«Cuando yunque, yunque cuando martillo, martillo» es un libro editaro por Libros del Asteroide con artículos del ilustre gallego Augusto Assía. El escritor Rafael Lema nos escribe sobre esta obra.
No tuve el gusto de tratar al periodista gallego Augusto Assía. Lo recuerdo una vez en la presentación de un libro en la librería Arenas, siendo yo un estudiante. Conocí a su sacristán del pazo de Xanceda, del que soy buen amigo. Y traté a su mujer, Totora, muy amiga de mi casa, y a la que recuerdo en no pocas ocasiones de visita en las mañanas de feria siendo yo un adolescente. Y mas tarde en presentaciones de Luzes en Sargadelos.
En una ocasión Totora me informó de un artículo de Assía sobre una intrépida escritora inglesa que había citado a la Costa da Morte en 1907, Annette Meakin. En medio de la interesante conversación se nos metió Díaz Pardo a quien le asustaba el nombre de Costa da Morte y cruzaba los dedos como espantando al diablo ante su mención. Recuerdo como ponía voz cavernaria alargando las vocales ante una sorprendida Totora «cooosta da moorte, fuxe, fuxe, nooo, apártademe a morte, non quero a mooorte, dádeme a vida». Y así mas o menos. Ante estas tesituras cada vez que vía al insigne mestre en algún acto le recordaba que yo era de Camariñas y no de la Costa da Morte. Entonces los ojos le brillaban y movía los dedos como palillando en el aire un «xogo da fieita», el favorito de mi abuela y uno de los mas apreciados por Totora.
Assía es uno de esos corresponsales de guerra españoles que nos dejaron magnificas páginas que aun hoy nos asaltan por su inmediatez y actualidad. Asistí hace poco al entierro de uno de ellos, mi vecino Celso Collazo Lema, con lo que se van alejando los últimos testigos de una época trágica, nada buena, y cuya bilis aun sigue palpitando en las estepas. Al acabar la Segunda Guerra mundial, Assía dio a la imprenta «Cuando yunque, yunque. Cuando martillo, martillo» recopilación de las mejores crónicas enviadas desde Londres que «volcó noche tras noche sobre La Vanguardia». El criterio según el autor: «Alternar los temas de la guerra con los civiles, la resistencia con la lucha, la vida y la muerte…».
El testimonio de un «neutral» probritánico viviendo en medio de una sociedad acosada por las bombas y los partes, observando la capacidad de resistencia de Inglaterra, con agudas reflexiones, incluso con acertadas o bien informadas profecías sobre el futuro de la misma. Ahora Libros del Asteroide recupera esta obra en una magnifica edición, en una loable colección que recupera un buen número de cronistas muchas veces olvidados de una época en donde muchas veces no fueron testigos sino protagonistas.
Frente al terror y las bombas sobre Londres, la vida sigue, el gobierno legisla, el imperio se une (salvo Irlanda), el tráfico circula, los periódicos cada mañana aparecen bajo el umbral, el hogar espera al atardecer a cada ciudadano que ha cumplido con el deber de la normalidad, calza las zapatillas, enciende la pipa y lee un libro. El Times ya lo ventiló de mañana. Así, combinado partes bélicos con el stendhaliano espejo de la vida cotidiana, escribe nuestro paisano: «El humo, el fragor, los aterradores ecos de la noche estaban todavía suspendidos sobre Londres, cuando en pleno día y a la hora en que los obreros y empleados se dirigen al trabajo, cuatro aviones lograron penetrar hasta el centro de la ciudad, repitiéndose la sinfonía de las bombas y las ametralladoras… Frente al terror, la flema británica». Asume muchas influencias del periodismo patrio curtido en lejanas delegaciones, la herencia de los corresponsales de la gran guerra. Pero sobre todo en sus líneas siento como palpitan chesterton, jerome k. Jerome, wodehouse y hasta la élite pacifista del bloomsbury.
¿Se puede hacer humor entre muerte y destrucción? Los gallegos siempre fuimos un pueblo alegre, retranqueiro, en la privación. Nos llevaron a Cuba con chinos y yucatecos para sustituir a los esclavos africanos. A repoblar Patagonia. Íbamos con la familia a cuestas a la siega castellana como rosas y volvíamos como negros. Prendíamos mariscos de tela en las guerreras, en las trincheras de Krasny Bor o en la peña Albarracín. Y a todos los sitios acudíamos cantando, llevábamos la gaita y las cunchorras. ¡Qué no había vivido aquella generación! Pero Assía no hace humor, aunque nos arranca una muesca en los labios, simplemente describe la crónica del vivir cotidiano al lado de proclamas y monsergas. Este libro es un ejercicio impecable de apropiación de la idiosincrasia british por parte de un corresponsal nada neutral, pero tampoco inflamado.
Cada artículo es una pieza maestra de un curioso e impertinente observador, pero también un escuchador, bien informado por amigos que lo integran en el paisanaje de un mundo en guerra, bloqueado, pero en donde todos intentan que no se note que lo pasan mal. Aparentar normalidad es el mayor triunfo frente a la agresión. Tenían la conciencia cierta de estar defendiendo la razón y la libertad. «Si la guerra exige que Londres permanezca en las sombras y camuflada, exige también que siga trabajando, funcionando y viviendo» apuntala el autor en su cable desde la primera crónica. Describe a los soldados proletarios norteamericanos que colonizan el exclusivo y abandonado Mayfair de aristocráticas mansiones con la mordacidad de Sharpe o Waugh. Hay una ciudad para los extranjeros combatientes, de night clubes, yanquees sin modales, ni apreciable diferencia social por el acento (como en Londres), y comités de señoras y caballeros encargados de hacer honores, mostrar el confort inglés y la parte mas sana y moral de la la sociedad, mientras cientos de camisas caquis secan tabernas y ensucian tugurios, gastan la paga y buscan el solaz del himeneo.
El cronista nos cuenta que todo está en su sitio, la city sigue siendo una taifa medieval «ferocísima de sus libertades y sus derechos» en donde el rey debe pedir permiso para entrar. La constitución, un objeto fabuloso, «base la armonía política y social, que a su vez son las bases del poderío, riqueza y civilización de Inglaterra». Intenta explicarnos el misterio de cómo todos los eslabones del imperio de forma libre se han unido en la guerra y envían a sus hijos voluntarios a la lucha. Las razones por las cuales unos franceses luchan contra otros y en cambio los hijos del imperio se ayudan mutuamente con todos los británicos como un solo hombre. Por eso nunca dudó en la victoria.