyo pico no damos alcanzado, circunstancia extraordinaria que de nuevo nos hace retroceder a tiempos de pestes y guerras cuando el camino era una aventura y una necesidad, un sueño de salvación.
Vázquez Taín nos lleva a una fecha de entorno al 830 (para mí la más veraz por varias circunstancias), cuando todo empieza. Se descubre la tumba de un apóstol singular en un remoto país, al que hay que llegar atravesando guerras y miserias, pero ello no impide el milagro de la multiplicación de los creyentes.
Y Gelmírez dos siglos después pone los restos, es la modernidad, el gran tour-operador del medievo, autor de su propia biblia, que atribuye a un papa que nada sabe del embrollo (el Calixtino); señor de soga y cuchillo con unos «estados pontificios» ad hoc (Terra de Santiago), dueño de un ejército que envía a las cruzadas (sí, gallegos en las cruzadas), constructor de una armada pionera, para asegurar las rutas. Vázquez Taín incide en sus dos grandes logros: el reconocimiento institucional del Papado, reacio y con los reyes y obispos hispanos a la contra; el segundo, «dotar a la peregrinación compostelana de una individualidad propia y diferenciadora, con signos distintivos que creaban una hermandad entre todos los caminantes».
Vázquez Taín nos acerca al mundo jacobeo, con historias de los primeros peregrinos del Camino de Santiago, esos que siguen hablando detrás de cada cruceiro, marco, piedra grabada, leyenda una y otra vez llenada de capas, esos que con su fe y su continuo trasiego dieron pie a Gelmírez para crear una ciudad santa, una esfera de cultura y política, conseguir en la difícilmente mudable tradición de la Iglesia romana una sede apostólica.
Desde la editorial Espasa destacan que este trabajo, de 496 páginas, con prólogo del periodista Carlos Herrera e ilustraciones de Luis Doyague, «convierte al Camino en narrador para que sean sus palabras, labradas con el cincel del tiempo, las que nos transporten a través de los siglos a revivir momentos históricos, épicos, pero también íntimos y humanos de los protagonistas anónimos».
El autor nos advierte que esta ruta milenaria es un fenómeno mundial eminentemente religioso, pero también histórico y, sobre todo, sociológico, cargado de una espiritualidad individual más que cristiana. En el Camino según Vázquez Taín «nunca se le había dado voz para que pudiese contarnos sus vivencias acumuladas a lo largo de los siglos».
En nueve capítulos el autor nos lleva por el camino primitivo, el camino de la plata, el camino portugués, el camino francés desde Le Puy, el camino de la costa, el leonés. Dedica un capítulo a ese genio y figura que fue el arzobispo Diego Gelmírez; otro a las órdenes militares y Tierra Santa, los custodios del peregrino que a su vez unieron Santiago y Palestina. Las dos grandes peregrinaciones populares del medievo. Roma era otra cosa. Santiago sustituyó a la, primero peligrosa luego imposible, Jerusalén. Por los siglos de los siglos. Y con todo el futuro por delante.