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viernes, marzo 29, 2024

La lucha de Alejandro Finisterre por el legado de Juan Larrea

Rafael Lema Mouzo-

El gran editor y empresario gallego afincado en América desde 1948 Alejandro Finisterre fue un gran apoyo de muchos grandes creadores en el exilio americano. Además salvó la obra de autores de la talla de León Felipe y Juan Larrea, arriesgando en muchos casos su físico y gastando mucho dinero y años en el empeño.

Es conocido que fue el albacea de León Felipe pero ahora queremos reflejar otro episodio más oculto de su extensa biografía, su defensa del legado del poeta surrealista vasco Larrea, tras su muerte. Finisterre batalló en los dos casos hasta el final de su vida.

Juan Larrea, nacido en Bilbao, en 1937 trabajaba como agregado de la Embajada Española en París y secretario de la Junta de Relaciones Culturales, formando parte (junto con Josep Renau, José Bergamín, Max Aub y otros) de la delegación que pidió a Pablo Picasso su participación en el Pabellón de España de la Exposición Internacional de ese año. Picasso respondió con dos obras (espléndidamente cobradas), el Guernica y los grabados «Sueño y mentira de Franco».

Inspiración para el Guernica

La amistad con Picasso fue algo que compartió con Finisterre, gran amigo del creador malagueño (también criado en A Coruña como él). Felix Maraña cree que el vasco Larrea sirvió de inspiración al pintor para hacer el Guernica. Tras la Guerra Civil española, Larrea se exilió en México.

En 1949 se traslada a Nueva York, becado por la Fundación Guggenheim, y a partir de 1956 vive en Córdoba (Argentina), como profesor e investigador en la Universidad local; se jubila en 1978. Mantuvo una especial relación con creadores como Pablo Picasso, Luis Buñuel, Calder, Jacques Lipchitz.

Larrea era dueño de una colección epistolar, que incluía cartas de Federico García Lorca, Gerardo Diego, Vicente Huidobro e incluso una de Albert Einstein (que reprodujo en su libro Guernica de 1977); además de varias obras de arte: 54 aguafuertes de Pablo Picasso de la serie «Sueño y mentira de Franco», cinco bronces de Jacques Lipchitz y un móvil de Alexander Calder, entre otras piezas. En mayo de 2002 la Diputación Foral de Vizcaya entabló negociaciones con sus herederos para adquirir este fondo, sin acuerdo.

En 2005 se valoró en medio millón de euros; Finisterre buscaba un acuerdo, pero había tres herederos, y el gallego murió sin poder terminar el proceso. Los herederos hacían entrever en la prensa la posibilidad de venderlo en una subasta o por partes a universidades americanas. El grueso de las obras de arte se subastó en Madrid entre marzo y julio de 2015. Se debe exclusivamente a Alejandro Finisterre la supervivencia del mismo.

Al morir su amigo Larrea, en 1980, encontramos de nuevo a Alejandro envuelto en uno de esos affaires de película, tan frecuentes en su biografía. Consiguió salvar documentos del poeta vasco, pese a la prohibición del gobierno de la temible Junta Militar de Videla y la persecución de sus cachorros. Larrea había muerto en Córdoba el 6 de junio de 1980; su jubilación y enfermedad le libró quizás de males mayores en aquel azaroso año, pero su obra corrió peligro, su casa fue asaltada por los milicos golpistas de Videla.

Los últimos años en la Universidad cordobesa estuvo vigilado por los patotas de los grupos de tareas de la secretaria de inteligencia, la SIDE del criminal general Carlos Alberto Martínez (alumno de la Escuela de las Américas, guía de terrorismo y golpes de estado), durante la terrible Junta Militar que presidía el teniente general Videla. Un gobierno en esas fechas embarcado en un desfile a gran escala de viajes diplomáticos por todo el mundo (incluido el de Videla a China), para romper el aislamiento y lograr ayudas ante una galopante crisis económica (crack bancario, fuga de divisas, crecimiento alarmante de la pobreza y la inflación).

El ministro de Cultura y Educación, Juan Rafael Llerena Amadeo, participaba en marzo en París en la reunión de la Unesco, pero en junio estaba de regreso en el país, al igual que el presidente. Ambos, sobre todo el primero, se preocuparon por el legado de Larrea. Había órdenes de registro y acopio de sus bienes (robo con allanamiento de morada). Mientras, en ciudades como Córdoba, destacada por su activismo político y sindical, se procedía al secuestro y eliminación de miles de opositores, docentes, estudiantes (alumnos y compañeros del «comunista» Larrea), llevados a centros de detención y eliminación como el famoso D2, en el centro de la ciudad.

Larrea estuvo en el ojo del destacamento de inteligencia 141 General Iribarren con sede en la actual Ciudad de las Artes cordobesa. Entiendo que su precaria salud, al menos en el último, año sólo dio pie a acciones intimidatorias; pero sí querían sus bienes (sabían lo que guardaba), quizás información sobre intelectuales, comunistas. Siendo frecuentes entonces las quemas de libros en actos de expiación pública por los exaltados del Régimen, no me extrañaría que fuese una opción.

