Desde hace lustros los habitantes de la parroquia dumbriesa de O Ézaro se hallan envueltos en un conflicto con Costas para lograr la ampliación de su antiguo cementerio.
//Manuel Sambade//
Que la realidad supera a la ficción es frase que, en muchas más ocasiones de las pensadas, hace posible extraños paralelismos entre poblaciones alejadas por miles de kilómetros, como la noruega Svalbard y la costamorteña villa de O Ezaro, pero unidas por las mismas circunstancias: en ambas resulta imposible enterrar allí a sus muertos. Los residentes del archipiélago Svalbard en Noruega, están acostumbrados a lidiar con el peligro que representan los osos polares pero en un asentamiento remoto, los animales no son la única preocupación. Y es que en el pueblo ártico de Longyearbyen está prohibido morirse. El pequeño cementerio del pueblo no acepta nuevos ingresos desde hace 70 años luego que se descubrió que los cuerpos no se estaban descomponiendo.
Los cadáveres, preservados por permahielo (“permafrost”, capa subterránea de hielo), se han convertido desde entonces en objetos de una morbosa curiosidad. Longyearbyen está localizado 78 grados norte en el archipiélago Svalbard, y tiene unos 1.500 habitantes que viven en pequeñas casas de madera parcialmente resguardadas de los vientos árticos debido a que el asentamiento está en un valle. En O Ézaro también viven pocos vecinos, aproximadamente unos 700, que, pese a no vivir en un asentamiento tan remoto como la población noruega, también han sido objeto de morbosa curiosidad en diversas apariciones televisivas por el problema de la falta de sepulturas que afrontan.
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Emigrantes en la vida, emigrantes en la muerte
“Cementerio Católico por suscripción de los vecinos del Ézaro, 1926”, la pequeña placa de piedra sita en la puerta de acceso al camposanto recuerda la fecha en la que fue construido y la solidaridad vecinal que sufragó su construcción. Entonces, como ahora, los vecinos de la localidad vivían y morían contemplando la mar y la imponente mole pétrea del monte Pindo.
Entonces, como ahora, deseaban morar eternamente en la misma tierra que acogió los cuerpos de sus ancestros. A partir de aquí, la historia cambia, porque antes los habitantes de O Ézaro sí podían descansar en su tierra, ahora, como mucho, pueden aspirar a recibir eterno descanso dentro de un nicho habilitado dentro de uno de los muebles de la propia casa -situación real pese a semejar increíble- o soterrarse en algún otro lugar de Dumbría, caso del archifamoso Cementario das Cores, que pronto espera una ampliación de 400 nichos y cerca de 800.000 euros de presupuesto.
Otras opciones son las de recibir sepultura en alguna de las localidades vecinas, como reposar en el cementerio de Quilmas o en el de Cee. La tierra de emigrantes en vida sigue fiel a su tradición viajera hasta en la muerte. Así, los vecinos, llevan largos años luchando y reivindicando que se les permita ampliar el antiguo cementerio, pero ni caso. Las trabas burocráticas impuestas desde la administración, en este caso desde Costas, hacen imposible librarse de la dictadura de unos lindes y límites que no entienden de sentimientos de vivos ni de necesidades de brindar digna sepultura a los muertos.
Implorar ayuda divina frente a la cerrazón humana
Mientras tanto, y tras solicitar la mediación de las autoridades locales, llevar su caso a los diversos medios de prensa e implorar al mismo cielo por ayuda, la población de O Ézaro sigue esperando un milagro que les permita descansar, por fin, en paz y en gracia de Dios en la misma tierra que les vio nacer.
Al respecto del sentir de los vecinos por las incineraciones, posible alternativa a la falta de espacio, sirva de reflejo lo manifestado por una habitante de la localidad al recordar que “fai pouco morreu un que pasaba aquí os veráns, e tivéronno que incinerar, pero eu non quero que me queimen, quero enterrarme no mesmo lugar que os meus pais”.
