//Manuel Sambade//
Bajo el epígrafe de “el hotel en el faro del fin del mundo”, la reputada Biblia del viajero realiza una amplia reseña de un establecimiento hotelero al que define como “lugar mágico en forma de íntimo refugio”.
Si de la Costa da Morte se ha dicho y escrito de todo y más (siempre bueno) hay dos lugares que, por su especial simbolismo religioso y geográfico se llevan la palma: el Santuario da Virxe da Barca, génesis del mito de Santiago Apostol; y el cabo de Fisterra, el mítico Finis Terrae de los romanos que -ya sea para los que antaño arribaron a su promontorio y se quedaron sobrecogidos por ese mar sin fin que era el confín último del mundo conocido- o para los que hoy arriban aquí: a pie, en coche, en barco, en bicicleta o en caballo…..entre otros numerosos medios de transporte que por esos lares se han visto, Fisterra sigue teniendo ese algo mágico y telúrico que encoge las almas de los que se asoman al abismo de una aguas que poseen la belleza del abismo y esconde la promesa de hallar, en el fin del mundo, un nuevo comienzo.
.jpg)
Un lugar mágico que, como reflejan las páginas de Condé Nast traveler, ahora alberga un hotel como O Semáforo, pequeño en capacidad: cinco habitaciones repletas el año entero, pero grande en sensaciones como las que en la crónica se relatan, al afirmar del complejo turístico que “esta noche, este faro es mi casa”. Oda poética a una instalación erigida en 1853, y cuya luz, que se distingue a más de 65 kilómetros de distancia, “es uno de los más emblemáticos desde la antigüedad para navegantes y peregrinos”. reconocimiento, además, al papel crucial de Fisterra dentro del Camino de Santiago, pues, como señala la reseña “para muchos, el Camino de Santiago termina aquí, con vistas a la apabullante inmensidad del Atlántico”.
Un lugar mágico, donde todo empieza y nada termina
A lo largo del literario pasaje del viaje a Fisterra y al hotel O Semáforo, desde Condé Nast Traveler se desgranan, como las cuentas de un Rosario, unos nombres de las habitaciones que evocan ecos con innegable reminiscencias a mar y sabor a salitre: la habitación “Dos Faros”, o la “Dos Ventos”; la caldeirada de pescado, el longueirón de Fisterra a la plancha, los berberechos de Noia o las vieiras de Cambados.
Todo un manjar para los sentidos que el viajero podrá gozar con el corazón o con las papilas gustativas, y que, como señalan, es todo fruto de materia prima con el sello Km 0 Mar Galaica, que garantiza que proceden de lonjas locales (de Corcubión a O Pindo, pasando por Muros, Portosín o Porto do Son) y que han sido capturados con métodos de pesca artesana por marineros y mariscadores de la zona. Apuesta por la calidad que destaca, Jacinto Picallo, responsable de O Semaforo, quien señala “la apuesta por la calidad calidad, la sostenibilidad, la identidad local y el consumo responsable”.
Gozar de la Costa da Morte al 100%
Pero no sólo en Fisterra centra su mirada emocionada la crónica, sino que también pasean por sus mares de papel la zona del Mar de Fora, la costa del Ézaro, Carnota y el interior de la Ría desde su Terraza Este. Y, por supuesto, la memoria de los naufragios que tapizan las arenas de una costa famosa por nombres como El Serpent, El Casón, el Prestigey buques ya de más olera como como el Captain, el Blas de Lezo o el Bitten.
Costa da Morte, donde todo empieza y nada acaba
Nombres, historias y vivencias que bien merecen una crónica o un Cantar de gesta que remate con palabras tan evocadoras como las de la propia narración de Condé Nast Traveller, que concluye con un “vendaval y olvídate de todo. Y a estas alturas, probablemente ya solo estés pensando que el fin del mundo no está tan mal”. Toda una invitación a descubrir en el Fin del Mundo el secreto mejor guardado de la Costa da Morte: que el final sólo es el principio.