Los integrantes de los GT (grupos de tareas), además de la responsabilidad sobre los secuestros, violaciones y torturas de los detenidos, tenían la prerrogativa sobre las propiedades de estos, pudiendo apropiarse tanto de sus bienes muebles como inmuebles, en calidad de botín de guerra. Alejandro Finisterre, conocedor de los secretos de su amigo y camarada, libró otra de sus batallas, intercedió en la defensa de sus pertenencias, enfrentándose a la SIDE cordobesa y a los sicarios del ministerio de Llerena.

Desconocemos las formas y métodos usados por el intrépido gallego, pero fue un empeño personal (de amistad y al servicio de la cultura hispana) en dos actos, y jugándose la vida en el marco extraordinario en el que inscribe el suceso; porque Juan Larrea era entonces casi desconocido en España, estaba silenciado por el régimen de Franco y por lo tanto no contaba con el apoyo de la diplomacia.

Podía ayudarse A.F. de alguna célula del partido, o de la colectividad vasca en la serranía cordobesa; en donde tengo una numerosa familia, por el casamiento de varios Lema emigrantes y exiliados, hermanos de mi abuela. En 1980 no tuvo éxito la gestión del gallego por el patrimonio de su amigo, que lo había hecho a él depositario, al igual que hizo León Felipe. Finisterre movió sus contactos en el mundo cultural argentino, al ver que sus reclamación sería inviable, planeó el robo y escapar por la cordillera andina vía Chile.

Fondo Bernardo Estornés Lasa

Pero se adelantaron los sicarios. Pese a tener familia Larrea, con los patotas de la SIDE camuflados entre la policía, entró a la fuerza el fiscal Felipe Daniel Obarrio en la casa del difunto y se llevó lo que pudo. Finisterre intentó recuperarlo todo; no cejó, luchó contra dictadores y sicarios, también contra la maquinaria burocrática de la nueva democracia. Y lo logró, con la ley y la trampa. Lo imposible se vuelve, muy poco a poco, inevitable; diría Juan Larrea Celayeta. Faltaba la última versión; la definitiva, la de los audaces.

Por su testimonio y artículos como el publicado el 30-6-2005 en Euskalkultura.es sabemos que A.F. recuperó el legado del amigo vasco de manera preventiva por la vía judicial en 1991, pero una vez lo tuvo en su poder, desoyendo la prohibición de la salida del país, escapó ilegalmente de Buenos Aires. Suponemos vía Uruguay. Por ello, ante la rabia de no poder «trincarlo», el gobierno de Menem emitió una denuncia contra el gallego, reclamación que se mantuvo con el tiempo.

Los tres herederos del poeta en 2005 eran dos nietos: Vicente Luy Larrea, residente en Córdoba-Argentina, y Jean-Jacques Larrea, de Nueva York. También tenía una hija, reconocida por el escritor al final de su vida, Mari Cruz Gimeno Rodríguez, que permanecía en la sombra del proceso. Alejandro Finisterre, entonces con 86 años, era el representante de Jean-Jacques Larrea; pero realmente era el gallego quien había salvado y guardado todo el legado, quien luchó solo, gastando su dinero, y arriesgando su vida y la cárcel por traerlo a España.

Conservaba los fondos del escritor en su casa de Aranda de Duero y en el depósito de un banco en Madrid. Él, sólo pedía que «alguna institución responsable se haga cargo de su contenido y lo ponga a disposición de los investigadores e interesados». Desde 1991 que poseía el legado de su amigo, todo eran anuncios de interés, de deseo de comprar de las administraciones, pero nada se aclaraba y el viejo león de Fisterra estaba más que harto de todos. Quince años entrando en negociados y secretarías, malgastando unas fuerzas ya mermadas; un año después enfermará gravemente.

Alejandro Finisterre, según la crónica, se sentía apartado a pesar de ser él quien poseía el contenido del legado. «Sé la edad que tengo. La custodia de estos documentos durante catorce años, sin ayuda de nadie, con los costes que ha originado y que aún me origina, me causa una gran ansiedad. Temo por mi salud». El editor narra al cronista el accidentado traslado desde Argentina a Madrid. «Finisterre, al fin y al cabo, fue el artífice de que los fondos del poeta regresaran a España.

A los pocos días de que Larrea muriese en Córdoba (Argentina), en julio de 1980, un fiscal de la Junta Militar del dictador Videla, Felipe Daniel Obarrio, entró a casa del poeta y se llevó gran parte del legado. Finisterre se propuso recuperarlo, lo que no pudo hacer hasta 1991″ nos informa el periodista. Pero lo sacó de Argentina de modo ilegal, y había una orden de un juzgado de Madrid que le obliga a devolverlo a este país. «Esta orden no tendría que cumplirse si se llegara a un acuerdo entre las tres partes, lo cual está garantizado según Finisterre y Vicente Luy. Sólo hace falta, según este último, que la Diputación se avenga a firmar el contrato» aclaraba el artículo.

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