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viernes, marzo 22, 2024

Roberto Traba interpreta la fisterranía en dos obras

//Rafael Lema// Roberto Traba Velay es el bardo y el druida de Fisterra, un poeta y recuperador de la memoria popular que ha convertido su cueva tabernícola, A Galería, en un referente de visita imprescindible en el fin del camino. 

Ante una audiencia cosmopolita, el bardo declama sus versos y los de su antepasado el capitán Traba, o vestido con el blanco de la casta meiga lanza el «conxuro da queimada» mientras rinde tributo al fuego y al agua-ardiente. 

El poeta pirata Traba está más que contento con la marcha de las ventas de su último libro, el poemario «Itinerario, versos dos días en xeito». Una obra dividida en un iter-camino de cinco estaciones, en donde a los temas eternos (la soledad, luces y sombras, amor y mujer) une una miscelánea final o cajón de sastre de luminosas creaciones surgidas «arrimado á fiestra» de su galería desde donde se observa el puerto y el mar que marcaron la idiosincrasia local.

Un itinerario de fisterranía, como indica en el prólogo su compatriota vate Modesto Fraga, el cual nos describe «un portentoso libro de poemas que vén engrandecer o fértil universo bibliográfico dos habitantes da fisterranía». 

Traba, quintaesencia del alma finisterrana, caballo de la corte de Epicuro, enamorado de los placeres mundanos como los poetas persas del vino y de la rosa, necesita en su obra atrapar el tiempo, saborearlo; integrado en su cosmos donde una fuente, una plaza, un trozo de mar o el mar todo son presencias necesarias, imprescindibles antes del arrebato lírico. 

Del mismo modo, Traba en sus «Crónicas de Fisterra, contos dun tabernícola«, recoge en una serie de relatos experiencias personales en medio de la vorágine de la transformación de la villa del Cristo en los últimos años, aluvión de peregrinos de un «no camino, un no fin», crisol de humanidades, destinos y encuentros; textos unidos a la labor de recolector del alma popular apoyado en la barra de su taberna portuaria, «escoitador» de tantos personajes singulares de un pueblo-isla distinto ante la adversidad, apretado en un cornecho de costa abrigada al lado de ese gran monstruo de las cartas marinas de dos milenios, vertidas en docenas de lenguas, El Cabo. Así, sin más, era conocido el promontorio nerio por los grandes navegantes de «tempos idos» o los más fabulosos emperadores como Felipe II o su vástago El Rey Planeta. 

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